Michael Jordan y el precio de ganar: ¿es necesario ser tan obsesivo a ese nivel?

En su serie sorprendió a todos contando crudamente la fórmula del éxito de un Dios todopoderoso y, a la vez, mostrando su lado humano, el dolor por las consecuencias que le ha generado ganar a cualquier costo. ¿Este método casi maníaco lo baja del pedestal? ¿O lo sube aún más?

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Cuando en el tremendo final del gran 7° capítulo Michael Jordan sorprende con el ya mítico “break”, pidiendo una pausa en la grabación, quebrado, con casi lágrimas en sus ojos, es el momento más profundo e impactante de la serie. Y hasta quizás el instante más potente de un documental deportivo que recuerde. Aparece el Jordan humano, el que intenta explicar su fórmula del éxito pero, a la vez, da indicios de sufrimiento. Es el MJ que apenas habíamos visto antes. Siempre, en su carrera y en el documental, se había mostrado como una máquina de superar desafíos, de completar revanchas, de tapar bocas, de ganar... Pero, en ese momento, el mejor de la historia nos deja perplejos a todos, emocionados, impactados, quizá por estar con la guardia baja. Tal vez nadie esperaba esa reacción sensible, humana, de un Dios todopoderoso. Por eso, cuando el director lo consulta sobre si piensa que la gente ya no lo percibe como un buen tipo luego de revelarse su obsesión por ganar y el costo que su competitividad ha tenido, Michael ensaya una reflexión y de a poco, soltándose, se mete en el laberinto de su alma, de su conciencia, en lo más profundo de su ser...

“Cuando la gente vea esto dirá: ‘No era un buen tipo, quizá haya sido un tirano’. Pero ese sos vos, porque nunca ganaste nada. Yo quería ganar, pero también quería que los otros lo hicieran y fueran parte de eso... Yo no tengo que hacer esto, lo hago porque soy así. Así es como jugué. Esa era mi mentalidad. Y si no querés jugar de esa forma, no juegues (conmigo) de esa forma…”, es su descargo, repleto de emoción y hasta congoja. Las palabras impactan, viniendo de quién vienen, pero más sus sentimientos. Michael se saca la coraza, ese blindaje impenetrable que rara vez se ha quitado en público.

Pero, a los 57 años, la cosa es distinta… Realmente impacta ver el resumen de una mentalidad tan apabullante como cautivante, la que lo llevó al olimpo de los dioses de la historia. Pero también impacta darnos cuenta que esa exigencia extrema, esa voracidad maníaca, lo llevaron a cruzar la línea varias veces. Con sus compañeros, con rivales, con quienes lo rodeaban y, según él, no cumplían con los mínimos requisitos de sus niveles de elite, de su pasión por el básquet… Todo lo hizo para ganar, está claro. Y lo logró, como nadie prácticamente. Pero, a esta edad, Su Majestad se da cuenta que no todo está tan bien. Y un poco le duele. Se nota. Porque se quiebra en ese momento, cuando habla de su competitividad, y no cuando habla de la pérdida de su amado padre, por caso. Lo que digan, está claro, le importa.

Sin dudas que emociona conocer, en carne viva, cuál fue su receta, pero a la vez impresiona saber que todo eso tuvo un costo. Porque MJ deja claro que nada viene gratis.Ganar tiene un precio. Liderar tiene un precio. Sé que empujé a gente que no quería ser empujada, que desafié a gente que no quería ser desafiada. Pero una vez que te uniste a mi equipo, uno debe vivir bajo los estándares de cómo juego. Y yo no aceptaré menos”. El 23 no oculta su extrema exigencia, pero también deja claro que su liderazgo no fue con palabras sino con hechos, con el ejemplo. “Pueden preguntarles a mis compañeros: nunca pedí por algo que yo no hice primero”. Y ésta sea quizás la frase del documental. Porque refleja que lo que le pidió a los demás, lo hizo él primero. Pero, claro, al apoyar hoy la cabeza en la almohada también sabe que sus formas a veces fueron crueles, que su exigencia en ocasiones se convirtió en coacción, en imposición o tiranía, que la dureza a veces fue maltrato, y que los ataques verbales y hasta físicos pudieron evitarse. Que tal vez, en el camino a la gloria, las relaciones personales podrían haber sido mejores.

Jordan, de esta forma, se mete en un tema apasionante: qué se está dispuesto a dar, a sacrificar, a sufrir, con tal de ganar. Cuánto de todo eso es necesario. “Yo quería ganar, cualquiera sea el costo”, dice, como si hiciera falta, dejando además claro que ha sido el entrevistado más jugoso de la serie, siempre honesto, natural, aunque tuviera que ser autocrítico, algo siempre muy difícil a quizás el mejor deportista de la historia. “Fue un idiota, un cretino, pero hoy, con el tiempo, viendo lo que quiso hacer, debo decir que fue un gran compañero”, es el resumen de Will Purdue, uno de sus Toros más críticos de MJ. En ese momento, la trama del documental ubica a Jordan, al menos una parte de ese crack mundial, como el tercer malo de la serie luego de que Jerry Krause y Isiah Thomas ocuparan ese rol en episodios anteriores.

¿Esta especie de bilardismo, el excesivo culto por el triunfo, lo baja del pedestal o lo sube aún más? Depende de cada uno. “Con esta mentalidad no podía darse el lujor de ser un buen tipo”, admite BJ Armstrong. Lo que seguro es que, con estas respuestas crudas, el tema se abre para el debate: cómo es (o puede ser) el liderazgo a un nivel tan alto. ¿Es necesario ser así de obsesivo, casi maníaco? Es la gran discusión. Está claro que Michael es The GOAT por todo eso. Pero es verdad, también, que seguramente hay otras maneras… Quizá las que tuvo Scottie Pippen, cuando él se fue, más contenedor, con mejores formas. Aunque también es cierto que, cuando la presión arreció, ese mismo líder (Pip) se quebró, como vimos varias veces, por caso cuando no quiso entrar a disputar los últimos dos segundos de un partido de playoffs ante los Knicks porque el DT había diseñado el último tiro para otro compañero (Toni Kukoc). No todo es tan sencillo como en los papeles, sentado en un cómodo sillón de una casa, diciendo cómo deben ser los grandes líderes... Jordan te lo dice, en la cara. “Ese sos vos, porque no ganaste nada”.

De cualquiera forma, los que vivimos su época, leímos libros, lo seguimos y hasta tuvimos el privilegio de cubrirlos in situ, no esperábamos que The Last Dance nos presentara a un tipo agradable, querible, sociable y bonachón, como tal vez fue el carismático Magic Johnson o quizá Larry Bird, por nombrar dos estrella de la época. MJ no era así. Su obsesión por ganar se ha llevado puesto todo. Es lo que mamó de chico, desde aquellos picados en el fondo de la casa con su hermano Larry. Estaba en su esencia y lo fue desarrollando, en su familia, en el secundario (lo cortaron del primer equipo) y en la universidad. “Si quieren sacar lo mejor de Mike sólo díganle que no lo puede hacer o que hay alguien que lo hace mejor”, admitió su padre. Y así fue. Cada paso que dio lo hizo para demostrar, para tapar bocas, para ser el mejor de todos. Era preferible no ofenderlo, no reírse de él, no cargarlo, no hablar mal o hasta no mirarlo, como alguna vez admitió Kobe que le aconsejaron. Era mejor no jugar bien contra él, no festejar frente a él. O quizá, directamente, no enfrentarlo, no competir contra el competidor más feroz que ha existido. Porque en cualquier pequeña cosa encontraba su combustible de cada día. Su fuego interno, alimentado por sus ambiciones, era tal que lo quemaba. Está claro que no convenía echarle más leña al fuego. Ni los rivales ni los compañeros.

Así fue Jordan. Un extraterrestre dentro de la cancha, pero además un líder de carne y hueso, con muchas virtudes y algunos defectos. Un tipo que inspiró a más de una generación con características impactantes. Pero, claro, también un tipo difícil, que hoy puede despertar cierto rechazo. El tema, en definitiva, concluye como él mismo le advirtió al mundo en una frase que quedará para la historia. “Si no querés jugar de esa forma, no juegues de esa forma…”.

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