Por Carlos A. Illardo
Entre el 29 de marzo y el 5 de abril de 1970, la ciudad de Belgrado fue sede de uno de los más recordados duelos de la historia del ajedrez, bautizado como el Match del Siglo: La URSS vs. Resto del Mundo. La prueba disputada en plena Guerra Fría reunió a los 20 mejores jugadores de cada lado de la cortina; entre los 10 maestros soviéticos sobresalían los nombres cinco campeones mundiales, y entre los 10 occidentales emergía una figura única, llamada Robert James Fischer, o simplemente Bobby; el hombre que desnudó el temor del antiguo régimen de perder la supremacía en una actividad esencial para aquel Estado.
El encuentro se llevó a cabo en la entonces capital de Yugoslavia, en el Teatro de la Sala de Sindicatos frente al Parlamento y a la Plaza Max Engels; las diez parejas seleccionadas se enfrentarían en un match previsto a cuatro días, a cuatro partidas (dos con piezas blancas y dos con negras para cada rival). Ante una abigarrada multitud, que agotó las casi 3000 localidades de cada jornada (provocando un fuerte valor en la reventa), y con la presencia de 66 corresponsales de prensa acreditados, se puso en marcha el fantástico encuentro cuyo interés y popularidad obligó a las autoridades a montar en las calles un inédito tablero electrónico gigante (construido a último momento por el Centro Atómico Yugoslavo) y a atenuar las luces externas para permitir el seguimiento de los juegos. A través de altos parlantes, el maestro local, Milan Bertok, comentaba las partidas para el público bullicioso en la acera.
Si bien la URSS partió como amplio favorito, la escasa diferencia final, de sólo un punto: 20,5 a 19,5 (con estos parciales diarios: 5,5 a 4,5; 6 a 4; 4 a 6 y 5 a 5) sacó a la luz algunas fallas en la preparación de los soviéticos; perdieron cada una de las batallas en las primeras cuatro mesas. Y otro detalle más; Bobby Fischer fue el único ajedrecista de Resto del Mundo, que ganó con mayor holgura su enfrentamiento, invicto y por 3 a 1, ante el ex campeón mundial Tigran Petrosian (1963-1969), con dos victorias y dos empates.
Cuando el siglo XX ingresaba en su último tercio, el dominio de los soviéticos en el mundo del ajedrez era harto elocuente; desde 1927, y salvo por un período de dos años (1935-1937) la cuna de nacimiento de todos los campeones mundiales había pertenecido a esa nación, y desde 1952 sus equipos desfilaban como líderes indiscutidos de cada Olimpíada de Ajedrez (una competencia entre seleccionados de todos los países miembros de la FIDE, organizada de manera bianual). En realidad, ese privilegio lo mantuvieron hasta 2002 (primero como URSS y luego como Rusia), salvo en 1978, cuando los juegos se disputaron en Buenos Aires y los húngaros los relegaron al puesto de escolta.
Para el régimen de la URSS, el ajedrez resultó una herramienta idónea para culturalizar a las masas y demostrar la superioridad intelectual de sus ciudadanos sobre sus pares capitalistas. Un estudio llevado en a cabo en 1922, por los científicos: Petrovic, Rudic y Diakov, alentaba que con la práctica del ajedrez, cada individuo desarrollaba alrededor de veinte habilidades o facultades mentales, tales como: la memoria, concentración, creatividad, planificación, autoestima, pensamiento estratégico y otras más. El Estado apoyó su desarrollo y así, de sus 287 millones de habitantes más de 50 millones se sumaron en los sindicatos, fábricas, unidades militares, colegios y clubes a descifrar sus ecuaciones.
Por eso, la idea de organizar un match en el que los maestros occidentales pudieran medir sus fuerzas frente a los soviéticos resultó atrayente para la mayoría de los expertos y aficionados, aunque la federación soviética demoró su conformidad, ya que consideraba arriesgado exponer tamaño privilegio. Finalmente, la confianza de sus propios ajedrecistas (que aseguraban que derrotarían con facilidad a sus rivales), inclinó la balanza.
Le negociación fue llevada a cabo por el presidente de la FIDE, el Dr. holandés, Max Euwe, que confiaba que con el “sí” soviético, sería mucho más sencillo tratar de convencer a los maestros occidentales, aunque había una excepción: Bobby Fischer.
Por eso, el 20 de febrero, Euwe envió a Estados Unidos, al árbitro principal, el yugoslavo Bozidar Kazic para que en persona persuadiera a Fischer de aceptar la invitación. Pero había un problema, Bobby llevaba dos años alejado de las competencias (su última participación había sido en el torneo de Vinkovci 1968 -triunfó con dos puntos de ventaja-), y ahora en Nueva York se dedicaba a deshojar la margarita y rechazar cada propuesta recibida.
Pero el experimentado árbitro le encontró su talón de Aquiles, y cuando lo enfrentó le dijo sin contemplaciones: “Piense esto Bobby, si usted no juega el Match del Siglo, simplemente será el más grande absurdo del ajedrez del siglo”. Con los años Fischer reconocería a sus amigos, que le fue difícil encontrar una respuesta satisfactoria y que simplemente dijo: “Sí, pero con una condición: debo verificar previamente el lugar de juego y las condiciones”. Por eso, el 26 de marzo Fischer llegó a Belgrado, se alojó junto a todos sus colegas en el hotel Metropol Palace, y más tarde cenó junto a George Koltanowsky y Larry Evans, que estaban acreditados como periodistas, aunque convenció a Evans para que actuara como su ayudante. Por entonces, Fischer se mostraba de buen humor; firmó autógrafos, posó para las cámaras e incluso brindó un reportaje, algo impensado para cualquiera que conociera sus fobias con la prensa. Luego caminó hacia la sede de juego, un teatro con una gran bóveda, un lugar frecuentemente utilizado para las reuniones de sindicatos que fue adaptado para el acontecimiento. Revisó las luces, pasillos y los juegos. Fischer sería el único ajedrecista que jugaría sobre un tablero diferente, él utilizaría una mesa de juego donada por Fidel Castro al Mariscal Tito; se trataba de una mesa de madera con un tablero de mármol incrustado, con cuadros verdes y blancos que había sido construida para la Olimpíada en La Habana en 1966. “La piezas deben ser opacas, no quiero que tengan brillo porque me distraen” fue su único requisito para dar el ok final. Pero faltaba más.
El presidente de la FIDE, el Dr. Euwe era una persona respetada y querida por todos los jugadores y dirigentes, actuó en esta competencia como capitán del equipo de occidente, y era el encargado de confeccionar la planilla con el orden de sus jugadores (Nikolai Krogius era el capitán de la delegación soviética y armó la formación de acuerdo al orden establecido). La nómina debía confeccionarse por orden de fuerza de sus jugadores, es decir por el Elo (el sistema de puntaje utilizado en el ajedrez para el ranking). Así el mejor soviético jugaría con el mejor occidental y así sucesivamente se armarían las 10 parejas para los duelos.
El inconveniente era que el N°1 de Resto del Mundo debía ser Fischer, por su ranking, sin embargo, el danés Bent Larsen creía que ese puesto le correspondía a él por sus últimas actuaciones y no a Fischer que llevaba 18 meses sin competir. “Si no se respeta mi pedido, no jugaré el torneo y lo cubriré para la prensa de Dinamarca”, amenazó Larsen. ¿Y, ahora?, ¿Quién se atrevería a pedirle a Bobby que resignara su lugar en el primer tablero?
El propio Euwe, como capitán y responsable de la organización, asumió el riesgo de la decisión y, a la mañana siguiente golpeó muy temprano la puerta del dormitorio de Fischer, que estaba aún acostado y adormecido. “Debemos solucionar el tema del orden de los tableros con Larsen”, le dijo el dirigente holandés, y para su sorpresa, Fischer le contestó. “Está bien lo que decida; no me opongo”.
Era tal el magnetismo que irradiaba Fischer que nadie estaba dispuesto a contradecirlo. Su palabra ponía punto final a cualquier discusión. En un momento dado, en plena confección de la lista, Miguel Najdorf y Samuel Reshevsky pidieron que fueran considerados para defender el cuarto tablero, y ninguno quería ceder en sus pretensiones. “El cuarto tablero será para Vlastimil Hort”, dijo Fischer y se cerró el caso. Reshevsky fue anotado como 6° tablero y Najdorf, el jugador más veterano del torneo con 60 años, fue relegado al 9° lugar.
Este fue el orden de los enfrentamientos de cada pareja (cada formación tenía dos jugadores suplentes; los soviéticos utilizaron a Stein para reemplazar en un juego a Spassky, mientras que en Resto del Mundo, Olafsson jugó una partida en lugar de Reshevsky). Entre paréntesis, el resultado final de cada duelo:
Spassky 1,5- Stein 0 vs. Larsen 2,5; Petrosian 1 vs. Fischer 3; Korchnoi 1,5 vs. Portisch 2,5; Polugaievsky 1,5 vs. Hort 2,5; Geller 2,5 vs. Gligoric 1,5; Smyslov 2,5 vs. Reshevsky 1,5 -Olafsson 0; Taimanov 2,5 vs. Uhlmann 1,5; Botvinnik 2,5 vs. Matulovic 1,5; Tal 2 vs. Najdorf 2, y Keres 3 vs. Ivkov 1.
La organización dispuso como premio complementario (cada jugador recibió u$s2000, de cachet), que en las dos primeras mesas los ganadores del duelo recibieran un automóvil; un Fiat en el 1er tablero y un Moskvich, en el 2do. Fischer por su victoria ante Petrosian se hizo acreedor del auto ruso. Cuando fueron hacerle la entrega, Fischer se anticipó: “no, no quiero el automóvil; quiero el dinero de su valor”. Es un lindo vehículo, le aseguraron. “El año pasado se produjeron 56 mil muertes en Estados Unidos por accidentes de coche, así que decidí que mejor utilizaría el autobús”.
Hay más. Tras el final del encuentro, los participantes se reunieron para una fotografía grupal; unidos los dos equipos, el único ausente en el escenario fue Fischer. El Viejo Najdorf dijo en voz alta: “Él es así, prefiere entrar solo en la historia del ajedrez”.
El ex campeón mundial, el letón Miguel Tal efectuó una clara lectura del encuentro, y dejó varios interrogantes: “Nosotros ganamos, pero hay razones para preocuparse. ¿Por qué los maestros extranjeros progresan más rápido?, ¿por qué la edad media de nuestros rivales es menor a nuestro equipo nacional?. Y algo más, la Unión Soviética tomó nota que Bobby Fischer había regresado y sería el rival a vencer para evitar su ascenso a la corona. La manera en la que Fischer venció a Petrosian (que había sido campeón mundial hasta 1969) dejaba sólo a Spassky como última recurso para frenar su avance.
Fischer no se detuvo y luego de Belgrado, se adjudicó un torneo blitz en Herceg Novi, con 11 grandes maestros; sumó 19 puntos en 22 ruedas. También ganó el Torneo de la Paz en Zagreb, y el Magistral Ciudad de Buenos Aires que se jugó en el Teatro San Martín. Algunos años después el ruso Tukmakov -que en 1970 no tenía título de gran maestro- contaría: “De pronto me encontré en Argentina porque los soviéticos ya no querían enfrentarlo”.
Fischer siguió imparable y conquistó el Magistral de Mallorca, y en el ciclo candidatura venció a Taimanov, Larsen y Petrosian (en Buenos Aires, en 1971). En1972 viajó a Islandia, venció a Spassky y se abrazó a la gloria.
Los duelos URSS vs. Resto del Mundo, se repitieron en dos ocasiones más, con victoria de los soviéticos, en 1984 en Inglaterra, y de Resto del Mundo, en 2002, en Rusia. Pero Fischer no participó en ninguno de ellos. Él, ya había hecho su trabajo.
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