Alejandro Domínguez lo tenía decidido desde hacía ya una semana, pero no podía decirlo aún. La Copa América 2020 se jugaría en 2021, y el anuncio se haría en simultáneo con la UEFA, obligada también a postergar la Eurocopa en medio de estos sombríos tiempos de crisis mundial por el coronavirus.
Pero la decisión en Europa se adelantó unas horas. No había mucho que discutir en la reunión virtual que celebró el esloveno Aleksandr Ceferin, presidente de la UEFA, con los 55 presidentes de las federaciones del continente. ¿Jugar dentro de tres meses un torneo en 12 países de una Europa que tiene a decenas de millones de ciudadanos encerrados en sus casas? Absurdo, inviable. Así, la postergación de la Eurocopa se conoció antes que la de la Copa América.
Había que plantarse firmes ante la FIFA, porque ambos torneos dependen de una decisión fundamental del presidente Gianni Infantino: habilitar la ventana de cesión obligada de jugadores por parte de los clubes a las selecciones. Sin estrellas, no hay Eurocopa ni Copa América, sin estrellas no se puede vender el producto a la televisión. Aliados, los dos Alejandros más poderosos del fútbol mundial podían imponer su decisión. Separados, la FIFA les generaría serios problemas.
Infantino está aprovechando la crisis del coronavirus para erigirse en líder del sentido común deportivo, mientras su homologo al frente del COI, el alemán Thomas Bach, insiste en la ya inviable ilusión de celebrar los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. El presidente de la FIFA difunde videos en los que da instrucciones acerca de cómo lavarse las manos y se muestra como soldado incondicional de todo lo que diga la Organización Mundial de la Salud (OMS). Está en una misión y no da puntada sin hilo: en los últimos días le hizo saber de manera directa e indirecta al fútbol argentino que no tenía sentido seguir con el torneo. El mensaje fue entendido.
La potergación sincronizada de hoy probablemente no habría sido posible si la crisis del coronavirus hubiera sucedido hace un año. Por entonces, Domínguez y Ceferin se miraban con desconfianza, no terminaban de entenderse, pese a que los dos viven el fútbol con pasión y conocimiento. El paraguayo era un estrecho aliado de Infantino y el esloveno era el díscolo, el dirigente que siempre terminaba chocando con el presidente de la FIFA. En junio de 2019, todo eso comenzó a cambiar.
Domínguez llamó a Ceferin para proponerle avanzar en una idea que fascina a ambos: resucitar la Copa Intercontinental, aquel duelo entre el campeón de la Copa de Europa (hoy Champions League) y el de la Libertadores. A Ceferin le molestaba que Domínguez creyera que había que pedirle permiso a Infantino para celebrar ese torneo. En esa llamada de junio de 2019 todo cambió: “Vamos para adelante”. Y en eso están.
“Hoy tienen muy buena onda, vienen trabajando juntos en muchas cosas. Saben la importancia y el peso que tienen los dos unidos para el fútbol”, explicó esta semana a Infobae un hombre que participó en varios encuentros entre los dos presidentes, que en la última semana intensificaron sus contactos para tomar una decisión conjunta acerca de la Eurocopa y la Copa América.
Esa inesperada alianza entre la UEFA y la Conmebol no pasó inadvertida para Infantino, que tiene entre ceja y ceja cambiar el Mundial de Clubes, ampliarlo a 24 participantes y convertirlo en un torneo mucho más interesante y competitivo. Pero ese plan del presidente de la FIFA invade el territorio de la UEFA, que genera cuatro veces más dinero que la FIFA y tiene en la Champions League una joya de periodicidad anual. El Mundial, en cambio, se juega solo cada cuatro años, por eso Infantino necesita un nuevo y potente producto para que la FIFA cuente con protagonismo permanente e ingresos más altos.
“En la UEFA nos ocupamos del fútbol, en la FIFA hacen política”, sintetiza Ceferin.
Es mucho el dinero en juego. El año pasado, Infantino se despachó en Bogotá, durante una reunión del Consejo de la FIFA, con que tenía una oferta de 20.000 millones de dólares de un enigmático fondo de inversión para sostener el nuevo Mundial de Clubes y una Liga de Naciones que es objeto de discordia también. Hoy, esa oferta parece no existir, y la FIFA tiene dificultades para sacar adelante el Mundial de Clubes renovado en su primera edición de 2021.
Así, que la Eurocopa y la Copa América se jueguen a mediados de 2021 es una ayuda para Infantino, casi un favor: le da más tiempo para desarrollar su proyecto estrella, que probablemente pase para 2022. Tiempo suficiente para que los equipos sudamericanos sigan luchando por mejorar su presencia: hasta hoy solo tienen cinco de 24 lugares, muy poco para la historia y el poder de su fútbol, aunque lógico en términos de poderío económico.
El asunto ofende a la Conmebol y que sigue siendo objeto de tensiones periódicas entre Infantino y Domínguez. Aquella ambición del Boca de Daniel Angelici de contar con un lugar fijo en el torneo nunca tuvo recorrido serio, pero aumentar la presencia de los clubes sudamericanos, hoy situados al nivel de los africanos y asiáticos, es una meta que tiene Domínguez, y en la que puede contar con el apoyo de Ceferin.
“La FIFA prometió un Mundial de Clubes en 2021, prometió algo que no tiene”, sintetizó a Infobae un hombre con línea directa con Domínguez. “No había logrado encontrar los fondos para ese torneo, y tenía un problema grande con los cupos de clasificación”.
Aliados y en tándem, la UEFA y la Conmebol seguirán haciendo sentir su poder a la FIFA. Lo que se vivirá en 2021 será algo con aires de Mundial de fútbol, un año y medio antes que el de Qatar 2022. Cuando se enciendan los televisores en la mañana en Buenos Aires, Bogotá o Ciudad de México, habrá partidos de la Eurocopa. Pasado el mediodía, de la Eurocopa y la Copa América. Y en la noche, de la Copa América, que brillará en las pantallas europeas hasta entrada la madrugada. Cuatro ejemplos: Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar y Kylian Mbappé. Lujos repartidos a lo largo del día durante todo un mes.
Será del 11 de junio al 11 de julio de 2021. Hacerlo en 2020 era inviable, y por eso, irresponsable siquiera seguir con el plan original. La Europa en estado de excepción no permite pensar en fútbol. Mucho menos puede hacerlo Sudamérica, que aún no entró en el tramo más duro del otoño/invierno y de la crisis del coronavirus.
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