“Si vienes a ofrecernos un jugador juvenil que mide menos de 1,80 m, date la vuelta”. El cartel que colgaba sobre la puerta de los entrenadores en Barcelona hacia fines de los 80 era censurador, un triturador de esperanzas, un repelente de potenciales estrellas. Síntoma de otro fútbol y de una filosofía que hoy parece ajena al club catalán. Fue Johan Cruyff el que dio la orden, en su rol de líder, de descolgar ese cuadro. De darle paso a una nueva era para el club. “Dijo que lo importante es el talento y que la estatura no importa”, recordó el reconocido formador de La Masía Laureano Ruiz en el prestigioso documental Take the ball, pass the ball que se estrenó en el 2018 y repasa la era más gloriosa del club Blaugrana bajo el mando de Josep Guardiola, un discípulo directo del holandés volador.
Cruyff había retornado al club catalán en mayo de 1988, pero esta vez con el sobretodo largo y sin esconder sus cigarrillos. La etapa como futbolista brillante era pasado y ahora era momento de reordenar las ideas en un club gigante al que le faltaban los brillos más importantes en sus vitrinas. Tal vez aquella determinación que tomó durante sus primeros días de las ocho temporadas que permaneció como director técnico fue el comienzo de la historia de amor de Lionel Messi con el Blaugrana. Aunque, claro está, en ese momento Leo recién había cumplido su primer año de vida en Rosario y solo había una certeza: sería hincha de Newell’s Old Boys. Nadie sospecharía que sus primeros arrumacos con una pelota lo transformarían en una de las leyendas del fútbol y, mucho menos, había sospechas todavía de sus problemas de crecimiento.
En la casa de los Messi, en el sur de Rosario, ubicada en un barrio de calles angostas que bien pueden haber sido su escuela a la hora de la gambeta fina, recién supieron del problema a los 10 años. El amor por el fútbol era evidente porque llevaba una pelota pegada a su cuerpo desde que empezó a caminar. Adonde iba él, iba ella. Pero todavía faltaba mucho para proyectarlo como una promesa estrafalaria. Ya en Grandoli, a donde empezó a jugar a los cinco años siguiendo los pasos de sus hermanos Rodrigo y Matías, podría sospecharse que la estatura sería un problema en su vida. O, más bien, un impulso de superación.
Aunque la primera luz de alerta llegó ya en las inferiores de Newell’s. En la comparativa con sus compañeros, Leo era visiblemente más bajo y le recomendaron consultar con el endocrinólogo Diego Schwarzstein: “Esa diferencia de altura que se ven en los videos de cuando tiene 9 años, antes del inicio del tratamiento, es la diferencia que se hubiese sostenido. Esa diferencia la verías con un tipo que mide 1,75 metros. Una hormona de crecimiento no sustituida le roba a un chico unos cuantos centímetros, entre 10 y 15 aproximadamente. Si Leo hoy mide 1,70 m, sin el tratamiento hubiese medido como máximo 1,60 m”, detalló el médico rosarino en diálogo con Infobae. “Es un chico que tenía un déficit de una hormona que es imprescindible para crecer con normalidad. Estas hormonas solamente le sirven al que le faltan. No es un tratamiento para ser alto, es para cubrir un déficit”, agregó.
Ese nene de 10 años, que medía 1,25 m, sabía que el tratamiento que le proponía el especialista era la única llave para alcanzar su sueño de ser futbolista profesional. El hombre todopoderoso dentro de un campo de juego quizás empezó a forjar su personalidad en aquel momento, cuando comprendió que todos los días debía enfrentar al temor y al dolor –mayor o menor, pero dolor al fin– de inyectarse en sus piernas. Una vez al día, religiosamente, tenía que cumplir el ritual. “Las hormonas se inyectan en un dispositivo muy similar al que usa un diabético para inyectarse insulina. Se pone, normalmente, antes de dormir. Si me preguntas si me quiero poner todos los días la inyección de lo que sea, te digo que no. Pero esto se aplica con agujas finitas, superfilosas, que generan alguna mínima molestia”, explicó Schwarzstein.
“Una vez por noche me iba pinchando la hormona de crecimiento. Iba cambiando de pierna. Primero una, después otra. No me impresionaba, al principio me la ponían mi mamá o mi papá. Cada noche. Hasta que aprendí y lo fui haciendo solo. Era una aguja muy chiquita, te metías y cargabas la cantidad que tenía que pincharme. Ya era algo rutinario”, rememoró hace algunos años atrás el futbolista sobre aquel momento. “A cualquier lado que iba, llevaba la jeringa en un estuche y la ponía enseguida en la heladera, si iba a la casa de un amigo, por ejemplo. Después agarraba y me la aplicaba yo mismo en el cuádriceps. Todas las noches era así”, agregó. Un ex compañero suyo en inferiores, el talentoso Billy Rodas, detalló de manera concreta esa diferencia de altura: “Él era muy chiquito de cuerpo, pero en la cancha no se notaba para nada”.
Mientras su padre, por entonces un obrero responsable de supervisar la producción de alambres de púa en la fábrica metalúrgica Acindar, se movía para conseguir el mecanismo que financie el tratamiento –y mientras las historias sobre este tema son controversiales y contradictorias–, Leo veía los resultados: según el libro Misterio Messi, de Sebastián Fest y Alexandre Juillard, su altura era de 1,32 m en julio de 1998 a los once años y había pegado un estirón de nueve centímetros, hasta los 1,41 m para 2000, ya con doce años.
Por ese entonces, Messi había realizado una prueba en las inferiores de River en la que llegó a compartir ataque con Gonzalo Higuaín y encontró la hendija para hacer llegar su nombre al fútbol europeo, que acababa de vivir un antecedente reciente con la contratación del joven argentino de 11 años Leandro Depetris por parte del Milan en enero del 2000. La familia, que ya había acordado con el dúo de representantes que manejaban a su primo Maximiliano Biancucchi para intentar generar contactos en España, tenía una única obsesión: conseguir los 960 dólares que valía el tratamiento para esa época cuando la economía argentina estaba un peso/un dólar y a punto de volar por los aires.
Entre su conexión cercana a los tres años con el endocrinólogo rosarino y su partida para sumarse a las inferiores del Blaugrana en febrero del 2001, Messi creció 23 centímetros gracias al procedimiento que se le aplicó. Si bien desde el lado de los Messi siempre aseguraron que la partida se asoció a la imposibilidad de pagar el procedimiento médico del joven –en conjunto con las trabas que existían desde las diferentes instituciones para financiar la complicación del joven–, desde el otro lado del mostrador negaron en el libro mencionado que haya existido tal complejidad. "Por un año y medio nos ayudaron la obra social y la Fundación de la empresa en la que yo trabajaba. Sin embargo, después el panorama se complicó. Podríamos haber dejado el tratamiento, pero me dijeron que no era muy conveniente”, explicó Jorge Messi a El Gráfico hace más de una década. Al fin y al cabo, su viaje a las inferiores del Barça es un misterio sin resolver.
A todo esto, Barcelona se comprometió a pagar la totalidad del tratamiento, y en España continuó por unos cuantos meses más bajo ese régimen. Aunque a los 15 años debió frenarlo acorde al fin de la etapa de crecimiento: los reportes de la época aseguran que creció 29 centímetros en 30 meses hasta alcanzar su estatura actual. Allí hubo algunas ligeras modificaciones –"Cada maestro tiene su librito", dice Schwarzstein sobre lo hecho en España: recibió un complemento para “cuidar los tendones” y realizó sesiones con el objetivo de “reforzar los cartílagos de sus rodillas", según contó el doctor catalán Josep Borrell, quien murió en 2013.
Hoy en día, la página oficial del Barcelona indica que mide 1,70 m, una estatura que de todos modos no le hubiese alcanzado para cumplir con la pauta excluyente que exigía aquel cartel que descolgó Cruyff. Una decisión que cambió la línea de tiempo en esa tierra fértil de pequeños talentos que entregó otros inaceptables para dejar una huella en la historia: Andrés Iniesta, Xavi Hernández, Jordi Alba...
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