Tyson Fury, el Batman de los pesos pesados que descendió al infierno de los excesos y quiere quedar en la historia grande del boxeo

Alcanzó la gloria en 2015 tras terminar con el reinado de klitschko y unos pocos meses más tarde inició su pronunciada caída entre drogas, excesos y un intento de suicidio. Este sábado protagonizará una de los combates más importante de la divisional en las últimas décadas

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Tyson Fury vestido de Batman
Tyson Fury vestido de Batman en la conferencia de prensa de su pelea ante Klitschko en 2015 (Foto: Shutterstock)

Tyson Fury se levantó una mañana cualquiera y decidió que ese mismo día, un día cualquiera, iba a ser el último. Se lo advirtió a Paris, su compañera y madre de sus cinco hijos, antes de cerrar la puerta de su casa en Manchester y subirse a su Ferrari fuego. Fue en junio de 2016, siete meses después de consagrarse campeón lineal de los pesos pesados, cuando aceleró hasta que el taquímetro rozó los 260 kilómetros por hora rumbo a un destino fatal.

“Mi existencia no tenía sentido, quería terminar con mi dolor. Me di cuenta que era el momento de dejar atrás esta tortura. Nada me importaba, nada importaba”, rememoró en el libro Behind the Mask: My Autobiography que publicó en noviembre de 2019. Fury aceleró y el rugido del motor del Cavallino Rampante iba a ser el último sonido que escuchara en su vida. Ya no importaba, nada más le importaba.

La Ferrari avanzaba imparable hacia su suicidio hasta que una voz lo devolvió a la vida: “¡No! ¡Frená! ¡Pensá en tus hijos!”. Fury automáticamente encauzó su volante, levantó el pie del acelerador, volvió a casa y pidió ayuda. Diagnosticado con trastorno bipolar y desorden obsesivo compulsivo, dejó de pelear y perdió todos sus títulos sin subirse al ring. Pero Fury sobrevivió.

Cuántas veces escuchó esa voz Tyson Fury en su vida es una incógnita.

Nació el 12 de agosto de 1988, tres meses prematuro, en una clínica de Manchester. Mamá Amber, que perdió diez embarazos y tuvo cuatro hijos, dio a luz a un varón de apenas medio kilo. Minutos después, papá John recibió un pronóstico pesimista de parte de los médicos: las chances de que sobreviviera era apenas de una en cien. John, ex boxeador profesional y fanático de Mike Tyson, decidió confiar en sus anémicas oportunidades y eligió su nombre en honor al ídolo y campeón del mundo norteamericano que dos meses antes había demolido en 91 segundos al invicto Michael Spinks. El apellido Tyson se transformó en su nombre, sinónimo de lucha y esperanza. En las horas siguientes, su corazón se detuvo tres veces. Pero Fury sobrevivió.

En diciembre de 2018, seis meses después de su regreso, enfrentó a Deontay Wilder en el Staples Center de Los Ángeles. Nadie, ningún experto, confiaba en un boxeador que había pasado casi tres años sin entrenar, deprimido, engordando hasta superar los 180 kilos, bebiendo y aspirando cocaína. En el otro rincón estaba Wilder, campeón del Consejo Mundial de Boxeo y una de las pegadas más perniciosas de la historia. Fury, un estilista pese a su tamaño, se lució durante once rounds pese a una caída en el noveno y tenía la pelea en el bolsillo hasta un último asalto en el que Wilder lo conectó con una combinación y lo envió a la lona por segunda vez.

Wilder lo mandó a la
Wilder lo mandó a la lona dos veces en diciembre del 2018 (Foto: Reuters)

Su caída fue estrepitosa. El hombre que estaba a segundos de completar uno de los regresos más impactantes en la historia del deporte yacía desmayado mientras el árbitro Jack Reiss le contaba y Wilder, en el otro extremo, festejaba y le enviaba besos a su pareja en el ring side. La pelea estaba terminada pero Fury abrió los ojos y se paró para completar una pelea que los jueces fallaron como empate. Fury sobrevivió.

“El Gypsy King vuelve de la muerte”, recuerda Wilder en un video publicado en YouTube en el que analiza cada acción de un duodécimo round para la historia, tres minutos convertidos en un clásico instantáneo.

No fue la primera resurrección de Tyson Fury, quien en la conferencia de prensa posterior a la pelea explicó su impensada recuperación como solo él puede hacerlo: frente al micrófono, ante decenas de periodistas, cantó el estribillo del hit Tubthumping de la banda británica Chumbawamba: “I get knocked down, but I get up again, you’re never going to keep me down”. Me derriban pero me levanto, nunca me vas a noquear, la genética del rey gitano que este sábado será protagonista de una noche memorable para el boxeo internacional: se enfrentará nuevamente a Deontay Wilder por el cinturón de los pesados del Consejo Mundial de Boxeo.

LA META, EL FIN

El recordado triunfo sobre Klitschko
El recordado triunfo sobre Klitschko (FOTO: AP)

Wladimir Klitschko y su hermano Vitali tiranizaron la categoría estrella del boxeo durante más de una década. Ninguno de los pesados era capaz de poner en jaque el reinado de los ucranianos. Como contrapartida de su hegemonía incontestable, la división se convirtió en predecible, aburrida y sin emoción. Once años y 22 triunfos después de su última derrota ante Lamon Brewster en 2004, un Wladimir convertido en campeón lineal recibió en Alemania, su segundo hogar, a un Fury invicto pero desconocido a nivel mundial.

El rey gitano viajó a Düsseldorf con la ilusión de materializar un sueño que había perseguido durante toda su vida. Si el cinturón más prestigioso era su obsesión, Wladimir era su villano. En tierras enemigas, Fury empezó a desplegar sus juegos mentales y en la conferencia de previa irrumpió disfrazado de Batman e improvisó una pelea con el Guasón.

Tyson Fury vestido de Batman en la presentación ante Klitschko

No era la primera vez que el histrionismo excéntrico de Fury incomodaba la fría seriedad de Klitschko. Convocado como sparring para la pelea entre el ucraniano y Dereck Chisora en marzo de 2011, durante una sesión de entrenamiento fue Emanuel Steward –legendario entrenador de 41 campeones del mundo que continuó con Wlad hasta su muerte en 2012– quien lo señaló y gritó a plena voz: “Tyson será el próximo campeón del mundo de los pesos pesados. Mejor que no autorice a Tyson a subir al ring porque te partiría el culo. Es el heredero al trono de Klitschko”.

Durante el mismo campamento volvieron a medir sus egos en un sauna. Después de que uno de los entrenadores le advirtiera a Fury que Klitschko era el “rey del sauna” y que debería mostrarle respeto al permitir que Wladimir fuera el último en abandonar el recinto, Fury desafío una vez más a lo establecido: uno a uno se empezaron a ir hasta que ambos quedaron en soledad. En el mano a mano, Klitschko aumentó la duración y la temperatura de la sesión pero Fury no claudicó y el ucraniano abandonó el salón a los cinco minutos. “En ese momento supe que iba a vencer a Wladimir, él sabía que yo no me iba a rendir a él, que no podía intimidarme”, recordó en su libro.

Klitschko canceló aquella pelea por una lesión, volvió cuatro meses después y siguió sembrando víctimas hasta que el 25 de noviembre de 2015, después de postergar el combate un mes por una lesión del ucraniano, se subieron al ring del Espirit Arena con el recuerdo de las palabras de Steward y aquella calurosa batalla en un sauna austríaco.

Fue la opera prima de Fury, quien sometió al favorito e intocable frente a 55.000 fanáticos. Rendidos ante lo evidente, los jueces fallaron la pelea con justicia: el boxeador británico se impuso en las tres tarjetas (dos por 115-112 y la restante por 116-111) para convertirse en el último campeón lineal de los pesados. Por contrato, Klitschko disponía de una revancha que nunca se concretó: planificada para celebrarse en el Manchester Arena, la velada fue cancelada en julio y en octubre de 2016. Era el prólogo de un hiato de más de dos tormentosos años en la carrera de un Fury que ya pesaba 150 kilos.

EL CIELO Y EL INFIERNO

Tyson Fury con exceso de
Tyson Fury con exceso de peso

Según la Organización Mundial de la Salud, la depresión es un trastorno mental frecuente que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo. Tyson Fury es una de ellas desde sus 10 años, edad en la que se calzó los guantes por primera vez como parte de una tradición familiar de boxeadores sin guantes y de pugilistas profesionales.

“Me di cuenta cuando tenía 10, 11 o 12 años. En un minuto estaba contento, en el siguiente estaba triste. Tenía grandes cambios de humor”, confesó papá John, preso durante once años después de enfrascarse en una pelea que terminó con su rival perdiendo un ojo, en una entrevista en el programa Good Morning Britain. No fue sencilla la niñez de Fury, con su tío Peter también encarcelado por drogas y lavado de dinero.

Fury enmascaró sus problemas detrás de un único objetivo que incluso eclipsó dos tragedias que sacudieron nuevamente su paz familiar cuando, al mismo tiempo, en un hospital de Gran Bretaña moría su tío Hughie y Paris daba a luz a un fallecido bebé de seis meses. Cuando lo alcanzó, cuando levantó el cinturón de los pesados, su vida se desmoronó. En el pináculo de su carrera deportiva, cuando tocó el cielo con las manos, descendió al infierno.

“No tenía interés en volver al boxeo. En ese momento, todo lo que podía ver y sentir en mi vida era dolor. Los cinturones, mi consagración como el campeón de los pesados –el cumplimiento del sueño de toda una vida– solo había dejado una sensación fría y hueca dentro que no me abandonaría. No había significado absolutamente nada”, escribió en una autobiografía que comenzó a delinear durante los primeros días de su crisis.

En una desgarradora entrevista con Rolling Stone, Fury desnudó sus pesares internado desde una clínica en la que recibía tratamiento psiquiátrico: “Estoy atravesando un montón de demonios personales. Dicen que tengo una versión de bipolaridad, que soy un maníaco depresivo. Solo espero que alguien me mate antes de que me suicide. Era mucho más feliz cuando no era el campeón del mundo porque la gente no me tiraba tanta mierda”.

Fury sumaba frustraciones, ahogándose en su alcoholismo: por noche bebía un promedio 18 pintas. En junio de 2016 dio positivo por nandrolona y tres meses después sus exámenes plasmaron su adicción a la cocaína. Tyson perdió todos sus títulos, vacantes por su inactividad, e incluso le suspendieron su licencia: “Solía ​​amar el boxeo cuando era niño. Era mi vida. Finalmente llegás a donde querés estar y se convierte en un gran desastre. Odio al boxeo ahora. Ni siquiera cruzaría la calle para ver una pelea por el título mundial. Ni siquiera quiero despertarme. Espero morir todos los días. Ya no quiero vivir. Si pudiera quitarme la vida, y no fuera cristiano, lo tomaría en un segundo".

El británico asegura que gran parte de sus problemas nacieron en la discriminación que sufre como irish traveller (viajeros irlandeses), una minoría étnica irlandesa de 40.000 integrantes dispersa por Irlanda y el Reino Unido que se separaron del resto de los irlandeses hace 500 años. Si bien no son propiamente gitanos, comparten su cultura y sus costumbres: nómades, suelen vivir en carromatos y tienen sus propios dialectos. La minoría es la segunda más discriminada en Gran Bretaña.

En aquella entrevista con Rolling Stone, Fury apuntó al racismo que sigue sufriendo su pueblo: “Ha sido una cacería de brujas desde que gané ese título mundial. Desde que obtuve un poco de fama por hacer el bien, me han cazado brujas por mi pasado, por quién soy y por lo que hago, hay odio por los viajeros y los gitanos de todo el mundo. Especialmente en el Reino Unido. Especialmente con la Junta Británica de Control de Boxeo y algunos de los cuerpos sancionadores de los títulos mundiales”

The Gypsy King, el Rey Gitano, también fue protagonista de numerosas polémicas. En 2013 fue sancionado por llamar gay a David Price, quien ocupó su lugar en los Juegos Olímpicos de 2008. Un año después fue multado por insultar a Chisora. Sus comentarios sobre la homosexualidad, las mujeres y el aborto fueron objeto de escarnio público, aunque Fury asegura que aquellas frases emergieron durante su etapa en las tinieblas.

Pasaron 924 días entre la pelea de Fury frente a Klitschko y su retorno frente al albanés Sefer Seferi en el Manchester Arena el 9 de junio de 2018. Con 51 kilos menos, Fury noqueó a Seferi en el cuarto round. Un mes después despachó al alemán Francesco Pianeta en Belfast, el último entrenamiento antes de enfrentarse por primera vez a Deontay Wilder.

Aquella noche fue otra obra maestra de Fury, otra clase abierta del boxeador más talentoso en el escenario actual de los pesados. Wilder quedó desdibujado, con apenas el 17% de sus golpes conectados, durante la mayor parte de los doce rounds. Tan grande fue la diferencia en favor del británico que el campeón estadounidense apenas consiguió un empate tras sumar dos caídas. La decisión de los jueces arruinó el mayor regreso en la historia del deporte: las tres tarjetas plasmaron resultados diferentes y decretaron el empate. El mundo se hizo eco del robo y, sin cinturón, Fury se convirtió en el campeón del pueblo.

Después de la épica velada, firmó un contrato por cinco años con ESPN y Top Rank a cambio de 100 millones de dólares. En 2019 encadenó victorias frente a los invictos Tom Schwarz y Otto Wallin, dos triunfos que lo posicionaron como uno de los tres pilares de los pesados junto a Wilder y Anthony Joshua.

Tras su pelea con Wallin
Tras su pelea con Wallin recibió 47 puntos de sutura (Foto: Reuters)

En diciembre, mientras se recuperaba de las heridas de la guerra con Wallin –recibió 47 puntos de sutura después de un corte grave en su ceja derecha- además se transformó en héroe: un desesperado extraño golpeó la puerta de su casa y le pidió ayuda porque había decidido suicidarse. Fury habló con él, se lo llevó a correr durante cinco kilómetros y le salvó la vida. El británico es un embajador en la lucha por la salud mental, integrante de la fundación de Frank Bruno, antiguo campeón del mundo de los pesados: “A todos aquellos que están allá afuera sufriendo de problemas de salud mental, por favor no se quiten sus propias vidas. Mejorará, se los prometo. La ayuda está a la vuelta de la esquina, por favor busquen ayuda médica inmediatamente y volverán a ser quienes eran”.

Luz y oscuridad, héroe y villano, ángel y demonio, tres años después de retirarse para luchar contra sus demonios, Fury reclamó su lugar en la constelación de estrellas y su recuperación es un ejemplo: “Esto es para demostrar que pueden darle la vuelta. La vida es muy corta para estar triste. Hay esperanza”.

EL GRAN PRESTIDIGITADOR

Tyson Fury durante uno de
Tyson Fury durante uno de los eventos de presentación de la pelea contra Wilder (Foto: Reuters)

Fury vive del engaño. Indescifrable arriba del ring, embaucador abajo. Es un prestidigitador, un estilista que desluce a sus rivales con el talento propio de un prodigio: “Los hombres grandes no se mueven como yo lo hago. No existió nunca nadie como yo en toda la historia”. The Gypsy King combina una mezcla exótica de un físico largo y adiposo pero ágil, veloz e inteligente con la dualidad de mezclar guardias, de encontrar diferentes ángulos y de usar su jab como un elemento de fuego más en su arsenal.

Además de un genio, Fury es un showman que entiende el juego como pocos en un escenario cada vez más acartonado, uno de esos pugilistas carismáticos capaz de obnubilar a las audiencias con su carácter. Además de su insondable repertorio, Fury es una personalidad convocante, polémica, divertida e histriónica. Emanuel Steward, con quien trabajó durante un mes en 2010, lo comparó con Muhammad Ali y Naseem Hamed.

Sus caminatas hacia el ring son únicas y especiales, con su propia adaptación de “Freed from desire” como introducción. “Fury is on fire” brama el estadio y Fury emprende su singular camino hacia el cuadrilátero, siempre distinto, como en la noche en la que homenajeó al ficticio Apollo Creed mientras bailaba Living in America de James Brown en la previa de su pelea con Tom Schwarz.

El ingreso de Tyson Fury al cuadrilátero ante Tom Schwarz

Fury también es capaz de cerrar una entrevista post pelea arriba del ring cantándole a Paris un clásico de Aerosmith o de grabar una canción navideña con Robbie Williams. Bad Sharon es el tema que forma parte del disco “The Christmas Present”, el último del popular cantante y compositor británico.

Tampoco tiene pruritos en ofrecer sus particulares métodos de entrenamiento: “Me estoy masturbando siete veces al día para mantener mi testosterona bombeando”. En una entrevista con Max Kellerman en ESPN brindó singulares detalles de su preparación para la revancha con Deontay Wilder. Por ejemplo, abandonó la gaseosa diet que bebía con una frecuencia insólita de entre 20 y 30 por día. Durante las últimas 10 semanas se recluyó en Las Vegas y aplicó un nuevo método: “Decidí cortar con la Coca Cola y con muchas de las cosas que me gustan como un sacrificio mental, para salir de mi zona de confort con un entrenamiento antiguo”.

Tyson Fury afrontará una oportunidad que clasificó como “una pelea que definirá nuestras carrera” porque “definirá quien es el mejor boxeador de esta generación”. Es extraño el comportamiento de Fury en las últimas semanas, una incógnita más de un enigma transformado en boxeador. La conclusión del primer combate fue unánime: en un nuevo desafío, Wilder debería realizar múltiples ajustes mientras que a Fury le alcanzaría con apegarse a su mismo plan. Sin embargo, Fury anunció que se subirá al ring emplazado en el MGM con numerosas modificaciones, en su entorno, en su físico y en su estilo.

Estrenará entrenador, después de su divorcio en diciembre con Ben Davison. El anuncio conmocionó al mundo del boxeo porque Davison, quien asumió su cargo en 2017 y durante el último año vivió en la casa de su boxeador, fue quien obró el milagro de recuperar anímica y físicamente a Fury: “Mi entrenador Ben Davison también sufrió de depresión, y es una de las razones por las cuales fue tan positivo durante mi regreso: podía leer las señales cuando no estaba en un gran lugar, y sabía exactamente cómo responder. Ben logró entenderme”.

Para reemplazar al joven Davison contrató a Javan Sugar Hill Steward, sobrino de Emanuel Manny Steward. Sugar Hill, quien entrenó a Adonis Stevenson y recuperó el mítico Kronk Gym, en Detroit, donde Fury dio un paso determinante para su aventura: en 2010 sacó impulsivamente –otra característica distintiva de su personalidad– desde Manchester a Detroit para entrenar con Emanuel, quien luego lo convocaría para ser sparring de Wladimir Klitschko. Después de un mes en Kronk, donde mejoró su jab y su balance, abandonó el gimnasio pero quedó para siempre en su corazón.

Desarmar un vínculo exitoso no es común en el deporte profesional, menos aún a diez semanas del evento más trascendental de la carrera de un deportista. Sin embargo, Fury explicó su decisión: “El mayor error en la pelea anterior fue no hacerlo pagar cuando estaba herido. Tenía a un buen coach defensivo, Ben Davison. Trabajamos mucho en defensa durante dos años. Era defensa, defensa, defensa. Entonces necesitaba a un entrenador agresivo y yo trabajé en el pasado con Sugar Hill. Después de la última pelea, necesito conseguir un nocaut porque no quiero dejar nada al azar, no quiero otra decisión controvertida”.

En Kronk Gym entrenaron mitos como Tommy Hearns, Lennox Lewis y Wladimir Klitschko. Los tres perfeccionaron su pegada con Manny Steward, el secreto que Fury intentó descifrar durante su campamento para poder sentenciar a Wilder en Las Vegas.

La decisión es consecuente con un cambio de estrategia, anunciado con bombos y platillos por Fury: que adoptará una postura más agresiva para ir en busca de la definición anticipada. En caso de que Fury concrete su vaticinio, modificará sustancialmente la narrativa de un guión clásico con un pegador de un lado –uno de los más brutales de la historia– y uno de los boxeadores más talentosos de las últimas décadas.

El británico también subirá al ring con mayor kilaje con el fin de absorber mejor los golpes demoledores de Wilder. Según los últimos cálculos, Fury pesará seis kilos más que en su primera contienda. Su dieta fue celosamente edificada por George Lockhart, ex marine y luchador de MMA que transformó el físico del boxeador Badou Jack y que formó parte del equipo de trabajo de Conor McGregor.

“Será más grande pero será más delgado”, confesó Lockhart a The Athletic: “Siempre uso la analogía del Lamborghini, no le ponés una nafta de mierda a un Lambo, y eso es lo que Tyson es. Tyson es un Lamborghini”. El estricto régimen consistió en cinco comidas diarias con suplementos antes, durante e inmediatamente después de sus entrenamientos con un valor calórico total de entre 3000 y 4500 calorías por día.

Con más músculo que grasa, Fury necesitará solucionar sus problemas en combates de largo aliento. Frente a Klitschko, Wilder y Wallin completó los doce asaltos y en las tres mostró signos de fatiga en el último round. Wilder, un boxeador limitado pero con una pegada fulminante, podría aprovechar cualquier ventaja.

El rey gitano también confía en la tradición de su pueblo: “Estaba hablando con un viejo, legendario boxeador sin guantes de la comunidad. Es llamado Big Joe Joyce, y me contó que sumergía sus manos en gasolina para endurecerlas. Así que para esta pelea, sumergiré mis manos en gasolina durante cinco minutos al día durante las últimas tres o cuatro semanas, para realmente endurecerlos. Funcionó para él, así que lo intentaré”.

La incógnita es permanente: ¿Cuánto de lo que Fury declara es real? Con la Ferrari intacta en el garage y Fury sobre el ring del MGM Grand de Las Vegas, este sábado se develará el enigma del campeón del pueblo que intentará recuperar su corona en la pelea más importante desde Mike Tyson-Lennox Lewis en 2002. Fury sobrevivirá.

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