El 22 de febrero, en Las Vegas, Nevada, se reunirán los veteranos del equipo de hockey sobre hielo de los Estados Unidos de 1980, para recordar los 40 años del Milagro, como se llamó al partido en el que derrotaron a los jugadores de la Unión Soviética, que habían ganado en los últimos cuatro Juegos Olímpicos de Invierno y eran los grandes candidatos al oro tras cinco victorias por goleada en los cinco primeros encuentros del campeonato que se realizó en Lake Placid, estado de Nueva York.
De la veintena de deportistas del Milagro sólo iban a faltar dos en la celebración que se realizará antes del partido de los Golden Knights: el entrenador, Herb Brooks, quien murió en 2003, y el defensor Bob Suter, muerto también en 2014. Pero en noviembre se conoció una tercera ausencia: la de Mark Pavelich, el autor del pase que permitió al capitán del equipo, Mike Eruzione, marcar el punto decisivo.
Pavelich está detenido por agresión violenta —demolió a golpes, con un caño metálico, a un vecino— y confinado en una institución psiquiátrica. El ataque reavivó las dudas sobre el accidente en el que murió su esposa, Kara, en 2012, que nunca fue investigado como violencia doméstica. Al detenerlo, además, la policía encontró una escopeta con el número de serie borrado.
“Desafortunadamente, Pav está enfrentando algunos problemas de salud mental, y esperamos que reciba la ayuda y el tratamiento que necesita", dijo Eruzione al periódico Twin Cities de Minnesota, donde Pavelich nació y vivía. "Como equipo lo apoyamos totalmente”.
Para los campeones el episodio es personal, más allá de que se trate de un compañero de equipo: es posible que la conducta de Pavelich —quien además había sufrido episodios de paranoia y había cometido otras agresiones, aunque ninguna tan brutal— se deba a la encefalopatía crónica traumática, ECT o demencia pugilística: una enfermedad neurodegenerativa originada por las lesiones cerebrales traumáticas repetitivas, entre ellas las concusivas, habituales en el deporte del hockey, y sobre todo las subconcusivas, mucho menos perceptibles y estimadas en miles durante la carrera de un patinador.
Un problema adicional —para Pavelich, para los campeones del Milagro y para todos los practicantes de deportes de contacto que en los Estados Unidos sufren entre 1,6 y 3,8 millones de conmociones cerebrales cada año— es que la ECT no se puede diagnosticar con certeza en el cerebro vivo: sólo en la autopsia de una persona se logra observar la excesiva acumulación de la proteína tau que destruye las neuronas. Es posible que en el futuro una tomografía por emisión de positrones con flúor 18 permita la detección, pero por el momento sólo se observan las consecuencias de la enfermedad: trastornos afectivos, síntomas de psicosis, comportamiento antisocial, pérdida de la memoria, depresión. En las etapas finales la ECT llega a parecerse a la demencia y al Parkinson.
Milagro en el hielo
“¿Creen en los milagros? ¡Aquí tienen uno!”, dijo, eufórico, Al Michaels, a cargo de comentar el partido entre los equipos de Estados Unidos y la Unión Soviética en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980.
Brooks había armado un grupo dedicado y competitivo, con estudiantes universitarios, entre los que sobresalían Eruzione, Jim Craig, Mark Johnson y Buzz Schneider. Pero los soviéticos tenían grandes estrellas internacionales como Vladislav Tretjak, Valeri Kharlamov, el capitán Boris Mihajlov y Vjačeslav Fetisov, quien luego fue ministro de Deportes de Vladimir Putin. El equipo ganaba oro sin parar desde 1964.
Contra todos los pronósticos, Estados Unidos llegó a los partidos finales con la URSS, Finlandia y Suecia. Y los juegos se realizaban en uno de los puntos más tensos de la Guerra Fría: tras la invasión soviética a Afganistán.
“¡Once segundos, diez segundos...! La cuenta regresiva va a terminar ya! Morrow pasa para Silk. ¡Quedan cinco segundos!", relató Michaels. El marcador estaba estancado: tres a tres. Entonces Pavelich, en el lateral, superó a un defensor soviético y logró hacer un pase por la espalda, a la vez que caía, a Eruzione, que hizo el gol más famoso de la historia olímpica. “¿Creen en los milagros?”, dijo Michaels. "¡SÍ! ¡Increíble! ¡No hay palabras para describirlo, perdónenme!”. Brooks salió corriendo al vestuario: se supo luego que no quiso que lo vieran llorar.
Quedaba todavía el partido contra Finlandia, pero resultó un trámite sencillo.
“No hubieran ganado la medalla de oro sin Pavelich”, dijo a The Washington Post John Gilbert, autor del libro Miracle in Lake Placid, sobre el cual se basaron un documental y la película de Disney El Milagro.
El ataque
El 15 de agosto de 2019 Pavelich y su vecino de Deeryard Lake, una localidad a orillas de un lago a dos horas de Eveleth, la ciudad natal de hijo de inmigrantes croatas, pescaban luciopercas. Lo habían hecho innumerables veces en el pasado, pero ese día Pavelich acusó a Jim Miller de haber puesto veneno en su cerveza y comenzó a atacarlo.
Con un caño metálico lo golpeó sin parar hasta que Miller quedó en el piso con dos costillas rotas, una fractura en una vértebra, un riñón dañado y magulladuras en sus piernas, sus brazos y su espalda. Debió ser hospitalizado.
Los policías que llegaron al lugar encontraron el caño en el patio de la casa de Pavelich. Al registrar la casa, hallaron también, escondida en una cama, una escopeta a la que se le había acortado la culata y limado el número de serie. Arrestaron al deportista por cuatro delitos: ataque con un arma peligrosa, ataque con daño físico, posesión de una escopeta más corta que el límite legal y posesión de un arma de fuego sin identificación.
Pero cuando el caso se presentó ante el juez Michael Cuzzo, de los Tribunales de Distrito del Condado de Cook en Gran Marais, Minnesota, surgieron una serie de antecedentes que merecieron que se convocara a un psicólogo para evaluar al acusado. El dictamen confirmó las sospechas: Pavelich no era apto para ser juzgado por razones de salud mental. La defensa pidió otro peritaje de su parte, y el segundo psicólogo confirmó los hallazgos. Agregó: “Su trastorno está vinculado a una lesión cerebral traumática”.
Al escucharlo, la familia de Pavelich perdió las pocas esperanzas que le quedaban. La madre, dos hermanos y dos primos, presentes en el tribunal como algunos amigos, temían hacía mucho tiempo ya que el hombre de 61 años sufriera de ECT.
El juez acordó suspender los cargos por tres años pero, dado que la evaluación había advertido que él presentaba “un riesgo inminente de peligro para terceros”, se decidió su internación en una institución psiquiátrica.
Los antecedentes
Todos en Eveleth habían pensado durante mucho tiempo que Pavelich era una persona extraña. Desde niño había amado patinar —"mi vida entera giraba alrededor del hockey", dijo en una entrevista de 1982— y practicaba en su ciudad, que tenía una cancha desde 1922, y en un lago cercano. En la escuela secundaria jugó tres temporadas en el equipo oficial de Eveleth y comenzó a destacarse por su velocidad y su creatividad. Iba camino a profesionalizarse.
Pero poco antes de que fuera a Duluth, para cursar en la Universidad de Minnesota (UMD) con una beca deportiva, salió a cazar con su hermano Dave y dos vecinos. Uno de ellos, Ricky Holgers, de 15 años, novio de Caroline, la hermana menor de los Pavelich, se internó en el bosque. Lo encontraron con una bala de calibre .22 en la cabeza. Mark Pavelich le había disparado sin darse cuenta, apuntando a un pájaro.
Pavelich se encerró en su habitación y los padres no lograron hacerlo salir, ni calmarlo. Al día siguiente un antiguo entrenador en quien el adolescente confiaba, Jim Rossi, consiguió que hablara con él y que abriera la puerta. En las semanas siguientes lo acompañó a visitar a los padres del chico muerto, que no lo culpaban y se preocupaban por el trauma que el accidente podría causarle.
En UMD Pavelic rompió récords de puntaje, pero no se destacó como estudiante: “El verdadero milagro no fue ganar la medalla de oro en 1980”, dijo a The Washington Post Bill Baker, rival de Pavelich en esos años y luego su compañero en el equipo olímpico. “Fue cómo lograron que Pav mantuviera la calidad de becario por tres años”. Los otros estudiantes respetaban su talento pero lo encontraban excéntrico —en una ocasión armó un campo de tiro detrás de los dormitorios, con fardos de heno— y pesado por su insistencia en hacer bromas no siempre agradables. Con los años pensaron que era tímido: el tipo que se escondía en la última fila de la foto del secundario era evidentemente el mismo que no aceptó la invitación a comer en la Casa Blanca tras el triunfo en los Juegos Olímpicos de Invierno y regresó a su casa.
Una muerte misteriosa
A Pavelich le dolió mucho que ningún equipo de la Liga Nacional de Hockey (NHL) lo contratara ese año. Viajó con con contrato a Suiza y volvió a destacarse. entonces Brooks asumió como entrenador de los New York Rangers y lo convocó. Pavelich volvió a marcar récords. También se destacó porque, mientras sus compañeros llegaban bien vestidos, él rara vez se quitaba su rompevientos de nylon viejo o se peinaba.
En 1985 los Rangers cambiaron de entrenador y a Pavelich no le gustó el estilo de juego que quería Ted Sator. Faltó a dos entrenamientos y, por fin, a un partido. Sator fue a buscarlo a su apartamento, pero él no le abrió la puerta. Tenía 28 años, se había casado con una chica de Minnesota, Sue Koski, y ganaba USD 200.000 por año, pero prefirió renunciar. Intentó jugar en un equipo de Escocia pero los Rangers no quisieron cancelar su contrato; regresó y jugó los 12 partidos finales. Tuvo una hija, Tarja. Se separó en 1989.
Al año siguiente conoció a Kara Burmachuk, la profesora de piano de Tarja. Se enamoraron. Luego de un breve paso por los San Jose Sharks, Pavelich compró un terreno en Derryard Lake, Minnesota. Llevaba años ganando dinero en la compraventa de tierras, pero esa parcela la quiso para él y Kara. Literalmente levantaron la casa entre los dos. Los casó el padre de ella, pastor cristiano, en 1994. A los dos les gustaba viajar y acampar, pescar, cultivar. Durante los meses más duros del invierno viajaban a Clifton, Arizona, donde Pavelich había construido otra pequeña casa.
Pasaron años muy felices, dijeron sus amigos al Post, hasta que el 6 de septiembre de 2012 Pavelich llamó a una ambulancia a las 11:32 de la mañana. Su mujer se había caído de un balcón en la planta superior de la casa en Derryland Lake, acaso buscando mejor señal para hablar por teléfono, como solía hacer; había golpeado con la cabeza contra una piedra y tenía el cráneo abierto. Él —dijo— la había encontrado así al despertarse de una siesta.
Kara había muerto en el acto, a los 44 años. Nadie dudó de la explicación del accidente. Un policía preguntó a los vecinos si alguna vez habían percibido señales de problemas en la pareja, y consignó en el informe que no. Pero nadie verificó si el teléfono estaba cerca de la mujer, o si había hecho una llamada, y en ese caso a quién. Ni si la posición del cuerpo podía indicar que había sido empujada. El caso se cerró sin más.
¿Podrá Pavelic recibir ayuda?
El arresto de la leyenda deportiva, en agosto de 2019, hizo que la presión sobre la oficina del sheriff del Condado de Cook creciera. Su titular, Pat Eliason, dijo que no se iba a reabrir la investigación por la muerte de Kara, aunque reconoció “deficiencias” ante el periódico de Washington. El padre de la mujer habló en defensa de su yerno, como su otra hija, Dana, quien además visitó a Pavelich en la cárcel.
Desde el accidente la familia y los amigos del jugador de hockey temieron que la soledad en la casa le hiciera daño. Él dijo que estaba bien y adoptó dos perros. A veces salía con ellos, en su camioneta, y paseaba y acampaba. Se acercaba a la ciudad donde ahora es juzgado sólo para buscar el correo.
A todos les llamó la atención que en 2014 subastara su medalla olímpica y luego dividiera los USD 262.900 que obtuvo entre él y su hija. Lo encontraban cada vez más irritable, tendiente a la confusión, depresivo; le aconsejaron que hiciera psicoterapia o tomara medicación. Él insistía en que lo único que le pasaba era que no lo dejaban estar solo en paz.
Un día denunció ante el sheriff que alguien había vandalizado sus dos camiones y habían echado grava y papel de aluminio cortado dentro de sus tanques de gasolina. Poco después acusó a su yerno de tratar de envenenarlo. Y luego se quejó de que una vecina lo había querido matar con unas galletas envenenadas. Una mañana su hermana Jean encontró las gomas de su auto cortadas. “Mark se enojó con nosotros porque tratamos de ayudarlo", interpretó ante el Washington Post.
Cuando atacó al vecino, ya había aterrorizado y acusado a varios otros, además de sus familiares. Así que cuando pidió a sus amigos dinero prestado para pagar los USD 250.000 de fianza que le habían fijado, sus seres queridos acordaron que era mejor no hacerlo. “Está enfermo y necesita ayuda. Ahora puede recibirla”, dijeron.
En 2016, cuando un grupo de ex jugadores hicieron juicio a la NHL por haber sido negligente al permitir que sufrieran lesiones cerebrales, Pavelich no estuvo entre los 302 que obtuvieron pagos de entre USD 22.000 y USD 75.000 por tratamiento médico. Su hermana Jean está convencida de que él sufre CTE. La madre, Anna, nunca olvidó un golpe horrible que recibió a finales de 1979 y puso en duda su participación en los juegos olímpicos. Hay registros de que Pavelich sufrió una conmoción cerebral en febrero de 1984, pero lo más grave en realidad son los golpes de sub concusión, que pudo haber recibido en cantidad incalculable. “En aquel entonces sólo te hacían oler sales y mirar al marcador”, recordó Craig Homola, quien jugó con Pavelich en la escuela secundaria. “Si podías leer el puntaje o cuánto tiempo quedaba, podías volver a jugar”.
Para la NHL, que ha tratado de negar la cultura de violencia que ha afectado a generaciones de jugadores, el caso vuelve a poner el foco sobre el problema del negocio del deporte. Para los vecinos de Pavelich ha sido un alivio: “Conozco a unos cuantos que se sienten más cómodos ahora que él no está”, dijo Gail Thompson al Post. Para la familia y los amigos es una angustia enorme. “Si Mark queda detenido un año, tenemos miedo de que no pueda sobrellevarlo”, dijo a Los Angeles Times Barry Beck, quien dirige en Hong Kong la Academia de Hockey sobre Hielo y, a pesar de la diferencia horaria, llama a su antiguo compañero de los Rangers casi todos los días. “Mark necesita ayuda ahora. No debería estar institucionalizado”.
Días después de la celebración de los 40 años del Milagro, el juez decidirá si Pavelich debe permanecer internado de por vida, y en ese caso, en qué condiciones.
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