Por Darío Coronel
Dallas fue una serie estadounidense que tuvo su pico de popularidad a mediados de los años ochenta. Contaba las turbulentas relaciones de los Ewing, una familia multimillonaria que se dedicaba al petróleo. Su personaje principal era J.R. (Larry Hagman), alguien sin escrúpulos. Tanto como lo era en la vida real Donald R. Walker, un promotor que a toda costa se dio el lujo de organizar en 1984 una carrera de Fórmula 1 en la misma ciudad texana. Con Bernie Ecclestone ya al mando del circo, todo era posible. Y más si había mucho dinero. Con un circuito callejero improvisado, 40 grados de calor (66 en la pista), un asfalto en mal estado, cambios de horarios sobre la marcha y escasas medidas de seguridad ¿Qué podía salir mal…?
Aquella carrera de Dallas no fue un hecho aislado. Desde principios de esa década, los dólares provenientes de los Estados Unidos hicieron estragos en la F-1. En 1981 y 1982 se definieron dos campeonatos en un trazado armado en el estacionamiento del hotel Caesars Palace en Las Vegas. La primera de ellas muy recordada por los argentinos ya que fue el día que Carlos Alberto Reutemann no pudo ser campeón. También en 1982 se montó otro escenario urbano en Detroit donde se corrió hasta 1988. Nueva York figuró en los calendarios de 1983 y 1985, pero al final no tuvo carrera. Esto sumado a Long Beach, donde se corrió entre 1976 y 1983. E incluso Phoenix tuvo tres fechas de 1989 a 1991, con apenas 20.000 espectadores para ver al brasileño Ayrton Senna y al francés Alain Prost, entre otros…
Es que el dinero –muchas veces- todo lo puede. Y lo ocurrido en Dallas hace 36 años fue un claro ejemplo. Sin embargo las ambiciones no fueron solo de Walker. Hubo un fuerte respaldo local ya que la ciudad intentó demostrarle al mundo que no era solo un conjunto de ranchos y criaderos de caballos, sino también una urbe próspera que podía organizar un Gran Premio. Y era el momento de subirse al arrastre de la serie televisiva. La carrera costó 10.000.000 de dólares y se denominó “Gran Premio de Dallas de F-1”. Ese circuito, que lució inflables gigantes con forma de vaqueros, fue el décimo que alguna vez albergó una carrera de la Máxima en los Estados Unidos.
Pasó de todo. En la previa hubo una fiesta a puro glamour organizada por Alfa Romeo y Benetton, en el propio rancho Southfork donde se grababa la serie. Pero cuando los corredores conocieron dónde iban a competir se dieron cuenta de que el fin de semana sería una pesadilla. Revisaron durante horas el circuito (si así podía llamarse) que estaba al lado de un mercado de ganado cerca de Fair Park, un lugar donde hoy se llevan a cabo ferias.
Los pilotos encendieron las alarmas por el trazado de 4.128 metros que mostraba baches, ausencia de vías escapes y curvas ciegas. Aunque el estado del pavimento fue el Talón de Aquiles. Como la carrera se hizo el 8 de julio, en pleno verano local, con mucha humedad y en una zona muy árida, el asfalto se fue degradando con cada salida a pista. Hubo roturas del piso que se arreglaron como pudieron. En lugar de preservar el estado del escenario y limitar la actividad solo a la F-1, los organizadores permitieron igual la carrera de la categoría Cam Am (tenía autos de fórmula) donde corrieron dos argentinos: Juan Manuel Fangio II (Ralt RT4) fue tercero en la clasificación general y ganó en su clase; y Enrique Mansilla (March 822) resultó séptimo.
A todo esto los tres proveedores de neumáticos, Michelin, Goodyear y Pirelli no entendían el asfalto, que se seguía rompiendo. Decidieron ahorrarse el uso de las gomas de clasificación. Sus blandos compuestos no duraban ni media vuelta. “Había sitios donde se podía levantar el asfalto con las manos”, era el hit que sonaba en los boxes, donde las bolsas de hielo fueron elementos preciados para enfriar los motores.
El pésimo estado del trazado dejó de ser una amenaza y se convirtió en un hecho concreto con el accidente del inglés Martin Brundle (Tyrrell) quien en la clasificación chocó contra un muro. El hoy comentarista de TV, se fracturó ambos pies y aún sufre las secuelas. La sacó barata ya que el Dr. Sid Watkins (médico de la F-1), evitó la amputación de esos miembros gracias a su rápida atención.
Entonces los pilotos pegaron el grito:
“Es obvio: la organización pensaba que su trabajo era solo encerrar entre muros de hormigón un trozo de campo”, disparó Prost.
“Este es el lugar más difícil en el que estuve, sin duda. Por primera vez en mi carrera como piloto de F-1 tengo ampollas en mis manos. Es un circuito muy incómodo por sus baches”, afirmó el inglés Nigel Mansell (Lotus).
“La pista es una mierda”, calificó el francés Jacques Laffite (Williams).
“El circuito es asquerosamente malo, el peor que he visto en mi vida”, describió el finlandés Keke Rosberg (Williams).
El ambiente no era el mejor. Los corredores amenazaron con una huelga, decisión que apoyaban el austríaco Niki Lauda (McLaren), el mismo Prost (McLaren) y el brasileño Nelson Piquet (Brabham). Pero no Ecclestone, desde ya. Había 90.000 entradas vendidas y muchos invitados especiales (entre ellos los actores de “Dallas”) en los corporativos de grandes empresas que fueron patrocinantes del evento, los únicos sectores que contaron con el privilegio del aire acondicionado. Los VIP ya empezaban a instaurarse en la Máxima.
El show debía continuar en el país del entretenimiento. Como sea. Incluso adelantando la carrera tres horas por el fuerte calor. La largada se pasó para las 11 de la mañana y el warm up (prueba de 30 minutos que se hacía los domingos por la mañana para ultimar detalles), se pasó para las 7 de la mañana… A modo de protesta por tener que madrugar, Laffite se presentó en pijamas en el circuito. “Recuerdo la cara de Frank Williams, no podía creerlo”, contó luego el galo. Para colmo el warm up se canceló porque había varias máquinas reasfaltando el trazado, labor que arrancó en la noche del sábado.
En este contexto de una categoría zonal, sobrevivir a aquella competencia de F-1 (novena fecha de la temporada) iba a ser un gran mérito. Para sofocar el calor al italiano Piercarlo Ghinzani (Osella) le tiraron un balde de agua fría en una de sus paradas en los boxes. El holandés Huub Rothengatter (Spirit) abandonó por una pérdida de combustible tras un choque. Salió del coche y se fue hacia la zona de espectadores a quienes les pidió varios vasos de agua que se los tiró en sus zonas íntimas…
Hasta el mismo Senna la ligó. En su primera temporada, con el humilde Toleman desertó por un choque en la vuelta 47ª. En los boxes le juró al ingeniero Pat Symonds que “el muro se movió”. Fueron al lugar y el técnico lo confirmó: “Pensé que era un chiste, pero la pared se había movido. Lo que sucedió fue que alguien antes golpeó el extremo del bloque de concreto y lo movió unos pocos milímetros, unos diez diría. Como Ayrton conducía con tanta precisión esos pocos milímetros fueron suficientes para que golpeara contra el muro”.
En tanto que la carrera para el público y los telespectadores resultó divertida. Al ser un escenario callejero y con un asfalto que ya no daba para más, los motores turbo de 550 caballos no pudieron exprimirse. Esto generó que varios autos se junten y peleen por la victoria. Mansell largó adelante tras lograr su primera pole positions en la Máxima. En el giro 35º lo superó Rosberg, que había largado octavo. Luego el nórdico perdió la punta a manos de Prost, pero la recuperó rápido. El campeón mundial en 1982 pudo mantener el liderazgo y terminar ganando. “Fue una cuestión de supervivencia”, dijo Keke, quien tuvo un secreto que le permitió no sufrir tanto el calor: usó un casco refrigerado con agua, un dispositivo bastante común en ese momento en la categoría estadounidense NASCAR.
A su vez el finlandés también reflexionó sobre el peso real que tenían los pilotos para boicotear una carrera: “No sé por qué tanto alboroto. Todos nos quejamos hasta la hora del inicio de la carrera y luego salimos a correr, como de costumbre. Estuviese bien o no la pista, todos sabíamos que terminaríamos corriendo”.
El triunfo de Rosberg fue histórico más allá del marco particular de la competencia. Es que le dio el primer éxito a la combinación Williams-Honda. Los motores japoneses no ganaban en la Máxima desde su segunda victoria como equipo propio en 1967, de la mano del inglés John Surtees en Italia. En esa condición la primera fue en México en 1965, gracias al estadounidense Richie Ginther. Los impulsores nipones volvieron en 1983 y la plataforma del equipo de Sir Frank Williams les permitió volver a despegar. Luego llegarían los años dorados con McLaren.
En una carrera de locos solo alguien que largó último pudo haber terminado segundo. Fue el caso del francés René Arnoux. El corredor de Ferrari en realidad marcó el cuarto tiempo clasificatorio, pero en la vuelta previa no le arrancó el motor. Por eso debió partir desde los boxes. “Manejó como si estuviera luchando por la pole position”, elogió Rosberg al galo. Tercero resultó el italiano Elio de Angelis (Lotus).
En tanto que a Mansell se le paró el motor del auto a metros de la meta. Con el afán de terminar la carrera, empujó su coche (algo prohibido), pero exhausto y deshidratado se desmayó. Fue asistido y llevado al hospital local. Al menos pudo concluir sexto. “Estaba tan enojado que seguí empujando el coche. Luego se apagaron las luces y me desperté en el hospital, en una cama llena de hielo”, explicó más tarde el “León”.
El saldo de este caos fue que abandonaron 18 de los 26 corredores que largaron, 10 por accidentes entre ellos el campeón vigente, Piquet, el italiano Riccardo Patrese (Alfa Romeo) y el francés Patrick Tambay (Renault). De los ocho que terminaron solo dos lo hicieron con el total de vueltas: Rosberg y Arnoux.
“No fue una carrera, de ninguna manera”, sentenció Prost sobre la competencia que duró dos horas. “Fue, en el mejor de los casos, una parodia de Gran Premio”, agregó el “Profesor”, quien al menos se fue con la punta del campeonato. El galo abandonó por rotura del motor al igual que su compañero Lauda, autor del récord de vuelta en esa jornada y quien en 1984 obtuvo su tercer y último título.
En el podio más bizarro de la historia a Rosberg le obsequiaron un sombrero de vaquero. Su trofeo se lo entregó la actriz Linda Gray, otra protagonista de la serie. El propio Larry Hagman mostró la bandera verde en la largada. Fue la única vez que la F-1 corrió en ese lugar. Ecclestone supo que en la vida real Dallas no podía tener otro episodio. Bernie siempre fue muy astuto para mantener el gallinero en paz. Y el promotor de la carrera Donald R. Walker poco tiempo después cayó preso durante siete años por un fraude fiscal…
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