Kobe Bryant fue un jugador singular, pero sobre todo una personalidad distinta, avasallante, tremendamente competitiva y disciplinada, un ganador voraz capaz de hacer lo que fuera con tal de imponerse y quedar en la historia. Aquí ocho anécdotas, como aquel primer número de su camiseta en la NBA, que reflejan cómo fue uno de los diez mejores jugadores de la historia de la liga de básquet más importante del mundo.
1-La exigencia y el profesionalismo de Kobe no permitían que ningún compañero se relajara. Nunca. Y menos que llegara al entrenamiento con olor a alcohol… Luke Walton, hoy entrenador de Sacramento Kings y compañero de Kobe en LA durante nueve años, contó una historia que describe lo feroz que era Bryant, más si estaba molesto. “Yo había tomado bastante la noche anterior y llegué a la práctica con aliento a alcohol. Kobe se dio cuenta y le informó al equipo sobre mi situación. Le pidió a Phil (Jackson) que me defendiera y les dijo a los compañeros que ninguno me ayudara en defensa. Al principio sólo podía reírme y pensar ‘esto está siendo divertido’. Pero la mirada de Kobe indicaba lo contrario. Creo que anotó más de 70 puntos en el picado… Yo rogaba que alguno me ayudara, pero por supuesto ninguno lo hizo. Fue una lección para mí. Lo tomé así. Desde ese día, su instinto asesino y ética de trabajo se han quedado conmigo”, recordó en el programa Open Run del prestigioso sitio Bleacher Report.
2-Hablando de ética de trabajo, en ese punto llueven las anécdotas que describen los sacrificios y “locuras” que era capaz de hacer la Mamba Negra. Phil Jackson contó una de sus preferidas en el diario New York Times. “Una mañana llegué cerca de las 8.30 de la mañana, bastante antes del entrenamiento, y Kobe estaba durmiendo en su auto frente al estadio. Me contó que había estado entrenando solo hasta bien tarde a la noche y no se había ido a la casa. Prefirió quedarse descansando en el auto hasta la práctica de la mañana. Realmente me sorprendió y lo invité a desayunar. Momentos así nos unieron mucho, admiraba su dedicación y sus ganas de ser mejor”, relata el Maestro Zen, responsable de haber cambiado el approach que Bryant tenía hacia el juego y sus compañeros (más paciente).
3-Los compañeros que tuvo durante sus 20 años en la NBA son los que más conocen la voluntad de Kobe por ser mejor cada día. Horace Grant, aquel ala pivote que fue clave en el primer tricampeonato de los Bulls, convivió con Michael Jordan y no es fácil que lo sorprendan el profesionalismo y la ambición de un jugador. Pero con Bryant, con quien jugó a partir de la llegada de Phil Jackson, es un caso distinto. “Si tuviera que calificar la relación de Kobe con el básquet usaría la palabra obsesión. Puedo dar fe que se levantaba a las cinco de la mañana, se pasaba cuatro horas tirando en el estadio y trabajando en sus movimientos. Después, durante dos horas, hacía pesas en el gimnasio. A la casa sólo se iba a comer y descansar un rato, para luego volver a seguir entrenando por varias horas. Así cada día, por años…”, comentó Grant, aún impactado por la disciplina de trabajo del N° 24.
4-Shaquille, el dominante pivote que por muchos años fue la principal superestrella de los Lakers, tuvo una relación difícil con Bryant, quien creía que O’Neal no se tomaba el básquet con la seriedad y el profesionalismo necesario. “Kobe hacía cosas insólitas para mejorar. Llegabas al entrenamiento y él ya estaba en la cancha. Pero imitando movimientos. Como si estuviera driblando o lanzando, pero sin la pelota. Yo creía que era algo absurdo pero estoy seguro de que a él lo ayudaba, lo hacía mejor”, acepta el gigante de 2m16 con quien ganó el tricampeonato entre 2000 y 2002. Pero, claro, esa devoción del N° 24 no se limitaba a los Lakers y la NBA. No paraba ni siquiera con el seleccionado de Estados Unidos, pese a que con el talento que tenían los equipos con los NBA, él podía darse el lujo de bajar un cambio. Pero para Kobe no existía la palabra relajación. Chris Bosh y Dwyane Wade cuentan que se sorprendieron en la previa de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, cuando estaban por desayunar y vieron que Kobe venía transpirado, con hielo en las rodillas. “Kobe, son las 8. ¿De dónde venís?”, le preguntó Bosh. “De entrenar”, contestó Bryant, quien se había levantado a las cinco y ya había completado la primera práctica del día.
5-No todo era color de rosa en el día a día. Su exigencia era tan alta que si los compañeros no estaban a la altura, la pasaban mal. Podía ser por un tema de actitud, que Kobe no aceptaba, e incluso por el nivel de cada uno. Era normal que los retara y martirizara, con comentarios ofensivos y el clásico trash talk estadounidense. Pero una vez sucedió al revés. Isaiah Rider, un talentoso anotador que había sido figura en los Wolves y jugaba en la misma posición que Bryant, llegó a los Lakers en el 2001 para ser el suplente del 24. Pero, claro, su personalidad era tan avasallante y su ego tan grande que creyó, desde el primer día, que podía competir con Kobe. “Isaiah era un tipo de Oakland y los hombres de ahí son distintos. En su caso, era muy temerario y cuando llegó al equipo, luego del primer campeonato, se la pasaba alardeando. Le gustaba decir cosas y si bien él no era una amenaza para Kobe y su puesto, estaba todo el día molestando a Kobe, desafiándolo en cada entrenamiento. Incluso insultándolo, con cosas como ‘volvé con tu culo a la cocina’. Comentarios así no se le hacían a Kobe… Sabíamos que, en algún momento, él iba a reaccionar. Y una vez que encontró su debilidad, fue tras él”, recuerda Horace Grant. La anécdota la continúa Brian Shaw, otro de los compañeros de aquel equipo que luego ganaría el tricampeonato, detallando el diálogo entre ambos:
JR-No te equivoques conmigo, yo también soy una estrella, ¿te acordás cuando te metía puntos en tu cara?
KB-¿En serio vos pensás que podés competir conmigo? Luego de la práctica, vos y yo. Nadie más. Jugamos un uno contra uno.
Ron Harper, otra de las piezas que Jackson se había traído de los Bulls para aportar su veteranía, recuerda cómo reaccionó el DT y lo que vino después. “Estas cosas le encantan y por eso ni siquiera esperó a que terminara la práctica. Les dijo ‘¿Quieren hacer el 1 vs 1? Ya soy grande y no tienen que pedirlo. Traiganmé una Gatorade y pochoclos. Yo me siento acá a verlos. Pueden empezar’”, recordó Shaw. No fue el único testigo. Todo el equipo miró el duelo desde un costado. Jugaron un media cancha, hasta llegar a 10 puntos, contando uno por cada canasta. Y Bryant destrozó a Rider. “Lo demolió… En ese momento, Kobe tenía 22 años, ya era un atleta exuberante, con una energía increíble y ese día desplegó todo su arsenal. Todo. Le pateó el culo”, precisó Shaw. Los integrantes del equipo lo disfrutaron, agitando toallas y gritando cosas mientras se producía la paliza. “Ten cuidado con lo que pides, JR” y “detengan la paliza, por favor, párenla”, recuerda Harper. Todos estaban shockeados por la forma en que Kobe lo había hecho. Y no a cualquiera. JR, como le decían, era un supertalento que había sido un gran anotador en los Wolves. Pero, claro, Kobe era un jugador de otro mundo. Y más enojado, jugando mano a mano. A tal punto que sus compañeros aseguran que “en 20 años Kobe nunca perdió un 1 vs 1 en un entrenamiento…”.
6-La competitividad de Kobe era apabullante, quizá sólo comparable a la de Jordan, su ídolo. Cada duelo, sobre todo con las superestrellas de la competencia, se lo tomaba como algo muy personal, como un duelo dentro de un partido. Y él, obsesivo competidor, quería ganar ambos y no se iba contento si sólo ganaba el juego. El 19 de marzo de 1999, Allen Iverson brilló en su cara: terminó con 41 puntos y 10 asistencias en una noche que nunca olvidaría. Veloz, escurridizo, determinado y con muchos recursos para anotar, el escolta de los 76ers se convirtió en el target de Kobe a partir de ese día. “De manera obsesiva leí cada artículo y libro que encontré sobre Allen. Vi las repeticiones de sus partidos en videos. Estudié sus éxitos y sus luchas. Busqué como un maniático cada debilidad que pudiera encontrar. Incluso llegué a estudiar cómo los tiburones blancos cazan focas en la costa de Sudáfrica para poder detenerlo”, admitió el propio Kobe en un artículo del sitio The Players Tribune.
7-Kobe era un portento físico pero, sobre todo, dicen quienes lo conocen, tenía un umbral del dolor muy alto, lo que sumado a su mentalidad y voracidad terminaron construyendo un atleta capaz de superar cualquier dolor o lesión. Eso se notó claramente el 12 de abril del 2013, cuando se rompió el tendón de Aquiles luego de un esfuerzo enorme en 46 minutos en juego. Pese a todo, intuyendo lo que había pasado, igual caminó –rengueando- hasta la línea de libres y metió ambos tiros. Entre lágrimas dejó la cancha por sus propios medios y caminó hasta el vestuario. Teniendo en cuenta el dolor que genera una lesión así aquellos momentos todavía quedan como un hito más en su carrera, que refleja lo que era capaz de hacer en situaciones límite. No fue una vez. Cuando en la temporada 1999/2000 Kobe se rompió la muñeca, un compañero (John Celestand) admitió que esperaba que al día siguiente fuera Bryant el primero en llegar al gimnasio. Pero lo que vio al entrar lo sorprendió. “No estaba en el gym, estaba en la cancha, bañado en sudor. Con un yeso en el brazo derecho, estaba lanzando con la mano izquierda”, recuerda el escolta.
8-Kobe tuvo una muy cercana relación con Argentina. Desde chico, cuando vivía en Italia (su padre Joe jugaba en la Lega), aprendió a amar el fútbol y, por ende, a valorar a nuestros futbolistas, desde Diego Maradona hasta Leo Messi. Hernán Montenegro, el famoso Loco, recuerda que antes y después de los duelos que él tenía con Joe en Pistoia y Reggio Emilia, dos ciudades italianas donde ambos jugaban como extranjeros, Kobe se la pasaba con la pelota de fútbol, buscando quién le jugara. “Y yo, como buen argento, tenía que patearle... Pero era todo el día. Recuerdo que yo lo llamaba ‘pendejo del orto’ porque era insoportable con la pelota. Su viejo me odiaba porque quería que jugara al básquet y yo recuerdo que le contestaba ‘este pibe no puede jugar a nada’”, termina la historia con una carcajada. Pasaron los años y lo mismo pasó con la selección argentina de básquet (“Nos enseñó a valorar el juego de equipo”, admitió KB) y con los jugadores, desde Manu hasta Gabriel Deck, a quien quiso saludar expresamente luego de verlo brillar en las semifinales del Mundial de China. “¿Si me pidió una camiseta o un autógrafo? No, me dijo que quería conocer Colonia Dora. ¿Te imaginás? Revolucionamos todo. Eso sí, con el calor que hace, no sé si podría dormir la siesta”, fue la ocurrencia del Tortuga. Sergio Hernández, DT de la selección, no se sorprende con esas actitudes porque “era un tipo muy querible, empático, que se acercaba de la misma forma a la figura como a nuestro utilero”, describió antes de cerrar con una anécdota que refleja la humildad del crack. “En el 2007, durante el Preolímpico, jugamos contra Estados Unidos y él se acercó a saludar. Nos pusimos a conversar y fue tan cercano conmigo que me animé a contarle que tenía dos hijos de 13 años que lo admiraban. Hasta ahí llegamos, no conversamos más. Un año después, en los Juegos Olímpicos, nos cruzamos nuevamente y cuando me vio, me dijo 'coach, después del partido le quiero mandar algo a sus hijos, ¿puede ser?’ Después del partido se sacó las zapatillas, las firmó para mis hijos y me las regaló. Lo hizo conmigo, pero lo hacía con todos. Kobe era así”, recordó.
Con Manu Ginóbili tuvo la relación más especial. En realidad, el 20 era casi su debilidad, desde que ingresó a la NBA. Vio en el argentino a un jugador tan competitivo como él, a un atleta que –también como él- entendía sin dudar que lo único importante era ganar con el equipo. Tuvieron duelos memorables en aquellos épicos Lakers-Spurs de la década del 2000 e incluso algunos cruces ásperos. Como cuando, defendido por Manu, Kobe saltó y extendió su brazo, impactando al bahiense en la cara y sacándolo de la cancha con mucha sangre en su nariz. No pareció sin querer... Fue la reacción de un Bryant frustrado por la buena defensa de los Spurs, puntualmente de MG. Pero, claro, su relación empezó mucho antes, en octubre del 2002, en el debut del argentino en la NBA, nada menos que en el Staples Center, con Jack Nicholson en primera fila y el talentoso Kobe enfrente. Bryant no lo conocía y por eso, cuando Gino lo atacó por primera vez, se acercó a Bruce Bowen para preguntarle sobre ese flaquito que usaba la N° 20 negra.-¿Quién es ese chico blanco?-Tarde o temprano te vas a enterar quién es…La irónica respuesta de Bowen, con una sonrisa en la cara, fue el preludio de lo que vendría. “Estoy enojado con Manu. Si no hubiese jugado en la NBA, yo tendría 10 títulos”, dijo hace poco, en el Mundial de China, en relación a que MG20 y la dinastía Spurs no le habían permitido ganar más que cinco anillos.
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