Un artista. Por sobre todo, eso es lo que fue Kobe Bryant. Un virtuoso que deleitó. Que cautivó. Que llevó el básquet hacia su punto más alto de calidad. Como Michael Jordan, con esa jerarquía y estética, pero en otra era. MJ, justamente, fue su ídolo, desde siempre. Y por eso Kobe quiso ser como él. Quiso jugar como él. Por eso miró cada uno de los videos, una y otra vez, y se copió cada detalle. Los entrenó y perfeccionó hasta convertirse en el jugador más parecido a Su Majestad que se haya visto. Es impactante ver los videos en la web donde se ven las similitudes entre ambos. Desde cómo correr hasta sacar la lengua -el gesto característico de Su Majestad-, pasando por la forma de protestar y hasta el abrir los brazos en señal de “estoy imparable”, aquel gesto que Jordan le hizo a Magic Johnson en las finales de 1991. “Sacó” cada uno de los movimientos del 23: el cómo atacar el aro con ritmo y cadencia, cómo ejecutar el tiro habitual de MJ lanzándose hacia atrás, ese estilo plástico de dejar una bandeja pasada, la forma de amagar y usar los movimientos de pies para burlar defensores, la manera de detenerse en velocidad y lanzar suspendido en el aire. Todos y cada uno de los movimientos. Como si fuera MJ.
Pero, claro, Kobe fue mucho más que una hermosa copia de Jordan.
Fue un ganador voraz. Capaz de hacer cualquier cosa para ser mejor y llegar a los objetivos más altos. Capaz de decirles a los compañeros que sería más grande que su ídolo, que tenía pensado ganar diez títulos y lograr los récords más difíciles. Como aquel de Wilt Chamberlain, el de los 100 puntos. Se quedó corto, pero una noche de 2006 fueron 81. Nada menos. Un crack que ganó siendo la segunda estrella del equipo (en el tricampeonato 2000-2002 la figura máxima era Shaquille O’Neal), pero no descansó hasta lograr lo que quería, ganar siendo la primera. Y así, ya sin Shaq, lo consiguió en 2009 y 2010, siendo el MVP, siempre con sus amados Lakers.
Fue también una mente distinta. Con una determinación de hierro para pasar por lo que fuera para ser el mejor del mundo, para quedar en la historia como uno de los mejores de siempre. Y lo logró. Jordan, lógicamente, ocupa ese primer lugar, probablemente después estén LeBron y Magic Johnson. Pero sin dudas Kobe viene en el pelotón siguiente, con superestrellas míticas como Larry Bird, Bill Russell, Kareem Abdul-Jabbar, Shaq y Wilt Chamberlain. Sin dudas es top 10 y, dependiendo de los gustos de cada uno, puede incluso meterse en el Top 5.
Más que eso fue como competidor. Implacable, al mismo nivel de Jordan. Con una ambición desmedida y una desesperación por ganar. Eso lo nubló por años, cuando no aceptó las limitaciones de sus compañeros y le costó confiar en quienes tuvo al lado. Algo parecido a lo que le pasó a MJ. Phil Jackson, el maestro Zen, el mismo que convenció a Michael de que podía potenciar al equipo, lo hizo con Bryant, años después. Le hizo bajar un cambio y poner su increíble talento al servicio del colectivo para potenciar así a sus compañeros. Su sacrificio y disciplina hicieron el resto. Fue uno de los tipos más habilidosos que hubo y, a la vez, uno de los que más trabajó en su juego. Eso también lo definió. Un profesional absoluto. Por eso pudo tomar la posta que dejó su ídolo, sin que le quemara ni un poquito.
Kobe también fue una persona instruida, que hablaba tres idiomas y estaba muy por encima de la media de los deportistas. En 2018, incluso, ganó un Oscar. Dear Basketball fue premiado como el mejor corto animado por la Academia. Escribió y narró aquella adaptación del artículo que él mismo escribió para su despedida en el sitio The Players Tribune. También fue un deportista carismático que, públicamente, mejoró su imagen después de aquel cimbronazo que significó la acusación de abuso sexual que pesó sobre él (una empleada de un hotel lo acusó en 2003 y, luego de un arreglo, retiró los cargos antes de empezar la parte final del juicio). Sobre todo en los torneos FIBA lució sonriente, amable, respondiendo incluso en italiano y castellano. Amante de los jugadores argentinos, sobre todo Manu, de quien sintió devoción por su estilo y, sobre todo, porque vio en él la misma competitividad. “Por él pagaría una entrada”, aceptó más de una vez.
Kobe, igual, fue incluso más que todo eso. Para una generación entera fue el primer gran ídolo, un referente emocional. También fue la cara de un deporte a nivel mundial. Incluso más: fue el hombre que trascendió su deporte y lo llevó a otro nivel. Porque lo suyo fue arte. Arte en movimiento. ¿Cuántos en el mundo se habrán comprado y habrán imitado sus movimientos? Millones. Como él hizo con Jordan. Por eso la devastación que escribió Manu. Una leyenda que, desde hoy, será aún más grande. Un mito para la historia. Un mito para llorar pero también para recordar por siempre.
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