Antes de los gritos televisados, de los lujos exhibidos en las redes sociales, del casamiento mediático con su esposa y agente Wanda Nara, de los escándalos que le quitaron la cinta de capitán y el rótulo de intocable en el Inter, del paso sin asentarse en la Selección, de la resurrección en el PSG que ya enarbola los 70 millones de euros para asegurarse su olfato en el área, Mauro Icardi ya anotaba goles. Goles de a montones, sí, incluso muchos más que en la actualidad en el fútbol francés; goles inocentes, despojados del polvo del profesionalismo, cargados de sueños, de espíritu amateur, del sabor del contacto de la pelota con la red.
Icardi nació el 16 de febrero de 1993. A los 5 años, su papá lo inscribió para que jugara al fútbol en el Club Infantil Sarratea, sito en Anchoris y Machaín. Allí, en la misma canchita donde se formaron Julio Zamora (aquel delantero ex Newell’s y River campeón de América con la Selección en 1993) y Rubén Pampa Bihurriet (otro ex Lepra y Central Córdoba, que murió trágicamente en un terremoto en Colombia), empezó a mostrar la facilidad con la que se desenvolvía en su hábitat: el área. En la primera temporada la categoría 93 salió campeona con Cañito como máximo anotador: sirmó 51 goles.
Sí, Cañito era su apodo. En una entrevista con el diario La Capital, Carlos Ismael, su tío, que atiende una carnicería a poca distancia de su ex club, reveló el origen del alias poco conocido. "Mauro ya jugaba muy bien, le gustaba cazar pajaritos y pescar, pero tenía una pelota en la cabeza, sólo en jugar pensaba y como tenía las patas finas y largas le decían Cañito”. Para ese entonces, Juan Gil, amigo de la infancia, lo llevó a cambiar de vereda, desoyendo el mandato familiar de ser hincha de Rosario Central: se transformó en simpatizante de Newell’s, como Lionel Messi, otro producto del fértil fútbol de la ciudad.
En ese entonces, su ídolo era otro hombre surgido de la profusa cantera de la Lepra, pero que explotó en Boca y brilló en Italia y en la Selección: Gabriel Omar Batistuta. “Lo admiraba, era su ídolo, le encantaba verlo jugar. Después, cuando pasó al Barcelona, le gustaba Samuel Eto’o”, apuntó su tío. Su pasión por el arco, tal vez un estudio pormenorizado de sus víctimas, lo llevó a ponerse desde temprana edad en los dos roles. En su categoría era el 9 feroz, implacable. Y en la 92... Atajaba. Y lo hacía con pericia, al punto de haber sido reconocido como valla menos vencida en un campeonato.
Pero lo suyo estaba en la terminación. En el vínculo con la jugada que hace estallar a los estadios; en ese entonces, que hacía sacudir los alambrados al costado del campo. A partir de su apetito goleador, su categoría ganó el título los dos años siguientes. En el primero firmó ¡108 tantos!. En el segundo, bajó un poco su marca, aunque difícilmente se haya preocupado: anotó 99.
“Por la crisis del 2001 mi hermano estaba mal de trabajo y se fue a trabajar a un restaurante en Canarias, donde vivía otro hijo, Franco, de un matrimonio anterior. Allí partió con la que era entonces su mujer, con Mauro y sus dos hermanos: Ivana y Guido, muy chiquitos", explicó el tío en la mencionada nota con La Capital de Rosario.
Después, la historia es más conocida. En el humilde Unión Deportiva Vecindario de Canarias, que llegó a jugar en la Segunda de España, llegó a convertir más de 500 goles, lo que convocó la atención de varios equipos de renombre en Europa. “Estuve 9 meses con conversaciones en hoteles y confiterías de distintas ciudades, hablando con directores deportivos, ojeadores y entrenadores. En todas las canchas hay ojeadores, yo al principio ni los conocía, después ya los descubría al toque. Mauro tenía 14 años y del Barcelona nos mandaban banderines firmados por Messi, del Atlético de Madrid camisetas firmadas por Agüero, el Sevilla también lo quería. Nos decidimos por La Masía porque allí iba a estar más contenido. Hablé con los profesores, averigüé el tema del catalán, cómo era el día a día”, le contó el padre de Mauro a la revista El Gráfico.
Efectivamente, en la temporada 2008/2009 se marchó al Barcelona, que soñaba con otro impacto como fue el de Lionel Messi. Allí fue compañero de Sergi Roberto, también descolló por su apetito goleador, pero sus características, más proclives a terminar las jugadas que a participar de las mismas, no cuajaban con el estilo del elenco culé. En consecuencia, decidió pasar a la Sampdoria, donde terminó de explotar. Y llegaron los gritos en la élite, los casi 13 millones de euros que pagó el Inter para transformarlo en jugador franquicia y capitán, la relación con Wanda Nara que lo puso en las noticias del espectáculo, la llegada a la Selección; el Icardi conocido por el gran público. El mismo que aprendió a hacer goles casi al mismo tiempo que cuando aprendió a patear una pelota.
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