-Perdón señor Wepner, disculpe que interrumpa su paso, es que soy periodista, vengo a cubrir la pelea desde la Argentina y necesitaría hacerle algunas preguntas.-
- Si, como no.- me respondió con desacostumbrada amabilidad en un boxeador en vísperas de un combate. Y sin dejar de acercarse hasta el ascensor mientras las puertas comenzaban a cerrarse, me preguntó:
-¿ Le gustaría cenar conmigo y con mi esposa esta noche?
- Por cierto, Chuck
.- Ok, lo esperamos a las siete en el restaurante del hotel.-
Unos minutos antes de la hora acordada, lo vi acercarse lentamente junto a su esposa, Linda. Sus pasos eran cadenciosos pues los largos zapatos acordonados parecían la base de una lenta patineta con su suela adherida al piso. Al tomar asiento y ordenar un menú austero -carne asada con ensalada-, su metro 96 me pareció interminable.
Este era el “gigante” rubio, semicalvo, cordial, amigable de fino cuello, largos dedos, un rostro caucásico con mil tajos y un bigote manillar bajo viejas cicatrices. Era, además de boxeador profesional, vendedor de bebidas espirituosas puerta por puerta en Nueva Jersey y entonces ya tenía 37 años o sea que el 26 de febrero próximo cumplirá 81.
El empresario Don King le había prometido a Wepner una gran pelea para el “retiro del boxeo” contra Muhammad Alí por la cual recibiría 100.000 dólares, la bolsa más cuantiosa de su sacrificada carrera tras 50 combates realizados después de haber regado los rings con el mar púrpura de su espesa sangre.
Entendí viendo la fragilidad capilar en sus cejas, cual dos capas de cebollas, por que lo llamaban “El sangrador de Bayonne” – su pueblo natal de Nueva Jersey- y un tiempo después supe que en su carrera lo habían sometido a 329 puntos de sutura, si se sumaban sus dos arcos superciliares, pómulos, labios y párpados.
Este hombre manso, de buenos modales, me confesaba entusiasmado:
-Don King me prometió esta pelea, una especie de premio que no la pienso desaprovechar. Hice muy buenos combates contra George Foreman (la pararon por heridas sangrantes en 3 rounds), me enfrenté a Sonny Liston (perdió por K.O en 10°) y también a Joe Bugner ( suspendida por cortes en 3 vueltas)) y ahora me toca el mejor de todos y me la voy a jugar, afirmaba con total convicción Charles-tal su verdadero nombre-, aunque para el universo del boxeo siempre fue Chuck.
Las apuestas estaban 30-1 a favor de Muhammad quien venía de las más duras peleas de su incomparable campaña tras la sanción impuesta en 1967 por su negativa a incorporarse al Ejército durante la guerra en Vietnam.
Al tiempo que conversábamos animadamente con Wepner ese domingo 23 de Marzo de 1975 recordábamos que en los últimos cuatro años y medio Alí ya había peleado y les había ganado a Jerry Quarry, Ringo Bonavena –durísima pelea-, Joe Frazier –tremenda revancha-, Jimmy Ellis, Buster Mathis, Rudi Lubberts y había enfrentado dos veces a Ken Norton contra quien perdió con la mandíbula fracturada y de quien luego pudo desquitarse. Épicas batallas del más grande cuyo precio final fue la salud…
- Y la más importante Chuck, recuperó la corona mundial contra George Foreman, una hazaña…-
- Sí –dijo Wepner-, y agregó: “George era ocho años más joven, mucho más fuerte, más potente y en su mejor momento. Nunca enfrenté a nadie que pegara más fuerte que Foreman…-, sostuvo sin dudar.
.- Y entonces Chuck, ¿ cuales son tus reales expectativas para mañana?
- Muhammad ha cometido un grave error, me ha subestimado, está de fiesta en fiesta, no está preparado como siempre y yo estoy mejor que nunca; él creerá que podrá vencerme cuando quiera con un solo golpe y no sabe que para ganarme tendrá que sufrir, yo dejaré la vida en ese ring, es mi ultima chance ¿me entiende?
El Cleveland Coliseum de Ritchfield (Ohio) es una maravilla arquitectónica. Se trata de un estadio de forma hexagonal con 22.000 asientos. Está a una hora y media del aeropuerto, a una hora de cualquier hotel y rodeado por la nada. El viaje hacia allí aumentó mi anticipada decepción. Sobre todo recordando que al mediodía había dialogado con Muhammad Alí en el Marriot Inn Hotel –donde se alojaban los dos- y como siempre su imagen suficiente no dejaba lugar siquiera a un milagro. “Me entrené seis días”, me dijo en el medio de un séquito ruidoso que no lo dejaba respirar. “Pero tú sólo podrás decirlo después de la pelea. . . ” . Y con marcada insensibilidad agregó: “Es un entrenamiento que haré en forma pública. Lo sabe todo el mundo porque lo he dicho mil veces. Vamos a divertirnos un poco…”, murmuró entre unos fieles seguidores musulmanes que imploraban por Alá y otros fanáticos idólatras que entre chicas y muchachos bulliciosos y gritones impedían caminar por el lobby del hotel.
En los siete asaltos iniciales Alí hizo un exagerado show de histrionismo y suficiencia con la cual procuró disimular su falta de condición física. Su actitud sobre el ring se parecía más al de una exhibición que al de una pelea formal a 15 rounds. Cassius bailaba con esos pasitos rítmicos y leves en puntas de pie hacia atrás y hacia adelante, interactuaba con el rival, con el árbitro y con el público; Wepner en cambio peleaba seriamente.
Muhammad se quejó desde el comienzo de que Wepner le pegaba en la nuca. Era verdad pero su respuesta fue martillar mucho más exageradamente sobre la nuca del rival y hasta amagó pegarle al referí cuando éste intentó recriminarle. Parecía un ridículo espectáculo de catch, donde el árbitro participaba con su acting. Es que al referí Tony Pérez de Nueva York - quien había dirigido muchas peleas de Alí como las dos con Frazier, la de Bonavena y la de Chuvalo- nunca se lo había visto tan comprometido con el show. Observando con asombro los movimientos de Muhammad, sus amagues sin pegar, sus acrobacias de baile sobre el ring, sus gestos al público mientras el rival quería y no podía pelear, me pregunté ¿qué era eso sino un tongo?. Recordé entonces algunos hechos que me lo permitían suponer:
1 . Cuando Wepner – 2° round – llevó a Alí contra las sogas y éste descubrió el abdomen dejándose pegar mientras miraba al público,
2 . Cuando en la tercera vuelta salió de la esquina dibujando raras figuras con las piernas cual beodo trasnochado y poniendo sus brazos en cobertura como los chicos que temen ser castigados por sus padres,
3. Cuando Alí hablaba abriendo sus ojos como asombrado “ante tanta potencia” burlándose del pobre Wepner. Todo resultaba tan bizarro que después de siete rounds me pregunté mil veces: si esto no era tongo, ¿ dónde está el boxeo aquí….?
Los momentos de pelea sincera de la que al final resultaría víctima se debían a Wepner y no a Muhammad. Y gracias a su inútil esfuerzo el combate iba retomando cada vez más la línea de seriedad. Wepner obligaba a que Cassius hiciera algo. Y con ese “algo” le alcanzaba para desnivelar el ya desigual combate.
A la altura del 8° round Wepner ya era una mueca impresionable. Tenía la ceja izquierda totalmente abierta, el párpado derecho herido transversalmente, la boca deformada y sus pelos rubios y húmedos colgados hasta cubrir esa máscara sanguinolenta. Daban ganas de pararse y gritar: ¡¿No hay ningún médico aquí?! Aquella intención del tongo encubierto ofrecido por Muhammad se iba desvaneciendo…
Del circo pasábamos al drama. Y del tongo a la pelea sangrienta. Cassius estaba tan cansado como Wepner pero con la epidermis intacta; la dignidad de Chuck, además, le exigía pelear en serio. En el 9° se produjo la gran sorpresa, millones de corazones de todo el mundo se detuvieron: cayó Muhammad Alí y la lona recibió su sorprendida y agonizante humanidad.
Aún hoy - recordando aquel dramático instante- pienso que Muhammad calculó mal la distancia en retroceso y al no encontrar las cuerdas para apoyar su espalda se precipitó al piso; fue una derecha en gancho de Wepner la que consiguió conmover al universo deportivo.
Ante el estupor de todos, el referí Tony Perez le contó lentamente seis segundos a Alí luego que éste intentara vanamente ponerse de pie. El enorme Muhammad no pudo evitar perder el dominio de su cuerpo y quedó con las piernas hacia arriba. Una imagen indeseada, triste, dramatica, angustiante.
Las 15.000 personas que estaban en el estadio parecieron infartarse. Bundine Brown, el “brujo” de Clay, lanzó un llanto desesperado desde el rincón, mientras que Ángelo Dundee y el doctor Ferdie Pacheco amenazaban al árbitro entendiendo que había sido un empujón. En realidad fue un golpe visible y legítimo, pero la caída se debió más al desequilibrio posicional de Alí con ambos pies en una misma línea que a la potencia de Wepner.
Ese gancho derecho significaría para Wepner una nueva bolsa de cien mil dólares pues se había ganado la oportunidad de pelear contra otro famoso toda vez que junto al inglés Henry Cooper y al memorable ex campeón Joe Frazier, se convertiría en el tercer hombre en el Mundo en derribar al más grande. Además y a partir de ese momento se iniciaría la tercera y definitiva etapa del combate: la de una lucha encarnizada.
Mientras esto ocurría en el Cleveland Coliseum de Ritchfield un joven productor y actor se atragantaba con la última porción de pizza que le había llevado un delivery a su triste cuarto del hotel Vagabund de Hollywood desde donde veía el combate por televisión. La caída de Muhammad Alí no era para él y su imaginación un simple hecho de impacto deportivo. Antes bien, pareció encontrar en tal situación la punta de un drama ideal, un guión soñado, un proyecto para volver a golpear las puertas cerradas de las productoras que se negaban a recibir sus ideas. El joven Sylvester Stallone comenzaría a pergeñar su película más famosa: Rocky. Pero para ello debía ver el final del combate.
Para el campeón fue un sacrificio; para Wepner un suplicio; con lo poco que le quedaba de aire y de fuerza, Alí se puso serio y debió apelar a toda su experiencia para terminar de una vez con la pesadilla Wepner. Se sobrepuso a su falta de estado físico y a su fatiga; dejó de jugar con Wepner y asumió su obligación de campeón sin la manifiesta suficiencia con la cual se había propuesto consumar el show.
Por cierto y tal lo esperado pasó a dominar disminuyendo a cero los riesgos. Al Braverman y Pat Flood, managers de Wepner, sufrían en el rincón el lento paso del tiempo; cada round parecía durar un siglo. Los gritos desaforados llevaban un mensaje de inhumana exhortación para que Wepner pudiese llegar al final. Antes de comenzar el 15° round el referí Tony Perez fue una vez más al rincón de Wepner para asegurarse que bajo esa máscara de sangre había un hombre conciente. Fue cuando le preguntó a Wepner cuantos dedos estaba viendo mostrándole su mano derecha. Y Pat Flood, uno de sus segundos le daba un pellizco en la espalda por cada dedo que el árbitro le exhibía para que el peleador dijera “tres” y lo autorizara a realizar la última vuelta.
Para Stallone ya había un héroe, nacía Rocky, un estoico y principal protagonista de su futura historia: Chuck Wepner. Solo rogaba que ganara, que se produjera el milagro…
No fue posible en los hechos reales pues cuando faltaban solo 19 segundos para terminar la pelea sobrevino el desenlace: Wepner, ciego por la sangre y sin más resistencia que la de su corazón, recibió una perfecta combinación de jab de izquierda en apertura seguida por un implacable golpe ascendente de derecha y quedó vacilante; Muhammad se le fue encima y repitió el gancho de derecha. Los 102 kilos y medio de Wepner se precipitaron contra las cuerdas y lentamente se fue desmoronando hasta detener su exhausto cuerpo sobre la lona. El referí Tony Perez inició la cuenta pero no llegó al final: declaró el nocaut técnico cuando el cronometrista llegaba a los 6 segundos y sólo faltaban 19 segundos para la campanada final.
Fue explosión en el estadio y suspiro en el Mundo. El cuadrilátero se llenó de fieles, fanáticos, cámaras, fotógrafos, amigos, familiares, empresarios, reverendos religiosos, autoridades y agentes de seguridad. Todos alrededor del exhausto rey quien se echó sobre el tapiz y aflojó sus músculos haciendo un rélax absoluto con respiración yoga, tal era su estado de extenuación.
Stallone a esa altura ya tendría al extravagante y opulento campeón, la contrafigura de su humilde y esforzado Rocky y a quien llamaría en su famosa ficción Apollo Creed.
A las cuatro de la mañana mientras Sylvester Stallone en Los Angeles comenzaría a imaginar Rocky una de las sagas más exitosas de la historia del cine mundial – ganador de 3 Premios Oscar de la Academia-, me encontré con Wepner. Aquel hombre exhausto y trastabillante con desfigurado rostro se tomaba del brazo de Linda, su esposa, para alcanzar silencio y descanso en su cuarto del hotel. Venía del hospital. . . Le habían practicado 35 puntos de sutura transformados en una microcirugía plástica. Chuck Wepner no imaginaba que su noble quimera quedaría inmortalizada.
Muhammad Alí junto a un centenar de amigos celebraron el triunfo con euforia y sonrisas en la Disco del hotel pues lo que creyeron fácilmente manejable cual tongo se había convertido en una odisea.
Después, a la madrugada, Rocky y Apollo Creed se fueron a dormir mientras Sylvester Stallone comenzaba a eternizarlos.
Archivo: Maximiliano Roldan
Seguí leyendo: