Por Julián Mozo
“Tacko, Tacko”, gritan con insistencia los miles de hinchas que llenan el TD Garden. Los Celtics están ganando con cierta comodidad y los fans, para terminar de disfrutar otra noche de éxitos, quieren en la cancha a ese gigante bonachón que se ha ganado el cariño de todos. El entrenador Brad Stevens, por lo general parco y muy justo en las sustituciones, no puede evitar entrar en la fiebre Tacko y bate sus brazos hacia arriba y abajo, pidiendo que el pedido se escuche aún más fuerte. La gente explota y ahí sí Stevens, sonrisa mediante, da la orden para que entre. Tacko Fall se saca la sudadera, regala una de esas sonrisas compradoras e ingresa a la cancha. Y una vez ahí dentro produce sin presión, aprovechando que el rival está de brazos caídos y él es un portento de 2m31, por lejos el jugador más alto de la NBA. El estadio delira, festeja cada buena acción, sean puntos, rebotes o asistencias. Una forma de devolverle cariño a este chico de 24 años que se ha sacrificado en el largo camino desde su Senegal natal.
Nacido el 10 de diciembre de 1995, Elhadji Serigne Tacko Diop Fall -así es su nombre completo- es antes que nada un misterio de la genética, porque ninguno de los padres supera el 1m76. Sin embargo, él y varios de sus ocho hermanos salieron altos. O muy altos. Como él. O como el menor, que ya mide 1m96 con apenas 12 años. En Dakar, la capital de Senegal, la vida no fue fácil para él y su familia. El padre dejó la casa en la pubertad de Tacko para mudarse a Estados Unidos y su madre Marianne tuvo que enfrentar la dura crianza sola de una familia demasiado numerosa. Y demasiada alta. Todo era difícil, conseguir ropa, zapatillas y hasta comida. Marianne compraba las sandalias más grandes que encontraba en los bazares y luego las cosía si se rompían, por la dificultad que tenían para conseguir unas nuevas. Dinero tampoco sobraba, por eso era normal que Tacko usara la misma ropa durante una semana entera o comiera una vez por día. Encima, como tampoco veía muy bien, de chico debía ir hasta un hospital para conseguir algunos anteojos con el aumento que necesitaba. Pero claro, aun con carencias y dificultades, era un chico feliz, que se la pasaba jugando en el barrio, sobre todo al fútbol, el deporte más popular en el país, con estrellas que han saltado a la fama, como el recordado delantero El Hadji Diouf en el Mundial 2002 y como actualmente Sadio Mané, figura de Liverpool, el campeón europeo y mundial de clubes. En algún que otro video, incluyendo uno de Instagram titulado (por él mismo) Tacko Messi, el gigante demuestra sus destreza haciendo jueguitos con una N° 5.
El fútbol era su pasión. Pero no la única. La otra era estudiar, en especial con amigos. Desde muy chico, Tacko mostró una marcada inteligencia y, en especial, mucha facilidad para los números. Soñaba con ir a una universidad y recibirse de ingeniero o bioquímico. Pero, claro, a la vez no paraba de crecer y no fueron pocas las recomendaciones para que intentara con el básquet, puntualmente en la academia de Ibrahim N’Diaye, el hermano de Mamadou, aquel ex NBA. N’Diaye se sorprendió cuando, a los 16 años, vio entrar por la puerta a un chico de 2m13. Poco le importó que nunca hubiese jugado al básquet. “Mi misión era ver potencial y en él, rápidamente, se lo noté, no sólo en su físico, también en sus manos, en la coordinación y en su mentalidad”, recuerda Ibrahim, quien ofreció un diagnóstico que primero la madre rechazó. “Tiene talento pero, para seguir creciendo más rápido, algo clave por la edad que tiene, debe irse a Estados Unidos. Ya. Ahí puede tener un futuro”, le dijo. A Marianne no le gustó la idea pero, luego de pensarlo, se dio cuenta que podía ser una gran oportunidad para su hijo.
Así fue que, a mediados de 2011, Tacko se tomó un vuelo junto a otro prospecto senegalés, Ange Badji, de 15 años. Dakar-Bruselas-Nueva York-Houston era el itinerario de estos chicos que, entre ambos, no superaban las 15 palabras en inglés. “En el aeropuerto y en el viaje estuve muy excitado, quizá tanto que me descompuse... O tal vez haya sido la comida del avión, no lo sé”, recuerda. Lo cierto es que Tacko estuvo demasiado tiempo en el baño del aeropuerto JFK de Nueva York y perdió la conexión hacia Houston. Así empezó un sueño americano que distaría mucho de serlo, al menos en los primeros dos años. Nada fácil fue ese tiempo en Estados Unidos. “Estaba contento con la oportunidad, pero tan rápido como aterricé caí en que no vería por mucho tiempo a mi mamá, a mi familia, y realmente me costó”, recuerda el pivote que llegó a estar tres años sin reencontrarse con su madre y hermanos. Llegó para jugar en un secundario de Houston y le pasaron algunas cosas lindas porque vivió con Ben Simmons, la actual estrella de los 76ers, y llegó a entrenarse con Hakeem Olajuwon, la mítica figura de los Rockets. Pero el día a día no resultó nada sencillo. Comía lo justo y necesario, justamente una persona que en esa época necesitaba 9.000 calorías por día, y al poco tiempo, el colegio avisó que cerraba sus puertas por un tema económico. Fall quedó varado, sin saber qué hacer y con muy poca ayuda del entorno.
Lo primero que se le ocurrió fue ir a Cincinnati, donde vivía su padre ganándose la vida como chofer de taxi. Pero no encontró opciones y empezó a deambular por distintas ciudades. Pasó por Tennessee, por los estados de Ohio y Georgia. En todas las ciudades encontró interesados, pero sus papeles de visado eran el problema. Recién pudo asentarse cuando los pudo completar con la ayuda de quien sería su “hada madrina”, Mandy Wettstein, la Directora de Relaciones Públicas de un secundario en Tavares, cerca de Orlando, llamado Liberty Christian. Un colegio católico que, por suerte, no tuvo problemas en aceptar a dos chicos musulmanes… Pat Burke, ex jugador de Orlando Magic en la NBA, lo vio jugar y se lo recomendó a su amigo, el entrenador de ese colegio. Así llegó Fall al Liberty HS. Y fue Mandy, después de tantos trámites, quien le tomó cariño a Tacko, casi sin conocerlo, y como no tenía hijos con su esposo, se ofreció como receptora de ambos chicos senegaleses. Claro, la pareja no imaginó de qué forma debería adaptar su vida, y su casa, a la llegada de dos gigantes. “Definitivamente las compras tuvieron que ser más grandes”, recuerda, con una sonrisa, consultada si era verdad que Tacko podía comer dos pizzas y dos hamburguesas en una cena.
Comer era un tema y dormir, el otro. “Me adapté a todo. He dormido mucho en el suelo. O en diagonal en la cama para poder entrar”, recuerda Tacko, que además calza nada menos que 60. “En Estados Unidos fue más fácil encontrar mi número, sobre todo cuando empecé a estar en contacto con marcas de indumentaria”, admite. También tuvo que adaptarse a la mirada de la gente, como si fuera un fenómeno de la naturaleza, incluso alguien extraño… En general, el chico tomó bien esta atención, incluso cuando le pedían fotos, no porque conocieran su nivel de juego sino sólo por el efecto de curiosidad que generaba su estatura. “Siempre lo entendí. Si yo viera a alguien tan alto como yo, creo que haría lo mismo que ellos: pedirle una foto”, dice, sonriente, con esa clase de actitud que le ha permitido ganarse la calidez de la gente en cada lugar donde ha estado. Sólo una vez le costó soportar el acoso de los extraños. “En el aeropuerto de Atlanta varias personas comenzaron a seguirme y tuve que gritarles ‘no soy un animal, sólo un ser un humano, un hombre…”, recuerda. Luego, con el tiempo, se acostumbró a ser el centro de atención. “Adónde vamos es como Elvis (Pressley)”, cuenta Tony Atkins, coach del secundario Liberty.
Tacko le puso mucho énfasis a desarrollar su juego. Sabía que debía ganar tiempo. O, en realidad, recuperarlo. Casi 16 años sin jugar al básquet era demasiado. “En el verano me alisté en otro equipo, para hacer temporada completa. Cada día trabajé mucho en cada aspecto de mi juego. No fue fácil soportar la presión de la gente, que espera mucho de mí sólo por la altura… Muchos, cuando me ven jugar por primera vez, se dan cuenta que no lo hice mucho antes en mi vida. Pero me apoyé mucho en mis compañeros y entrenadores. En cada etapa fui haciendo lo que podía, tratando de colaborar con el equipo”, explica. Todo le costó, sobre todo lo físico. “Al principio corría una cancha entera y me cansaba. Era débil. Hasta que hice un entrenamiento especial en el gym y una dieta especial para ir ganando kilos”, detalla quien cuando llegó al colegio no podía levantar 50 kilos en el banco plano y luego hacía series de 16 repeticiones con 60. Así fue que, en su último año en el colegio, promedió 20 puntos, 15 rebotes y 5 tapas. Un nuevo Tacko había nacido. “Le falta mucho, pero a la vez asusta el hecho de que lleve apenas tres años jugando al básquet. Si esto puede hacer ahora, estamos en presencia de alguien que puede soñar con vivir de esto”, decía Atkins cuando ya 40 universidades del país habían posado los ojos sobre él.
Tacko, ya habituado a la zona de Orlando, eligió la Universidad de Central Florida, donde encontró las herramientas necesarias para dar otro salto de calidad y vivir mejor. La NCAA aprobó que la facultad, por caso, pudiera reformar una habitación para alguien de su estatura, teniendo en cuenta que la organización no permite retribuciones de ningún tipo para los jugadores (los únicos que son amateurs). Así fue que Fall siguió mejorando físicamente con un programa especial de alimentación y entrenamiento. Lo otro lo hizo en el campo, con su entrenador, siempre apoyado en su ética de trabajo. Tanto cambió él y su entorno que, alguna vez admitió, conserva los anteojos viejos que están emparchados en el medio y se los pone frente al espejo. “Es el recordatorio de donde viene, de cómo vivía y cómo ahora tiene otra vida”, explica Mandy, una especie de madre sustituta que encontró en USA.
El crecimiento fue sostenido en UFC. En la segunda temporada, tras promediar 10.9 puntos, 9.5 rebotes y 2.6 tapas, se anotó en el draft 2017 pero sólo para saber si tenía chances y volvió a la NCAA. En la tercera campaña tuvo una lesión, aunque regresó con todo para la última (11, 7.7 y 2.6), incluyendo una llegada con el equipo hasta la Locura de Marzo, cuando fue eliminado por Duke y Zion Williamson. Eso le abrió la puerta de una chance NBA, siempre a partir de una altura excepcional. En el Combine, el famoso campus previo al draft donde se miden todas las aptitudes físicas de los prospectos con chances de ser elegidos, su estatura dio 2m35 con zapatillas (más allá de que la NBA luego lo oficializó en 2m31). En este momento, si lograba debutar en la NBA, hubiese sido el jugador más alto de la historia, aunque hoy con 2m31 sigue con ese privilegio, aunque de manera compartida con el rumano George Muresan y del sudanés Manute Bol.
Por eso no fue casualidad que en Maine Red Claws, el equipo de la G-League donde pasa la mayor parte del tiempo en esta temporada (promedia 13.4 puntos, 9.8 rebotes y 2.6 tapas), recreara aquella foto icónica de Manute Bol y Muggsy Bogues (1m59) en los Washington Bullets de los años 90. En esta ocasión, la franquicia filial de los Celtics la armó con Tremont Waters, base de 1m78, para que impactara visualmente la diferencia de 53 centímetros entre jugadores. La altura de Tacko, está claro, trasciende el básquet. En la historia de la humanidad, de las casi 10.000 millones de personas que se calcula que han vivido desde 1835, es el N° 67 de la lista que lidera Robert Wadlow, un estadounidense de 2m72 conocido como el Gigante de Alton (Illinois) que a los 8 años ya medía 1m87 pero apenas vivió hasta los 22... Por caso, de pie y con los brazos extendidos, Fall llega a los 3m18 (13 centímetros más que la altura del aro), por lo que no necesita saltar para realizar una volcada. El Combine, además, demostró que el pivote, con un salto en carrera, podía alcanzar los 3m73 y su envergadura de brazos es de 2m50.
Tacko es, además, una persona impactante también afuera de la cancha. Desde chico mostró muchas inquietudes, quizá “demasiadas”, como cree él. En las aulas se aplicaba mucho, sobre todo con facilidades en matemáticas. Alguna vez, cuando ya estaba en la universidad, sorprendió con una declaración sobre qué preferiría para su futuro. Le pusieron como referencias a las dos personas que son la bandera de sus actividades, el básquet y la computación. Y adivinen a quién eligió… “El básquet puede ser algo muy útil para conseguir muchas cosas, cosas grandes, dinero para volver a mi país y devolver a la comunidad. Pero si tuviera la opción de ser LeBron James o Steve Jobs, preferiría ser el segundo porque tu físico fallará alguna vez, pero tu conocimiento durará para siempre y te permitirá impactar a más gente por más tiempo”, aseguró quien en UCF impactó con sus notas. Tanto que la NCAA las puso en duda tras su primer año y casi no lo deja iniciar su segunda temporada. Luego de una investigación, la organización concluyó que no estaban fraguadas. Tacko llegó a tener un GPA de 3.6 (sobre 4), lo que significa un estudiante sobresaliente. Cuando llegó a USA, sin saber inglés, rápidamente lo aprendió y hoy habla cuatro idiomas si se suma el francés, el Wolof y un lenguaje nativo de Senegal. Además del título de Ciencias de la Comunicación que logró en la facultad. Fall, además, ama la música. Toca la guitarra y hace días se atrevió a ejercer como director de la Orquesta Pops de Boston. Lo hizo en la interpretación del tema Sleigh Ride de Leroy Anderson, en reemplazo del famoso director Keith Lockhart en el Symphony Hall.
Quizá por todo esto es amado en Boston, pese a un tiempo en cancha prácticamente testimonial. Sólo ha entrado en tres partidos de la temporada, aunque sus minutos en cancha (11) han sido disfrutados por él y los hinchas. Tacko, sin embargo, quiere más. Por eso tiene un plan nutricional muy exigente y un régimen especial de entrenamientos para ganar movilidad y prevenir lesiones. También mantiene las sesiones con los coaches de hombres grandes que tienen los Celtics. Sabe que, si hubiese nacido 15 años antes, su realidad sería otra. Hoy en día, desde que la tendencia que generaron los Warriors y los Rockets, los equipos usan alineaciones más chicas, dinámicas y que tiran mucho de tres puntos. Las torres, como Tacko, están en desuso, pasadas de moda, salvo que tengan mucha movilidad y lancen muy bien de tres puntos. Por ahora no es su caso. Pero él sigue trabajando. Como lo hizo desde que llegó desde Senegal en una historia que es digna de una película de Hollywood, porque por momentos se pareció en una pesadilla y hoy sí puede decirse que se parece a un sueño americano…
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