El 9 de diciembre de 2018 durante la final de la Copa Libertadores que disputaban en Madrid River Plate y Boca Juniors, el jugador colombiano Juan Fernando Quintero alcanzó la gloria continental. Era el minuto 108 en un partido empatado a un gol, que para jugarse tuvo que esperar semanas y una polémica asfixiante que sumaban tensión al trascendental juego, pero nada de eso le importó a Juanfer para clavarla de zurda en el arco de Boca y poner en ventaja a River que terminó coronándose campeón.
Antes de esa final, el futbolista surgido de los barrios pobres de la ciudad de Medellín, en donde alguna vez Pablo Escobar fue rey, ya había deslumbrado al mundo con su juego de calidad, de toques y pases precisos, en el Porto de Portugal y en las dos copas del mundo que disputó con la selección de Colombia, en 2014 y 2018, anotando un gol en cada edición.
A Quintero el fútbol le salvó la vida, fue su puerta de salida a un contexto plagado de desigualdad, pobreza, crimen y drogas. Eso era Medellín en los años 90, una ciudad dominada por los carteles del narcotráfico, donde le tocó crecer.
El fútbol también fue una forma de homenajear a su padre, Jaime Enrique Quintero Cano, quien fue futbolista y llegó a jugar en las inferiores de varios clubes profesionales de Colombia, como el Atlético Nacional. Pero de él solo conocería por historias de sus familiares ya que un día de 1995, hace 25 años, desapareció sin dejar rastro, dejando a su pequeño hijo con tan solo dos años de nacido.
Juanfer poco ha hablado de él, pero en días recientes rompió su silencio a causa de un polémico nombramiento en Colombia, el del Eduardo Zapateiro Altamiranda como el nuevo comandante del Ejército Nacional, a quien la familia del futbolista señala de participar en la desaparición forzada de su padre.
“Tengo derecho como hijo a saber qué pasó con él (…) solo quiero saber qué pasó”, escribió Juanfer en uno de los tres tuits que dedicó al caso, el cual afirmó que ha afectado a su familia moral y psicológicamente en los más de 24 años que tiene de desaparecido su padre.
Los mensajes del futbolista no pasaron desapercibidos y fueron respondidos casi de inmediato por el nuevo comandante Zapateiro e incluso por el presidente Iván Duque, quienes afirmaron su disposición para abrir un diálogo que esclarezca lo sucedido con Jaime Enrique.
Aunque un primer diálogo ya ocurrió, según afirman el comandante y el presidente, lo cierto es que aún no hay una versión oficial que de cuenta del paradero del padre de Quintero, y en su caso existen muchos cabos sueltos que jamás han sido investigados.
Así lo reconocieron los familiares de Jaime Enrique a medios nacionales durante la semana que pasó. Silvia Quintero y Carlos Quintero, tíos del jugador de River, han sido los más vocales sobre el tema, ya que llevan casi un cuarto de siglo abogando por esclarecer la verdad, en un proceso jurídico que aún no arroja ninguna respuesta.
De acuerdo al relato de Silvia, el último día que supieron de su hermano fue el 1 de marzo de 1995, cuando se le ordenó traslado de la IV Brigada del Ejército en Medellín a la XVII Brigada que operaba en Carepa, un municipio del Urabá Antioqueño, peligrosa zona de combate entre guerrillas, grupos paramilitares y el Ejército.
Se había presentado ese año en el Ejército para prestar el servicio militar obligatorio y así poder obtener su libreta miliar, un requisito que se solicitaba en ese tiempo en Colombia para acceder a un trabajo formal. Después de pasar todos los exámenes en Medellín y quedar apto, a Jaime Enrique le ordenan traslado a la XVII Brigada, la cual era entonces comandada por Eduardo Zapateiro.
Dicho traslado se hace efectivo el 1 de marzo y a partir de ahí las noticias sobre Jaime Enrique son confusas. Afirma Silvia Quintero que ese fue el último día que hablaron con él directamente, gracias a una llamada que hizo en la madrugada.
“Él nos llamó al día siguiente en la madrugada, que le había tocado en Urabá, en el batallón Voltígeros; en ese tiempo había unos enfrentamientos entre la guerrilla (FARC) y el Ejército. Entonces, dijo que los trasladaban en avión y los llevaron hasta allá. Nosotros estábamos esperando que él nos llamara, porque siempre se comunicaba con nosotros, donde estuviera… Como él también fue jugador de fútbol, siempre donde le tocara nos llamaba”, narró a Agencia Andalou.
Para ese entonces, Jaime Enrique Quintero había militado en los clubes Deportivo Itagüi y Atlético Nacional y en su juego mostraba dotes similares a los que harían famoso años después a su hijo. Él también era el 10, el organizador del juego, el pasador preciso y el de la gambeta elegante.
Pero Jaime Enrique nunca llamaría de nuevo, ni supieron de su llegada a la XVII Brigada. Tras día de silencio la familia optó por contactar a un amigo, un vecino que estaba en un batallón cercano que pertenecía a la misma brigada.
Relata Silvia que al tiempo recibieron una llamada de ese vecino que muy preocupado les contó que no había encontrado a Jaime Enrique en el batallón y que al ir a preguntar directamente al entonces capitán Zapateiro Altamiranda este le dijo que no lo conocía y que no lo tenía en su lista de hombres.
Lo extraño, contó el vecino, es que los soldados de la brigada lo llamaron aparte y le dijeron que Zapateiro y Jaime Enrique sí se conocían, que habían tenido un altercado, que el capitán lo había maltratado y que este se había defendido, causando así su expulsión por problemas de indisciplina.
En la versión de la familia, el vecino confrontó al entonces capitán Zapateiro con el relato de los soldados y este le respondió: “Ah sí, ya lo recuerdo. A ese joven yo mismo lo llevé hasta el aeropuerto y lo despaché para Medellín”.
La familia va entonces a la IV Brigada en Medellín, donde debió haber vuelto Jaime Enrique, solo para encontrar que tampoco estaba allí.
En ese lugar conocen a un hombre, Edison de Armas Avilés, el cual les dice que el capitán Zapateiro le entregó personalmente a su pariente junto con “otro muchacho” y 30 mil pesos (USD 6 al cambio actual), le dijo que lo montara en un bus de la compañía Sotraurabá, algo que hizo pero que no sabe que más pasó.
Edson de Armas Avilés les dijo que con Jaime Enrique había devuelto a otra persona que también estaba desaparecida y según cuenta Silvia, los impulsó a denunciar el caso y se ofreció como testigo. Hoy en día de Armas Avilés también está desaparecido.
La familia asegura que cuando viajaba en el bus de vuelta a Medellín, Jaime Enrique, que entonces tenía 23 años, fue bajado del vehículo de la empresa Sotaurabá a la altura del puente de Mutata, en el Urabá Antiqueño, por los hombres del comandante paramilitar Carlos Castaño. Pero esto nunca se ha comprobado.
Sobre el caso hay una demanda administrativa contra el Ministerio de Defensa y el Ejército Colombiano, la cual fue fallada en primera instancia el 30 de marzo de 2001 por el Tribunal Administrativo de Antioquia, y en la cual se resuelve que no hay responsabilidad de la Nación en la desaparición de Quintero Caro.
En agosto de ese mismo año, el Concejo de Estado no admitió el recurso de apelación contra la sentencia absolutoria, dejando el caso en el olvido.
Sin embargo, el nombramiento de Eduardo Zapateiro como comandante del Ejército -el cual llega a reemplazar al también polémico Nicasio Martínez, envuelto en escándalos de “falsos positivos” y violaciones de Derechos Humanos- ha revivido nuevamente el caso.
Afirman los familiares de Quintero que al comandante nunca se le ha abierto una investigación penal formal sobre el caso de su pariente, ni ninguna otra de tipo individual y al ser la desaparición forzada un delito de lesa humanidad, no prescribe, por lo que aún guardan esperanzas de que se investigue y se sepa la verdad.
El jugador, por su parte, no se ha vuelto a pronunciar públicamente, pero en sus declaraciones por twitter fue claro en que no quería afectar el nombramiento del nuevo comandante.
Se espera que el compromiso del presiente Duque y de Zapateiro de contar la verdad sobre el caso de Jaime Enrique por fin pueda darle la tranquilidad al talentoso Juan Fernando, para que conozca por fin qué ocurrió con su padre, una de las 82.998 personas que, de acuerdo al Centro Nacional de Memoria Histórica, fueron víctimas de desaparición forzada en el largo conflicto armado de Colombia.
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