Anochece en Compton, ciudad de 100.000 habitantes ubicada en las afueras de Los Ángeles. El peligro está latente, casi en cada esquina. Hace dos años quedó primera en el ránking de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos, con un promedio de homicidios ocho veces mayor al nacional… Mark Leonard lo sabe, incluso le aconsejaron varias veces no cerrar tan tarde el lavadero de autos que tiene hace unos años en la calle North Wilmington, pero el hombre de 43 años es un laburante dedicado y lo usual es que, cuando algún cliente llega sobre la hora de cierre, él grite “hagamos uno más”. Aquella tardecita, Mick –como le dicen- repite la orden porque está especialmente feliz. Su mujer Jacquelyne, que trabaja con él en la contabilidad del negocio, le había dicho la noche anterior la mejor frase que ha escuchado en años. “Vas a ser papá otra vez, estoy embarazada”. Ambos ya tenían hijos de matrimonios anteriores, pero llevaban años buscando uno propio. Por eso, cuando quedó listo el último vehículo, Mark se apuró a cerrar. Jacquelyne lo esperaba para ir a ver a Kawhi, el varón que una hora después jugaba un partido de básquet en el colegio secundario. El plan, perfecto, se cerraría con una cena familiar, en la que los cinco hijos se enterarían que un nuevo hermanito venía en camino.
Pero, claro, a veces el destino no es el soñado. De repente, un desconocido ingresa al estacionamiento, enfrenta al dueño, saca un arma y dispara. Los empleados se quedan perplejos. Mark, trastabillando, atina a gritarle a ella que corra hacia el negocio. Jacquelyne le hace caso, piensa que él viene detrás. Pero cuando entra y se da vuelta observa, a través del vidrio, cómo el delincuente sigue disparando, con Mark en el piso. Diez disparos en total. Cuando para, la mira fijamente y huye. Ella, desesperada, corre hacia afuera.
-Mark, levantate, por favor, tenés que levantarte…
Ella grita, él no contesta. Y, mientras brotan sus lágrimas y se abalanza sobre el cuerpo de 1m90 y 135 kilos, sólo atina a decir una frase digna de un final de Hollywood. “Mark, por Dios, ¿ahora qué hago con nuestro bebé?”. Media hora después, Mark fallecería en el hospital, como tantos otros en una ciudad “gobernada” por la guerra entre bandas callejeras. “Fueron segundos… Sólo vi a una persona de ropa oscura, con algo que le cubría la cara, que se le acercó y disparó. Luego salió corriendo, no pude verlo bien. Ni tampoco sé por qué pasó. Sólo me enteré que Mark estaba mediando en un conflicto”, recordaría años después.
El asesino nunca se conocería, como pasa casi con el 50% de los casos en el condado de Los Angeles. Mucha violencia, mucha impunidad. Tampoco, obviamente, se conocen los motivos, más allá de las sospechas de una venganza o ajuste de cuentas por parte de una banda latina que había visitado ese mismo día a Mark para una “reunión” que había terminado a los gritos y con empujones. Lo seguro es que, aquella noche, una familia con cinco hijos quedó devastada. Para siempre. En ese entonces, con 16 años, Kawhi Anthony Leonard ya era una de las joyas del básquet estatal. Ese viernes volvía contento de su partido cuando le sonó el teléfono. Era su hermana mayor, llorando y con la voz entrecortada.
-Kawhi, murió papá, lo mataron…
El adolescente quedó shockeado. “No quise creerlo, no podía ser real. Sentí como si todo a mi alrededor se detuviese”, recuerda sobre aquel instante que cambió su vida (y su carácter) para siempre. Pasó esa noche en la casa de su primer coach, Marvin Lea. Sin llorar y casi sin mostrar emociones. “Si no lo conocías era imposible intuir lo que le había pasado”, resume Lea. Una parte de su mundo se desmoronó y jamás volvió a reconstruirse. Interiormente, ese día nació otro Kawhi. Ya nada volvió a ser igual para él. Y para quienes lo rodearon. Esta es la historia de cómo una tragedia puede servir como motivación para cumplir los sueños pero, a la vez, profundizar una personalidad hasta convertirla en una muy introvertida, casi inexpresiva. Esta dualidad, entre motivación y desgarrador dolor, quedó resumida pocas horas después del asesinato de su padre. Kawhi debía jugar otro partido. El equipo del secundario Riverside King donde cursaba enfrentaría a Compton Dominguez en el estadio Pauley Pavilion de UCLA. La mayoría pensó que no jugaría y el coach le dio a elegir, pero Leonard quiso estar, pese a que la tristeza y angustia lo carcomían por dentro. Lo hizo por él pero también por su padre. “El básquet es mi vida. Quería jugar y sacarme la tragedia de mi cabeza. Y también por él. Estaría orgulloso de verme”, rememora. También fue la primera gran demostración de cómo, en su carrera, este chico convertiría lo malo en su combustible. Aquella noche de sábado, con su alma en pena, se las arregló para anotar 17 puntos en la derrota de los Kings (68-60), pero no bien terminó el partido no aguantó más… Fue hasta donde estaba su madre y se quebró. En sus brazos lloró por varios minutos mientras sus hermanos y compañeros intentaban consolarlo. “Fue muy triste. Mi padre debió haber estado en ese partido…”, admitió Kawhi.
No fue fácil dejar atrás la tragedia. En todo sentido. Tres meses después, un auto con dos hombres ingresó al estacionamiento del lavadero. “Es ella”, gritó el de adelante y el otro disparó su AK47. Jacquelyne, embarazada de tres meses, sólo recibió un balazo en la pierna y sobrevivió a un incidente que la Policía de Los Angeles aseguró que estaba conectado al asesinato de Mark. “Volvieron por ella”, aseveraron. Aquel nuevo hecho de violencia golpeó aún más a Kawhi. Sintió que podía perder también a su madre, que allí ya no estaban seguros y empezó a pedir por una mudanza que recién llegaría tiempo después… Todos, desde entrenadores hasta familiares, pasando por sus compañeros, estuvieron cerca en las semanas siguientes. “Tratamos de estar con él, hablarle, tranquilizarlo, acompañarlo. No fueron tiempos fáciles para él”, recuerda el coach Tim Sweeney.
Kawhi ya no era el mismo. Lidiar, siendo adolescente, con la muerte de su padre y encima con otro atentado, es muy difícil. Estaba triste, intranquilo. Mark, pese a que se había separado de su madre biológica, había sido muy cercano a él, un compañero, casi un amigo. Kawhi se la pasaba en el lavadero, trabajando (ver foto) y pasando tiempo con su padre. Allí charlaban mucho de básquet y fútbol americano, el otro deporte que Manotas había practicado. “Para él, fue una gran tragedia. Creo que, de todos nuestros hijos, fue al que más lo afectó. Se metió aún más para adentro. Por suerte, encontró su refugio en el básquet, fue su verdadera terapia”, reconoce Jacquelyne.
El tiempo, dicen, cura todo. O casi. Y luego de un par de meses en un nivel mucho más bajo, Kawhi lo recobró justo a tiempo. Para los playoffs. En especial para la esperada revancha de Riverside (récord 32-2) contra Compton Dominguez (31-2). El ganador iría por el título de la región Sudeste de California, al otro fin de semana y nada menos que en el estadio Arco Arena, el hogar de Sacramento Kings en la NBA. Kawhi, que promediaba 17.2 puntos, metió 22 y su equipo ganó en suplementario por 83-82. “El básquet fue lo que me permitió levantarse cada día durante mucho tiempo”, explicó quien decidió tatuarse la frase “RIP Dad” (Descansa en paz, papá) en su brazo para llevarlo con él para siempre. Aquel partido fue el reflejo de que su juego había vuelto, pero no así parte de su personalidad. Esa frialdad que vemos hoy, esa forma de ser tan callada e introvertida que notamos, al menos en público, había llegado para quedarse.
Kawhi nació el 21 de junio del 91 en Riverside, una ciudad de 350.000 habitantes ubicada a 95 kilómetros de Los Ángeles. Cuando él tenía cinco años, sus padres se separaron y él se quedó con su madre biológica, Kim Robertson, en Moreno Valley. Pero cada fin de semana recorría los 100 kilómetros que lo separaban de Compton, donde vivía su padre. La forma de pasar tiempo con él era ayudarlo en el trabajo. “Recuerdo que le decía a él, a Marcus y Cameron –hermanos por parte de madre- que debían ganarse las zapatillas que querían comprarse. Kawhi no se quejaba: era muy respetuoso y siempre escuchaba al padre”, recuerda Jacquelyne. Imagínense a Kawhi lavando autos con sus manos, en ese momento más impactantes que hoy porque aún no se había desarrollado físicamente.
Con el tiempo, Kawhi sería apodado la Garra (The Claw) gracias al tamaño de sus manos, que extendidas miden 28.57 centímetros desde el meñique hasta el índice y, de arriba hacia abajo, llegan a 24.76. Un estudio, incluso, demostró que son un 52% más grandes que las del promedio de las personas de este mundo... Manos prodigiosas que, junto a su velocidad y agilidad, le permitieron destacarse tanto en el básquet como el fútbol americano, deporte que comenzó por pedido de su padre, quien lo había jugado en el secundario. Kawhi era un prometedor ala cerrada (posición que combina tener que tacklear y recibir los envíos del mariscal de campo) hasta que un día le prestaron el DVD de una las películas icónicas de Michael Jordan. Come Fly With Me lo cautivó y le hizo despertar el sueño de convertirse en jugador profesional de básquet. Pero, claro, la historia de Kawhi siempre tiene un obstáculo nuevo a superar.
Y fue a los 13 años cuando luego de haber entrenado mucho para quedar en el equipo del colegio, no pudo asistir a la prueba porque su madre estaba trabajando en Los Ángeles y no llegó a tiempo para llevarlo. Ni siquiera hablar con el coach, para contarle el percance que había tenido, le permitió tener otra chance. Por eso, en aquel primer año de secundario Canyon Springs, ya midiendo 1m89, Leonard tuvo que conformarse con jugar al fútbol americano… Ahí entró en acción Marvin Lea, su primer entrenador (en la AAU), quien le aconsejó transferirse al secundario Martin Luther King de iverside, donde comenzó la historia hasta aquella tragedia con su padre.
“Recuerdo que, cuando lo recibí, lo llamé a mi papá para decirte que había llegado un chico que iba a ser un All Star de la NBA. Se lo dije a varios, todos se me rieron”, rememora Sweeney. Con el tiempo, Kawhi ganó en confianza y, más que nada, en tranquilidad. Sobre todo luego de la mudanza de ciudad para dejar atrás a Compton y con el ingreso a escena de Dennis, tío por parte de su madre, quien se transformó en la figura paterna de la familia y, de a poco, en la persona de más confianza de Kawhi. Leonard se graduó en el 2009, aunque lo más importante eran las “materias” que había probado en la “carrera de resiliencia” que se la había presentado en la vida.
Kawhi ganó el premio Mr Basketball California y fue nombrado el Jugador del Año por el diario Los Ángeles Times, tras promediar 22.6 puntos, 13.1 rebotes y 3.4 asistencias. Junto a Tony Snell, hoy en los Pistons, Leonard llevó al equipo a un récord de 30-3 y al título estatal, logros que le permitieron quedar en el 7° lugar del ránking de preparatorias a nivel nacional. Sin embargo, Kawhi no atrajo tanta atención a nivel nacional y aceptó una beca de la Universidad de San Diego State. Allí jugó dos años y en ambos estuvo en el equipo ideal de la conferencia Mountain West y, en su segundo año en la NCAA, quedó en el segundo quinteto de todo el país (All American). Pero, más allá de su juego en alza, Kawhi impactó por una apabullante ética de trabajo que impactó a todos. Steve Fisher, su coach, lo describió como “una rata de gimnasio”, como le llaman en Estados Unidos a quienes viven para entrenar, y contó una anécdota que resume el deseo de superación del chico.
-Coach, tenemos un problema con Kawhi en el estadio.
-¿Qué pasa?
-Es el segundo día que llega al estadio a las seis de la mañana. Ni siquiera hemos prendido las luces pero se mete con dos lámparas, las prende y comienza a tirar al aro.
En 2011 decidió dar el salto a la NBA y, en la noche del draft, fue Indiana Pacers el que lo eligió con el pick N° 15. Pero, en realidad, sólo dos personas parecieron ver el enorme potencial que tenía este flaco de brazos largos: Gregg Popovich y RC Buford. Los Spurs ofrecieron a George Hill a cambio de Kawhi y dos muy talentosos jóvenes extranjeros, el letón Davis Bertans (pick N° 42) y el esloveno Erazem Lorbek. Dar al base titular de un candidato parecía mucho. Parecía, solamente, porque con el tiempo quedaría como el mejor canje de la historia de los Spurs. Las dudas sobre la decisión quedaron disipadas en su primera temporada: fue titular en 81 partidos y promedió 12 puntos y seis rebotes. Kawhi hablaba en la cancha porque afuera impactaba con su humildad y perfil subterráneo. En los dos primeros años en San Antonio vivió en una casa con su madre y manejó el mismo auto (un Chevy Malibu) de su etapa universitaria. Recién lo cambió en 2013, por “presiones” de sus compañeros, y al año siguiente se casó con Kishele Shirpley, una chica que conoció en San Diego State y con quien hoy tiene una hija.
En el 2014, ya afianzado como una superestrella (estuvo en el All Star), logró el premio al Mejor Defensor de la NBA y ganó su primer título con los Spurs. Además, como si fuera un designio del destino, logró el último triunfo y el MVP de las Finales (tras anular a LeBron James) justo en el Día del Padre. Kawhi lo sabía y no pudo contener la emoción, como en aquel partido en Riverside, seis años atrás. Su padre no estaba, pero en realidad estaba…
“Cuando me mudé de casa, mientras desembalaba cajas, encontré una vieja Biblia. La abrí y encontré una lista que había escrito Mark… Eran cosas que le gustaría que le pasaran en la vida, algo que una vez yo le había pedido que hiciera. Y una de ellas decía: “ver cómo mi hijo llega a ser profesional”. Me emocionó mucho porque Kawhi lo logró, pero también me puso triste pensar que no está con nosotros para ver hasta dónde llegó”, cuenta Jacquelyne. “Sin dudas le hubiese encantado verme lograr lo que logré y llegar adonde llegué. A mí haberlo tenido a mi lado”, dijo Kawhi con la voz entrecortada… Kawhi asegura ser muy leal. Y por eso no sorprendió que dijera, en medio de los éxitos de los Spurs, que quería jugar toda su carrera en San Antonio. Pero luego sufrió una rebelde lesión en el cuádricep derecho, tuvo diferencias con la franquicia sobre cómo tratarlo y no quiso volver a jugar en esa temporada pese a que en el equipo decían que podía haberlo hecho. La novela fue tan grande en los medios que Leonard terminó alejándose de todos: de Buford, de Popovich y hasta de sus compañeros. Muchos culparon a Dennis, el tío, pero lo cierto es que a los Spurs, por la inflexibilidad de Kawhi y su entorno, no les quedó otra salida que el canje. Leonard quería volver a Los Ángeles, ir a alguno de los equipos de la ciudad, pero los Spurs no le dieron el gusto. Lo mandaron a Toronto, un destino que Leonard no deseaba, básicamente por el frío y lo lejos que quedaba de sus raíces. Pero, fiel a su carácter, se adaptó y logró lo que pocos creían: llevar a un equipo (y a un país) que nunca había sido campeón y siempre había fracaso en playoffs hasta el título de la NBA.
Hoy, ya en Los Ángeles, el destino que soñaba, arrancó una nueva etapa en los Clippers, ahora con la chapa de ser el mejor jugador del mundo. Ilusionado, claro, con llevar a otro equipo sin historia (Clippers) a ser campeón pero también, por qué no, impulsar el esclarecimiento del asesinato de su padre… “Su popularidad puede ayudar. No era famoso cuando mataron a su padre, ahora es distinto. Hasta los peores criminales de la zona simpatizan con él, más ahora que ha vuelto... Alguno de ellos podría hablar y darnos alguna pista. Muchos crímenes se han resuelto así, incluso después de muchos años”, declaró Shaun McCarthy, detective de la unidad especial de crímenes sin resolver del condado, quien incluso fue más allá en búsqueda de quiénes puedan aportar datos. “Tal vez haya alguien con problemas con la Justicia que sabe algo y quiera verse beneficiado por un arreglo, a cambio de información”, agregó. McCarthy admitió que el caso tomó otro impulso aunque no dio demasiadas precisiones. “Estamos en proceso de tomar nuevas declaraciones y explorando otros ángulos de investigación. No será sencillo, pero soy optimista que podemos identificar algunas personas”, declaró. Kawhi, mientras se refugia en su amado deporte, estará esperando. En el nombre del padre. Para terminar de cerrar la historia de un corazón lastimado que, en parte, pudo ser curado por el básquet.
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