El rumor era inverosímil y sólo la confirmación del acuerdo le sacó de encima el rótulo de fantasía: Diego Maradona, uno de los astros del fútbol, había acordado dirigir a los Dorados de Sinaloa, un discreto equipo de la segunda división de la Liga mexicana.
Tras el anuncio llegaron la conmoción y la expectativa, como en todo lo que rodea al ex futbolista argentino. Maradona arribaría de manera inminente a Culiacán: una ciudad íntimamente relacionada con las altas temperaturas, el béisbol y el narcotráfico.
La urbe, en el noroeste de México, es el epicentro del Cártel de Sinaloa, fundado por Joaquín “El Chapo” Guzmán, en su momento uno de los criminales más buscados del mundo y que ahora cumple una cadena perpetua en Estados Unidos.
Netflix recupera la historia íntima de Maradona en México con una serie documental de siete capítulos en los que queda retratado el paso del campeón del mundo de 1986 en el Gran Pez y también su vida personal en Culiacán.
En el mando deportivo, por su parte, Culiacán siempre ha sido una de las plazas más tradicionales del béisbol mexicano, cuya tradición está impregnada sobre todo en los países norteños del país, más cercanos a Estados Unidos. Tan sólo Sinaloa alberga la localía de tres equipos de la Liga del Pacífico: los Tomateros de Culiacán, los Cañeros de Los Mochis y los Venados de Mazatlán.
Maradona, una de las figuras mediáticas más importantes del fútbol mundial, llegaba a uno de los reductos de un deporte diferente y a una ciudad donde el constante enfrentamiento entre el organizaciones criminales es el pan de cada día.
El inicio
Maradona llegó a Culiacán junto a el ex portero Luis Islas como auxiliar técnico. El interés que despertó entre los medios locales e internacionales, sin embargo, se quedó un tanto corto con el que le esperaba de los aficionados locales. A pesar de un nutrido recibimiento en el aeropuerto, esa sería la constante de su paso por el Gran Pez.
Ya en Culiacán, se ubicó en un hotel, donde viviría durante su estancia en Sinaloa. De acuerdo con medios locales, un grupo de vecinos del exclusivo fraccionamiento “La Primavera” se opuso a la excentricidad de tener de vecino a Maradona, que, en su opinión, importunaría la tranquilidad del lugar.
El aficionado futbolero se energizó, adquirió abonos para la temporada y el promedio de asistencia mejoró a partir de entonces en el estadio del equipo culichi y ahí a donde fuera el Dorados. Pero, al fin y al cabo, el deporte se mantuvo con el status minoritario que siempre ha tenido.
Culiacán no cambió sus rutinas ni se vio alterada por Maradona. A pesar de que el equipo comenzó a vender camisetas con el número 10, la franela de los Tomateros superaba en las calles y las plazas a las de Dorados. La curiosidad mediática no empataba con la de la gente común.
Un aficionado local resumió el tema en una sentencia: “Me gusta el fútbol, pero si juega Dorados y juega Tomateros, prefiero ir a ver a los Tomateros”. Y es que, además de la popularidad del béisbol, los equipos locales han sido exitosos en los últimos tiempos.
La revolución Maradona: en la cancha y no en las calles
El argentino, con un discreto currículum en los banquillos, que contrastaba con su extraordinaria aunque irregular carrera como jugador, llegó a Dorados en un momento delicado del equipo, que en el inicio del Apertura 2018 de la Segunda División había empezado con varios tropiezos, lo que obligó a la directiva a despedir a Paco Ramírez como entrenador.
Sin embargo, las cosas cambiaron inmediatamente de la mano de Maradona. Después de una buena racha de inicio, el equipo volvió a la zona de Liguilla, de donde nunca más salió, y aquel semestre el equipo culminó séptimo y consiguió su boleto a las finales por el título.
Mientras tanto, Maradona era un fenómeno por sí mismo en las canchas en las que ya no jugaba: los jugadores, incluidos los rivales, se le rendían a los pies. Los más chicos, que nunca lo vieron jugar, le pedían una foto o un autógrafo. Los entrenadores se acercaban gustosos a saludarlo al inicio y al final de los partidos.
Los estadios a los que viajaba el Dorados solían tener una mejor asistencia cuando Maradona los visitaba. La gente se arremolinaba en los hoteles donde el equipo se concentraba. Los televidentes argentinos buscaban una forma de ver los partidos del ascenso mexicano desde su país. Y los resultados lo respaldaron.
En su primer torneo, Maradona llevó a la final a los Dorados. En su camino, se deshizo del primero y el segundo clasificados. Sin embargo, en la final, los Dorados caerían ante el Atlético San Luis, la filial del Atlético de Madrid en México que había inyectado dinero para consolidar el proyecto.
Sin embargo, las sensaciones fueron positivas. Maradona, a pesar de las dudas, se mantuvo para el torneo de Clausura 2018. El equipo, sin su liderazgo, tuvo un dubitativo inicio, pero cuando el argentino volvió, todo cambió, una vez más, como cada vez que, para bien o para mal, aparece Diego.
El Gran Pez volvió a calsificarse a la Liguilla, un logro que pocos técnicos primerizos en el fútbol mexicano consiguen. En las finales, los pupilos de Maradona volvieron a deshacerse de dos equipos mejor ubicados en la tabla, pero volvieron a encontrarse en la final con el Atlético, que repitió la dosis del semestre anterior.
El final
La continuidad de Maradona volvió a ponerse en duda durante la pausa de verano (boreal) en el fútbol mexicano. Pero, en este caso, la decisión del argentino fue la de no continuar un tercer semestre en Culiacán. El ex capitán de la selección argentina tomó la decisión poniendo su salud en primer plano.
“Diego Maradona decidió no continuar en la dirección técnica de Dorados. Por consejo médico le dedicará tiempo a su salud y se someterá a dos operaciones: de hombro y de rodilla. Agradecidos a toda la familia de Dorados y continuaremos juntos el sueño más adelante”, confirmó en junio su abogado, Matías Morla.
A pesar de que no pudo cumplir con el objetivo del ascenso, Maradona dejó un buen sabor de boca en Culiacán, aunque las dos finales perdidas pesaron sobre el equipo, que hoy pelea en mitad de tabla y que se encuentra en busca de un técnico, ya que José Guadalupe Cruz, el sucesor del argentino, fue despedido por los malos resultados.
Maradona, por su parte, no pudo revolucionar Culiacán como lo ha hecho en infinidad de ciudades a lo largo y ancho del mundo, pero su trabajo mitigó las críticas que recibió a su llegada al noroeste de México, cuando se pronosticaba un rotundo fracaso por su falta de currículum.
Ahora, con 59 años, dirige a Gimnasia y Esgrima La Plata, en la Superliga Argentina, donde el de Villa Fiorito ha revivido a un club que parecía condenado al descenso y hoy pelea por salvar la categoría.
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