Por Fernando Niembro
Era cuestión de hacer volar la imaginación. Recorrer los últimos partidos del seleccionado argentino, capitaneado por Lionel Messi y enfrentarse con esa imagen anodina, sin expresión, caótica, pétrea de muchas de las presentaciones del combinado argentino en los últimos tiempos. El Barcelona fue humillado por el Liverpool y dejó la imagen de un equipo a la deriva, confundido, que cometió errores infantiles y que se vio superado por otro repleto de tenacidad, imaginación y agallas.
Messi es considerado por una gran mayoría como el mejor jugador del mundo. Se sabe de sus logros en el campeonato español, pero desde hace cuatro años mira la final de la Champions por televisión y con la Argentina hizo papelones en Rusia y los torneos sudamericanos. Quienes lo admiran quedan absortos antes actuaciones como las de Anfield. La imagen se achica y para justificarlo aparecen los récords logrados, siempre en la liga española y algún gol de realización maravillosa. Poco más.
Es una seducción extraña. Se regocijan por sus triunfos ante el Huesca y el Girona. Justo es decir ante el Madrid, también en el certamen local y no encuentran palabras para explicar tareas como las del último partido. En realidad están los auténticos adoradores de sus malabares y trofeos españoles y los otros, cuidadosos de quedar en ridículo que lo elogian por las dudas, temiendo que Messi logre el campeonato que todos sueñan.
Messi es un jugador extraordinario, si por ello se entiende que sale de lo común. Tiene una gambeta endiablada, una velocidad envidiable y una certeza increíble para convertir goles bonitos y de los otros. Vivió una etapa brillante en el Barcelona de Guardiola, acompañado por exquisitos jugadores: Iniesta, Xavi, Puyol, Neymar… Es un equipo dentro de ese equipo. No se deja atar, revolotea de la derecha hacia el centro y es capaz de habilitar de manera milimétrica, como si la pasara con un bisturí.
Pero ese Messi nada ordinario convive con el otro futbolista, el que desaparece, se desanima, se enoja, frío, distante, confundido, pálido, inexpresivo. El que jugó contra el Liverpool en Inglaterra. El que tantas veces actuó igual para la Argentina. Es una conjunción rara, entre un futbolista capaz de las jugadas más increíbles, rodeado por momentos llenos de incertidumbre que a los más racionales los hacen pensar: ¿es o se hace?
Esta referencia está dirigida a su comportamiento. ¿Es Messi el jugador genial que todo el mundo cree ? ¿O es un jugador lleno de limitaciones anímicas que reducen ese potencial para que lo expliquen más los hombres que entienden del alma y sus razones que un simple cronista deportivo?
Desconcierta. ¿Cómo un atleta de esas condiciones no tiene el don de mandar, de liderar, "de pegar cuatro gritos" y hacerse el dueño del equipo?¿Cómo un hombre que vuela por la cancha y pasa la pelota como pocos, se transforma en un futbolista inexpresivo, con cara de perturbado, que pone en dudas sus condiciones excepcionales?
¿Jugó solo? No, fue acompañado por un equipo en declive, al que le pasan los años, que a veces hace pensar que gana cuando quiere y en otros hace papelones como ante los ingleses.
El Liverpool fue un vendaval, repleto de rabia, atropellado, con hombres decididos a quebrar a un equipo que llegaba con una ventaja sobrada, inalcanzable. Con grandes jugadores como Van Dijk, Robertson, Fabinho, Shaquiri, Wijnaldum, que reemplazaron con prestancia y bravura las ausencias de Salah y Firmino.
Klopp fue el ganador de la noche. Astuto, sanguíneo, más preocupado por las soluciones que por los problemas, dotó al equipo de una energía sin igual, producto de su formación y pensamientos religiosos. Su equipo fue duro, jamás se dio por vencido y doblegó a un grupo de futbolistas atrapados por el pánico y la falta de ideas. Supo jugar en terrenos reducidos y amplios, sacar ventaja de la velocidad de sus volantes y delanteros y fue pícaro (en el último gol) para sacar todas las ventajas.
Consiguió una victoria inolvidable, que conmovió al mundo, que dejó muda a la cátedra, hizo millonarios a miles de espectadores británicos que apostaron por un triunfo increíble y revivió los problemas del Barcelona y de su máxima estrella. Otra vez cuestionado, aunque sus adoradores miren para otro lado y señalen a Ernesto Valverde, el hilo más delgado y más fácil de responsabilizar en el partido que los catalanes señalan como el ridículo más grande de la historia del Barcelona.