Roger Federer regresará hoy en Madrid al polvo de ladrillo tras tres años sin ensuciarse de naranja las zapatillas. Gran noticia, aunque las cosas podrían haber sido bastante peores: el mejor jugador de todos los tiempos pensó seriamente en retirarse. Ni Madrid, ni Roland Garros, ni Wimbledon, ni nada. Federer podría ser, desde hace rato, apenas un glorioso recuerdo del tenis.
¿Quién lo impidió, quién lo sacó del camino hacia el adiós? Mirka Vavrinec, su esposa. Ex tenista, Vavrinec nunca llegó ni por asomo a las alturas deportivas de su esposo. Fue, apenas, la número 72 del mundo. Pero entiende el tenis y entiende lo que hace Federer, que viaja con ella, cuatro hijos y un par de "nannies" por todo el planeta porque es incapaz de dejar de hacer lo que le gusta.
Lo cuenta el periodista suizo Rene Stauffer en "Roger Federer, la biografía", un libro en alemán que acaba de publicarse en Suiza y en el que el 20 veces campeón de Grand Slam cuenta detalles de su carrera que hasta ahora no eran conocidos.
Era agosto de 2016 y las dudas, serias dudas, volaban por la cabeza de Federer, que el 26 de julio había emitido un tweet en el que se despedía del tenis hasta el año siguiente. Lesionado y en casa, seguía a la distancia lo que hacían sus compatriotas en el tenis de los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro.
Duro, porque él debía estar ahí, había soñado con esos Juegos. Al fin y al cabo, el mundo olímpico le trae grandes recuerdos. Fue oro en dobles con Stanislas Wawrinka en Pekín 2008, su segundo triunfo en el mundo de los cinco anillos. El anterior, ocho años antes, fue conocer a Mirka en Sydney 2000 e iniciar un noviazgo que lo llevó a formar una gran familia.
"Fue durante una cena, estábamos sentados a la mesa", rememora Federer. "No recuerdo si le pregunté a Mirka si debía retirarme o si lo que le plantee es si creía que sería capaz de volver a ganar algo importante. Pero lo que me dijo fue esto: si lo que estás haciendo aún lo hacés bien, con ganas y te sentís bien, no veo ninguna razón para que no vuelvas a ganar un gran torneo o para que derrotes a todos los que se te crucen".
La respuesta de Mirka fue suficiente para Federer. "Con eso se terminó el asunto. Lo siguiente que le dije a Mirka fue: 'Ok, ¿y cuál es el plan para mañana con los chicos?'".
El libro de Stauffer está repleto de detalles. Cuenta, por ejemplo, como Robert, el padre de Federer, estuvo cerca de arruinar la recuperación del jugador en aquellos meses de 2016 en los que el tenista trabajó duramente para fortalecer su espalda –el punto más delicado de su anatomía- y la rodilla de la que se había lesionado meses antes.
"No fue muy prudente lo de Robert… Propuso una caminata por las montañas que parecía bastante sencilla. Primero en tren y luego a pie hasta una hostería espectacular al borde de una pared vertical de piedra y con una vista espectacular; luego un descenso hasta el lago Alpsee y el regreso al punto de partida. Pero de sencillo, el paseo no tenía nada, había que descender desde 800 metros de altura".
"Fueron seis horas de descenso", recuerda Federer. "No fue precisamente inteligente, pero fue la prueba definitiva para mi rodilla. Todos, incluyendo a Mirka y mis hijas, tenían calambres al día siguiente, pero yo estaba bien. Si sobreviví a eso, pensé, mi rodilla ya no podía estar mal".
Una anécdota tremendamente suiza, propia de alguien para el que la montaña es cosa de todos los días. Aunque Federer podría no haber sido suizo… Estuvo bastante cerca de convertirse en australiano, recalca Stauffer: "Faltó poco para que toda la familia se mudara a Sydney, lo que hubiera significado que Australia lo hubiera conquistado".
Robert y Lynette, la madre sudafricana de Roger, analizaron muy seriamente y por bastante tiempo la posibilidad de aceptar una tentadora oferta de trabajo y mudarse a Australia. El incipiente tenista tenía 13 años y se había enamorado de Sydney durante unas vacaciones. Al final le dijeron a Roger y su hermana que se quedarían en Suiza.
"No dejaban de preguntarnos '¿por qué no nos vamos, por qué no nos vamos?'", recuerda hoy Robert. "A Roger se le vino el mundo encima, y lloró mucho. Mucho".
Pasaron los años para dejar claro que en el tenis hay cosas muy importantes que se deciden en lugares y de formas por lo menos extrañas. Es lo que sucedió con la Laver Cup, ese torneo que desde 2017 mide a Europa con el Resto del Mundo, organizado por la empresa de Federer, Team8. Lo cuenta en el libro Tony Godsick, manager de Federer (y de Juan Martín del Potro).
"Estábamos en Shanghai, camino al hotel, cuando me desperté porque se me estaba quemando la espalda. Como hace de tanto en tanto, Roger había puesto al máximo la calefacción del asiento del coche. Entonces Roger, que esa noche se había visto con Rod Laver, me lanzó una pregunta: '¿Sabés que en una noche de una exhibición gano más dinero que Laver en toda su carrera?'. No, yo no lo sabía. Y Roger siguió preguntándome: '¿Y sabés que Laver ganó más de 200 torneos?'".
Federer quería hacer algo que fuera "un monumento al australiano, pero también un apoyo financiero".
"Así fue que nació la Laver Cup, que debía convertirse en una fiesta del tenis, pero rápidamente encontró resistencias en (los jefes de) el circuito de la ATP y en los Grand Slam".
El flamante libro dedica una buena cantidad de páginas al título de Federer en enero de 2017 en el Abierto de Australia. Regresaba al circuito tras más de seis meses de ausencia, y aquel triunfo en la final sobre Rafael Nadal era pura ciencia ficción en opinión del suizo, que en esos días sorprendía al mundo del tenis con un revés potente y ganador que no había tenido en etapas anteriores en su carrera, en especial el paralelo.
Pero a la hora de jugar esa final, Federer tenía muy claro que el revés no sería decisivo para vencer al español: "A Rafa no se lo derrota con el revés, a menos que seas (Andy) Murray, (Novak) Djokovic, Wawrinka o (Kei) Nishikori". Si tenía una chance de vencer a Nadal sería con "la táctica, la derecha y el saque", opinaba. "Ese pronóstico fue una de las pocas veces en las que Federer se equivocó totalmente -destaca Stauffer-, ¿pero cómo podía saber que sería precisamente su revés la clave de aquel título en Australia?".
El festejo del campeón se alarga bastante más de lo que se ve en televisión. Y, sobre todo, tarda en llegar. Es lo que le pasó al suizo en aquella noche de Melbourne.
"Eran ya las dos de la mañana cuando dejó las instalaciones del torneo. Con su bolso, Federer se fue a un club nocturno que seleccionaron Mirka y Tony. Llegó a las tres de la madrugada y celebró con amigos, parientes y un DJ que cumplía todos sus deseos musicales. La canción que lo había marcado en el torneo fue 'Don't worry, be happy'".
"Cuando llegué al hotel ya estaba amaneciendo. Era un momento hermoso y silencioso. El primer momento de tranquilidad, de hecho. Pero entonces se despertó la primera de mis hijas, después el primero de los varones. Les dijimos, 'por dios, ¿no quieren dormir un poco más?'. Pero no, se despertaron todos y me preguntaron qué era lo que decía el trofeo. Estudié la copa en detalle por primera vez y les expliqué todo. Los varones empezaron a llenar el trofeo con sus juguetes mientras las chicas lo limpiaban". Y entonces Federer se durmió.
"Una hora después me desperté y me pregunté: '¿De verdad gané esto? ¿No es un sueño?'". Y hoy, dos años y medio después, mira de tanto en tanto el trofeo australiano y vuelve a dudar: "¿En serio lo gané? Me despierto en las mañanas y me digo, '¿es esto realidad?'".
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