Los últimos días de Bobby Fischer en Islandia

Por Carlos A. Ilardo

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El último Fischer, barbado y
El último Fischer, barbado y con pelo largo, ya en Islandia, desistió de hacerse un tratamiento odontológico por temor a que “los rusos le pusieran un transmisor”

Hoy se cumplen once años de la muerte de uno de las más grandes ajedrecistas de la historia de este juego; el 17 de enero de 2008, el ex campeón mundial, el islandés de origen norteamericano, Robert James Fischer, fallecía en el hospital de la Universidad Nacional de Islandia como consecuencia de un bloqueo de tracto urinario, que sin autorización para el tratamiento médico desembocó en una fatal insuficiencia renal aguda. A los 64 años, y a solo tres de su regreso al punto de la tierra que lo vio brillar con mayor fulgor -allí en 1972, conquistó el título mundial ante el ruso Boris Spassky-, el excéntrico Bobby Fischer fue sepultado entre gallos y medianoche en un helado descampado en Selfoss (a 60 km de Reikiavik, capital de Islandia), en los terrenos de un cementerio cristiano de la iglesia Laugardal, tras una íntima ceremonia privada que contó con solo cinco testigos.

Hace once años un jaque mortal sacó del juego al Rey del ajedrez; con el adiós a Bobby Fischer se escaparon los últimos demonios, sus fantasmas corrieron detrás de nuevas sombras, y la leyenda se disparó hasta los astros.

La atribulada vida de Robert James Fischer, acaso como a los tangos, se la pueda recitar de memoria; los años de infancia, juventud y senectud fueron contados en capítulos y adaptados por la literatura, incluso, llegaron al teatro y al cine. Sin embargo, poco se conoce de su última jugada; de su estadía, enfermedad y muerte en Islandia, la isla conocida por su actividad volcánica que en el siglo XIX inspiró a Julio Verne en su obra Un viaje al centro de la tierra. Un territorio que se ubica entre Groenlandia y Gran Bretaña, y que tiene una superficie similar a la provincia de Chaco pero con solo un tercio de su población.

El 23 de marzo de 2005, Bobby Fischer, acompañado de su flamante esposa, Miyoko Watai (presidenta de la Federación de Ajedrez de Japón) arribó al aeropuerto en Keflavik (Islandia) en el vuelo SK984 de Scandinavian Airways, con escala previa en Dinamarca, proveniente de Narita (Japón); atrás dejaba la pesadilla de nueve meses en prisión.
"Bush y Koizumi (ex presidentes de EEUU y Japón) son criminales; merecen ser ahorcados", fue la primera batería de diatribas que soltó el ex campeón mundial, que portaba un look Forrest Gump, desaliñado, con larga barba y gorra con visera, al pisar el suelo islandés.

Bobby había sido detenido el 13 de julio de 2004, en el aeropuerto de Narita, al intentar abordar un vuelo a Filipinas, con su pasaporte -Z7792702- declarado inválido por una orden federal de arresto por delito grave, que firmó el 11 de diciembre de 2003 el entonces presidente George H.W. Bush. Por eso, mientras permanecía bajo custodia japonesa el Departamento de Justicia de EEUU libró una orden de deportación del ciudadano Robert James Fischer para cumplir una pena de diez años de cárcel y una multa de 250 mil dólares.

La sanción era como consecuencia de haber infringido una orden del Departamento de Estado y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) cuando, en 1992, tras veinte años de ausencias, Fischer regresó al ajedrez para jugar un match por el Mundial oficioso con su viejo amigo, el ruso Spassky. El duelo se celebró en una nación (Yugoslavia) sobre la que pesaba un embargo comercial. Dado que Bobby percibió más de la mitad de la bolsa de premios -el match repartió USD 5.000.000-, estuvo prófugo durante 12 años (visitó la Argentina entre el 23 de junio y el 12 de julio de 1996) hasta ser detenido en Japón.

Allí pasó un mes en la cárcel del aeropuerto y más tarde en un centro de inmigrantes en Ushiku (a 60 km de Tokio) donde permaneció aislado y engrillado por mal comportamiento. Dieciséis puertas de seguridad y una pared de vidrio lo separaban de cada uno de los visitantes que se acercaron para prestarle ayuda. El abogado Masako Suzuki, el periodista canadiense John Bosnitch y su esposa, Miyoko Watai (celebró su matrimonio con Fischer en la prisión) fundaron el Comité Bobby Fischer Libre para que la noticia trascendiera, despertara solidaridades y les permitiera ganar tiempo en la búsqueda de variantes para eludir la deportación. En tanto, Boris Spassky le escribía una carta de "misericordia y caridad" a George Bush, solicitándole permiso para compartir la celda con su viejo rival, con la única condición de contar con un juego de ajedrez.

Fischer frente a Spassky en
Fischer frente a Spassky en 1972, el encuentro fue en Islandia, donde Bobby se convirtió en ídolo nacional

No bastaron los pedidos de renuncia a la nacionalidad norteamericana o de un nuevo encuadre jurídico en la figura de refugiado político. Tampoco su casamiento le brindó el deseado visado japonés. La única opción para evitar la deportación era la obtención de un nuevo pasaporte; tramitar la ciudadanía y pedido de residencia en un nuevo país. ¿Pero quién se lo brindaría? Ni Alemania, Libia, Corea del Norte, Irán, Cuba, Venezuela, Montenegro o Suiza le respondieron. Ningún líder mostró afecto por ese Fischer que había jugado para la memoria, pero que ahora hablaba y se comportaba para el olvido.

Frente a los micrófonos actuaba con maledicencia hacia los Estados Unidos; cargaba contra sus viejos enemigos, los rusos. Y en su nueva lista sumó a judíos y negros. Leía Mi lucha, de Adolf Hitler y Los protocolos de los sabios de Sion; dos pilares teóricos del antisemitismo. Y desde el 11 de septiembre de 2001, sumó más admiradores. En Radio Bombo, en Filipinas declaró: "Estas son noticias maravillosas; donde las dan, las tomas. Alguien debía darles una patada en el c… a los norteamericanos".

Sin más jugadas, Fischer pergeñó un último plan: persuadir al puñado de amigos islandeses que aún lo idolatraban. Había un país que aún lo reconocía como un héroe por la hazaña deportiva (con su victoria ante Spassky, en 1972, interrumpió 24 años de reinados consecutivos de la URSS) y de haber llevado el nombre de esa isla a la tapa de todos los diarios del mundo.

"Saemi, soy Bobby. Estoy preso en Japón y debo conseguir asilo en Islandia. Necesito tu ayuda. ¿Lo puedes hacer?". Fue el ruego de Fischer enviado desde Ushiku, a su viejo amigo Saemi Palsson, guardaespaldas, en el match de 1972. Enseguida Palsson se reunió con David Oddsson (ministro de asuntos exteriores de Islandia) y varios compatriotas, entre ellos, Gardar Sverrison, Helgi Olafsson, Gudmundur Thorarinsson, Fridik Olafsson y Magnus Skülason, los que crearon el Comité RJF, con las iniciales de Robert James Fischer, pero también para pedir Derechos (Rights) Justicia (Justice) y Libertad (Freedom).

Algunos meses después, el 21 de marzo de 2005, el pedido de la ciudadanía islandesa fue tratado por el Parlamento islandés (Alpingi), y en la sesión con 42 miembros, la votación final arrojó: 40 votos por el sí (Já) y 2 abstenciones (foröast). Por primera vez en 30 años, Bobby Fischer sintió que se encontraría a salvo en un país donde su gente lo quería.

Las primeras noches en Islandia las pasó junto a su esposa Miyoko Watai, en la suite presidencial del hotel Loftleidi, y cuando ella regresó a su país para continuar con la tarea de promoción del ajedrez desde la federación japonesa, él salió en la búsqueda de un nuevo vestuario. Se compró varios jeans y suéteres iguales y de color azul, una campera y gorra de cuero negro, y el mismo color para sus zuecos Birkenstock. Quería asemejarse a la vestimenta de los nórdicos y pasar inadvertido ante los ojos de extraños y de los curiosos turistas.

Se alojó en la adoquinada calle Klappirstigur Street 7, cercana al centro comercial de Laugavegur. Almorzaba en un restaurante vegetariano, Anestu Grösum, y bebía cerveza orgánica Oxford Gold. Siempre sentado en la misma mesa, de espalda a la pared y de frente a la puerta de entrada, para no perder de vista quién ingresaba al local. Cambió sus hábitos de lectura, se interesó por Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, Auge y caída del Tercer Reich y, con especial entusiasmo, El mito del progreso de Georg H. von Wright, filósofo finés de la Universidad de Cambridge, que cuestionaba si los avances materiales y tecnológicos de la sociedad moderna eran realmente un progreso.

Los que reconocían su rostro, se le acercaban y aguardaban su saludo, pero Bobby, con su mirada helada, les negaba el acceso hasta que el otro bajaba la vista. El motivo de ese desprecio se debía a que Fischer había adoptado la postura de no sonreír porque le faltaban algunos dientes -uno lo perdió a los golpes en la cárcel de Japón-. Él nunca permitió que un dentista emplomara sus piezas dentales. "Eso es muy peligroso; los rusos acostumbran a montar pequeños transmisores para escucharte", le contó a su mejor amigo islandés, Gardar Sverrison. Tampoco confiaba en los médicos, los abogados, los periodistas, los curas, los políticos, los….

(Gentileza Hrefna Björg Gylfadóttir)
(Gentileza Hrefna Björg Gylfadóttir)

Su primer año en Islandia fue magnífico. Mantuvo la figura robusta y rubicundo; con buen semblante y color. Se volvió adicto al Skyr (un lácteo islandés elaborado a base de yogur), al pescado, las verduras y el arroz. Le dedicó más tiempo a la lectura; leyó en profundidad sobre la Revolución Francesa, la filosofía de Nietzche y los discursos de Benjamin Disraelí. Todos los días concurría a la librería Bókin -el dueño, Bragi Kristjonsson- le tenía reservado un lugar lejos de la mirada de los viandantes. Fischer estaba disfrutando de la vida, pero…

Un rumor, ese viejo e invicto enemigo de la felicidad, le modificó las emociones. Descubrió que por presión del gobierno de Estados Unidos, Union Bank de Suiza (UBS) -el banco donde él conservaba su dinero-, fue inducido a la liquidación de los activos de más de 2.000 cuentas. El UBS no interpretó que conspirara contra Bobby, pero sí querían deshacerse de uno de sus clientes, público e insensato. De manera unilateral le transfirieron al Landsbanki de Reikiavik todo su dinero. Descontada las comisiones y gastos, Fischer recibió casi dos millones de dólares. "Me han robado otra vez mi dinero", dijo el ex campeón mundial, que sentía que los fantasmas del pasado habían vuelto para posar en su mente.

Cuando la TV rusa descubrió su nuevo escondite, envió varios periodistas para que lo entrevistaran. Algunos empresarios comenzaron a frecuentar sus rutinas con el fin de acercarles propuestas o negocios con su imagen. Fischer, por razones de seguridad parecidas al miedo, buscó nuevos sitios donde escabullirse. Abandonó los lugares comunes y se refugió en la Biblioteca Nacional. Ya en 2007, al segundo año de su estadía en Islandia, los demonios y fantasmas habían regresado. Pero había algo peor aún. Cuando buscó un nuevo país donde ocultarse descubrió que el pedido de su captura por parte del FBI estaba agendado en 368 aeropuertos del mundo.

Subrepticiamente, tomó 200.000 dólares de su cuenta bancaria y se compró un departamento de 3 ambientes con vista al mar, en el 9° piso de Espergerdi Street; a pedido de Fischer, la puerta de entrada fue reforzada con un doble mecanismo de seguridad. Solo los Sverrison (Gardar, su mujer Kristin y sus dos hijos), vecinos del 8° piso, conocían el oculto enroque del Rey del ajedrez.

Aunque se cuidaba de jugar públicamente al ajedrez, seguía estudiando y analizando el juego clásico; lo atrapaba más que su último invento: Fischer-Random (igual que el ajedrez tradicional pero con la condición de sortear la posición de las piezas, salvo los peones, al comienzo de la partida; un método para anular el poder de las máquinas). Revisaba partidas de Vasili Smyslov, ex campeón mundial soviético, y aceptó un encuentro con el ajedrecista indio Viswanathan Anand. Quería convencerlo de jugar un match bajo la versión Fischer-Random.

(AFP)
(AFP)

Cuando la vida de Bobby amagó con volver a encarrilarse, a mediados de 2007, salieron a luz los síntomas de su enfermedad y todo se derrumbó. Hubiera sido fácil de diagnosticar y de tratar, pero no fue así; como en el tablero, Fischer decía ver cosas que los demás no advertían. Recién cuando el dolor se hizo indisimulable pidió a sus amigos mantener en secreto su padecimiento. Pasaba gran parte del día envuelto en una bata blanca de algodón y recostado en un sofá en la vivienda de los Sverrison; allí, Kristin, la mujer de Gardar, que era enfermera, lo atendía. En tanto, la esposa de Fischer, que mantenía sus negocios en Japón, comenzó a viajar con mayor frecuencia y a permanecer más días junto a su marido.

Aunque la enfermedad avanzó, Fischer mantuvo su postura contraria a la ciencia médica occidental, pero una tarde, cuando la fatiga se hizo insostenible, aceptó ir a una clínica siempre que no fuera obligado a tomar drogas, a ingerir analgésicos, a sacarse muestras de sangre, ni a hacerse radiografías. Bobby se aferraba al controvertido libro Natural Cures, que no quieren que sepas, de Kevin Trudeau, que cuestionaba: "¿Sabía que los médicos, en asociación con la industria farmacéutica tienen interés en mantenerlo enfermo en lugar de curarlo?".

Los estudios detectaron la insuficiencia renal; se le aconsejó la internación y tratamiento. Permaneció así unos días, pero a mediados de octubre, cuando los dolores habían menguado, alguien filtró a la prensa la presencia del famoso paciente. Ante la aparición del primer fotógrafo en la sala de estar del pabellón del hospital, Bobby llamó a Gardar para que lo ocultara en el baúl de su auto y lo regresara a la casa. Fischer se escapó de la clínica sin cumplir tratamiento alguno. Tres meses después, regresaría in extremis.

En diciembre de 2007 Fischer por última vez salió de paseo; junto a Gardar vio Gangster americano; la película ambientada en Nueva York, la que le despertó todo tipo de reminiscencias. Para Nochebuena los dolores fueron más agudos; por primera vez en su vida bebió alcohol en exceso. La ingesta de cogñac había logrado una calma momentánea, la que aprovechó para cenar y degustar el arenque en escabeche, pata de cordero ahumada con papas y un postre de helado casero.
Tras la cena llegó lo peor, de madrugada se descompuso y nadie escuchó sus quejidos. Llamado de urgencia, Eiriku, un urólogo amigo de la familia Gardar, y entendiendo la situación y negativa de Fischer de internarse consiguió una cama de hospital para que tuviera un mejor descanso. Allí pasó las últimas semanas.

El 13 de enero, el Dr. Magnús Skúlason visitó a Fischer; la infección ya era indomable y la fiebre iba en ascenso. La decisión de aplicarle los primeros parches con morfina trajo una solución momentánea. El 16 de enero, Fischer, ya resignado, hizo su último esfuerzo para levantarse de la cama; se vistió y autorizó su traslado al hospital, pero que no fuera en ambulancia. Los Sverrison lo llevaron. Su ingreso fue desesperante; un baño caliente fue el primer calmante. Lo internaron, quedó toda la noche en observación con aplicación de sedantes. Lentamente, Fischer se fue durmiendo y su corazón se detuvo en el mediodía islandés del 17 de enero.

Había fallecido Bobby Fischer, el hombre de carácter ufano y personalidad huraña y ensimismada, patrones forjados por una niñez desangelada con familia de utilería: madre paranoica, padre oscurecido y hermana ausente. Un niño que fue embelesado por el formato de los trebejos, que pasó sus años de infancia en Chicago y de crianza en Brooklyn dedicados exclusivamente a la perfección del juego. Cuando de grande descolló frente a los tableros del mundo, causó sorpresa descubrir que con un coeficiente intelectual superior a Einstein poseía una inteligencia emocional menor a la de un pigmeo; no hablaba ni entendía nada que no fuera concerniente al juego.

"Bobby, es necesario que además del ajedrez leas otros libros; no puede ser que no sepas quién fue Napoleón", le aconsejó el maestro argentino Oscar Panno. Fischer se detuvo, lo contempló y le respondió: "Napoleón, Napoleón, no. Yo nunca jugué con él".

El 21 de enero de 2008, a las 5 de la mañana -cuando aún es de noche en Islandia-, solo cinco testigos, los Sverrison -Gardar, Kristin y sus dos hijos- y Miyoko Watai, la esposa de Fischer, participaron del secreto funeral. La tardía presencia del cura Jakob Rolland -llegó a la ceremonia cuando el cajón ya estaba bajo tierra-, soltó viejos fantasmas para un nuevo capítulo: la muerte de Bobby Fischer.

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