Los 70.000 espectadores se pusieron de pie; cual alas de mariposas en apogeo cientos de miles de manos se abrían y cerraban simétricamente para aplaudirlo. Había en aquellos rostros reconocimiento, admiración y dolor.
Sentado en su silla de ruedas, un asistente y una enfermera iniciaron el cruel recorrido de una nueva vuelta triunfal alrededor del campo de juego del estadio Olímpico de Munich.
Metido en un saco marrón, con el brazo derecho en alto y las piernas cruelmente inmóviles, Abebe Bikila parecía evocar su glorioso pasado bajo el celofán brilloso de sus negros ojos resignados.
La multitud lo acompañaba coreando su nombre pues sobre esa silla de ruedas iba un héroe deportivo, un paradigma de la Maratón eternizado por sus hazañas.
Abebe Bikila era un campesino de 1.77 de estatura, tez oscura, cabello intrincado, dientes aperlados, piernas musculosas e interminables, cara triangular y una cabeza pequeña atornillada sobre un cuello alto y fino cual pieza de "meccano".
Había nacido en Jato, una aldea pobre y silenciosa a unos 130 kilómetros de Addis Abbeba, la capital de Etiopía. Para llevar a cabo los diferentes trabajos del campo iba de un villorio a otro corriendo. Generalmente descalzo.
Como otros miles de jóvenes decidió alistarse en el Ejercito Imperial para dejar el campo y a los 24 años (había nacido el 7 de Agosto de 1932) vio con esperanzas un desfile de atletas listos para viajar a los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956.
Fue así que un mes después comenzó a trabajar con el entrenador finlandés –nacionalizado sueco- Onni Niskaken, a quien había contratado el gobierno de Etiopía a cargo del Emperador Haile Selassie.
Para los Juegos Olímpicos de Roma 1960, el atleta elegido para correr la Maratón de los 42.150 km. en representación de Etiopía era Wani Biratu. Pero unos días antes de viajar Biratu se lesionó el tobillo derecho jugando al fútbol y el profesor Niskaken designó al inexperto Abebe Bikila, quien ya era Sargento del Ejército Imperial.
Abebe sólo hablaba la lengua etíope (amhárico), jamás había viajado ni conocido a personas de otras razas o culturas, nunca había subido a un avión, pernoctado en un hotel o cenado en un restaurante. Sus días en la Villa Olímpica no le resultaron fáciles. No entendía lo que le decían los demás atletas; a su vez nadie comprendía lo que él quisiera expresar.
El esperado gran día de la Maratón -10 de Septiembre de 1960- se presentó un gravísimo inconveniente. La firma "Adidas", patrocinadora de los Juegos, proveyó de zapatillas a todos los maratonistas que lo requirieren. Fue así que Abebe se probó no menos de diez pares sin que ninguno le calzara satisfactoriamente. Sus plantas eran protuberantes, duras como piedras y extremadamente anchas y los empeines se habían expandido de tal forma que desfiguraban cualquier anatomía normal.
.-¿ Y entonces?, le preguntaron al Jefe de la Delegación, ¿qué hacemos?-
.- Abebe quiere correr descalzo y el entrenador (Niskaken) está de acuerdo.-, le respondieron.
Puesto que el Reglamento no especificaba prohibición alguna, no se le podía impedir hacerlo.
Asombrados, los organizadores desconfiaban que un atleta pudiera correr más de 40 kilómetros bajo una temperatura ambiental de 28° sin calzado. Las superficies de las calles y avenidas para atravesar colinas y puentes eran de las más variadas y difíciles. Desde la "Via Appia Antica" – primera autopista de la humanidad construida por los romanos en el año 312 a.c sobre piedras gigantes- hasta las zonas rápidas y asfaltadas del Eur o aquellos tramos angostos y embaldosados como los del "Lungotevere Della Vittoria", constituían un itinerario difícil y hasta ríspido. ¿Descalzo?
Abebe sabía que los candidatos eran dos: el soviético (ruso) Sergei Popov –campeón europeo en el 58'- y el marroquí Ardí Ben Abdesselam, verdadera sensación en África. Atletas que se habían entrenado con las fórmulas más sofisticadas que iban desde el cambio total de sangre en el organismo hasta las dietas y vitaminas más modernas y ampliamente probadas.
Desde la bellísima "Piazza dei Campidoglio" (Capitolio) diseñada por Miguel Ángel, el modesto y asombrado Abebe Bikila fue haciendo su carrera dejando que Popov y Rhadi tomasen el control del pelotón de punta pero manteniéndose siempre a menos de diez metros de distancia listo para un ataque contundente.
No aceptó las primeras tres botellitas de agua que los organizadores les iban alcanzando a su paso por diferentes lugares del itinerario. Recién en la cuarta oportunidad, con más de 32 kilómetros recorridos tomó el primer envase de medio litro de una botella de plástico de "San Pellegrino".
Y tuvo un solo incidente: fue cuando aceleró para probar el aire y las piernas y al pasarlo el marroquí Rhadi le lanzó un escupitajo. Abebe, asustado pero firme, obvió la reprobable actitud y siguió la carrera.
En realidad su punto estratégico de ataque fue después de pasar el Obelisco de "Axum", un bello monumento de 24 metros de alto que los italianos le habían robado a los etíopes en la guerra italo-abisiniana durante la ocupación ordenada por Mussolini que fue de 1935 a 1938.
Fue allí pasando la "Piazza de Porta Catena" – faltaban unos tres kilómetros hasta la llegada- cuando Abebe Bikila aceleró hasta traspasar la línea de los punteros y les fue ganando de a 10 metros cada cien de manera sorprendente.
Hay una crónica magistral que interpretó el triunfo histórico, el momento sublime, el hecho inigualable. Esa inolvidable nota la escribió el periodista Bruno Roghi para el diario deportivo "Corriere dello Sport" de Italia con el título "Bajo el arco de Constantino pasa el hermano de Aida" y vale la pena leerla tantas veces como sea posible. Una joya. Dice:
Domine, quo vadis?"
A tres kilómetros de distancia del arco de Constantino, en plena Appia Antigua, los maratonistas transitan por el lugar donde el Apóstol Pedro, en fuga de Roma por miedo a ser crucificado, encontró a Jesús. "Domine, ¿quo vadis?", preguntó el discípulo al maestro. "A Roma para hacerme crucificar por segunda vez", respondió Jesús. Y Pedro volvió entonces tras sus pasos y fue al encuentro de su suplicio. Yo no sé si alguno de los maratonistas olímpicos ha leído el famoso romance titulado "Quo vadis". Pero su eco, cuando la prueba estaba terminando, repercutió en ánimo con un valor simbólico que pide indulgencia al lector por su significado pagano.
¿Qué fuerza te empuja, qué milagro te atrae, qué premio te promete esta maratón con sus cuarenta extenuantes kilómetros de carrera? Estas preguntas se las formule a ese joven de ébano, con una dentadura deslumbrante, que no quiere saber nada de detenerse después de haber traspuesto la línea de llegada y que sigue corriendo más allá del arco de Constantino. Se llama Abebe Bikila, es etíope, tiene veinte años y ha ganado corriendo descalzo la Maratón de Roma: entre el asombro maravillado de los entendidos y la diversión enloquecida de los humoristas.
La ganó así, simplemente. Salió entre los primeros. Se puso a la cabeza del lote a mitad de carrera. Mostró siempre el camino a su compañero de viaje, el tunecino Rhadi ( N de la R: en realidad marroquí), un fondista de clara estatura atlética. No le permitió que jamás lo reemplazara en el comando del lote. Y después, cuando comprendió que el fulgor de las antorchas y las lámparas estaban esperándolo en la línea de llegada, inicio el embalaje final que le valió el glorioso triunfo. No cayó en tierra como el famoso Filípides. Tampoco se sintió mal. Tan sólo quería seguir corriendo corriendo, corriendo…
Estoy emocionado hasta lo increíble con la victoria de este negro. Se la ha merecido, por su carrera sin respiros y sin vacilaciones. Y, sobre todo, sin testigos de ninguna clase, pues sus rivales lo vieron siempre a lo lejos, muy por delante de ellos.
Estoy emocionado porque esta Maratón me devuelve el sentido de muchas cosas que trae consigo el deporte y que cada vez se vuelven más desentrañables. Se me ocurre que, para darle su dimensión exacta a la hazaña de Abebe, debería releer alguna sátira de Juvenal, el único poeta de la romanidad que habría logrado escribir la apología justa para la empresa del etíope.
Lo hicieron partir del Campidoglio. Lo llevaron a paso de carrera por toda la Vía Appia Antigua. Le mostraron la tumba de Cecilia Metella. Le permitieron echar una rápida ojeada al Obelisco de Axum. Entrevió las termas de Caracalla, donde su Padre Amonastro y su Hermana Aída, salidos de la entraña de la ópera de Verdi, lo esperaban para saludarlo reverente. Le extendieron debajo de sus pies descalzos el asfalto de la Vía de los Triunfos. Lo hicieron pasar debajo del Arco de Constantino. En suma el etíope ha podido mirar durante dos horas, casi a toda marcha, un libro de historia que se prolongo por más de cuarenta kilómetros.
Fue un espectáculo inolvidable. Por la multitud, las luces, las antorchas, el entusiasmo, el orden, la disciplina. El pueblo romano envolvió a la Maratón con el manto de la apoteosis. Cada corredor, desde el primero hasta el último, recibió de la generosa multitud desplegada a los costados del recorrido un aplauso que era delirante para los vanguardistas y conmovido para los que venían mas rezagados. El otro espectáculo fue la empresa del etíope. Con sus piernas largas y firmes. Las mismas que debió tener el jovencito del que habla Kipling, aquel que creció en la jungla, criado por los lobos. Bikila devoro los kilómetros con una velocidad que le alcanzó para pulverizar todos los récords precedentes, aún teniendo en cuenta que la Maratón, por sus trazados cambiantes, no tolera récords mundiales oficiales. Y la ganó de punta a punta sin dignarse siquiera a echar una mirada a sus espaldas, al menos para enterarse de quienes venían atrás.
Lo de Abebe Bikila no es sólo un triunfo olímpico: es un hazaña que ya ha entrado en la historia".
Cuando llegó tras 2 horas, 15 minutos,16 segundos y 2 décimas de segundo – tiempo récord y primer atleta negro en ganar una maratón- siguió corriendo unos 400 metros más para desacelerar progresivamente mientras sus rivales arribaban con el último aliento ya exhaustos y en agonía. Después realizó movimientos de elongación, estabilidad pulmonar y recuperación cardíaca. Las plantas de sus pies no mostraron un solo signo de heridas o escoreación.
Abebe ganó cuatro años después la Maratón Olímpica de Tokio (1964) en 2 horas, 12 minutos y 11 segundos esta vez con medias y zapatillas hechas a medida por "Puma" y abandonó en el kilómetro 17 en los Olímpicos de México (1968) por un problema en la rodilla derecha aunque declaró que se sintió afectado por la altura.
Después de la hazaña de Roma, el emperador lo ascendió de Sargento a Alférez y tras el triunfo en Tokio pasó de Alférez a Teniente del Ejército Imperial de Hale Selassie.
Su prestigio y popularidad lo convirtieron en símbolo del deporte de Etiopía y él honraba con su comportamiento personal y familiar –dos hijos David y Teege- su reputación de hombre íntegro.
En 1969 llegaría la fatalidad. Iba en su "Cadillac" 66 transitando por un angosto camino a la altura de un pueblo llamado Sheno a 70 kilómetros de Addis Abbeba cuando intentó esquivar una manifestación estudiantil protestataria. La maniobra fue arriesgada, su coche volcó y Abebe fue extraído del vehículo inconciente y con grave daño medular: sus brazos y piernas quedaron inertes. Todos los intentos de abordaje quirúrgico realizados en el sanatorio "Stoke Mandeville" de Londres resultaron vanos.
Al público que estaba en el "Estadio Olímpico de Munich" esa tarde del 72' le causó un enorme dolor ver al "guepardo" cautivo en una silla de ruedas. Abebe inmóvil y sin poder correr pareció una puñalada artera al corazón del atletismo.
".-Domine, ¿quo vadis?"
A tres kilómetros de distancia del arco de Constantino, en plena Appia Antigua, los maratonistas transitan por el lugar donde el Apóstol Pedro, en fuga de Roma por miedo a ser crucificado, encontró a Jesús."Domine, ¿quo vadis?", pregunto el Discípulo al maestro. "A Roma para hacerme crucificar por segunda vez", respondió Jesús. Y Pedro volvió entonces tras sus pasos y fue al encuentro de su suplicio".
Abebe Bikila concretó su muerte el 25 de Octubre de 1973 por un derrame cerebral; fue consecuencia del accidente automovilístico sufrido en 1969. Había finalizado su suplicio…
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