Cristiano Ronaldo cerró el kiosco que regentó durante nueve años en Madrid con su bolsa de goles al hombro, dejando la vitrina llena y el corazón de los madridistas vacío. El 6 de julio de 2009 el crack luso se presentó con el 9 a la espalda, acogido por el mismísimo Alfredo Di Stéfano ante un Santiago Bernabéu a reventar. El martes, 3292 días después, se marchó como el único jugador de la historia del club que miró a los ojos a la Saeta Rubia.
Una vez que Raúl González se despidió del club de su vida, Cristiano se ocupó del 7 y lo paseó por toda Europa a golpe de récord. El viejo continente sufrió la pegada del luso por los cuatro costados. Lo venía haciendo bajo el ala de Sir Alex Ferguson desde Manchester, pero en cuanto se enfundó la blanca cambió su historia, la del club y la del fútbol mundial. La Champions League ya conocía a Cristiano. En Madrid, terminaron de enamorarse. Ronaldo aterrizó en un club estancado en la maldición de octavos, con seis eliminaciones consecutivas en la primera ronda a vida o muerte. Ni siquiera él pudo erradicar la enfermedad desde la raíz. Tuvo que sufrir en sus carnes el trastorno europeo madridista. Le eliminó un niño de 19 años: Miralem Pjanić, que entonces jugaba en el Olympique de Lyon y con el que coincidirá en Turín. Lo que pasó a partir de ahí es historia merengue.
Infografía de Tomás Orihuela
Cristiano Ronaldo ganó casi la mitad de las Champions que jugó con el escudo del Real grabado en el pecho. Todas en el último lustro. Aprovechó el bonus que da la Copa de Europa para llenar la estantería con la Supercopa de Europa y el Mundial de Clubes. Le gustó, y su equipo lo repitió cada vez que alzó la Orejona. La Juventus se lleva al máximo goleador de la historia de la competición. Pero no solo a eso, también al que más goles marcó en una temporada, el que encadenó once encuentros perforando porterías, el que más goles en finales tiene… La Vecchia Signora fue su víctima favorita en suelo europeo: "Si no puedes con tu enemigo, únete a él".
El dominio europeo no se tradujo así en España. Cristiano llegó a la casa de Leo Messi y no estuvo cómodo. Ganó el 20% de las ligas, perdió dos finales de Supercopa y no pudo sostener el pulso del conjunto culé en liga en la última década. Inauguró su casillero goleador frente al equipo catalán en la final de la Copa del Rey de 2011 en Mestalla. Aquel cabezazo soberbio fue su primer título de blanco.
El 7 paró el contador en 450. Cuatrocientos cincuenta goles repartidos en 438 partidos. En otras palabras, este animal competitivo lleva nueve años promediando más de un gol cada noventa minutos. Derecha, izquierda, cabeza, penal, falta directa, volea, chilena, cuchara, dentro del área, de tiro lejano: todo. La navaja multiusos de Cristiano Ronaldo tiene más recursos que la de los demás.
Una oda al gol
En junio de 2016, CR7 estrenó su museo en la isla de Madeira. Además de títulos, camisetas y botines, el luso colecciona pelotas. Concretamente tiene 44. Uno por cada encuentro en el que hizo tres o más goles para llevarse el esférico acolchado bajo el brazo.
Sus actuaciones individuales, junto a la suma de una camada de futbolistas únicos, le valió para igualar a Leo Messi como el futbolista con más balones de oro del planeta. Tenía uno con el United, se va con cinco. Tenía una Bota de Oro, se marcha con cuatro. Se marcha Cristiano, se marcha el gol.
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