El suceso ocurrió en 2003: Irán y Dinamarca se medían por la Carlsberg Cup, disputada en Hong Kong. El defensor asiático Jala Kameli jugaba la pelota con su arquero a la espera de la finalización del primer tiempo, escucha el silbatazo, levanta la pelota con el botín y la toma con sus manos para caminar con ella en dirección a los vestuarios. Lo mismo hacen sus compañeros, los rivales, menos el árbitro, que hace sonar su silbato con mayor estridencia y señala el punto penal.
Sí, el juez marca penal. El sonido del silbato primigenio que escuchó Kameli provino de la tribuna y lo confundió. El árbitro no hace lugar a las protestas, de las que incluso participan futbolistas de Dinamarca, beneficiados por la coyuntura. Allí, espontáneamente, nace un gesto legendario, de los más bellos que se recuerden en la historia del fútbol.
El mediocampista Morten Wieghorst se acerca a su entrenador, Morten Olsen; deliberan. Y vuelve hacia el área, decidido. El director técnico iraní busca dialogar con Olsen, pidiéndole clemencia. Se retira con una sonrisa ante el gesto del orientador europeo.
Porque Wieghorst, hoy entrenador, con 16 años como futbolista, en los que pasó Lingby BK y Brondby de su país y Dundee FC y Celtic (ambos de Escocia) se gana su retazo de historia con un remate suave y desviado, apuntado hacia los carteles publicitarios. Y el aplauso cerrado de todo el estadio y hasta de sus adversarios.
El gesto cobró incluso mayor relevancia porque Dinamarca terminó perdiendo 1-0 y quedó eliminado de la competencia."No era deportivo aprovecharse de una jugada en la que el jugador iraní no se había enterado de qué pasaba. En esas circunstancias no me sentía capacitado para disparar a puerta", confesó luego Wieghorst.
La honorable actitud no quedó en anécdota: entrenador y jugador, Morten Olsen y Morten Wieghorst recibieron el premio Fair Play que otorga el Comite Olímpico Internacional. Un merecido sello a la caballerosidad deportiva para la posteridad.