A Steve Berryman, experimentado agente especial del Servicio de Recaudación de Impuestos de Estados Unidos (IRS, la sigla), le llega un alerta de Google con un artículo de un servicio de noticias con el título "El FBI examina los registros financieros de los jefes del fútbol".
Fanático del fútbol, disciplina de la que se enamoró en la etapa de su vida en la que vivió en Inglaterra, trasladó su pasión al fútbol americano en su país, aprovechando el poder de su patada, pero nunca rompió lazos con su deporte predilecto.
Aficionado al Liverpool, algo desmotivado en su trabajo, cada vez más preocupado por la corrupción en lo que en su tierra llamaban "soccer", encontró en aquella nota una forma de serle útil al fútbol. Es que Chuck Blazer, el funcionario mencionado en el artículo como posible receptor de un soborno, era ciudadano de Estados Unidos.
Aquel cruce de caminos, ese pequeño tirón del ovillo terminó abriéndole las puertas al "fraude más grande en la historia del deporte", tal como define al FIFA Gate el libro "Tarjeta Roja", del periodista Ken Bensinger, quien cubrió activamente la primera etapa de los juicios a los involucrados, que se desarrollaron a fines de 2017 en los Tribunales de Nueva York.
La operatoria, a grandes rasgos, salió a la luz: distintas empresas pagaban coimas a los dirigentes para obtener los derechos de transmisión de los certámenes más importantes a costo conveniente para luego hacer un gran negocio con la reventa o explotación de los mismos.
La minuciosa investigación de Bensinger describe el paso a paso, con detalles desconocidos. Como el fresco que ofrece sobre aquel 27 de mayo de 2015 cuando en Zurich, en el hotel Bar au Lac, se desarrolló, tal como reza el capítulo del libro, "El operativo", en el que la policía, por orden de la Justicia de los Estados Unidos, detuvo a varios miembros de la cúpula de la FIFA y a importantes empresarios, en el hecho que llevó al gran público el caso.
Aquí, un adelanto del libro que ya fue publicado en su versión en inglés y que mañana se presentará en español.
EXTRACTO DEL LIBRO "TARJETA" ROJA
El miércoles 20 de mayo, los agentes, así como Berryman y Jared Randall, ingresaron a la sala del gran jurado en el tribunal federal de Brooklyn y pidieron permiso para procesar a Jeffrey Webb, Jack Warner, Nicolás Leoz, Aaron Davidson y Alejandro Burzaco, Hugo y Mariano Jinkis, Costas Takkas y otros seis funcionarios de fútbol. El gran jurado devolvió la acusación y fue sellada.
Al día siguiente, 21 de mayo, se transmitieron las solicitudes formales de arresto a las autoridades suizas junto con un tercer MLAT que solicitaba aún más registros bancarios. Todo estaba listo. Dado que las confederaciones regionales de fútbol celebraban sus reuniones en Zúrich el día 26, y el congreso de la FIFA comenzaba el 28, el plan era dar el golpe el 27 de mayo. Para evitar llamar la atención, los suizos habían pedido que no hubiera agentes estadounidenses cerca.
Los oficiales suizos vestidos de civil comenzarían en el hotel Baur au Lac, donde se alojaban los miembros del ExCo. No habría pistolas, rompevientos azul oscuro, chalecos antibalas ni esposas. La Policía se iría antes de que alguien más en el hotel se hubiera levantado de la cama. Si todo salía según lo planeado, nadie se enteraría de lo sucedido hasta que la acusación fuera revelada en una conferencia de prensa en Brooklyn horas después. Diez minutos antes de la medianoche, el equipo de la oficina de campo de Nueva York contactó a un agente del FBI en Suiza por una línea internacional. Estaba esperando cerca del Baur au Lac y les pasaría la información conforme llegara. La sala de guerra estaba muy callada. Era hora.
Exactamente a las seis de la mañana del 27 de mayo de 2015, un hermoso y despejado día de primavera en Zúrich, aproximadamente media docena de policías, vestidos con jeans, tenis y chaquetas ligeras, entraron por las puertas giratorias del Baur au Lac y se aproximaron a la recepción. El pequeño vestíbulo, sorprendentemente austero para un hotel que cobraba más de $600 dólares la noche por su habitación más barata, estaba casi vacío. La policía explicó tranquilamente por qué estaban allí, pidiendo números de habitaciones y llaves, que el empleado les dio antes de llamar a las habitaciones para alertar a los invitados sobre lo que se les venía. Luego, sólo unos minutos después, sucedió algo inesperado.
El cintillo en la parte inferior de un noticiero de la CNN en una de las televisiones en la sala de guerra del FBI, donde se había estado mostrado los resultados de las Finales de la Asociación Nacional de Baloncesto y la noticia de una ola de calor en India, de repente mostró un nuevo mensaje: "Estados Unidos presenta cargos de corrupción contra altos funcionarios de la FIFA, el organismo rector del fútbol mundial, revelan funcionarios".
El golpe había sido tratado con el mayor secreto. Algunas personas en el equipo no se lo habían contado ni siquiera a sus parejas. La paranoia era tan alta que el comisionado del IRS, John Koskinen, había sido informado de la investigación apenas ese día porque había sido presidente de la U. S. Soccer Foundation y había la preocupación de que, inadvertidamente, pudiera revelar el caso a algún amigo involucrado en el deporte. Sin embargo, de alguna manera, a pesar de los mejores esfuerzos de los agentes, alguien lo había filtrado.
Más de una hora antes de que la policía suiza llegara al Baur au Lac, ya habían llegado dos reporteros del New York Times y un fotógrafo al hotel. A las 5:52 AM (hora de Zúrich), el periódico publicó una historia cuidadosamente editada en su sitio web bajo el titular "Estados Unidos presenta cargos de corrupción contra funcionarios de la FIFA". La historia citaba a un oficial anónimo: "Nos sorprende saber durante cuánto tiempo ha estado sucediendo esto y cómo toca casi todas las áreas de la FIFA".
Los periodistas, un periodista penal que había llegado desde Estados Unidos y un corresponsal de deportes europeo, se sentaron silenciosamente en el vestíbulo, tomando fotos discretamente con sus teléfonos móviles, mientras llegaba la policía. Veintiséis minutos después de publicar la primera historia, el periódico la actualizó para confirmar que se estaban haciendo arrestos en Zúrich.
"Las autoridades suizas comenzaron temprano esta mañana de miércoles una operación extraordinaria para arrestar a varios altos funcionarios del fútbol y extraditarlos a Estados Unidos por cargos federales de corrupción", decía el artículo, y señalaba que el caso provenía del Distrito Este de Nueva York y que la acusación aún sellada alegaba fraude electrónico, lavado de dinero y crimen organizado. Esta vez, la cita del oficial anónimo, que claramente conocía bien el caso, había sido eliminada.
Los reporteros del New York Times habían comenzado a twittear fotos de la redada, casi en tiempo real, y su historia fue recogida rápidamente por otros medios, incluido CNN, dispersándola alrededor del mundo, demasiado rápido como para seguirla. Norris volteó a ver a Berryman que estaba parado junto a él en el gran cuarto. Se inclinó hacia él para que no pudieran ser oídos. El agente normalmente estoico estaba al borde de la apoplejía, furioso como nunca.
—Esos hijos de puta —dijo—. Esos hijos de puta.
Jeffrey Webb había llegado a Zúrich a tiempo para asistir a la reunión del ExCo de la FIFA, la cual estaba programada para el lunes por la tarde y el martes por la mañana. Sería una estancia relativamente larga, ya que una segunda reunión extraordinaria del ExCo estaba programada para el sábado, un día después de las elecciones presidenciales. Desde allí, volaría directamente a Nueva Zelanda para la Copa Mundial Sub-20.
El martes 26 de mayo fue un día ocupado. Webb y su esposa se alojaban en el Baur au Lac. Pero la mayoría de los delegados de la CONCACAF, así como los de la Conmebol, se hospedaban en el Renaissance Zúrich Tower, un hotel de negocios ligeramente menos lujoso, a quince minutos de distancia. La agenda de Webb para lo que había sido un gris y nublado martes incluía una ceremonia con Juan Ángel Napout, el último presidente de la Conmebol, para anunciar la firma de una "alianza estratégica" entre las dos confederaciones. Después de eso, los delegados de la CONCACAF se reunirían para escuchar los argumentos finales de campaña de Sepp Blatter y el príncipe Ali de Jordania, el único candidato rival que seguía en la competencia por la presidencia de la FIFA. Todos los demás habían desertado.
Esa noche, Webb presidiría un cóctel para los delegados de su confederación en el Sheraton. Era tarde cuando Webb finalmente atravesó las puertas de Baur au Lac y rodeó con el brazo el hombro de su esposa. Subieron a acostarse y todavía estaban profundamente dormidos cuando la policía suiza tocó la puerta, educadamente le dijeron a Webb que se vistiera y empacaran una bolsa, luego lo acompañaron a un automóvil sin identificación.
Para cuando los funcionarios habían escoltado a su colega Eduardo Li, un miembro costarricense del ExCo, escaleras abajo, hordas de reporteros ya estaban bajándose en el Baur au Lac. Los empleados apanicados del Baur au Lac, desesperados por proteger la privacidad de sus huéspedes, se adelantaron rápidamente y condujeron a Li a una entrada lateral. Un empleado particularmente diligente colocó una sábana entre la puerta del hotel y el hatchback Opel que esperaba a Li junto a la acera, impidiendo que un fotógrafo le tomara una foto. En cuestión de minutos, esa imagen icónica, de la sábana limpia ocultando la identidad de un funcionario de fútbol arrestado por sucio, se extendería por todo el mundo.
Arriba, en una de las suites del hotel, Neusa Marin, la esposa del ex presidente de la confederación brasileña de fútbol José María Marín, marcó desesperadamente a la habitación de Marco Polo Del Nero, que había sucedido a su esposo en la dirección de la CBF en marzo. La policía había llamado a la puerta unos minutos antes, y mientras su esposo empacaba una bolsa de ropa para llevarla a la cárcel, ella le suplicaba a Del Nero que les ayudara. Él le dijo que mantuviera la calma y que estaría allí en breve. —Ya viene —le aseguró Neusa a su esposo de 83 años. Pero Del Nero nunca llegó.
En su lugar, bajó las escaleras, desayunó, asistió a una reunión de emergencia para funcionarios de fútbol brasileños en otro hotel, y luego se fue al aeropuerto de Zúrich y voló de regreso a Brasil. Entre los que también desayunaban en el restaurante del hotel esa mañana estaba Alejandro Burzaco. Había llegado a Zúrich el día anterior, pero se hospedaba a unas pocas cuadras en el Park Hyatt.
El jefe de Torneos y Competencias ya había planeado reunirse con el nuevo presidente de la Conmebol en el Baur au Lac a las nueve para hablar de los pagos de sobornos para la Copa Libertadores, y había salido de su hotel media hora antes. Al acercarse, Burzaco recibió dos mensajes de texto en los que le decían que mirara el New York Times. Había una investigación penal estadounidense sobre corrupción en el fútbol, y hubo arrestos y de alguna manera él estaba involucrado. Alarmado, pero también curioso, continuó hacia el hotel, para ver de qué se trataba.
Cuando llegó, el hotel Baur au Lac estaba rodeado por una multitud de reporteros, y los guardias de seguridad habían cerrado la entrada principal, pero a Burzaco le permitieron entrar al restaurante por una puerta lateral. Dentro del salón de desayunos se encontró una escena caótica. Algunas mujeres, cuyos esposos habían sido arrestados, lloraban. Frenéticos funcionarios de fútbol que intentaban contratar abogados penales para sus colegas arrestados. La redada había sucedido horas antes, la policía ya no estaba, y nadie sabía exactamente qué estaba pasando.
Burzaco pidió su desayuno y se quedó casi una hora y media mientras discutía seriamente la situación con amigos y colegas. La gente se preguntaba quién había sido arrestado y si la investigación afectaría las elecciones presidenciales de la FIFA el viernes. Después del desayuno, el argentino subió a visitar a otro oficial del fútbol en su habitación, luego dejó el hotel y se dirigió a un café cercano, donde se encontró con un abogado para hablar de su situación. En el café, llamó al yerno de su difunto amigo Julio Grondona, quien también estaba en Zúrich, y le preguntó si podía llevarlo a Italia de inmediato. En pocas horas, Burzaco estaba en Milán, lejos de la policía suiza.
Las autoridades lograron rastrear a Rafael Esquivel, que había sido presidente de la federación de fútbol de Venezuela durante 28 años y quien había sido acusado de aceptar sobornos de Hawilla, Burzaco y los Jinkis para la Copa América y la Copa Libertadores. Se hospedaba en el Renaissance, y estaba desayunando con Luis Segura, quien se había hecho cargo de la Asociación Argentina de Fútbol después de la muerte de Grondona.
Mientras comían, los dos hombres hablaron emocionados de los arrestos, preguntándose si podrían estar implicados de alguna manera. "Oye, mira", soltó de repente Segura mientras revisaba su teléfono. "Tu nombre está en la lista". Esquivel fue escoltado fuera del hotel por la policía suiza unos minutos más tarde, arrastrando una maleta con ruedas detrás de él.
Presionados por las llamadas de los reporteros, las autoridades suizas pronto reconocieron los arrestos, rompiendo con el plan cuidadosamente escrito del día. Las leyes suizas de privacidad prohíben la publicación del nombre o la imagen del acusado hasta que la persona sea condenada. Pero el 27 de mayo se volvió una total anarquía. "Teníamos órdenes de llevar a cabo los arrestos en secreto, evitando las fotografía", confesó uno de los oficiales que arrestó a Esquivel a un reportero que presenció la escena de primera mano.
El agente del FBI en Zúrich, en contacto constante con las autoridades suizas, transmitió las noticias de cada arresto sucesivo a sus colegas en Nueva York. Los nombres de los acusados habían sido escritos en un pizarrón blanco, y los agentes los iban tachando uno por uno mientras se confirmaban las detenciones de Webb, Li, Julio Rocha, Costas Takkas, Eugenio Figueredo, Marin y, finalmente, Esquivel. Eso era todo. La redada, dijo, había terminado. Esa era sólo la mitad de su lista.
Los agentes sabían que Warner estaba en Trinidad, y una solicitud de arresto provisional ya estaba en camino hacia Puerto España, junto con otra que se dirigía a Paraguay para Nicolás Leoz. Pero había esperado atrapar a Burzaco, así como a Hugo y Mariano Jinkis, en las redadas de Zúrich. ¿Era posible que la prensa los hubiera alertado y hubieran escapado? Berryman finalmente dejó la oficina de campo de Nueva York alrededor de las 2:30 de la mañana. Todavía tenía un largo día por delante, pero por el momento no había mucho que hacer, excepto intentar dormir unas horas.
Mientras caminaba, Berryman notó cuán vacías estaban las calles de Manhattan a esa hora. Acababa de participar en el trabajo de aplicación de la ley más difícil y más emocionante de toda su vida. Las noticias de las redadas lanzarían a Europa a una confusión caótica, opacando lo demás. Sin embargo, aquí en la capital financiera del mundo, donde había fluido gran parte del dinero de los sobornos a través de los años y donde se había hecho el caso penal, parecía como si nada hubiera sucedido en absoluto. "Mierda", pensó Berryman mientras caminaba. "Mierda".