Hace 127 años que en el Abierto de Tenis de Francia miles de jugadores disparan pelotas –proyectiles, en fin– contra el o los rivales del otro lado de la red.
Pero el mítico, prestigioso, aristocrático torneo… se llama desde 1925 Roland Garros.
Un hombre que también disparaba proyectiles contra sus enemigos, pero en el aire, desde su aeroplano, y con un sistema de su invención: una ametralladora cuyas balas pasaban… ¡a través de la hélice!
Un golpe de genio que cambió, en los años de la Primera Guerra Mundial y con letal eficacia, los combates aéreos.
Hoy, mientras arde el torneo en el Arrondissement de Passy parisino en busca de batir el electrizante récord de Rafael Nadal, ¡diez veces campeón!, o los siete títulos de la bella norteamericana Chris Evert, o evocar con emoción a los cuatro mosqueteros franceses René Lacoste, Henri Cochet, Jean Borotra y Jacques Brugnon, que ganaron la Copa Davis en los Estados Unidos y también un altísimo honor solo concedido a los héroes: las cuatro
estatuas que los recuerdan…, el público lee algo ajeno al incesante trajín sobre el polvo rojo.
¿Qué y por qué? Lee un cuadernillo en cuya tapa muestra a un hombre de aspecto ajeno al tenis.
La foto es antigua. Él mira de frente. Cubre su cabeza con una boina dada vuelta. Tiene un bigote grueso: un mostacho…
Nombre: Roland Garros. Profesión: aviador. Según la revista Paris Match, "El novio de las nubes".
Ha nacido en Saint Denis, Reunion, el 6 de octubre de 1888. En 1913 asombra al mundo: en uno de esos aviones que parecen barriletes, en menos de seis horas y sin paradas, ¡cruza el Mediterráneo!.
Parte de Fréjus y aterriza en Bizerta, Túnez… con los últimos cinco litros de combustible en el tanque. "Volando con los gases", como suelen decir los pilotos, porque un desperfecto del avión, sobre Córcega, lo obligó a un consumo mayor que el previsto.
Imparable, ese mismo año se eleva más de seis mil metros, inscribe un nuevo récord de altitud, y se bate a sí mismo casi al filo del tronar de los cañones de la Primera Gran Guerra (1914-1918).
De inmediato se enrola como piloto voluntario en las fuerzas aéreas francesas. Dueño de una admirable pericia, asombra además con su casi infalible puntería…
Pero no puede impedir que el piloto de un avión alemán lo alcance con su metralla, lo obligue a un aterrizaje forzoso en tierra alemana y lo capturen.
Largo calvario: tres años en un campo de prisioneros, maltratado, mal alimentado y sufriendo todas las humillaciones que le inflige el enemigo…
Pero Roland no es solo astuto en los cielos: logra robar un uniforme alemán, romper la alambrada, caminar kilómetros sin despertar sospechas… atravesar la frontera, refugiarse en los Países Bajos primero, en el Reino Unido después, retornar a Francia… y volver a la batalla.
El 18 de abril de 1915, al comando de un SPAD S.VII, un Fokker D VII alemán lo derriba.
Intenta destruir su máquina, no lo consigue, lo atrapan, vuelve a otro campo de prisioneros… y los alemanes copian (y perfeccionan) el sistema Garros de disparos sincronizados a través de las palas de la hélice.
Una vez más huye, regresa a su escuadrilla, logra cuatro victorias contra aviones alemanes, pero el 5 de octubre de 1918 –apenas un mes antes del fin de la guerra– en un feroz combate aéreo, su avión cae en las Ardenas, cerca de Vouziers, y muere.
No ha llegado a cumplir 30 años.
Condecorado como Mourt pour la France y oficial de la Legión de Honor, en 1928 –a diez años de su muerte–, el célebre torneo de tenis de París pasa a llevar su nombre para siempre: Roland Garros.
Un soldado valiente. Un héroe de guerra. Un símbolo… que curiosamente tuvo una escasa relación con el tenis, salvo su entusiasmo por ese deporte…, pero a años luz de empuñar una raqueta como jugador amateur, y mucho menos como profesional.
Su grandeur, su grandeza, palabra tan cara para los franceses, su patria y su historia no se escribieron en un piso de polvo de ladrillo.
Sucedió más cerca del Sol…
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