"Golpe a la historia: Federer perdió en Wimbledon", "¿Qué le pasa a Federer?", "Derrota impensada y dudas sobre el futuro de Roger Federer", "Sergiy Stakhovsky, N°116 del mundo, da el gran golpe ante Federer". Todos los títulos pertenecen al 26 de junio de 2013, cuando el suizo sufrió ante el ucraniano una histórica eliminación en la segunda ronda de Wimbledon, la más temprana desde 2002, cuando llevaba apenas tres años en el circuito profesional.
Se especulaba por entonces con los últimos años de actividad de Roger Federer. Se lo trataba como lo que ya era, una leyenda, pero con cierta conmiseración porque el final, parecía, estaba cerca y encima Novak Djokovic arrasaba con todo lo que se le ponía enfrente, era la renovación. No había forma, se afirmaba con gran porcentaje de convencimiento, de volver a ver a Su Majestad como lo que supo ser.
Pero no era aquello solo una cuestión de opinión. En aquel 2013, a sus 32 años, comenzaron sus problemas físicos, puntualmente una lesión en la espalda que decidió no atender y que luego llegaría a padecer (tiempo después reconocería que "fue un error haber jugado lesionado. Viéndolo en perspectiva, me doy cuenta que me equivoqué"), y la consecuencia fue clara en las estadísticas: de los 18 torneos que jugó ese año, apenas ganó el ATP de Halle.
Federer había pasado de un promedio de seis títulos por año a solo uno y declaraba cosas tales como: "No sabría decir si mi nivel de juego es suficientemente fuerte en estos momentos. Evaluaré mi futuro".
Fue entonces cuando el suizo decidió reinventarse. En diciembre de 2013 despidió a Paul Annacone, su histórico entrenador, y anunció de manera oficial que trabajaría con Stefan Edberg, el hombre que había sido su referencia tenística pero también moral durante su crecimiento y formación deportiva. "Edberg es mi modelo de vida. Es todo un caballero", había dicho en una entrevista.
El anuncio formal fue publicado en una de las redes sociales del suizo, quien apuntó: "Estoy feliz de anunciar que Stefan se unirá a Severin Luthi como parte de mi cuerpo de entrenadores a partir de Melbourne. Estoy muy ansioso, con ganas de compartir tiempo y aprender junto a él".
Y esta relación sería determinante en el Federer que hoy vemos, el inagotable y cada vez más talentoso, el de los 20 títulos de Grand Slam. Bajo la tutela del ex tenista sueco y de Luthi (ex capitán del equipo suizo de Copa Davis), el helvético aceptó lo impensado: cambió su histórica raqueta Wilson por otra con diez pulgadas más de marco (25,4 cm). En su círculo más íntimo nadie podía creerlo a sabiendas de que podrían sugerirle cualquier cosa menos el cambio de su herramienta, de la que era extremadamente celoso. Pero Roger sentía que había perdido la sintonía de su tenis. Que debía reinventarse, cambiar para mejorar.
Federer guardó entonces su histórica Wilson Pro Staff de 90 pulgadas con la que había ganado 76 títulos en 12 años. "Él dijo que estaba listo para probar una nueva raqueta. Al principio un par de nuestros chicos se reunieron con él en Suiza. Le llevamos un montón de opciones diferentes de nuestra línea. En ese momento, no teníamos nada específico para él. Al final le gustó una, y jugó un par de torneos en cancha de arcilla con una raqueta negra que intrigó mucho a la gente de la industria. Con eso, Roger buscaba potencia y solidez extra para su juego defensivo y la transición al ataque", explicó John Lyons, director global de la marca.
"Sin exagerar", recordó el empresario, "Federer probó entre 20 y 25 raquetas diferentes desde entonces, algunas por solo cinco minutos, que con sus modificaciones, algunas imperceptibles, llegaron a ser 250″, hasta que eligió aquella con la que compite hasta hoy y que le permitió perfeccionar su revés a una mano, su saque y sus avances hacia la red: la Pro Staff Wilson RF97 Autograph con la que aumentó su fuerza, estabilidad y la potencia, conceptos trabajados con Edberg, de quien se separó laboralmente en 2016, cuando consideró que ya había logrado su objetivo de volver a ser.
En los dos años trabajados con el sueco, Roger Federer ganó 11 títulos, aunque ninguno de estos fue de Grand Slam. Ante esto y cuando el suizo ya había dejado de ser su pupilo, Edberg anticipó: "Yo pensaba que podía haber ganado uno en los últimos años junto a mí y la verdad es que se acercó bastante. Es posible que todavía pueda ganar uno, a mí no me sorprendería que lo consiguiera. Si hay alguien que pueda hacerlo ese es Roger".
Roger Federer ya no se preocupó por el ranking. Él, que había sido el tenista con más semanas como N°1 del mundo, con 1302, había caído ya a la 3° posición pero esto ya no era parte de sus objetivos sino recuperar su tenis o, mejor dicho, su mentalidad como respaldo de su juego. Para esto, en diciembre de 2015 anunció que comenzaría a trabajar con el ex tenista croata Ivan Ljubicic, quien terminó de reforzar la reinvención del mejor de la historia a partir de la agresividad en su revés.
Federer pasó de ejecutarlo con slice, a definitivamente transformarlo en un golpe ganador. De defensivo a ofensivo. De pasivo a completamente agresivo, casi como aquel que el croata mostraba en la pista. Además diagramó su calendario de manera de jugar únicamente los mejores torneos o aquellos en los que tuviera que defender muchos puntos. Perfeccionamiento de su punto débil en el juego, diagramación puntillosa de su calendario y reducción del desgaste físico al mínimo fueron los tres puntales de su recuperación.
Las consecuencias son ampliamente conocidas: Roger, que entre 2012 y 2016 no logró ganar un solo título de Grand Slam, dejando su marca en 17, volvió a la escena principal cuando menos se lo esperaba con ocho títulos en dos años, entre ellos dos Abiertos de Australia (2017 y el recientemente conquistado ayer) y Wimbledon 2017, llevando hasta 20 la marca de Majors.
Ayer, tras la conquista en Melbourne Park, al momento de los agradecimientos tras la premiación, Roger miró hacia el palco donde estaban los suyos, su círculo más íntimo conformado entre otros por Ljubicic, su esposa, Mirka, y sus padres, y la emoción lo invadió a tal punto que ya no pudo seguir. Las lágrimas del campeón, entonces, ya daban la vuelta al mundo.
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