Un tropiezo en el ring y un daño cerebral irreversible: la trágica historia de Gerald McClellan

El ex boxeador estadounidense no volvió a ser el mismo después del combate que protagonizó ante Nigel Benn. Su hermana se ocupa de él las 24 horas del día

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Gerald McClellan lo tenía todo, era el mejor boxeador de su categoría: el cinturón de campeón de peso mediando del CMB (Consejo Mundial de Boxeo) y sus 31 victorias (29 por nocaut) lo avalaban. Pero todo cambió después de la pelea que protagonizó el 25 de febrero de 1995.

Su oponente, el británico Nigel Benn, era el dueño del título mundial de los súpermedianos del CMB, y el estadounidense quiso incursionar por primera vez en esa categoría para vencerlo y ser el rey en los dos pesos. Sin embargo, algo salió muy mal.

Más de 10 mil espectadores acudieron al London Arena de Inglaterra para ver el que fue uno de los combates más brutales de la historia del deporte. A su vez, fueron cerca de 13 millones de personas las que vieron aquel enfrentamiento por televisión.

El francés Alfredo Azaro, que no entendía absolutamente nada de inglés y se comunicaba con los púgiles a través de señas, era el árbitro de la pelea. En una esquina, y de pantalones negros, estaba "Dark Destroyer", quien iba a intentar retener el título ante un McClellan que había vencido en sus últimas 14 presentaciones por nocaut.

Comenzó el primero de los 12 asaltos y en sólo 35 segundos "G-Man" sacó a su oponente del cuadrilátero con una serie de puños certeros. Benn logró recuperarse en el siguiente y equilibró la pelea hasta el octavo, en donde volvió a caer. Si todo se mantenía así, las tarjetas le iban a dar el título a McClellan.

Llegó el noveno round y ambos peleadores lo habían dado todo. Las piernas cansadas y temblorosas eran evidencia de ello. Fue en ese momento donde la vida de Gerald McClellan iba comenzar a cambiar drásticamente.

Tras intentar conectar un golpe de derecha, el británico de 31 años trastabilló y, sin intención, le propinó un cabezazo en el ojo izquierdo a su rival, quien se dirigió a una esquina y se arrodilló sobre la lona por unos instantes. El juez intuyó que el impacto no había sido tan grave y obligó al boxeador de 27 años a levantarse y continuar.

McClellan no era el mismo. El parpadeo constante y el movimiento de su nariz lo confirmaban. El décimo asalto fue el último, Benn derribó al oriundo de Illinois dos veces, siendo la última en la que el conteo llegó a diez.

Sin perder tiempo Nigel Benn festejó con su gente la retención de la corona, pero algo pasaba en la esquina de "G Man". Las cámaras enfocaron rápidamente aquel sector y el pánico inundó el complejo. McClellan estaba inconsciente y siendo trasladado al hospital.

El boxeador fue operado de emergencia, tenía un coagulo en el cerebro y pasó dos semanas en coma. El daño fue irreversible. Ceguera, pérdida de memoria a corto plazo, problemas de audición y un futuro en silla de ruedas, fueron las consecuencias de aquél desafortunado golpe.

"Ha sido difícil", explicó Lisa, quien lleva 22 años cuidando de él, a "ChicagoTribune". A su vez, disparó contra los mandamases del deporte por haberse olvidado de su hermano: "La vida sería más fácil si hubiera algún tipo de pensión o seguro dado a los boxeadores para tratar de protegerlos". El costo del cuidado médico de McClellan tiene un valor de 70 mil dólares anuales.

Si bien perciben un cheque del gobierno de USD 1920, no es suficiente, "tiene una bolsa de colostomía y pagamos 500 dólares al mes por los suministros", aseguró Lisa, quien perdió su empleo y un matrimonio por estar al lado de él.

"Mi suegra sugirió que tenía que ser más una esposa y una madre que una cuidadora, así que tal vez era hora de que Gerald estuviera en una casa. No entendían mis prioridades. Gerald no estaría bien con extraños cuidándolo. Tiene que ser familia. Así que me deshice de ellos" (la suegra y su futuro marido)

Hoy Gerald McClellan pasa la mayor parte de su tiempo en un sillón reclinable. Si bien puede alimentarse por sí mismo, requiere ayuda en todas las demás funciones. "Mi mamá nos crió para cuidarnos, y supongo que estoy haciendo lo que se espera. Él confía en mí tanto, que nunca podría irme y vivir en paz sin saber qué le pasaría", concluyó su hermana.

 

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