Son las 4:40 de la mañana del 1° de mayo de 1982 en las Islas Malvinas. La temperatura bajo cero hace doler los huesos en medio del descampado. Una pequeña bola de fuego hecha con ramas agrupa a seis soldados. Entre ellos hay un pibito que en el futuro destacará en los campos de juego más como técnico que como jugador. El mate para paliar el frío empieza a rodar entre las manos temblorosas. Nadie espera lo que va a pasar en otra de esas noches cerradas que viven desde hace menos de un mes. La hélice de un helicóptero se escucha a lo lejos y una bomba explota en el aeropuerto, a 12 kilómetros. Ellos se desesperan como si hubiese caído a 12 metros, apagan el fuego acelerados y se lanzan cuerpo a tierra. Empezó la guerra.
Omar De Felippe le cuenta a Infobae el "día que empezó la guerra" con una precisión tecnológica. No realizó una investigación para recordar lo que le tocó vivir, simplemente es "inolvidable". Como cada vez que se acerca un 2 de abril, su nombre aparece en escena. La reiteración de sus conceptos no disimula el asombro que produce su relato y colabora notablemente para reafirmar la tarea de los Veteranos.
"Hace muchos años, había decidido que era la última vez que iba a hacer una nota sobre Malvinas. Ahí me llamó la atención que el camarógrafo, que era un pibe joven, me dijo: 'La historia la tienen que contar los que estuvieron, no los que no estuvieron'. Y creo que tiene razón. Es una forma de homenajear a los 649 que no están", rememora.
El sol golpea con fuerza en Ituzaingó, donde Vélez tiene una hermosa Villa Olímpica. Los 30° grados sólo pueden esquivarse con el aire acondicionado. Ya pasaron 35 años de los "30° grados bajo cero" que asegura haber vivido en Malvinas, aunque las estadísticas marcan que el promedio de la mínima oscila cerca de los 11° bajo cero. ¿Quién puede discutirle esa sensación térmica que él sintió en la guerra? "Yo estoy viviendo gratis", lanza sin vacilar un segundo De Felippe, que al momento del conflicto bélico soñaba con subir a la Primera de Huracán.
"¡Tenés que ser agradecido de la vida! Teniendo en cuenta lo que nos tocó vivir ahí, a los 15 mil, y estar vivo haciendo lo que me gusta, en un lugar así –mientras señala los verdes campos de juego del club–. No todos han tenido esa suerte", justifica.
Los laberintos de su memoria nunca diluyen los detalles de toda esa aventura. Desde la madrugada en que llegó la carta de citación que su madre, Rosa, recibió llorando, hasta el regreso en el Canberra. Omar cierra los ojos con los ojos abiertos. Mira un punto fijo, como si no estuviera mirando. Y escupe su vivencia casi sin necesidad de ser interpelado: "Luego de salir de baja de la colimba, todas las noche me fui a dormir sabiendo que me iban a llamar en cualquier momento. Y tal es así que el 9 de abril, a eso de las 4:30 de la mañana, tocaron el timbre en la casa de mi vieja y dejaron una cédula de presentación. Mi vieja me despertó y me la dio llorando". Durante una hora de charla, el entrenador pronunciará cada anécdota con exactitud suiza.
En los últimos meses, Mel Gibson estrenó la película bélica Hacksaw Ridge ("Hasta el último hombre", en español). Allí se muestra la guerra de la manera más cruda. El temor traspasa la pantalla. Perturba. Según diferentes críticos, la película -con cinco nominaciones al Oscar- es la que mejor expone lo que se vive en esas circunstancias. A Omar nadie le tiene que mostrar ninguna película para entender la crudeza de vivir bajo fuego.
Como aquel día en que la muerte, esa vecina constante durante los dos meses en la Isla, sopló fuerte en su espalda: "En el ataque final hay un bombardeo muy intenso sobre la noche –sufríamos muchos bombardeos durante la noche y te costaba dormir– y el capitán me llamó a mí, por ser el encargado de la ametralladora, y al Negro Leal, que era el encargado de las municiones. Le digo 'dale, vamos' y ni bien hacemos 20 metros explotó una bomba que la onda expansiva nos tiró de cabeza. Fuimos a ver el refugio que habíamos armado y tenía 6 agujeros de entrada y 10 millones de salida. Nos salvamos".
También recuerda cómo se aferró a la vida en aquella montaña cuando el ataque de morteros los sorprendió: "Nos quedamos quietos y las piedras nos pegaban en la espalda".
Como si el frío, el hambre y el temor no fuesen suficientes, las bombas durante la madrugada se convirtieron en una espeluznante banda de sonido. El precario refugio de chapa que debieron construir cuando el pozo de zorro se inundó reflejaba en sus paredes el asedio psicológico y físico. Las bombas hacían temblar todo e interrumpían el sueño: "Teníamos la costumbre de sentarnos, prender un cigarillo y esperar que el bombardeo pasara. Te sentás y rezás para que no caiga ahí, no tenes otra forma. Los nervios se habían endurecido".
El camino de la comunicación casi no se alterará. El transmisor y el receptor trocarán sus roles en breves momentos. Omar habla. Nosotros escuchamos. El training durante casi tres décadas ante la prensa transformó a ese novato soldado en un hábil narrador de sus experiencias. Casi que no necesita preguntas para hablar.
Sin embargo, su firme postura por un momento trastabilla: "Hay cosas que nos han tocado… Ver morir gente… Fueron cosas difíciles, pero a veces ya no vale la pena contarlas".
–Queda la sensación de que ya tenés muy pensado lo que querés contar y lo que no…
-Sí. Hay cosas que en realidad vale la pena que la gente se entere y otras no. Yo conté la experiencia de cómo vi morir a un compañero y vino la familia a pedirme que le cuente en detalle cómo había muerto su familiar. Es muy doloroso tener que ser el que los enfrente con esa verdad. Yo se los conté, pero a veces volver a traer todo es muy doloroso.
Aquel soldado, que luego se transformó en una pieza fundamental del fútbol local y sudamericano en su rol de entrenador, sigue narrando su historia. Su apariencia de hombre severo y serio no le impide tener un trato ameno, de hacer una entrevista atrapante. Tampoco escapa a la sinceridad de la reflexión: "Hoy lo hablo y parece algo muy loco, pero uno se preparó para matar. Después de tantos años te ponés a pensar en esas cosas y decís: '¡Pucha, era capaz de matar!'. En ese estado y en ese lugar, era capaz de matar, era lo que tenía que hacer. A veces para poder vivir hay alguien que tiene que morir. Lamentablemente es así".
La aguja del reloj ya dio una vuelta entera y las tres personas dentro de esa sala están atrapadas por el relato de Omar. A nadie le interesa si la pelota entra o no. A nadie le importa si por la puerta de la sala de conferencia pasa caminando alguna de las figuras de plantel del Fortín. Sólo es trascendente lo que cuenta este héroe, que cerrará la charla negando serlo: "A mí me cueste verme como héroe. Héroes son los que están allá. Ellos dejaron la vida".
EL SOLDADO DE LAS FOTOS
Al final de la extensa entrevista, Infobae le propuso a De Felippe un ejercicio de memoria con dos fotos suyas durante la guerra de Malvinas. "Cuando las veo no me pasa nada. En el momento ya está, ahora van a ser 35 años. Son dos vidas, no una", explica con un cierto desapego que desaparecerá a medida que empezará a describir las imágenes.
La primera que logra llamarle la atención es aquella que lo muestra extremadamente delgado dentro de un camión –"No sé si pesaba 60 kilos", afirma–. Escapa del relato premoldeado que lo mantuvo enfocado a lo largo de 50 minutos de conversación. Omar se mostró difícil de franquear. Apegado a lo que él quería contar, como bien reconoció. El momento de las fotos le pusieron un brillo inesperado a su rostro.
"Hay anécdotas en todos lados", comenta con la mirada perdida en esos recuerdos que parecen volverse un presente fugaz. "En esta –mientras señala la del camión– fue cuando nos mandaron al frente, horas después de la explosión de refugio", subraya en coincidencia con el acontecimiento que relató con anterioridad.
"Íbamos al frente de batalla. Recuerdo que estos camiones estaban arriba de la montaña todos encolumnados preparados para llevarnos. El frío, la nevada y la helada eran tremendos. Estos camiones son tremendamente grandes. Nos cargaron a todos y cuando dobla para querer bajar la montaña empieza a deslizarse de costado con todos nosotros arriba. ¡No sabés la desesperación, nos tirábamos del camión! Por suerte se trabó en los cordones y quedó ahí, pero fue un momento desesperante", narra.
"Esta es de un fotógrafo profesional –dice al tomar la otra postal–. El fotógrafo vino unos días y se fue antes de que empiece el bombardeo. Ellos ya sabían", explica.
El fotógrafo pertenecía al regimiento y tenía un local en Laferrere: "Muchos pibes fueron y empezaron a recuperarlas y las mandaban por mail. El tipo iba pasando por las posiciones y sacaba fotos. Ahí todavía no habían llegado los ingleses".
"Estas no las tengo", advierte sobre las fotos mientras abandona la sala de conferencias en la que nos recibió. "¿Para qué las quiero si ya sé que estuve ahí?", nos afirma con un cordial saludo.
Sabe que en unas horas, tal vez después de leer esta entrevista, su pequeña hija Bianca de 9 años tome nuevamente aquel libro guardado con imágenes de su padre en la guerra, mire las fotos y comience hacerle preguntas como cada vez que esta fecha le recuerda que para muchos él también es un héroe. Aunque por momentos intente dejar en el pasado a ese soldado de las fotos.
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