Es fácil pensar que los grandes hitos de la historia, como las Guerras Mundiales o el nacimiento de la mafia siciliana, fueron producto de decisiones políticas, batallas o crisis sociales. Sin embargo, el biólogo británico Lewis Dartnell presenta en su ensayo “Ser humano” una tesis provocadora: la biología, nuestras limitaciones y adaptaciones evolutivas, así como las características únicas de nuestro planeta, desempeñaron un papel fundamental en los eventos más decisivos de la humanidad. Desde la dieta de nuestros ancestros hasta las mutaciones genéticas, Dartnell explora cómo estos factores, aparentemente azarosos y pequeños, guiaron el curso de la historia.
Ser humano
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La biología como fuerza determinante en la historia
Para Dartnell, la biología es un engranaje clave en la maquinaria de la historia. Lejos de atribuir exclusivamente a decisiones racionales o estructuras sociales el desarrollo de la humanidad, el autor sostiene que es nuestra naturaleza biológica la que condicionó muchos de los grandes sucesos. Por ejemplo, si los seres humanos contamos el dinero en decenas, centenas y millares, es porque tenemos diez dedos en las manos, lo que muestra cómo lo biológico influye incluso en las convenciones culturales y matemáticas.
Esta perspectiva biocéntrica permite a Dartnell examinar el papel de nuestra evolución en una amplia variedad de eventos históricos, cuestionando las causas profundas de procesos como la expansión del cristianismo o la construcción de Estados Unidos.
Dartnell propone que la evolución favoreció a los grupos humanos en los que los individuos tienden a cooperar y colaborar entre sí, un rasgo observable también en especies como los bonobos y chimpancés. De acuerdo con esta tesis, las bases de la moralidad humana podrían estar profundamente arraigadas en nuestra biología, más que en el pensamiento filosófico o religioso.
Esta teoría, que apoya la propuesta del primatólogo Frans de Waal, señala que nuestra inclinación al altruismo está inscrita en los genes. Así, los principios éticos que luego se concretaron en códigos religiosos o filosóficos tendrían su origen en nuestra naturaleza biológica, en lugar de derivarse de la razón, como proponía Kant. Dartnell plantea entonces una visión de la moralidad como una adaptación evolutiva, útil para la supervivencia grupal.
La obra de Dartnell se enriquece con ejemplos históricos específicos que ilustran cómo la biología moldeó la historia humana. Uno de estos ejemplos es la batalla de Trafalgar en 1805, donde la Armada Británica, liderada por el almirante Horatio Nelson, derrotó a las fuerzas franco-españolas. La clave de esta victoria, argumenta Dartnell, fue la salud de los soldados británicos, quienes estaban mejor alimentados gracias al consumo de cítricos, una medida preventiva contra el escorbuto que debilitaba a sus enemigos.
Este enfoque en la salud biológica como ventaja estratégica no solo impulsó a los británicos en Trafalgar, sino que también tuvo un efecto colateral inesperado: el incremento del cultivo de limones en Sicilia, lo que desencadenó una demanda de seguridad privada para proteger los campos, y, con el tiempo, el surgimiento de la mafia siciliana. Esta interpretación de la historia como una serie de efectos dominó, guiados por la biología, le permite a Dartnell vincular acontecimientos aparentemente dispares bajo un mismo hilo conductor.
Deficiencias biológicas y sus consecuencias históricas
Una de las ideas más originales de Dartnell es cómo ciertas limitaciones biológicas en el ser humano tuvieron repercusiones importantes. En su obra, el autor se centra en la incapacidad de nuestro organismo para sintetizar vitamina C, un defecto que no se manifiesta mientras se consuman frutas y verduras frescas. Sin embargo, durante los viajes transoceánicos que comenzaron a finales del siglo XV, los navegantes llevaban dietas compuestas casi exclusivamente por carne salada y galletas, lo que provocó una falta crítica de esta vitamina y el desarrollo del escorbuto. La capacidad de los ingleses para superar esta debilidad gracias al consumo de cítricos fortaleció sus flotas, evidenciando cómo una mutación genética que parecía irrelevante en la vida cotidiana llegó a tener un impacto en la historia militar y política del mundo.
En Ser humano, Dartnell no se limita a analizar el impacto biológico en eventos específicos; también examina cómo nuestra naturaleza influyó en el desarrollo de creencias morales y religiosas. El autor postula que la moralidad humana tiene sus raíces en nuestra naturaleza simiesca más que en el razonamiento abstracto. Esta perspectiva sugiere que el surgimiento de religiones y sistemas éticos organizados no fue un producto exclusivo de la civilización, sino una formalización de conductas ya presentes en la vida comunitaria de nuestros antepasados. Al igual que otros comportamientos sociales, la moralidad habría evolucionado como un mecanismo para favorecer la cohesión y la cooperación grupal, algo esencial para la supervivencia de los primeros grupos humanos.
Inspirado en la frase del Nobel François Jacob, quien describió la naturaleza como una “chapucera” en lugar de una creadora perfecta, Dartnell sostiene que la evolución no sigue un plan maestro ni se guía por una idea de perfección. Por el contrario, la evolución es el resultado de mutaciones y ajustes accidentales que, si resultan beneficiosos, permanecen en las especies. En este sentido, los seres humanos somos el producto de una serie de “chapuzas magníficas”, en las que algunas mutaciones aparentemente insignificantes pueden convertirse en factores determinantes en la historia.