Los primeros fragmentos de una escritura nunca son un libro. Son, acaso, devaneos a tientas en un túnel oscuro. En 2020 me casé, me mudé a Madrid, abrí una sucursal de mi librería y perdí dos embarazos. Un día frente a mi computadora escribí un título: Diario de pérdidas. Creo firmemente en lo oracular de la escritura y en su poder de transformación pero también en el efecto de fijación que tienen las palabras. Sumaba entradas a mi diario, pero estaba muerta de miedo. Escribir sobre las pérdidas, sobre esa falla sin -por entonces- causa identificable, ¿me dejaría atada para siempre en el destino de las mujeres-sin hijos? ¿Debía abandonar la escritura, buscar un camino nuevo?
Volví a un libro de Anne Carson: Eros, el dulce amargo. Leí sobre el deseo-el amor como falta. No estoy de acuerdo. No, respetables antiguos. No, admirada Anne. Entonces decidí que mi deseo de maternidad era un bien en sí mismo, algo valioso, independientemente del resultado al que me llevara, aún mientras sólo pudiera ser una mujer-sin hijos. A partir de entonces la escritura estuvo destinada a registrar esa alegría: el descubrimiento del deseo de maternidad, las posibilidades de hacerle lugar en una vida feminista, respetando el presente continuo, pues el tiempo es una fuerza que se manifiesta en la forma.
En el texto pronto se mezclaron las preguntas y meditaciones en torno a cómo y qué me había llevado hasta ahí. Qué clase de maternidades había en mi vida. Cómo podía explicarse mi apartamiento de esas iconografías y representaciones y maniobras de prueba a través de las que desde niñas las mujeres metabolizamos el mandato de maternidad. Yo había querido ser otra clase de mujer, una clase mejor de mujer: una mujer con profesión, una mujer con dinero, una mujer sin hijos. Cuándo se agrietó esa intención. Qué puede hacerle la muerte de la madre a una mujer sin hijos. Pienso que de esa oscuridad a la vez particular y común, nació la posibilidad de toda luz.
Avancé en la escritura y me sumergí como siempre en la construcción de un canon particular de lecturas, una cartografía en la que hilvané duelo maternidad pérdidas, la falla, la falla, la gris untuosidad de la falla. Pero también probé algo nuevo: un jardín escuela, un taller de cerámica, la reunión silenciosa con otras mujeres en torno a una mesa de trabajo, las manos en la arcilla, platitos, fuentes, vasos torcidos, la inclinación hacia lo singular y cotidiano, el vínculo con lo elemental y sus posibilidades.
El tejido de las palabras siempre ilumina territorios borrosos, me empuja a decir lo que de otra forma no podría decir. La imaginación es una expresión del deseo de perseverar. Así, descubrí que mi librería, Lata Peinada, no sólo era el trasfondo, el horizonte cotidiano de mis días sobre el que se imprimía todo lo demás, sino que había sido parte esencial de la transformación que me llevó a encontrarme con mi hijo.
Cuando el texto estaba a poco de cerrarse y recibí de una editora admirada una propuesta para publicarlo, en vez de celebrar o simplemente estar feliz y casi en paz, me vi a mí misma en una espiral infinita bajo la observación despiadada de una lente bien pulida. El procedimiento me dejó elucubraciones paranoides sobre expectativas y lecturas que magnifican la importancia de la recepción y la entidad de mi propia obra. Sobre todo, anticipé el eventual lugar al que una segunda novela con material biográfico iba a arrojarme. Un espacio pequeño, un rinconcito rosa bien iluminado, de cortinados etéreos y paredes pobladas de cuadros con frases alentadoras. Examen cruel y preguntas de destino que sólo nos hacemos las mujeres que escribimos.
Por eso, para el final de este texto, en el que curiosamente se me ha invitado a escribir sobre la “cocina literaria” de mi libro, dejo un brevísimo manifiesto en contra de toda etiqueta, a favor de un desmantelamiento de las jerarquías y los límites, a favor del desborde, de la potencia del cuerpo y la potencia de la escritura, reivindico una literatura como el spinoziano arte de vivir de acuerdo a las leyes humanas. Afuera los torpes atributos y categorías del binarismo decimonónico en el mileismo cosplayer del siglo XXI, afuera si tu aún me quieres blanca. Después de todo, como dice María Moreno, lo autobiográfico sólo puede ser un efecto.