Viaje a las estrellas
El mito cultural dominante coincide en una cosa con las corrientes falsamente opositoras a él: Star Trek está buena. La enorme popularidad de esta serie tan débil, artificial y represiva (en rigor, hubo tres series durante los últimos veinticinco años) es un síntoma desconcertante y triste de la ausencia de vitalidad y reflexión. Entre los múltiples ejemplos estúpidos pero populares de la cultura, pocos ofrecen una gama tan amplia de mecanismos para expandir el alcance del control.
Pensemos, por ejemplo, en que la serie original de Star Trek se tradujo a cuarenta y nueve idiomas, en el insaciable apetito de una vasta subcultura por consumir los datos más oscuros de la serie y en la abundante cantidad de libros, películas, convenciones, etc., que constituyen una industria de una magnitud considerable. No obstante, Star Trek llamó mi atención por un motivo más personal. Un amigo tuvo un brote y mientras estaba encerrado en el pabellón psiquiátrico le dijeron que debía mirar Star Trek. Más o menos en la misma época, me di cuenta de que, al parecer, en la casa de mis vecinos —una familia hippie con un estilo de vida “alternativo”, que en todo lo demás es más bien antitelevisión— también era un programa obligado.
Conozco incluso a un puñado de “anarquistas” que son, por elección propia, grandes fanáticos de Star Trek, lo que me recuerda una de las características más repulsivas de la serie: su prédica de una jerarquía estricta y marcial (“¿No es cierto, Número Uno?”). El marco castrense donde solo se imparten y se acatan órdenes siempre está presente y constituye un modelo de realidad social, porque nunca vemos a la tripulación en otro contexto. Vale la pena analizar la evolución del programa en sus tres encarnaciones para advertir los cambios sutiles en este modelo autoritario.
El capitán Kirk, líder supremo original, tenía un aura de cowboy, y hasta podría decirse que en cierto sentido era un inconformista. Pero en la segunda serie, La nueva generación, el comandante Riker se parece mucho a un líder corporativo, totalmente inseparable de su papel como autoridad absoluta. Y de manera significativa, la dinámica y el movimiento de toda la operación se terminan con el paso del tiempo. Abismo Espacial Nueve, la tercera y última serie, prescinde de la nave Enterprise (nombre adecuado para su orientación profundamente empresarial) y transcurre en una plataforma espacial. Se acabaron las travesías, en perfecta sintonía con un mundo donde, después del derrumbe del capitalismo de Estado burocrático a principios de los ochenta, el capital moderno domina todo en todas partes.
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Lo concepción que transmite Star Trek sobre la tecnología es probablemente su contribución más insidiosa a la dominación. La estructura de órdenes jerárquicos no es la única constante de la serie, también son esenciales su orientación a la alta tecnología y su oposición a la naturaleza. Siempre en el interior de ese contenedor yermo donde se representa la sociedad, la tripulación no podría estar más desconectada del mundo natural. De hecho, como estadio más alto en el dominio y la manipulación de la naturaleza, Star Trek nos está diciendo que en realidad la naturaleza ya no existe.
El androide/computadora Data, sucesor de Spock, es la figura central de un episodio que ilustra cabalmente la glorificación de las máquinas. Data “padece” malestares constantes que al principio se consideran una suerte de falla en su circuito. De a poco se presenta la idea de que en realidad está soñando. Este desarrollo supuestamente maravilloso, un triunfo de la conciencia, se festeja con gran emoción. Pero el mensaje es más espantoso que edificante. Lo que vemos en la asignación de sentimientos humanos a la tecnología es la celebración de lo mismo que envilece la naturaleza interior mientras arrasa con la naturaleza exterior. El hecho de que las personas sean cada vez más parecidas a las máquinas y las máquinas se vuelvan cada vez más “humanas” es un desarrollo horripilante, que no se limita a Star Trek , sino que se aplaude y, por lo tanto, se fomenta.
Considerada como un ejercicio de actuación y caracterización,Star Trek es escalofriantemente fiel a la inversión que encarna el episodio recién citado. Lo más llamativo de la serie es la cualidad exánime y plástica de los personajes. De hecho, su parecido con las máquinas y su carácter unidimensional los hace prácticamente intercambiables. El actor irlandés Colm Meaney (Abismo Espacial Nueve) ha sabido brindar actuaciones de gran vivacidad en el cine, pero en Star Trek parecía estar en coma, sin vida, por más irlandés que fuera. Tal vez a algunos espectadores les resulte tranquilizador ver a estos no-individuos transmitiendo nada.
Y esta cualidad robótica se vincula a su vez con el espíritu decididamente antisensualista de la realidad de Star Trek . La intensificación de la tecnología como modo de vida forma parte de esto, al igual que una especie de condena moral al sexo. Este rasgo también es una constante que imbuye la textura misma del programa. Los uniformes son un ejemplo: ningún personaje aparece nunca sin uniforme, lo que les otorga una imagen castrense que parece sacada de una fantasía pueril. Esto se compara, en un sentido levemente distinto, con la actual fascinación de la sociedad estadounidense con los ángeles, seres asexuados y benignamente poderosos. En términos generales, Star Trek es tan aséptica y aburrida como Barney o Walt Disney.
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Hay un episodio de La nueva generación sobre el almirante Picard y la viuda de su mejor amigo que ejemplifica este rasgo antisexual. Mientras esquivan alienígenas, en una larga secuencia de “acción” que tiene menos tensión que un western malo de clase B, descubren que siempre se gustaron. Ninguno había expresado sus sentimientos porque ella estaba casada, pero esta vez se encontraban libres de compromisos. Queda perfectamente claro que no hay ningún motivo para que se contengan, pero la historia termina con una despedida casta y anhelante. No puedo imaginar un guion que rechace el amor de manera más rotunda: aunque no haya un solo motivo en la galaxia para reprimirse, hay que reprimirse. ¡Increíble!
Gene Roddenberry (el creador de Star Trek , en caso de que haya alguien sobre la tierra que no lo sepa) estudió Derecho y Ciencias Policiales en su época universitaria. Después de servir en la Segunda Guerra Mundial, trabajó en el Departamento de Policía de Los Ángeles. Más tarde, empezó a escribir guiones para series televisivas como Highway Patrol y Dragnet. El pasado de Roddenberry como policía liberal arroja un haz de luz sobre el fenómeno televisivo que, podría decirse, prácticamente inventó la corrección política.
Mujeres, gays, personas con discapacidad y minorías reciben un trato empático en Star Trek, gesto para nada infrecuente en la corporación televisiva. El hecho de que se cumpla con este requisito mínimo no debe cegarnos ante un problema de contenido menos obvio. Lamentablemente, Ursula K. Le Guin, a quien muchos consideran una escritora utópico-anarquista, no parece ver mucho más allá del éxito de Star Trek en su artículo “My Appointment with the Enterprise: An Appreciation” [”Mi cita con la nave Enterprise: una apreciación”], publicado el 14 de mayo de 1994 en TV Guide. Le Guin celebró la última serie con la típica superficialidad de los liberales y logró ver en ella una maravillosa fábula moral, sin advertir su devoción por la autoridad y un tecnofuturo monstruoso.
¡Hasta la vista, Star Trek !
* Filósofo y escritor estadounidense. Este texto fue escrito con la ayuda de Marty Hichens.
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