“Todas las películas que hice con Mitre fueron un paso adelante” dice Mariano Llinás una tarde de primavera porteña, en medio del desorden a su rutina de trabajo que ha impuesto el impacto popular-cultura-social y político de Argentina, 1985, la película que coescribió con el director Santiago Mitre y que está resultando un fenómeno, no solo de venta de entradas, sino también de reacciones en las salas y debate en el ágora de las redes sociales, e incuso más allá, en la opinión pública de un país. “No conocí nada que se parezca a esto en ningún sentido. Pero para mí es una experiencia totalmente distinta”, afirma el también realizador y productor, un activista del cine independiente que, por imperio de las circunstancias que genera la repercusión de su obra, se puso el smoking y caminó por la alfombra roja del Festival de Venecia.
“Es una relación con el público que yo francamente desconocía. Es decir, hay algo en la proyección de esta película y de la manera en que se relaciona con la sociedad, que para mí es nueva. La verdad, me tiene totalmente desconcertado: implica una atención y una tensión muy grandes. Tengo que aprender a hacerlo. Claramente esta película ha trascendido el territorio de lo estrictamente cinematográfico. A la vez es muy interesante, no es para echarse atrás”, dice.
“Una cosa es intuir y otra cosa es que pase, digamos. Esto verdaderamente va creciendo cada vez más. La semana del estreno fue del público, las reacciones en la sala y una especie de catarsis que se genera.... Bueno, ahora empezaron a verla los políticos. Eso también es muy interesante”, reflexiona sin saber que el presidente Alberto Fernández, a la misma hora en que la charla con Infobae Cultura estaba sucediendo, veía la película acompañado por un grupo de estudiantes secundarios de Escobar.
“Todo esto demuestra que la película ya está, de alguna manera, por fuera de nuestro dominio. Ya no es algo que nos pertenezca a ninguno de quienes la hicimos. Es como una especie de King Kong subiéndose a los edificios”, grafica.
—¿De dónde partieron con Santiago Mitre en la idea de una película sobre semejante hecho de la historia reciente de la Argentina? No es poco...
—Con Mitre empezamos a pensar esta película en el mismo momento en que habíamos terminado Pequeña flor, que como la más extraña que hayamos hecho. Cuando se lo contamos a Axel Kuschevatzky, quien desde el principio estuvo involucrado, fue muy tajante. Dijo: “No hay que buscarle la vuelta, hay que hacer una película sobre el Juicio a las Juntas!. Para nosotros resultó bastante aterradora la idea: había que hacer “cine nacional”. Es decir, que contara la historia directamente. Fue muy difícil. Creo que logramos algo que, al menos a mí me resulta… Me conmueve y me enorgullece. Es como una especie de lugar de encuentro entre toda una tradición de películas argentinas, sobre la dictadura. Y al mismo tiempo yo la puedo pensar como algo que forma parte también de lo que venimos haciendo con Santiago, digamos, como algo nuestro.
Nos refugiamos en algo que nos gusta mucho a los dos, que es la tradición americana. Nuestros maestros fueron los directores del cine de los años 30 y 40, que decidieron cómo trabajar la historia a partir de determinados trucos narrativos inventados por ellos. Concentrar un hecho histórico en una persona. La idea de que una persona es, de alguna manera, una sociedad. Y que los conflictos de una persona representan una memoria social. No inventamos nada. La idea del humor… Ojo, yo no creo que se trate de lo que se llama comic relief, el alivio cómico. No creo hay alivio en el humor que tiene la película.
—Por una cuestión generacional, viviste y fuiste testigo de aquel episodio ¿Cómo influyó al momento de escribir el guión?
—Imposible no tenerlo en cuenta. Creo que es inevitable hablar de los dos, de Mitre y yo, porque somos una dupla. En ese sentido tenemos experiencias bastante distintas, porque él viene de una familia peronista. Digo esto porque hay gente que piensa que él es hermano de Esmeralda Mitre. Tampoco es el hijo de Bartolomé Mitre. No es el dueño de La Nación (risas). Bueno, él viene de una familia peronista, progresista digamos, del Frepaso y todo eso. Su padre era la mano derecha, tal vez lo sigue siendo, de Chacho Alvarez.
Yo, en cambio, vengo de una familia distinta. La tradición política de mi familia es el alfonsinismo. Mi vieja siempre fue ferviente alfonsinista y nosotros vivimos la vuelta a la democracia con mucho fervor. Mi abuelo materno era juez, tenía su tradición de cierto tipo de justicia que también termina siendo, digamos, progresista. O sea, vengo de un universo afín al Juicio a las Juntas. Pero todos sabemos que ese juicio tuvo, inmediatamente, instancias decepcionantes. Y crecí escuchando una y otra vez la frase “ensayo general para la farsa actual” (N. de la R: se refiere a una frase de la letra de la canción “Vencedores vencidos”, de Patricio Rey y sus redonditos de ricota). No me es ajeno. Yo me indigné con los indultos de Menem. Pero nunca perdí cierto sentido de orgullo con la movida del Juicio a las Juntas. Y cuando fueron los gestos del kirchnerismo, descolgar el cuadro en el Colegio Militar, yo fui uno de los que reclamó “esto no es nuevo”. Pero desde un lugar de cierto estupor te diría, como “¿pasó tan poco tiempo y ya todo el mundo se ha olvidado?” Como si el juicio no hubiese existido. Entonces a partir de ahí, siempre resultó atractivo el universo del Juicio a las Juntas. Aún con sus declinaciones, sus fracasos. Siempre me sentí atraído por esa historia.
—¿Cómo surgió la idea de hacer una película sobre el Juicio a las Juntas?
—Eso es una cosa que nadie puede decir, porque nadie está ahí cuando sucede. Pero a él se le ocurren esas ideas. O sea, él tiene ideas que a uno lo dejan de pronto de lado, a la hora de entenderlas. Tiene ideas que son golpes de genio. Y las sigue teniendo todo el tiempo. Tiene un olfato enorme a la hora de entender esos relatos, es muy hábil. En este caso estaba la idea de hacer algo con Ricardo Darín, con quien él había trabado una relación muy buena después de La Cordillera... Darín se mostró muy entusiasmado con la idea y desde luego, tenía que leer un guión. Ese primer lector atraído y convencido fue Darín. Es un lector muy agudo. Es interesante en ese sentido, yo lo conocí ahora… Es diferente con él. No es un actor que va a elegir por su propio beneficio. La lectura es un poco más indescifrable, él piensa las películas desde un lugar más desconcertante. Es decir, no se puede escribir una película para Darín. No es así.
—¿Desde cuáles premisas y material de investigación partieron para escribir el guión?
—Vimos todo lo que estaba disponible. Vimos el resumen tipo documental que hizo en su momento Carlos Somigliana. Son diez horas de testimonios, uno tras otro. Es una versión reducida del juicio, pero es una reducción de diez horas en donde uno puede tener una idea. Bueno, eso fue una experiencia a la vez espeluznante y fascinante. Yo no podía dejar de mirar. Luego definimos que el personaje era el fiscal.
No era una película cuyo alcance social fuese un asunto menor. Era una película que digamos… Sentíamos que se engrandecía en la medida en que tuviese un alcance fuerte con personas que habitualmente no van al cine. Y en ese sentido, bueno, era un objeto comercial. Era un objeto industrial.
—Bueno, en este punto, es que surgen cuestionamientos sobre el tratamiento de ciertos temas colaterales al juicio mismo, o bien la “ausencia” de ciertos personajes u organismos, e incluso de cierta “liviandad” en el tratamiento...
— Me parece comprensible que pase que esas escenas de celos sucedan. Para eso está el cine, el cine, para que sucedan esas cosas, es decir, para que las personas vean las películas y con eso hagan lo que quieran ¿entendés? Esta película está para desplegar el imaginario social. Una película así, que podríamos llamar “política”, no ofrece conclusiones, no ofrece verdades. Es un objeto abierto. Es una película que, en el mejor de los casos, haga pensar, para que esas personas que critican u objetan algo, se enojen y digan lo que dicen.... En ese sentido es muy sorprendente lo poco habituada que está la gente al cine. Como si creyeran que el cine es una herramienta de sus propias causas.
—Hay una escena de quiebre dramático, ya sobre el final, que de alguna manera simboliza un vuelco de la opinión pública, yo diría también más concretamente, de la mentada clase media argentina sobre lo que había ocurrido durante la dictadura y que el juicio puso en evidencia...
—Hay un punto interesante respecto a la escena de la madre de Moreno Ocampo. La madre de Moreno Ocampo siguió siendo una persona de derecha, que admiraba a Videla. En ese sentido me parece que la película no es ingenua y ahí tal vez haya una mala comprensión de la escena. No es que hay una especie de redención ¡No! La madre de Moreno Ocampo tal vez siguió defendiendo a Videla pero comprendió que ese tipo de situaciones no podía suceder más. Hay una diferencia entre decir “Ah, bueno, gracias al discurso de Adriana Calvo de Laborde, los fachos se volvieron buenos” a pensar que se lleva adelante un nuevo pacto social en el que determinadas cosas, están afuera. El consenso tiene que ver con no aceptar de ahí en adelante, determinadas prácticas. Es decir, nunca más. No nunca más que haya gente de derechas, porque evidentemente ni un juicio ni una película son capaces de eso. El consenso tiene que ser coherente con las prácticas. Nunca más golpes de Estado, nunca más torturas, nunca más formas de violencia desde el Estado a grupos civiles, sean quienes sean. Entonces, en ese sentido me parece que la escena tiene un valor muy grande. No es una escena falsamente edulcorada. Creo que se ganó. Viste que en las batallas en la Primera Guerra Mundial, en plena guerra de trincheras, se ganaba si avanzaban 50 metros. Bueno, creo que en el Juicio a las Juntas se ganaron 50 metros.
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