En Para un soldado desconocido (Adriana Hidalgo Editora), el historiador y novelista Federico Lorenz construye una ficción con 31 personajes narra la guerra de Malvinas a través del recuerdo o del encuentro con El Negro, un joven conscripto proveniente de un pueblo de no más de dos mil habitantes, despecido por sus padres con una mezcla de orgullo y temor y que, una vez caído en combate, se convierte en héroe. Las voces que entretejen relatos y maneras de pensar Malvinas remite a la “máquina de contar” construida por Macedonio e imaginada por Ricardo Piglia. Lorenz, que ha publicado otros textos literarios, es uno de los historiadores más rigurosos sobre las islas y el conflicto bélico con Inglaterra. Fue director, bajo el anterior gobierno, del Museo Malvinas, que funciona en las instalaciones de la ex ESMA. Infobae Cultura conversó con el autor a días del 40° aniversario de aquella guerra, un hecho que sigue golpeando en las sienes de la memoria de los argentinos.
—Su novela elige tomar a un soldado caído en Malvinas como el punto común a partir de quien se desarrollan distintas miradas sobre el conflicto. ¿Qué lo llevó a elegir este procedimiento?
—Yo quería presentar una experiencia genérica sobre Malvinas, pero a la vez mostrar que hay una cantidad de matices para contar la experiencia de Malvinas. Me interesaba la figura de un conscripto que va a las islas, que muere allí y que proviene de un pueblo cuya voz no ha tenido tanta llegada a pesar de que uno de los suyos muere en la guerra, porque, en general, la voz hegemónica para hablar de Malvinas ha sido la de los grandes centros urbanos. Quería trabajar sobre la idea de que cuando la guerra toca a una persona, toca a muchas otras personas y por eso necesitaba a los otros personajes con su voz, que actuaran en círculos concéntricos, que le dan más densidad al significado que [el hecho de] que una persona, El Negro, vaya a la guerra y no vuelva. El Negro, que es un apelativo cariñoso, un sobrenombre que no es peyorativo, es un genérico, ¿eh? Además era un sobrenombre muy común porque, a pesar de que parezca un estereotipo del conscripto del año 82, se lo retrata como el flaco de las provincias que a lo mejor en Malvinas tuvo la oportunidad de conocer el mar por primera vez. Es decir, El Negro es el soldado que se parece más al chico de La deuda interna, la película de Miguel Pereira, que a Gastón Pauls de Iluminados por el fuego, de Tristán Bauer.
—Este pueblo pequeño retrata a una gran cantidad de pueblos donde los sectores populares tienen una mirada muy respetuosa del militar o del Ejército y donde muchos padres de conscriptos consideraron a Malvinas como una misión. Usted como historiador obtuvo muchos testimonios de participantes, de distinto tipo, de la guerra. ¿Usó esa experiencia para basar sus personajes?
—Por supuesto que entre lo que investigo como historiador y la novela hay vasos comunicantes. De hecho el registro es ficcional y es una novela, pero yo también me ocupé de que haya un montón de retazos de historias que a lo largo de tantos años escuché sobre Malvinas, porque para mí la cuestión de la verosimilitud es muy importante. Por ejemplo, esa contradicción entre el temor y el deber y orgullo cuando el hijo va a la guerra era algo muy frecuente. O este soldado que decide esconderse y no presentarse cuando lo llaman, simplemente remolonear un poco cuando le llegue el telegrama y ya no vaya son pequeñas situaciones que van a tener consecuencias irreversibles. También quería mostrar que una historia es muchas historias y, aunque con Malvinas hay personajes que arquetípicamente se han repetido durante mucho tiempo, así y todo no vemos tantos matices cuando hablamos de la guerra. Esos matices a veces tienen una escala local íntima, como en un pueblo de la llanura en que la gente ni siquiera para para cargar nafta, como dicen los amigos mismos de El Negro.
—Sin embargo, ese mismo pueblo le rinde homenaje y lo erige en héroe contemporáneo.
—Para muchas localidades, para muchas familias, para mucha gente su único vínculo con el Estado nacional, con esa abstracción llamada Argentina, fue que uno de sus jóvenes fuera a la guerra, volviera o no. Hay un montón de localidades muy pequeñas cuya pertenencia en gran medida pasa por ahí, y a mí me parece que eso no puede ser subestimado, tanto en cuanto a los términos del respeto por las personas como en términos de potencial simbólico. El plano de discusión empática es el que más me preocupaba en la novela: yo quería contar una historia, pero quería una historia que fuera empática con las experiencias que yo había escuchado, quería transmitir lo que uno va desarrollando como sensaciones y sentimientos en relación con Malvinas. Y quería contar esas historias que comenzaban a contar muchas otras: dejar las cosas de la persona que ya no está tal como estaban y ese tipo de relatos que escuché mucho.
—Ese caleidoscopio de voces es interesante porque no solo hay historias desde diversos estratos sociales, sino que también están las voces de los ingleses. ¿Cómo encontró no una uniformidad, pero sí una armonía en esta narración polifónica?
—En cuanto a los ingleses concretamente en el campo de guerra fueron los enemigos. Durante la guerra los enemigos entonces de algún modo vieron al protagonista. Son los que tomaron su vida y los que lo vieron incluso más allá de esa acción, en algunos casos fueron los ingleses los que enterraron a los argentinos. Ese es un punto que quería introducir. Y también quería introducir la perspectiva de cómo vivieron los malvinenses la guerra, porque hubo civiles en medio de la pelea entre ingleses y argentinos y eso es algo que en general no está retratado. Pero también la polifonía lleva a ver la guerra como un fenómeno muy complejo y multidimensional que, si te corrés un poco, lo que genéricamente es la guerra de Malvinas o la experiencia de guerra, sea algo diferente para cada persona que lo cuenta. Así y todo se produce una historia única, en este caso, la novela. Yo intenté reproducir, queda en los lectores ver si lo logré o no, el efecto que me producía escuchar historias tan diferentes. Creo que uno gana en sabiduría cuando reconoce la diversidad. No es un eslogan sino que tiene el sentido de señalar que, por una mirada muy maniquea vos te estás perdiendo de un montón de cosas y a mí me parece que la novela en este sentido funciona como un enorme mapa de posibilidades. La novela es un montón de historias que cuentan una historia, pero a la vez cada una podría desplegarse en muchas otras, y así entonces el ejercicio de los círculos concéntricos sobre El Negro.
—Bueno, en esas voces cuando aparece la primera voz inglesa lo hace con mucha fuerza, porque llega de un cuerpo preparado de la guerra, que le dice “maricones”, “faggot” a los marines ingleses y a la vez muestra admiración por los famélicos soldados argentinos que disparan.
–Pero “Igual te matan”, dice. Y el punto es ese. La lógica del respeto en los soldados de respeto o de experiencia, de respeto entre ellos surge por compartir una situación extrema como es la guerra. Entonces en ocasiones el reconocimiento puede venir del adversario antes que de los compatriotas que no pasaron por la experiencia. Si te fijás, los compañeros de El Negro van a sacar a otro tipo de situaciones que no tienen mucho que ver con la ética militar, en el sentido de que no se trata de defender o tomar una posición, sino que, a lo mejor, pasa por conseguir comida o por leer las cartas entre todos. Hay una gran cuestión también que aparece muy fuertemente en las historias sobre Malvinas es la construcción de una épica de la solidaridad, no una épica militar, son dos cosas diferentes. A lo mejor culturalmente en lo primeros años ochenta, el rechazo a una impidió prestar atención a la otra. Y para muchos que volvieron de las islas esta ética de los compañeros, y dije a propósito “compañeros” y no “camaradería”, que tiene otra connotación, es lo que le dio sentido a lo que vivieron allá, incluso mucho más que el discurso nacional. Pero eso solo se puede ver en pequeños detalles, por eso traté también de incorporar estas historias que pude escuchar. Un ex combatiente fallecido hace poco, efectivamente se pegó una tremenda corrida bajo el fuego de los ingleses para buscar comida. No te dan una medalla por eso, pero de eso tus compañeros no se van a olvidar más. Creo que eso es lo que yo quería contar porque a la vez era lo que más me conmovía a mí.
La novela de Lorenz, lejos de ser un paper sobre protagonistas en distinto grado cuyos testimonios fueron reunidos mediante la historiografía oral, es un texto literario que no evade la acción, ni la emoción. La relación de ausencia de un padre y una madre con su hijo, caído en la guerra tan pero tan chico, rodeado de compañeros de circunstancias, conduce a capítulos de una alta emotividad. La literatura, se sabe, permite ver de manera diferente los hechos que dicta el discurso estatal o el relato del periodismo duro. En ese vaivén que se produce entre los acontecimientos de 1982 y distintas etapas hasta una actualidad, las miradas de los combatientes de ambos lados del conflicto y de los otros protagonistas, los kelpers, los antropólogos forenses, los vecinos de El Negro y la memoria de él, se puede armar un mapa que crece según avanza la lectura de la novela. Que tampoco escapa a la discusión política.
—¿Qué edad tenía usted cuando la guerra?
—Tenía once. Si yo pienso en mis recuerdos históricos de esa época tengo un vago recuerdo, muy niño, de salir del jardín de infantes por la muerte de Perón; después, el Mundial 78, la calle llena de gente, y el salto siguiente fue Malvinas, leer los diarios porque empecé a leer diarios por la guerra y participé, como miles, en esta cuestión de mandar las cartas, las encomiendas.
—¿Había una efusividad, no? Si se leen las crónicas de la época, el pasaje de la huelga general del 30 de marzo, con movilizaciones de masas, miles de detenidos y hasta un muerto, al desembarco en las islas y la plaza vivando a Galtieri es un fenómeno contradictorio, ¿no cree?
—Enorme. En la novela está este amigo que vuelve al pueblo contando lo que ve en la ciudad y la reacción de los suyos ante lo que cuenta. El recurso de las historias en la novela me resultó eficaz para señalar la idea de que hubo muchas guerras de Malvinas como hubo muchas dictaduras en términos de experiencias. Hoy yo puedo hablar de un terrorismo estatal en la Argentina, como persona adulta políticamente consciente, etcétera. Si yo pudiera hacer algo imposible que es borrar todo lo que supe después, mi recuerdo de los once años es que no tenía noción de nada de eso. Entonces eso es lo más difícil de reponer, porque a cualquiera que le preguntes va a contestar mediado por todo lo que supo, leyó y reflexionó después. Cuando digo “muchas dictaduras” no lo digo en un sentido relativista, de acuerdo con el lugar del país en el que estuvieras, la edad que tuvieras, el involucramiento político que tuvieras, la identidad que consideraras, hay una cantidad de situaciones para vislumbrar un hecho.
—Una voz en la novela, la del Jefe del Regimiento, dice “Nos ordenaron callar, sobre lo que hicimos en Malvinas y en otras guerras”, de un modo indignado. En la institución militar la obediencia es un pilar. El mandato de silencio, ¿sigue existiendo entre esta jefatura militar?
—Yo no hablaría de mandatos a esta altura. Es complejo el asunto. En los primeros ochenta la institución buscó que toda la responsabilidad de la derrota cayera sobre lo que habían estado en Malvinas. Esto lo cuenta, por ejemplo, Martín Balza, que es un tipo reconocido por su actuación en Malvinas, digo porque hay otros que no. Dentro de la fuerza había una fractura muy grande entre los que estuvieron en Malvinas y los que no, y dentro de esa fractura estaba la otra, que era de los que le reprochaban a la Junta que por haber perdido en Malvinas. La sociedad los iba a cuestionar en lo que ellos llamaban “la guerra contra la subversión”. Ese es un proceso interno que se terminó de resolver en los noventa durante la presidencia de Menem. Lo que yo quería mostrar con este personaje concretamente es que en su lógica ellos habían peleado más de una guerra. Malvinas era una y, por supuesto que yo no acuerdo con esta mirada, “la guerra contra la subversión” otra. Ahí entras en otra dimensión que es cómo las personas construyen el pasado que vivieron. Pensemos lo que era el Ejército argentino que va a Malvinas: efectivamente dentro de su lógica había derrotado a la subversión y era una institución, como se dice todavía hoy, que nació con la patria. Habían sido derrotados, volvían y tenían que rendir cuentas no solo por Malvinas sino por lo que algunos habían hecho antes. Pero eso no era lo que a mí me preocupaba para resolver en la novela. Por eso también pongo a ese jefe que agradece haber quedado ciego para no ver la derrota porque no se había formado para eso. Yo quería contar ese clima de frustración que no fue solamente de los militares. Malvinas en el 82 plantea una crisis para una idea de país que, lamentablemente, me parece a mí, que se cerró muy rápido.
—Esta novela se publica a 40 años de la Guerra de Malvinas, aniversario que producirá una discusión cuando sigue habiendo distintas posiciones políticas sobre el conflicto. ¿Cómo ve la cuestión?
—Lo primero que creo es que Malvinas hace tiempo pasó a ser más un tema de discusión política interna que un tema de política exterior. Eso es algo a tener en cuenta para poner en contexto estas líneas interpretativas o de argumentos. Luego, creo que el segundo problema es que hay una superposición, en el sentido común, muy grande entre la cuestión diplomática por las islas y la guerra. Entonces pareciera que someter a crítica la cuestión diplomática es cuestionar el sacrificio en la guerra y como las Malvinas son argentinas, no puedo cuestionar la guerra del 82, cuando son cuestiones diferentes. Creo que mientras esos elementos no estén un poquito más separados, al menos analíticamente, va a ser muy difícil encontrar o alcanzar algún tipo de síntesis. Por eso yo me refería hace un rato a la idea de país en crisis. Llegamos a la guerra, entre otras cosas, por una forma de entendernos como nación, dentro de eso entraba el reclamo por Malvinas. Lo que yo creo que después del 82 no se pueden reclamar las islas ni pensar el vínculo con Malvinas de la misma manera que antes de la guerra. Yo creo que la guerra, desde el punto de vista del reclamo argentino, fue un tremendo retroceso que costó muchas vidas. Ahora esto no va en contra de la reivindicación de quienes fueron cumpliendo un deber cívico. La discusión de los militares de carrera es otra cuestión porque incluso muchos de ellos están condenados y presos por violaciones a los derechos humanos. La misma consigna del Gobierno “Malvinas nos une” no tiene para mí valor porque supone que es todo lo mismo y, para mí, no es todo lo mismo. Políticamente no es lo mismo El Negro que el teniente que se queda ciego, que el jefe de regimiento que estuvo reventando gente en Tucumán. Bueno, no es lo mismo aunque todos vivieron la guerra. Me parece que en la discusión todos estos elementos se superponen en el recuerdo de la guerra respecto a los caídos y a los sobrevivientes y en sostener el reclamo. Pero nos preguntamos mucho menos sobre las consecuencias de la guerra sobre nosotros como país. Y entonces nos privamos de la posibilidad de pensar en qué país queremos ser, que incluya las Malvinas eventualmente. Creo que ese es el enorme problema. No es ingenuo publicar una novela en el 40° aniversario y una novela en este tono. Yo quería favorecer desde la ficción, así como la lectura es un acto íntimo, un ejercicio de introspección. Sí, yo no le puedo pedir al Estado que proponga una introspección pero para mí en particular este aniversario de Malvinas es un momento para una enorme introspección. Esta cosa autocelebratoria de “peleamos contra la segunda potencia mundial tiene otros usos y yo creo que no tengo ganas de recordar Malvinas de esa manera. Yo no puedo ignorar que en Malvinas vive gente. Lo cual no quiere decir que por señalar que en Malvinas vive gente, yo haya dejado de pensar que la Argentina tiene derecho sobre el territorio de las islas. Son cosas diferentes, pero es un momento de mucho apasionamiento y hay muy poco lugar para los matices. Hay un símbolo: que sepamos quién está debajo de cada cruz fue porque el Equipo de Antropología Forense fue a Malvinas, y es el equipo de antropología cuyo origen fue el de identificar a las víctimas de la dictadura, ahí hay un mensaje poderosísimo. El tiempo hace su trabajo también y cuarenta años es mucho y es muy poco.
—También depende. La sociedad hizo una rápida interpretación de Malvinas discordante con el discurso estatal. La población luego de junio se ubicó salvajemente otra vez en la calle para pedir abiertamente la salida de la dictadura, ¿no?
–Fíjate qué interesante. Tenemos que reflexionar que si hay algo para lo que los militares no decidieron el desembarco en Malvinas fue para que la democracia volviera a la Argentina pero, sin embargo, una de las consecuencias de Malvinas fue esa, entre otras razones. Me parece que ahí hay una discusión y tiene que ver con cómo las nuevas generaciones resignifican la fecha que para unos quiere decir algo muy concreto; para la mamá de El Negro en la pérdida del hijo, otra; para tal persona es ver correr a un conscripto compañero con una bolsa de comida para repartirla. Pero no tengo respuesta para qué significa para alguien que hoy tiene la edad que yo tenía en el 82. Mi novela, además de la historia de un soldado que podría ser cualquier soldado, surge de la fascinación que produce Malvinas, que es más que la guerra. Vos fijate que era un mecanismo de la dictadura en la lógica de la desaparición era confinar a cada familia en su propio dolor. Esa lógica se reprodujo en los primeros años de la transición: esa dinámica aplicada para la desaparición de personas, que de esto no se habla, lo vivieron los que estuvieron allá o sus familias. En gran medida todavía es algo pendiente por más que vaya a ver homenajes, medallas y documentales. Yo escribí la novela con el deseo de hacer un ejercicio de ficción, pero sin duda orientado por la empatía con quienes vivieron esa época, claramente. Creo que son interesantes las herramientas para relacionarse con el pasado, o sea, desde la ficción o desde otras prácticas.
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