Gabriel García Márquez y su enorme influencia, a 95 años de su nacimiento

Así ven escritores, músicos, literatos y ejecutivos editoriales la relevancia de la obra del Nobel colombiano, reconocida y admirada en los cinco continentes

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Gabriel García Márquez fotografiado por
Gabriel García Márquez fotografiado por Rodrigo Moya luego de recibir un golpe de su amigo Mario Vargas Llosa. Foto: archivo.

La obra de García Márquez ha roto paradigmas, fronteras, terrestres y culturales, ha llevado su “realismo mágico” a los cinco continentes, formando y transformando la literatura, generando nuevos estilos narrativos, marcando tendencias e, indudablemente, influenciando todo campo y oficio de las humanidades con sus letras, que han ompactado a millones de lectores. En esta oportunidad, con ocasión del que fuera su cumpleaños 95, hablamos con admiradores y críticos de García Márquez para conocer la huella que ha dejado este genio de la literatura a través de los años.

Catalina Navas, escritora

Admitamos que GGM es un escritor inmenso, que a través de sus personajes conocimos el horror y la poesía; pero más allá del consenso general sobre la calidad de su obra, lo que me interesa pensar es el movimiento que ha habido alrededor de sus libros y cómo su figura ha contribuido a la formación de lectores en Colombia. Si la obra de GGM no es sencilla ni fácil de leer, ¿cómo hemos logrado que un país que lee poco haya desarrollado habilidades para comprender y conmoverse con un libro que implica un esfuerzo lector grande? Habría que pensar qué hicieron la industria editorial, las bibliotecas, el currículo escolar, para lograr que tantos lectores pudiéramos acceder a la obra de GGM con deleite. Esas son las claves que hay que descifrar hoy para replicarlas, ya no directamente atadas a la obra de un escritor singular, sino para crear ese camino que abrió GGM en muchas direcciones.

Marcelo Wilson, músico pianista y compositor chileno

Recuerdo cuando estaba en el colegio, esos tiempos en que mis lecturas eran solamente esas que tenía que hacer por obligación para una prueba o un ensayo, y que de entre esos libros aparece este libraco gigantesco que me generaba rechazo solo de mirarlo, pensando en la cantidad de tiempo que iba a tener que invertir en él. Se llamaba “Cien años de soledad” y yo solo podía pensar en los cien años que me iba a demorar en leerlo.

Tengo que reconocer que fue la primera obra literaria en castellano que no solo me entretuvo, sino que realmente disfruté y que me hizo descubrir a esa edad -un adolescente que intentaba dedicarse a la música en medio del constante bombardeo cultural del hemisferio norte- que en nuestra lengua y desde nuestra región también se podían crear cosas realmente atractivas y con relevancia a nivel global. No digo que él sea el primero o el más importante o qué sé yo, pero al menos para mí durante mi infancia fue el primer artista latinoamericano que descubrí como referente de validación como artista hispanoamericano (o agente cultural en general) frente al resto del planeta. Me pregunto si no fuera por referentes como García Marquez, cuántos músicos, poetas o escritores hubiesen seguido por ejemplo con esto de escribir en inglés, pensando que de esa forma se les abrirían más puertas por el mundo, sin darse cuenta que pareciera que el arte entre más propio, más auténtico y honesto, va creando una identidad que se vuelve muchísimo más interesante desde el punto de vista de cualquier otra mirada o cultura, por muy distinta que esta sea. Si no, pregúntenle a Gabo.

En la imagen, el escritor
En la imagen, el escritor colombiano Gabriel García Márquez sosteniendo la edición conmemorativa de "Cien años de soledad". Foto: AFP

Esteban Duperly, periodista y novelista

En la obra de Gabriel García Márquez tienden a gustarme más los trabajos de no ficción que las novelas y los cuentos. Recuerdo haber leído en alguna entrevista que él consideraba al reportaje algo así como el «relato total» en el periodismo. Para él en el reportaje se conjugaban los hechos noticiosos de la noticia pura, las cualidades de la entrevista y los recursos estilísticos que se le permitían a la crónica.

En esa medida sus reportajes son mis favoritos, empezando por Relato de un náufrago, que creo es el más extenso. Recuerdo también la serie que hizo por los países de Europa del Este cuando viajó detrás de la Cortina de hierro como en el 58 o algo así, La Aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, sobre su amigo el director de cine exiliado que volvió a su país de incógnito para hacer un documental sobre Pinochet, pero además cosas más recientes, como uno que le hizo al Subcomandante Marcos para la revista Cambio, tal vez en 1997, y otro a Shakira un poco después.

Yo creo que todos nos preguntamos si su memoria de reportero no lindaba con la imaginación, y se me viene a la cabeza la famosa frase de Caracas sin agua, en el que asegura que un fulano se afeitó con jugo de duraznos. Pero con todo, ese es un reportaje que uno lee en las facultades de periodismo y entiende que el tipo estaba hecho de otra madera y era distinto a cualquiera.

En últimas todo se reduce a su prosa, que arrastra, y por eso es de esos autores a los que uno puede leerle cien páginas de una sentada. Yo lo definiría como ritmo. Cuando leo a GGM me da la impresión de que las frases siguen un ritmo que yo absorbo, y ese ritmo creo que a veces lo conseguía a costo de dejar a un lado la ortodoxia en la sintaxis. Alguna vez Fernando Vallejo destrozó el primer párrafo de Cien años de soledad y le señaló varios errores, pero al escribirlo como debería ser perdía toda la gracia. Y bueno, el mismo García Márquez dijo siempre que él no había recibido preparación académica en Español más allá de lo que aprendió en el liceo de Zipaquirá, y que por eso «escribía de oído». Todos hemos estado frente a músicos muy virtuosos que siguen fríamente una partitura, pero a la larga nos parece más sabroso el que charranguea con entusiasmo una guitarra y nos hace bailar. Creo que es el mismo fenómeno.

Daniela Chavarro, estudiante de Literatura y periodista

El primer acercamiento a Gabriel Garcia Marquez es siempre tímido. Se funde mediante una torpeza mezclada con un poco de miedo infundido enfrentado a todos los nombres que llegan hasta un Nobel. Mi primer recuerdo, que se repite como un eco académico infinito, viene del memorable “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” y con este un compendio de charlas sobre su importancia y mil aportes a la literatura nacional e internacional. Como literata, anduve con recelo hacia su polémica obra que se ha impregnado de forma tal en la realidad colombiana, que nos referimos a hechos cotidianos como parte del realismo mágico de su propuesta ficcional.

Sin embargo, mi relación real se debe a ese eco inicial de mi encuentro y es que entre gustos y disgustos; cuentos cortos y obras largas, de personajes complejos y árboles genealógicos enredados, de incestos y muertes, de esa desolación invaluable envuelta entre el calor del caribe, queda esa voz memorable que habla de la masacre de las bananeras envuelta en la ensoñación del olvido nacional y los amores, de la muerte y redención. Gabriel Garcia Marquez es un eterno eco de una tierra deformada por su propia indiferencia.

Francisco Cabrales, ejecutivo editorial

La obra de García Márquez es simplemente inmortal, dotada de poder y belleza sin igual. no cualquiera se gana un premio nobel, mejor aún, nunca un colombiano ha logrado traer al país tanta honra gracias a un lenguaje tan certero como la literatura. A gabo lo puede leer un estudiante de colegio y hacerse su propia idea de Macondo, puede asimilar las mariposas amarillas e interpretarlo a su raciocinio; un adulto veinteañero puede en los albores de las ilusiones románticas puede tramitar sus propios sentimientos pasionales a través de los ojos de un Florentino Ariza y hacerse una idea de la inmensidad de las emociones a través de un texto que aunque sea llevado al cine, puede acompañarlo en un libro impreso que conservará en su biblioteca como el recuerdo de un imaginario del romance. Un adulto maduro puede acercarse también al sosiego de las reivindicaciones históricas de las relaciones, el encuentro de los amantes y los sentimientos satanizados por la codicia a través de relatos de la Cartagena antigua en la carne de una niña que parecía endemoniada. Eso es maravilloso y noble, desde el negocio, pero aún más importante, desde la construcción de una cultura literaria que transforme la sociedad entorno a la sensibilidad y la imaginación.

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