Camila Sosa Villada: “El feminismo está podrido, es un movimiento que hay que traicionar”

La reconocida actriz y escritora transgénero argentina habló con Infobae de literatura, discriminación, prostitución y feminismo, durante su participación en el Hay Festival, en Cartagena de Indias, Colombia

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Camila Sosa Villada
Camila Sosa Villada

“Yo creo en mis muertos, que están más allá, creo en la belleza, en la justicia, creo en el poder de la infancia, en todo ese poder concentrado en un cuerpo muy pequeño, creo en la inteligencia, en la literatura, en las historias, en las pasiones… creo en mí”. Sentada en uno de los pasillos del centro de convenciones de Cartagena de Indias, hasta donde ha llegado, dejando atrás el aislamiento producto de la pandemia, para participar en una nueva edición del Hay Festival, a Camila Sosa Villada (Córdoba, Argentina, 1982) se le humedecen los ojos, quizás como un recordatorio de que la vida no ha sido fácil.

“Para nadie lo es”, se apresura a aclarar, alejada de cualquier victimismo, y cita a García Lorca: “Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño / Este es el mundo, amigo, agonía, agonía”. Para algunos más que para otros, pienso yo, mientras hago un recorrido por su historia. Hija de campesinos: una mujer humilde que perdió a su madre cuando tenía 12 años y se casó a los 21 “con un hombre que la trataba mal y, a la vez, la hacía feliz”, según sus palabras, y un hombre sencillo al que golpeaban de pequeño “y lo obligaban a trabajar casi desde niño” y que se tornaba violento, quizás porque “había aprendido el mundo de ese modo”. Camila fue hija única de esa unión (su padre tenía otros dos hijos de otra relación) y llegó al mundo en La Falda, un pueblo de 5 mil habitantes a poco más de una hora en carro de la capital de la provincia de Córdoba, donde una travesti entraba en la misma categoría que un extraterrestre.

Los años de la niñez

“Me sentí muy sola, única en mi especie, incomprendida y sin la posibilidad de contarle a nadie lo que me estaba sucediendo”. De pequeña no tenía referentes que la ayudaran a entender su condición de género, pero tenía lecturas que le permitían escapar de ese lugar donde nadie parecía ser como ella. “Me tocó centrarme en mí. Tenía lecturas hechas: Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, García Márquez, Borges, lo que sí tenía eran determinados horizontes, que no tenían que ver con mi género, sino con lo que me interesaba del mundo, lo que me interesaba de la vida”.

Desde los 12 años, asegura, comenzó a mariquiar por ahí, comenzó a escribir poemas de amor para algún compañerito que le gustaba y la escritura se convirtió en su refugio, en su escape y, eventualmente, en su condena.

Escribía pequeñas historias, relatos de amor que narraba desde el punto de vista de una chica. “Escribí una pequeña novelita que se llamaba Soledad, en la que la protagonista se enamoraba de su profesor de gimnasia, y se la pasé a quien consideraba una amiga, ella se la mostró a sus padres y sus padres dijeron que ya no podía ser más mi amiga, y fueron a hablar al colegio para que me echaran. Fue la literatura la que armó el primer quilombo”.

Sus padres empezaron a hurgar en sus cosas y encontraron las pruebas escritas de que en ese cuerpo de niño vivía, irremediablemente, una niña. El pueblo entero se enteró, “lo contaron los chismosos”. Los “machotes” del pueblo comenzaron a acosarla, la perseguían con piedras, le escupían en la calle, la echaban a empujones de los boliches, de las discotecas, no podía entrar a ningún lado. “No podía ir a hacer trabajos a las casas de mis compañeros, porque los padres no me dejaban entrar a sus casas”. Incluso su padre le “advertía” que, si no cambiaba, la iban a encontrar en una zanja. “Pero yo no me rendí, no me rendí”.

La escritora argentina transgénero Camila Sosa Villada participa en un conversatorio con jóvenes en el marco de la 35 edición de la Feria Internacional del Libro (FIL),  en Guadalajara (México) (EFE/ Francisco Guasco)
La escritora argentina transgénero Camila Sosa Villada participa en un conversatorio con jóvenes en el marco de la 35 edición de la Feria Internacional del Libro (FIL), en Guadalajara (México) (EFE/ Francisco Guasco)

La universidad, la noche y la prostitución

No se rindió, pero se fue. A los 18 años salió de su pueblo y se mudó a la ciudad de Córdoba, con la idea de estudiar Biología, pero también de escapar del horror. “Era muy peligroso que yo siguiera allí”. Sin embargo, asegura que se equivocó en las fechas de inscripción y cuando llegó a la universidad ya no había matrículas para la carrera que le interesaba. “Entonces elegí Comunicación porque uno de mis hermanastros estudiaba allí; además, era una buena opción para escribir, para afilar la pluma y me parecía una facultad bastante humanista, progresista, aunque después me di cuenta de que eran puras bobadas, puras mamadas, que no eran tal cosa”.

Desde el primer año se inscribió en un taller de teatro que ofrecía el centro de estudiantes de Comunicación Social. Allí conoció a quien sigue siendo su mejor amigo y, sin saberlo, un oficio que le cambiaría la vida. En tercer año, junto con su amigo, comenzaron a estudiar teatro como carrera. “Fue la primera vez que me sentí bien tratada; el primer día, se acerco el ayudante de cátedra y me dijo: ‘¿Cómo te llamas tú realmente, así ya no te llamamos más por tu nombre de varón?’. Tacharon mi otro nombre y me pusieron Camila; mis compañeros, mis profesores comenzaron a llamarme así, fue algo completamente distinto a lo que había experimentado en Comunicación Social, hasta que la noche, las drogas, el desamor, hicieron que yo también abandonara el teatro”.

Sostiene que la calle y la prostitución llegaron de manera natural. “Era inevitable, algo que se sabía: las travestis solo podemos salir de noche, me fueron empujando a eso; un día salía de la universidad y me paró un coche, me preguntó cuánto cobraba y yo dije: ‘Bueno, me subo aquí arriba’. Ese fue el primer cliente que tuve y luego me di cuenta de que no debía andar sola porque era peligroso, entonces empecé a buscar zonas rojas donde hubiera otras travestis, y estuve en una o dos, que no me gustaron, había visto una en un parque saliendo de la universidad y me acerqué, y ellas me vieron pequeña y me adoptaron”.

Durante un tiempo combinó las clases de teatro (las de Comunicación ya las había abandonado) con la vida en las calles y la prostitución. “Me sentía como una traficante, estaba haciendo un tráfico de historias: llevaba historias de la universidad a las travestis y llevaba a la facultad historias de las travestis que yo conocí, pero me costaba mucho, por la noche misma, por el cansancio de estar despierta, alcoholizada y drogada, me costaba mucho ir a la universidad, entonces siempre estaba cansada, un agotamiento físico muy grande, lo sorteé bastante bien hasta cuando me cansé y dejé la universidad”.

Se quedó en la calle, en el parque Sarmiento, en pleno centro de la ciudad de Córdoba, armada con un puñal para defenderse. “La amenaza era real, sabía que tenía que poder defenderme, solo con mostrarlo ya era suficiente, además, nosotros teníamos una reputación muy mala, decían que éramos peligrosas, que éramos capaces de todo, que yo era capaz de todo, porque era joven, tenía salud, fuerza, tesón, esa energía de los 20 años, que son tan maravillosos”.

(Ilustración: Malena Guerrero)
(Ilustración: Malena Guerrero)

La redención en las tablas y la literatura

En 2008, una de sus antiguas compañeras de la universidad, María Palacios, creó, como trabajo de grado de la licenciatura en Teatro de la Universidad de Córdoba, una obra que se llamó Carnes tolendas, retrato escénico de una travesti y como protagonista de la historia y de la obra llamó a Camila Sosa.

La pieza fue un éxito y de las cuatro o cinco funciones que debían hacer como requisito para el grado, pasaron a hacer cuatro por semana, todas con sala llena. Camila ahora era una actriz reconocida y salió de las calles, como le habían pedido sus padres, un año antes, mediante una promesa a la Difunta Correa, un personaje muy reconocido en la religión popular del norte de Argentina.

En 2010, el cineasta Javier van de Couter, quien la vio en una función de Carnes tolendas, le ofreció el papel principal de su ópera prima, Mía; en 2012, Camila filmó la serie La viuda de Rafael, a la que siguieron varias obras de teatro y series televisivas, hasta que en 2017 participó en El cabaret de la Difunta Correa.

“La Difunta Correa es una santa popular argentina que murió de sed en el desierto huyendo de unos violadores con su hijo en brazos; la gran incógnita de la historia es qué sucedió con su hijo, porque nunca más se habla de él. En esa obra, hacia el final, yo interpreto un personaje que se llama la tía Encarna, que cuenta cómo encontró al hijo de la Difunta Correa en el parque Sarmiento y, mientras hacía la obra, pensaba que ese personaje daba para mucho más y empecé a escribir La historia de la tía Encarna y el brillo de los ojos.

"Las malas", de Camila Sosa Villada, uno de los títulos de Rara Avis, la colección que dirigía Juan Forn
"Las malas", de Camila Sosa Villada, uno de los títulos de Rara Avis, la colección que dirigía Juan Forn

De la difunta Correa a Las malas

En 2018, Sosa Villada se encontró con el escritor, periodista y traductor Juan Forn, editor en ese entonces de una colección llamada Rara Avis para Tusquets. “Me dijo: ‘Mándame lo más raro que tengas’, yo le mandé unas 30, 40 páginas de ese libro que estaba escribiendo y él me dijo: ‘Muy bien, vamos adelante, continúa escribiendo’”. El resultado fue Las malas, un relato fantástico en clave autobiográfica, lleno de luces y sombras, de alegrías, tragedias y milagros, basado en ese grupo de travestis de la plaza Sarmiento que le valió a Camila el premio Sor Juana Inés de la Cruz de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en el 2020.

Hoy Camila Sosa Villada es una reconocida actriz y escritora. Un poco a su pesar, para muchas, ese referente que ella no tuvo cuando era niña y trataba de entenderse a sí misma. “Yo no quiero ser una santa ni mucho menos, ni una inspiración para nadie; además, soy muy narcisista, estoy muy ocupada de mí misma, preocupándome por mí, yo no voy a decir que lucho por todas las travestis, si esto repercute y hace eco en otras, bienvenido sea, tampoco voy a negar eso, pero yo estoy más preocupada por mí y después todo lo demás”.

Tanto que parece no afectarle los comentarios de feministas de tercera ola que algunos consideran transfóbicos. “Yo no diría que eso es transfobia, yo diría que es una invitación que nos hacen a las travestis donde nos dicen: ‘hagan algo por ustedes mismas, no usen el feminismo, invéntense su propia fiesta, su propio espacio político, su propio movimiento’. A mí eso me resulta bien interesante, porque además el feminismo está podrido, es un movimiento que hay que traicionar, en Argentina ¿hace cuántos años que son fieles al peronismo y son fieles al radicalismo?, ¿cuántos años hace que las mujeres son fieles al feminismo?, y el feminismo es un movimiento blanco, de mujeres con dinero que rara vez consideran a las mujeres negras, a las prostitutas, entonces yo digo que es hora de que esa fiesta se termine o, al menos, de irse temprano a hacer otra”.

Muchas cosas han cambiado desde la época en que Camila tenía 12 años y parecía no tener un lugar en el mundo. Las malas es un éxito en ventas, en febrero volverá a poner en escena Carnes tolendas, tiene escritas dos nuevas novelas que serán publicadas en este 2022, y está haciendo la adaptación al cine de otra de sus historias, Tesis de una domesticación.

“¿Cómo se siente hoy?”, le pregunto. “Guapa, guapísima, interesante, inteligente, rica, con esa soltura que da el dinero para todo, eso que a todo el mundo le cuesta tanto conseguir y que a mí me entra de a montones en mi caja de ahorros; me siento mejor que a mis 20, que a mis 30, y también me veo con menos paciencia, tengo menos paciencia”.

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