Una de las renovadoras de la novela moderna permanece, como pocas, vigente con su profundo reconocimiento del universo femenino, de su intimidad, de sus pasiones y revoluciones, de sus monólogos, de sus paisajes internos, de sus inquietudes y quejas como una pionera de la defensa del feminismo, señalando las injusticias económicas, políticas e intelectuales que vivían las mujeres de su tiempo y en cuyo espejo podemos mirarnos millones de mujeres y hombres en todo el mundo, en pleno siglo XXI.
Su obra fue más allá de observar la necesidad de un espacio propio para encontrar la libertad de la mente y el cuerpo, abordó la condición femenina desde los matices de la sexualidad, la corporalidad, la cultura de su tiempo que aún marca la pauta en muchos de los códigos y estructuras del nuestro. Se adentra en la delicada e intensa tarea de retratar no solo las pasiones, los instantes que las generan, también las realidades que se desarrollaban alrededor de la identidad, del género, la atracción, la contemplación de los momentos que conforman el deseo en una sociedad llena de estándares opresores que imponían a quienes no respondieran al perfil moral y ético oficial.
Una absoluta trasgresora para su tiempo, su atrevimiento y la revolución que enmarcan su obra hacen que nunca deje de ser referente de cada generación de pensadores, escritores, artistas y lectores que en todo el mundo han transformado su universo de la mano de esta escritora que llevaría su autonomía hasta el suicidio, el 28 de marzo de 1941 a los 59 años de edad.
Para conmemorar los 140 años del nacimiento de una de las mujeres con una de las voces más influyentes del siglo XX, queremos invitarlos a conocerla a través de los ojos y el corazón de quienes la admiran o recién la conocen. Periodistas, una psiquiatra que no está de acuerdo del todo, un librero podcaster, una abogada, escritora entusiasta y aprendiz de tarotista, un músico que no tiene el primer libro físico, todos tienen algo en común: Virginia Woolf.
Valentina Ordóñez, 31, abogada, investigadora, escritora entusiasta y tarotista en formación
Mi primera aproximación con su obra fue quizá algún día por 2005, mientras lidiaba con lo precario que resulta la vida durante la adolescencia; me apasionaba el cine y uno que otro libro de la biblioteca de mi madre en esa época. Así, Virginia me entró a través de los ojos desde el papel y desde la pantalla.
Primero fue ‘Las Olas’ (1931), una novela tan corta como contemplativa y poética que se desarrolla a partir de los monólogos, en distintos tiempos, de sus personajes. Sus juguetonas descripciones, tanto de la psique, como del mundo material, marcaron mi inmaduro espíritu, al que seguramente se le resistió más de una vez el texto y que sino es por el existencialismo latente en mi “yo” de entonces y en el libro, no hubiese podido concluirlo.
Aquí uno de los tantos pasajes que encontré marcados en la roída edición que aún sobrevive en casa de mi madre:
“Pero ¿quién soy yo? ¿Quién es ésta, apoyada en la verja, contemplando cómo mi setter traza círculos con el hocico? A veces pienso que no soy una mujer, sino la luz que ilumina esta verja, esta tierra. Soy las estaciones, pienso a veces, enero, mayo, noviembre, el barro, la niebla, el alba. (…) Lo que yo doy es feroz. Prefiero la mirada de los pastores que encuentro en la carretera, la rápida ojeada de las gitanas junto al carro, en la cuneta, amamantando a sus hijos, tal como yo amamantaré a los míos.”
Por otro lado, Virginia en la pantalla fue una Nicole Kidman narizona en “Las Horas”, papel que le mereció una estatuilla dorada. Este ejercicio de multiplicidad de ficciones - ¿metaficción? -, sobre la cual no ahondaré toda vez que no he leído ´La señora Dalloway’, piedra angular del relato, me mostró a corta edad que nuestra Virginia no podía haber muerto de otra forma. Dejó de tarea el libro y la película.
Finalmente, como último y más reciente momento de aproximación, siendo posiblemente lo más cliché del feminismo de clase media que representó, muy a mi pesar, cierro con el ensayo intemporal ‘Una habitación propia’, que si bien fue escrito hace casi cien años, es tan vigente como cualquier otro que se esté imprimiendo al día de hoy.
¿Cómo es posible que una mujer inglesa del siglo XIX hable en nombre de las mujeres del corriente siglo, bajo la enunciación de, sino bien las mismas, sospechosamente similares, fragilidades en torno a lo femenino/feminidad? Las posibilidades de ser mujer -cabe aquí todo lo que eso signifique-, aún son profundamente limitadas; tanto como el dominio sobre nuestros cuerpos -o cuerpas, según se prefiera-.
Aquí la cita que pueden leer en el último tercio de la última página:
“(…) Vive en vosotras y en mí, y en muchas otras mujeres que no están aquí esta noche porque están lavando los platos y poniendo a los niños en la cama. Pero vive; porque los grandes poetas no mueren; son presencias continuas; sólo necesitan la oportunidad de andar entre nosotros hechos carne. Esta oportunidad, creo yo, pronto tendréis el poder de ofrecérsela a esta poetisa. Porque yo creo que si vivimos aproximadamente otro siglo —me refiero a la vida común, que es la vida verdadera, no a las pequeñas vidas separadas que vivimos como individuos— y si cada una de nosotras tiene quinientas libras al año y una habitación propia; si nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos...”
Carlos Oquendo, músico, 37 años
Recientemente, el viernes pasado, en una reunión con mi maestra nos hizo unos comentarios muy emotivos sobre Virginia Woolf y sus escritos, al tiempo que nos hizo la sugerencia de leerla. Esto despertó mi interés fue un comentario específico: “una escritora que no fue comprendida por muchos en su momento”.
He comenzado la búsqueda de sus libros en físico desde ese mismo día.
Delia Bustamante, psiquiatra
Llegué a la obra de Virginia porque cuando empecé a leer sobre feminismo y mencionaban ‘Una habitación propia’ (1929) como un referente, me interesaba leer a más mujeres y sus puntos de vista.
“Porque las obras maestras no son realizaciones individuales y solitarias; son el resultado de muchos años de pensamiento común, de modo que a través de la voz individual habla la experiencia de la masa.” ‘Una habitación propia” (1929)
La veo como una voz sólida y hermosa, pero también me hizo ser más consciente de que siempre se amplifica masivamente el discurso de las mujeres blancas privilegiadas. Es esperable, pero ajá. Verlo fue como pensar ¡ay cuánta blanquitud y privilegio en esto!. Cuando leyendo de feminismo leí de realidades como la de Sojourner Truth, una abolicionista y activista, ampliamente conocida por su discurso ‘¿Acaso no soy una mujer? (Ain’t I a Woman?)’, que fue pronunciado en 1851 en la “Convención de los derechos de la mujer de Ohio”, una historia que te deja el alma hecha pedacitos y luego leer que el problema es no tener una habitación propia. Me chocó infinitamente.
Santiago Díaz Benavides, 27 años, editor (librero en ocasiones)
La descubrí en la universidad, mientras estudiaba Literatura. Una profesora habló sobre ella en una clase y me causó curiosidad. Contrario a mis compañeros, fui a buscar la obra de la autora en la biblioteca y me encontré con ‘Una habitación propia’ (1929). La amé por completo. Desde entonces, la leo.
“Como una nube que pasa ante el sol, así cae el silencio sobre Londres, y cae sobre el alma. El esfuerzo cesa. El tiempo ondea en el mástil. Allí nos detenemos; allí nos quedamos” ‘La Señora Dalloway’ (1925)
Creo que la fuerza de la obra de Virginia Woolf, y la razón por la que me gusta tanto, radica en la fiereza de su voz. Lo que te dice, te lo dice mientras a ella se le desgarra el alma, y así mismo se siente. No solo es extremadamente inteligente, es demasiado humana.
Mónica Pedraza, 33 años, periodista.
No logro recordar el momento exacto en el que supe de Virginia, pareciera que ha estado desde siempre en mi universo literario. Pero podría situar mi adolescencia, etapa de descubrimientos que seguro me llevaron a ella y a otras tantas mujeres que se adelantaron a su época y que, con sus obras y legado, nos han dado ejemplo de resistencia, inteligencia y poder. No hay manera de perderse de ella, de no encontrarla cuando se transitan esos caminos. Es inevitable. Al pensar en ella, en su obra, en su vida y suicidio, Pienso en varias citas que resuenan, pero creo que me quedo con estas tres:
“Escribid mujeres, escribid, que durante siglos se nos fue negado.”
“Una mujer necesita dinero y una habitación propia para dedicarse a la literatura.”
“Tendrás que iluminar sobre todo tu propia alma, sus profundidades y sus superficies, sus vanidades y su generosidad, y decir qué significa para ti tu belleza o fealdad, y cuál es tu relación con este mundo eternamente cambiante.”
Las tres guardan un deseo de emancipación, un llamado a despertar, a hacer más por nosotras de lo que el mundo esperó jamás (en su época). Nos habla de independencia económica para hacer lo que nos gusta, de la defensa del espacio personal, de cómo nos situamos en los estándares impuestos, y entre tanto, nos siembra esa semilla maravillosa de libertad.
Posdata: Mi libro favorito es ‘Una habitación propia’ y amé la película ‘Las horas’ protagonizada por Meryl Streep. Pienso que no se han hecho tantas películas de Virginia como merece. Ahora que recuerdo y a manera de paréntesis: Me la soñé un día, mis sueños son siempre locos y raros, y se sienten muy reales. Caminaba con ella de gancho por alguna calle de Inglaterra, supongo, hacía frío y usábamos abrigos pesados y me decía: “sé libre, sé libre porque es lo que nos queda.”
Ricardo Abdahllah, 43 años, periodista
Virginia Woolf llegó a mi por una edición que circulaba en Colombia de ‘La Señora Dalloway’ (1925) que me gustó mucho, pero el libro que definitivamente me transformó fue ‘Las Olas’ (1931), una manera completamente nueva de escribir, completamente revolucionaria y de pronto la leí en una época en que no había esa voz como la que tenemos ahora de las autoras, como que uno no se cuestionaba tanto.
Porque hay tantos hombres de los que se habla y tal vez tan pocas mujeres, ese libro para mí es tan revolucionario, es un libro que sigo teniendo cerca y al que vuelvo con mucha frecuencia.
Johny Martínez Cano, 28 años, literato, conductor en el podcast ‘De Sobremesa’
Yo conocí a Virginia Woolf en un curso sobre Literatura Europea del siglo XX en mi universidad, estudié Literatura. Leímos ‘La Señora Dalloway’ (1925) y fue uno de esos descubrimientos luminosos que uno tiene en la vida. Recuerdo mucho ver la película ‘Las horas’ (2002) de Stephen Daldry basada en la novela de Michael Cunningham, con un punto de referencia en ‘La Señora Dalloway’.
Lo que me acuerdo mucho de esa primera vez que leí a Virginia era necesidad mía de seguir o de trazar los saltos de la voz narradora y de conciencias, que es algo que está hecho con la maestría de una diosa como ella solamente, siento que es acercarse a esa narración que es compleja lo saca a uno de un letargo de una lectura un poco más lineal, más sencillo, le pone a uno este reto y siento que de entrada eso es muy estimulante y abre las puertas a nuevas cosas.
Cuando yo di clases de Literatura como profesor becario ponía a los estudiantes de primeros semestres a leer a Viginia Woolf, nunca supe en realidad si fue bueno o fue malo porque fue un reto, pero siento que ese es el propósito, darle una bofetada a uno de cierta forma. Lo que más me impacta de su obra es que va muy profundo en los pensamientos de sus personajes, pero al ir tan profundo llega a unas emociones que son fuertísimas, muy arrebatadas, unas pasiones muy fuertes, y cada vez que nos presenta esas pasiones y esas emociones a través de unas imágenes bellísimas que tienen que ver con el mundo natural, los bosques, el mar golpeando las rocas, ese tipo de imágenes las usa para contar cómo se sienten los personajes en lo más hondo de sí.
Esa forma de mostrar las cosas nos convierte a nosotros mismos en paisajes interiores muy grandes, muy fuertes y muy llenos de cosas, eso es algo que me obsesiona mucho, la interioridad vuelta paisaje. Aunque no siempre son imágenes del mundo natural la mayoría son concatenaciones de imágenes que desembocan una en otra y como que amplían la emoción en el instante preciso para hacer algo definitivo y muy intenso en la vida de alguien.
“Entonces se produjo el instante más exquisito en la vida de Clarissa al pasar por una hornacina de piedra con flores. Sally se detuvo; cogió una flor; beso a Clarissa en los labios. ¡Fue como si el mundo entero se pusiera cabeza abajo!. Los otros habían desaparecido; estaba a solas con Sally. Y tuvo la impresión de que le hubieran hecho un regalo, envuelto, y que le hubieran dicho que lo guardara sin mirarlo, un diamante, algo infinitamente precioso, envuelto, y que mientras hablaban (arriba y abajo, arriba y abajo) desenvolvió, o cuyo envoltorio fue traspasado por el esplendor, la revelación, el sentimiento religioso...” ‘La Señora Dalloway’ (1925)
El momento del beso se despliega, se vuelve un regalo, se vuelve un diamante, se vuelve algo infinitamente precioso y llega a ser una experiencia religiosa, una revelación.
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