Polímata, uomo universale, revolucionario, genial. No alcanzan adjetivos cuando se trata sobre Leonardo Da Vinci, fallecido hace 500 años, y que a partir de hoy posee una de las exposiciones más impresionantes que se hayan realizado en su honor.
El parisino Museo de Louvre, casa de La Gioconda -que regresó a su lugar tras modificaciones en el espacio-, alberga una decena de pinturas, un centenar de dibujos, cuadernos, esculturas y una muestra inédita de imágenes en infrarrojos, que permiten no solo indagar en el proceso creativo del florentino, sino también en aspectos no muy conocidos sobre su vida privada y comportamiento.
La vida y obra de Da Vinci, uno de los genios más trascendentales de la humanidad, ha sido objeto de incontables estudios, aunque en esta oportunidad se presentan nuevas conclusiones y abordajes, como en el caso del uso del infrarrojo, que ha llevado a la muestra a ser uno de los eventos a nivel global, con más de 200.000 entradas reservadas antes de su apertura.
Uno de los grandes ejes de la muestra es el costado pictórico del artista, quien dejó en sus 67 años, alrededor de 20 obras, todas significativas: cinco pertenecen a Francia -donde murió- y son de la muestra permanente del Louvre: La Gioconda; La Belle Ferronière; La Virgen de las rocas; La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana, y San Juan Bautista.
El resto pertenecen siete a Italia, repartidas entre el Vaticano y varias colecciones públicas; y nueve se hallan en grandes instituciones europeas y americanas. La Reina de Inglaterra prestó su colección de 24 dibujos, aunque también realizaron préstamos excepcionales el British Museum, la National Gallery londinense, los Museos Vaticanos, el Metropolitan neoyorquino, la Galería de la Academia veneciana y el Hermitage de San Petersburgo.
Solo durante los primeros dos meses se presenta el delicadísimo Hombre de Vitruvio, cuyo préstamo fue bloqueado a principios de mes por la Justicia italiana por el conflicto surgido con Francia, cuando el país de origen del artista quería realizar la gran muestra en su tierra y no en Francia. También estará el conocido como Cartón de Burlington House prestado por la Galería Nacional de Londres, el óleo de San Jerónimo, del Vaticano, o La Scapiliata, de la Galería Nacional de Parma.
Por supuesto, no todas las pinturas que se conservan de Leonardo pueden ser expuestas, ya que -por ejemplo- La adoración de los magos o el fresco de La última cena no pueden ser desplazados por su fragilidad.
Tampoco se encuentra la versión más famosa de Salvator Mundi, su “pintura perdida” fechada en 1500, redescubierta en 2005 y subastado en 2017 en Nueva York como la pintura más cara jamás vendida, por 400 millones de euros, aunque existen dudas aún de que la obra sea realmente de Leonardo. Polémicas aparte, la pieza es propiedad del príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salmán, que lo recibió como un regalo. El cuadro permanecerá en su yate privado durante lo que dure la exposición, aunque se había explicitado que la obra iba a ser expuesta en el Louvre de Abu Dabi.
“El objetivo de la exposición es mostrar que Da Vinci nunca abandonó la pintura y que, al contrario, con todas las múltiples ocupaciones que tuvo en su vida nunca la dejó de lado”, dijo durante la presentación Vincent Delieuvin, curador de la muestra junto a Louis Frank.
Además, se presentan una veintena de sus escritos científicos a partir de un abordaje que revela cómo su interés por la vegetación o la astronomía también estaba relacionado con un enriquecimiento de sus conocimientos pictóricos.
“A menudo me dicen que a Da Vinci no era la pintura lo que más le interesaba porque pintaba muy poco, pero precisamente lo que explicamos es que es un enfoque e singular e inédito. Nunca quiso ser un artista productivo sino que era un hombre de una exigencia inaudita, que necesitaba comprender el mundo en su esencia”, dijo Delieuvin, quien sostuvo que muchas veces el trabajo sobre una obra se extendía en ocasiones durante diez y quince años y que esto lo llevó a dejar trabajos inacabados.
“Para preparar cada uno de sus cuadros necesita un tiempo de trabajo científico, perfeccionar su técnica pictórica antes de ponerse con el pincel”, añadió.
El taller de Da Vinci
La presenta por primera vez al público las reflectologías infrarrojas, es decir, el examen mediante radiación infrarroja de sus pinturas, lo que permite completar la retrospectiva con el total de su obra. En ese sentido, la reflectología revela la transición del artista a lo largo de toda su carrera, quien poco a poco fue eliminando cada vez más materia de sus pinturas para centrarse en una imperceptible transición de luces y sombras. La exposición conjunta de sus dibujos preparatorios, la pintura y la reflectología generan una mirada total sobre su obra pictórica
“El infrarrojo atraviesa la materia y revela los primeros dibujos que Leonardo puso en el papel. Toda la historia del cuadro está revelada en el infrarrojo, incluso las modificaciones, y al ver estas imágenes vemos el conjunto de la obra del pintor y el perfeccionamiento de su trabajo”, dijo Delieuvin a EFE.
El Louvre enseña también algunas obras de sus contemporáneos, tanto de su maestro como de sus aprendices, para defender que, pese a la singularidad, Da Vinci “no fue un extraterrestre”, sino un hombre de su tiempo que escuchó, observó y finalmente perfeccionó lo que había aprendido de otros.
Sobre su vida privada
Otro de lo espacios destacados es el que indaga en su vida íntima, siendo su comportamiento homosexual durante su juventud un objeto de estudio en desarrollo. Algunas obras presentes en el Louvre, como el San Juan Bautista, pueden leerse como homenajes o retratos velados de algún amante, explicaron los especialistas.
Sophie Chauveau, biógrafa de Leonardo, comentó a ABC: “Oculta durante mucho tiempo, la homosexualidad de Leonardo ha dejado de ser un tabú. En la Florencia de su tiempo, los hombres vivían entre ellos. Y la homosexualidad no es un secreto. Leonardo frecuentó la colina florentina de Contado, donde es notorio que había prostíbulos masculinos. Leonardo fue un hombre muy bello, a quien no le importaba pagar por dar y recibir placer. Muchas de sus relaciones no tuvieron mañana. Queda el recuerdo de un nombre, Salai… el nombre auténtico de ese ‘diablillo’ era Gian Giacomo Caprotti, un niño de diez años…”.
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