El camino de Jack Kerouac: la vida veloz, furiosa y adicta del gran escritor beat

A 50 años de su muerte, un recorrido por la obra de uno de los tres grandes referentes beatniks, junto a Allen Ginsberg y William S. Burroughs: su innovadora prosa espontánea, su poesía y su influencia en la literatura

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Jack Kerouac (shutterstock)
Jack Kerouac (shutterstock)

“Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ahhhh”.

Esta frase de En el camino podría resumir un poco el estilo y la manera de vivir de Jack Kerouac, uno de los máximos referentes de la Generación Beat, fallecido hace exactamente medio siglo antes de cumplir el medio siglo, a los 47 años, debido a una hemorragia interna consecuencia de su alcoholismo.

Novelista y poeta, la prosa de Kerouac produjo un quiebre en la literatura estadounidense y, por ende, fue incomprendida y rechazada por el mundo editorial por muchísimo tiempo e incluso por los intelectuales y críticos. Sin embargo, hoy sería de una miopía canónica dejarlo fuera de los escritores más influyentes del siglo pasado.

En esta nota, un repaso por su vida, pero sobre todo por su obra, sus influencias, su estilo, su poesía y algunas historias de uno de los personajes más interesantes de la literatura del norte.

(grosbygroup)
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Breve reseña biográfica

Jean-Louis Lebris de Kérouack vino al mundo en 1922 en Lowell, Massachusetts, como hijo de franco-canadienses. Solo habló francés hasta los 7 años, su padre, Léo-Alcide (impresor), le pronosticó que jamás sería escritor antes de un cáncer se lo lleve, mientras que su madre, Gabrielle (trabajadora del calzado), eternizada como mémère en su obra y en su vida, tuvo un rol fundamental y sin dudas marcó su destino. Ella rechazaba a todos sus amigos, sobre todos a los beats, y como la madre de Borges hacía con el escritor argentino le espantaba las novias. Pero fue esencial para que este autor, que nunca duró demasiado tiempo entre oficio y oficio, que se la pasaba recorriendo EE.UU. con una maleta y dormía al aire libre, pudiese realizar su obra.

Kerouac fue un destacado jugador de fútbol americano. Su velocidad, su fuerza, lo llevaron a destacarse en su pueblo y fueron el puente para ser becado por la Universidad de Columbia, en Nueva York. Fueron siete años en los que recibió múltiples contusiones y que se vieron interrumpidos primero al quebrarse una pierna durante un partido y una vez recuperado, volver a hacerlo en un accidente automovilístico. Para entonces, ya había desistido de sus sueños de NFL y consumía sus horas con el anhelo de convertirse en un gran escritor.

Para 1942 se alistó en la Marina de guerra, pero le dieron la baja por tener una personalidad esquizofrénica, por lo que probó suerte en la mercante, donde tenían claramente menos requisitos. Se casó por primera vez en 1944 solo para tener una imagen formal durante el juicio a Julien Carr, un amigo que había matado a puñaladas en un paseo por el río a David Kammerer, un supuesto acosador. El matrimonio duró 6 meses. Luego, pasó por el altar dos veces más y tuvo una sola descendiente, Jan Michelle Hackett.

En la marina mercante (shutterstock)
En la marina mercante (shutterstock)

Los beatniks o la Generación Beat

Cuando se habla de los beats hay tres nombres que predominan: Kerouac, William S. Burroughs y Allen Ginsberg, por ser los fundadores de un movimiento que nunca se reconoció como tal y haber tenido la obra más trascendental. Aunque a la lista se pueden sumar tantos otros nombres como John Clellon Holmes, Neal Cassady, Gregory Corso, Lucien Carr, Herbert Huncke, Lawrence Ferlinghetti, Gary Snyder, Diane di Prima, Carl Solomon, Philip Lamantia y Peter Orlovsky, entre otros.

Los beat surgieron durante los 40, tras los terribles 30 post Gran Depresión, década en que la clase media aumentó exponencialmente en su demografía y alcanzó un status económico al que no querían renunciar, ni mucho menos criticar. En ese contexto, los beats fueron una amenaza, no solo por la sociedad, sino también por los círculos intelectuales, que nunca dejaron de ridiculizarlos o teorizar sobre la relatividad de esta nueva literatura.

Los beatniks salieron a la calle, tomaron las autopistas, durmieron en furgones, rechazaron las comodidades del hogar con el patio en el frente, y si bien tampoco tuvieron una obra panfletaria en sus inicios (no por lo menos Kerouac), fueron considerados unos forajidos de las letras, uno parias, hasta que el éxito, primero subterráneo y luego popular, los colocó en el centro de las escena. Eso sí, aún siendo figuras reconocidas surgidas de lo para-cultural, el canon nunca terminó de aceptarlos y ese fantasma aún persiste.

William Burroughs y Allen Ginsberg
William Burroughs y Allen Ginsberg (Crazy Wisdom/Kobal/Shutterstock)

Existen dos momentos icónicos que significaron el nacimiento de los beatnik, por lo menos de puertas para afuera: el recital de seis poetas en la Galería Six de California en 1955, donde Ginsberg leyó por primera vez Aullido (con Kerouac entre el público -hay una descripción de aquella noche en la novela Los vagabundos del Dharma) y la publicación de En el camino en 1957.

Kerouac había intentado publicar En el camino por muchos años cuando salió Go, considerada la primera novela beatnik, escrita por John Clellon Holmes, quien además de ponerle nombre a esta generación en un artículo para Time, realizó una descripción sencilla, pero bastante ajustada de Kerouac en su ensayo The Great Remember (El gran memorioso): “Es un hombre generoso, impulsivo, cándido y hermoso. No se parecía a ningún otro escritor que yo conociera. No era cauteloso, ni dogmático, ni cínico, ni competitivo, y si no lo hubiera conocido a través de su gran fama, lo hubiera confundido con un leñador poeta o con un marinero que guardara a Shakespeare en su mochila… Fornido y de baja estatura, Kerouac tenía los brazos musculosos, los muslos membrudos y el cuello robusto de un hombre que disfruta de la vida al aire libre”.

Sobre su influencia y estilo

En el camino continúa con la larga tradición de la novela de iniciación estadounidense, que comenzó con el Huckleberry Finn de Mark Twain, pero cambió las corrientes del Misisipi por los caminos de su América, de costa a costa, pero a fin de cuentas se trata sobre entender el mundo y el autodescubrimiento. En esa herencia literaria de vagabundos y rechazados también se debe incluir a Jack London, el personaje de Nick Adams de Hemingway, y que luego de Kerouac prosiguió con el Augie March de Bellow; en la saga de Corre conejo, de Updike, donde el protagonista comienza con un frustrado futbolista americano que sale a los caminos o con V, de Thomas Pynchon, y así.

Pero si influencias se trata, la mayor fue Thomas Wolfe, el autor olvidado que retrató la Estados Unidos del primer tercio del siglo XX y que tenía una prosa que le fascinaba, un estilo que buscaba imitar a tal punto que -cuentan los biógrafos- la tarde que Ginsberg fue a conocerlo a su casa cerca del campus de Columbia, con apenas 16 años, Kerouac estaba allí dándole golpes a las teclas, copiando hojas y hojas del autor nacido en Carolina del Norte. Pero además de Wolfe, otras de sus grandes influencias fue William Carlos Williams -quizá la máxima autoridad para los beatniks, en especial para Ginsberg con quien mantuvo una amistad.

(grosbygroup)
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Kerouac escribía con una técnica a la que llamó “prosa espontánea” y así la definió: “Ninguna ‘selectividad’ e expresión, sino seguir el libre desvío de la mente hacia los infinitos mares del pensamientos, zambullirse en el océano del inglés sin otra disciplina que los ritmos de exhalación retórica y de la narración protestada, como un puño que cae sobre una mesa con cada sonido completo ¡bang!”. En otra entrevista, comentó: Pasé toda mi juventud escribiendo despacito, haciendo correcciones e interminables especulaciones y tachaduras y lo único que conseguí fue un día escribir una frase... y la frase no tenía sentimiento".

Entonces, solo se sentaba a escribir sin interrupciones, sin pausas. Página tras página. Pero el hecho de tener que cambiar de hojas le fastidiaba, cortaba su flujo. No le interesaba encontrar “la palabra adecuada”, ni detenerse en cuestiones de puntuación que rompían con esa energía, que lo alejaban de ese deseo de convertirse en un músico de bebop - la manera que encontró el jazz de los ‘40 de romper con su enquistamiento- de poder componer, improvisar, una nota tras otra.

Su amigo Carr, encontró una solución a sus problemas cuando una tarde llegó al apartamento que compartían con una bobina de papel de teletipo de la United Press, donde trabajaba. Así Kerouac halló la herramienta para su estilo, un solo rollo eterno de papel, que no necesitaba ser cambiado constantemente. Kerouac aseguró que escribió En el camino en tres frenéticas semanas de 1951, Carr aceptó que durante ese tiempo jamás lo vio haciendo otra actividad que no sea escribir. “Imagino que a veces ha debido de detenerse para comer o dormir, pero yo no se lo puedo asegurar”, comentó Carr en una entrevista.

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A la “prosa espontánea” se debe sumar que Kerouac era un eximio mecanógrafo -incluso había ganado certámenes en su juventud-, por lo que la admiración de sus sucedáneos también pasaba por su increíble velocidad. Aunque, no todos creían que estos dones significaran algo. Uno de ellos fue Truman Capote, quien en un debate con Norman Mailer, uno de los máximos admiradores de la obra beat, sentenció: “¿Escribir? Eso no es escribir, eso es mecanografiar”.

Este estilo, lógicamente, tuvo resultados dispares y rechazos. De hecho, un editor le dijo que En el camino no podía salir así, que hasta Shakespeare se editaba y que él no era Shakespeare. Pero para Kerouac la “prosa espontánea” era innegociable. Así, poseso, escribió novelas completas en dos, 10 ó 20 días.

En el camino

En el camino es la segunda novela de Jack Kerouac, y su publicación es un suceso histórico en la medida en que una auténtica obra de arte corresponde a un gran momento, en una época en que la atención está dividida y las sensibilidades entorpecidas por los excesos de la moda”. Así comienza la primera crítica publicada sobre la novela, en jueves 5 de septiembre de 1957, en The New York Times.

La novela trata sobre las experiencias de Kerouac junto a Neal Cassady , Sal Paradise en la obra, a quien conoció en uno de sus primeros viajes a California, cuando compartieron a tareas de guardafrenos en los ferrocarriles del Pacífico Sur. Cassady es uno de los personajes más interesantes del movimiento, para Kerouac era “el más grande escritor de todos”, aunque apenas publicó en vida y mucho de lo que escribió desapareció. Aunque es innegable su función de combustible beat, un personaje de una energía arrolladora de infancia y adolescencia nómada, que había conocido las instituciones y las cárceles antes que nadie. En ese sentido, la obra de Kerouac -profundamente autobiográfica- está nutrida por todos los autores de la época, a través de seudónimos.

Cassady no solo aparece en múltiples obras de la literatura beat, sino también en Ponche de ácido lisérgico, la novela de Tom Wolfe, que recrea las andanzas de los Merry Pranksters, el grupo conformado por Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco (de gran adaptación cinematográfica -Atrapado sin salida- por Milos Forman), durante los ‘60. En un punto, la casualidad sirve para remarcar otro punto sobre gran parte de la obra de Kerouac, que al ser de carácter biográfica y era escrita casi en paralelo a los eventos descritos se acerca más a la crónica periodística que a la ficción como se la conocía hasta entonces. Por lo que se podría asegurar, desafiando al historicismo, que Kerouac es el antecesor o el fundador no reconocido del que luego se llamó Nuevo Periodismo y que tuvo a Wolfe como máximo referente.

La publicación de la obra supuso el evento literario del año. Y el mayor evento cultural en mucho tiempo. Los tiempos de la Generación Perdida, de los Hemingway, los Dos Passos y los Fitzgerald habían quedado algunas décadas atrás. En el camino le dio voz a los que estaban esperando tenerla, porque la obra de Kerouac ya era conocido en el boca a boca gracias a múltiples revistas que daban espacios a los beat, mientras las editoriales miraban para otro lado.

Junto a Neal Cassady (Moviestore/Shutterstock)
Junto a Neal Cassady (Moviestore/Shutterstock)

De hecho, En el camino fue rechazada múltiples veces antes de pasar finalmente por la imprenta de Viking, donde fue cajoneada hasta en 7 oportunidades tras votación. “Me decían que era una obra demasiado diferente como para tomar riesgos”, contó Sterling Lord, el único representante literario que tuvo en su vida y a quien respetaba más que a cualquier crítico o editor. En ese sentido, tenía una muletilla: “The Lord is my business man, I have nothing to fear” (El Señor es mi empresario, no tengo nada a qué temer).

Tras su fenomenal éxito, la vida de Kerouac cambió drásticamente. Algunos ejemplos: Grove Press que había comprado los derechos de Los ángeles subterráneos o Los subterráneos, según la edición, aún antes de que Viking decidiera qué hacer con En el camino, rápidamente anunció la publicación de esta novela. Ya no era el autor ignoto, rechazado, sino una celebridad invitado a los programas de televisión; le ofrecieron hacer un programa semanal para TV llamado Las aventuras de Sal Paradise y Dean Moriarty -que rechazó y se tradujo en el exitoso plagio que fue la serie Ruta 66-; debió levantar paredones de dos metros en la casa de su madre por la constante invasión de jóvenes y borrachines que golpeaban a la puerta, en la ventana de su habitación, a cualquier hora del día y más; muchos de sus ex compañeros de andanzas lo trataron con recelo, otros trataron de sacar provecho, por lo que se recluyó, se aisló, abandonó la vida pública y social, mientra su adicción al alcohol seguía en aumento.

Jack Kerouac en el Show de Steve Allen, en 1959

Como dato curioso de los alcances de la novela, después de su publicación, que los estadounidenses notaron que tenían un vasto país para recorrer, el resultado fue la aparición de las primeras camper, las casas rodantes.

Kerouac fue libre allí, en el camino, más que ningún otro hipster (sí, los hipsters originales no tienen nada que ver con ir a barberías a retocarse barbas tupidas ni usar camisitas a cuadro). En la ruta fue feliz, auténtico, y convirtió lo ordinario del día a día en una aventura, en un arte.

Una obra Proustiana

Las novelas de Kerouac pueden dividirse en dos espacios tan diferentes que parecen autores disímiles, incluso a veces hasta en el estilo. Por un lado están las obras de corte remembranzas, en las que narra su infancia en Lowell, habla de fútbol americano, de la guerra y en las que posee un estilo más serio, menos profundo, y en el que se pierde esa gran capacidad de captar todo lo que sucedía a su alrededor, los detalles que le dan fuerza a su obra. Entre ellas se encuentran su ópera prima La ciudad y el campo, Doctor Sax, Maggie Cassidy, Visiones de Gerard y La vanidad de los Duluoz.

(fotomontaje)
(fotomontaje)

Su debut La ciudad y el campo no daba indicios de la bestia literaria que irrumpiría En el camino. Fue escrita en paralelo a una obra que nunca se publicó a cuatro manos con Burroughs, a quien -en palabras de Ginsberg- había convencido de iniciarse en la literatura. Para hacerlo, le propuso co-escribir una novela de detectives al estilo de Dashiell Hammett, a quien el autor de El almuerzo desnudo admiraba. Y ya que atribuimos influencias, fue el mismo Burroughs quien confesó que el título de su obra más venerada fue una idea de Kerouac.

En los seis años que pasaron entre la publicación de La ciudad y el campo y En el camino, escribió al menos una decena de obras más. Esto significó que no pudiese afinar su prosa espontánea, por lo que algunos pasajes de sus obras no tienen el brillo de otros.

Entre las obras “en el camino” más conocidas se encuentran Tristessa, Visiones de Cody, Los subterráneos, Ángeles de la desolación, Los vagabundos del Dharma y Big Sur, entre otras. Para Kerouac su obra fue una unidad, en una entrevista, comentó: “Mi obra se reduce a un libro vasto, como el de Proust, con la diferencia de que mis recuerdos están escritos inmediatamente y no después en una cama de enfermo”.

Kerouac escribió la mayoría de
Kerouac escribió la mayoría de estas novelas entre la publicación de su ópera prima y "En el camino". Este no se su orden de publicación, sino cómo deberían ser leída cronológicamente

La poesía y el budismo

Kerouac también fue un prolífico poeta. En contraposición de su terrible verborragia que se traducía en su prosa espontánea, poseía también la capacidad de síntesis, de inventar neologismos uniendo palabras que al eliminar el artículo conectar generaba nuevos significados, diferentes maneras de darle vitalidad al lenguaje.

Para Ginsberg, Kerouac era el más grande escritor de haikus, esa forma de poesía japonesa sintetizada, de habla inglesa. Además de poemas cortos, también realizó otros de largo aliento, siendo quizá el más conocido México City blues, una obra compuesta por 242 coros, considerado como el máximo ejemplo literario de lo que hubiera sido el jazz en la poesía. Uno de los grandes admiradores de esta pieza en el Nobel de Literatura y músico Bob Dylan, quien junto a Ginsberg visitó la tumba del autor de Lowell para recitar el poemario a modo de tributo.

Bob Dylan y Allen Gisnberg visitan la tumba de Jack Kerouac

Ya en su etapa budista, que conoció gracias a Gary Snyder, formuló el término pome, similar a lo que hizo Cortázar con su meopa, en vez de poema. Snyder introdujo medio oriente en el radas de todos los beatniks, a difernce de Henry David Thoreaux, Snyder nació y creció en una cabaña, por lo que mantuvo una relación con lo natural que lo llevó luego a interesarse por la mitología de los pueblos originarios locales y luego por oriente, a donde viajó, conoció la meditación zen y en su camino de regreso, influenció tanto a los beats, sobre todo a Kerouac y Ginsberg, que la presencia del budismo puede verse en la obra.

En Los vagabundos del Dharma, Kerouac toma el lugar de una suerte de discípulo de Snyder en la búsqueda de la verdad, que se encuentra en la supervivencia, en el aire libre, en el respeto por la naturaleza y juntos se mudan a las montañas de California, donde practica el budismo zen y la meditación.

Kerouac, solía decir, que autores como Proust y Joyce eran de “cámara lenta” y que él la velocidad de la prosa también debía ser espontánea y que en su búsqueda era importante encontrar “haikus americanos, poemas o pomes breves de tres versos con o sin rima, delineando si fuera posible ‘pequeños Samadhis’, por lo general de connotación budista, destinados a la iluminación”. Sin embargo, sobre el final de su vida, en lo que hace a lo religioso, sobre todo en Big Sur, esa novela plena de soledades, Kerouac deja en evidencia que había vuelto a abrazar el catolicismo que su madre le había legado.

(shutterstock)
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La muerte prematura de Kerouac suele atribuirse a su alcoholismo. En su obra también puede verse el consumo de drogas sistémico. Por supuesto, solo Burroughs podía escribir Yonqui o viajar a sudamérica en búsqueda de ayahuasca (Las cartas del yague), pero a la vida de Kerouac hay que sumarle un dato que pasó desapercibido por muchos años, la gran cantidad de golpes que recibió debido al fútbol americano y que persistieron en las peleas de su adultez. Una nueva teoría hace eje en que tanto su alcoholismo como su depresión podrían haber sido potenciadas por CTE, el daño cerebral que se produce no solo en futbolistas americanos, sino también en boxeadores con mayor propensión a los golpes en la cabeza que en otros deportes. La realidad es que Kerouac no entregó su cerebro a la ciencia, por lo que todo queda en especulaciones. Aunque diferentes especialistas, consultados por The New Yorker, aseguraron que las posibilidades son amplias.

En abril de 1958, Kerouac llegó ebrio y malherido junto a Corso a la casa de la escritora Joyce Glassman. La historia dice que habían tenido una disputa en un bar de Manhattan, que terminó en una paliza contra Kerouac, que se dio la cabeza contra el piso en la caída. En una carta a Ginsberg, Corso y Orlovsky, escribió: “Creo que fui mal diagnosticado... Noté que mi beligerancia y alcoholismo reciente comenzó en abril luego de que que me golpearon. Quizá tenga daño cerebral, quizá alguna vez fui un borracho alegre, pero ahora solo soy un borracho con el cerebro y la gentileza obstruida”.

Obras consultadas para este artículo
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