La cita con la prensa para las ruedas de entrevistas fue una mañana temprano del incipiente otoño neoyorquino de octubre, en el Hotel Gramercy Park, plena zona del midtown de Manhattan, en el lado este de la ciudad. Difícil encontrar un marco más adecuado para la personalidad magnética y el encanto de una figura como Jeremy Irons. Su porte inglés, casi extraído de una película de los cincuenta en blanco y negro, encuentra el background perfecto en este edificio renacentista de principios del siglo pasado.
Como si todas las historias se unieran en un vórtice posible en ese espacio, el hotel fue albergue de la cultura alternativa de New York desde fines de la década del cincuenta, cuando fue adquirido por la familia Weissberg. Allí encontraban asilo para sus días creativos desde Bob Dylan a Paul Shafer y, ya entrados los ochenta, Madonna, David Bowie y los integrantes de The Clash. Fue precisamente a mediados de esa década, en 1985, cuando Charly García y Pedro Aznar se alojaron en sus habitaciones para despuntar su primer disco conjunto post experiencia Seru Girán: Tango, el proyecto con el que García volvió al sonido neoyorquino luego de Piano Bar y en consonancia con su disco Clics Modernos, de 1983. “Espero verte alguna vez, en el Gramercy Park Hotel. Un piano bar, nada especial, no es nada personal”, dice la canción que abre el disco y que, obviamente, se denomina “Gramercy Park Hotel”.
Mil novecientos ochenta y cinco es el año en que transcurre Watchmen, la novela gráfica (es la denominación culta acuñada en esa década para referir al cómic o historieta con pretensiones de cierta complejidad en el relato), que da marco a la serie de HBO y que introduce al personaje de Adrian Veidt, ahora en la piel de Jeremy Irons. En esas paredes con historia, el actor británico ingresa de muy buen humor y, con profundo respeto e interés, se dirige a los periodistas. Un detalle que lo describe acertadamente surge de la pregunta acerca de cómo percibe ser identificado por las nuevas generaciones en relación a personajes de cómics (recordemos que también interpreta a Alfred, el mayordomo de Bruce Wayne en las últimas películas de Batman y en La Liga de la Justicia).
“Bueno, para la generación anterior soy reconocido como la voz de un león animado”, responde con profundo estilo generando la risa y aprobación de los periodistas. Claro, se refería a su trabajo en el doblaje para darle voz a Scar en El rey león, la versión original animada de Disney de 1994.
El cómic original de Watchmen es un relato en doce entregas y salió a la venta en 1986. Con guiones del escritor inglés Alan Moore se lo considera la Biblia del cómic de superhéroes en gran parte por su relato deconstructivo del concepto mismo superheroico. En el año 2009 se estrenó una película dirigida por Zach Snyder que es una adaptación casi lineal del texto original. La serie de Watchmen tiene como showrunner (creador y productor general) a Damon Lindelof, que ya hizo la muy buena serie The Leftovers para la señal y que tiene en su CV haber sido el responsable de Lost. Lindelof expande el universo conceptual de Watchmen y cita a los personajes principales en el tiempo actual, que viven a partir de las consecuencias de los hechos ocurridos en 1985.
Jeremy Irons da vida a Adrian Veidt, que durante años trabajó como el justiciero Ozymandias, una admirador de Alejandro Magno y “el hombre más inteligente de la tierra!, como se define en la historieta. Acerca de su encuentro con el personaje, Irons comentó:
“Mi primer encuentro con él (Damon Lindelof) fue excepcional. Estaba repleto de historias y entusiasmo y tenía mucho para decir acerca de Watchmen que yo desconocía, nunca había leído la historieta original. No me dijo lo que iba a suceder con mi personaje, nunca se refirió a su evolución en el relato, a la instancia de rodaje. Él solo lo definió como un “superhéroe retirado”, que vive en ese lugar apartado (una inmensa mansión victoriana) y decide salir de ese confinamiento. Esa fue la descripción teatral del personaje; cuando, un tiempo después leímos juntos el guión, pude deconstruirlo en mi mundo. Luego, cuando leí la novela gráfica comprendí mejor al personaje y, con algo de investigación, aprendí todo acerca de él”
La ductilidad interpretativa de Irons es clave a la hora de concebir a los personajes a los que da vida. En la serie se lo ve desplegando toda su capacidad para encontrarse con esa idea tan difícil de adquirir para algunos intérpretes: el corazón mismo del personaje que llevan adelante. “En la serie, Adrian Veidt vive en un mundo sin tecnología, o tecnología básica. Yo no estaba seguro de usar ese concepto como una característica definitoria y pensaba si era posible que en la novela gráfica esa no podía ser una descripción irónica de él mismo. Fue muy divertido componer al personaje, está cargado de cualidades enigmáticas. Fue un trabajo muy difícil de llevar adelante pero fue muy entretenido y fluido en combinación con directores y actores. Eso es algo que define mi carrera: tratar de lograr divertirme con lo que hago. O sea: siempre trato de dar lo mejor y trabajo rigurosamente, pero si no puedo disfrutar de ello, divertirme, no tiene sentido”, explica Irons acerca de su inmersión en la mística de Ozymandias.
Como todo actor británico de su generación, la carrera de Jeremy Irons tiene un comienzo y una fuerte formación teatral, un trabajo muy riguroso sobre la puesta en escena y el rol del actor: “Yo soy un perfeccionista y trabajo para dar vida a las historias en las que me involucro. Me gusta respirar vida en los sets, en las cosas que me rodean al igual que los personajes que compongo: tengo que insuflarles vida y trato de buscar cierta perfección. Hace unos años aprendí que hay muy pequeñas diferencias entre ser un perfeccionista y ser un hinchapelotas (N. de la R.: literalmente, y con su finísimo tono inglés, Irons deslizó la frase “pain in the ass” lo que provocó la carcajada de todos los periodistas de los distintos países) y aprendí que la perfección absoluta no existe. Solo trato de dar lo mejor y divertirme. Y eso fue lo que redireccionó mi manera de trabajar”
-En este sentido, ¿pudo improvisar algunos aspectos de la personalidad del personaje?
-Si, todo fluyó lo suficiente como para que pudiésemos trabajar sobre las líneas originales del guión. Algunas veces se puede correr de la rigurosidad del guión cuando se tiene en claro qué es lo que el director quiere del personaje. Se pueden hacer ajustes y mejorar ideas y tono. Hay líneas que son mejores, que funcionan mejor, con algunos actores que con otros y siempre está esa apreciación al cambio posible, lo cual es muy bueno.
Adrian Veidt es un personaje de una riqueza inmensa. Es el responsable de la gran conspiración detrás del relato original de Watchmen. Un ser que lleva el lugar del superhéroe a un terreno cuasi fascista, dónde se coloca por encima de las masas para lograr un efecto que cree mejor para el mundo. El fin justifica los medios: “Veo a mi personaje como un hombre que tiene que lidiar con la culpa, piensa en lo que hizo, y que actualmente está atrapado en el aburrimiento del retiro. Pero también siente que lo que hizo fue lo correcto, lleva adelante una suerte de arrogancia permanente. Y quiere salir de ese estado de pasividad. Pero es, a su vez, un personaje que funciona como cualquiera de nosotros: está detenido, atascado en un punto, quiere realizar cosas interesantes para pasar ese tiempo, cosas nuevas que puedan movilizarlo y ser más feliz”
El actor y sus personajes
La galería de personajes de Jeremy Irons en cine es rica y muy variada. Tanto que pudo componer a figuras muy disímiles como el siniestro Claus von Bülow de Mi secreto me condena o a Simon Gruber, en la tercera entrega de Duro de Matar.
“Nunca juzgo a los personajes. Lo compongo respecto de lo que son, de lo que deben lograr. Y pueden ser muy diferentes, como en El Mercader de Venecia o Duro de Matar; no estoy seguro de que hagan lo correcto, o mejor dicho, no lo hacen, pero no los juzgo. Hacen lo que tienen que hacer, es algo que viene desde el interior desde su definición. Y es un juego que se plantea a la audiencia, es ella la que debe juzgarlos. A veces me pasa que no quiero componer un personaje porque siento que puede ser un símbolo negativo para la vida pero, por ejemplo, tanto Claus von Bülow como Humbert Humbert (Lolita) son personajes que esperé mucho tiempo para interpretarlos. Quiero que el espectador, al terminar de ver una película o una serie o un obra con estos personajes, pueda sentir que la vida es mejor. Que es más comprensible después de lo que acaban de ver. Es como una tragedia griega: enfrentar problemas que tenemos en todo el mundo, que son intrínsecos al ser humano, y aceptar por qué tenemos las normas que tenemos. Es entender mejor al mundo, eso es lo que hacen las buenas historias, y entender mejor nuestros comportamientos”
-¿Cómo llega a trabajar para la televisión un actor como usted, con tan vasta carrera cinematográfica?
-Bueno, en algún momento los actores comenzamos a notar que los guiones, las historias para TV, eran cada vez mejores. Y las oportunidades para trabajar en películas como las que yo estaba acostumbrado, eran muy pocas, cada vez menos. Llegan más y muy buenos guiones y propuestas de la televisión y ya se puede ver a mucho actores que vienen del cine y optan por trabajar en series de tv. Está desierto el campo para desarrollar personajes interesantes en cine y hay abundancia de buenas propuestas en la televisión, así que se ha revertido ese viejo estigma de la televisión como algo menor y se pueden realizar muy buenos trabajos, fantásticos trabajos en el medio.
-¿Hay algún rol que destaque particularmente de su extenso trabajo como actor?
-Me gustó mucho interpretar al Padre Gabriel en La Misión. Fue una experiencia maravillosa: filmar en Colombia, Argentina, trabajar con los pueblos originarios, rodar en la selva. Fueron varias semanas, meses de producción y es algo que atesoro en mi corazón.
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