Perdidos en Nueva York: viaje a las luces y sombras de la Gran Manzana en la pinturas de Rómulo Macció

El gran pintor argentino, fallecido en 2016, vivió tres años en la ciudad estadounidense. De aquella experiencia produjo una serie de obras de gran porte que, 29 de ellas, se presentan en la muestra “Crónicas de New York” en la Colección Fortabat

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 “Crónicas de New York”
“Crónicas de New York” en la Colección Fortabat presenta 29 obras de Rómulo Macció

New York, New York. Literatura, fotografía, pintura, cine. La ciudad que nunca duerme, la Gran Manzana y más. Las representaciones sobre la metrópolis estadounidense abundan, ha sido abordada desde todas las artes con fruición y desdén que enumerar merece su propio tratado. Pero como en todo, hay miradas que se diferencian, representaciones que rompen con los clichés y proponen una experiencia inmversiva diferente. Ese es el caso de la serie realizada por el gran pintor argentino Rómulo Macció.

Macció (Buenos Aires 1931-2016) habitó los espacios neoyorkinos por alrededor de tres años, en la sumatoria de diferentes viajes y no pudo, como muchos, escapar al encanto de una ciudad que tras finalizar la segundo guerra mundial se convirtió en el eje del comercio global, incluso en el arte. ¿Pero qué ciudad observó el artista argentino?, ¿qué es lo que llevó al lienzo?

Estas preguntas pueden responderse en la muestra Crónicas de New York, que se hospeda desde hoy en la Colección Fortabat y que consta de 29 pinturas de gran tamaño, bien aireadas en su relación con el espacio a partir del trabajo museográfico de Juan José Cambre, y que genera una sensación de inmersión. En ese sentido, se puede caminar caminar por la gran ciudad en el edificio ubicado en Puerto Madero.

Desde el Empire State
Desde el Empire State

Para realizar un mapa general, Macció abarcó una Nueva York reconocible, reflejó su multiculturalismo, algunos edificios emblemáticos (del World Trade Center a CBGB’s), pero sobre todo ahondó en su vida, en los contrastes del capitalismo, en la nieve muy blanca y en el vapor fluctuante, en los caminantes de oficina y la desesperados, a partir de una paleta de colores en el que lo estridente convive con lo opaco.

Esta serie es una “de las obras más figurativas”, explica Florencia Battiti, curadora de la exhibición. Y es que Macció fue parte del grupo Siete Pintores Abstracto, aunque es mucho más reconocido por sus obras dentro de la Nueva Figuración, esa corriente que -a grandes rasgos- retomó a la figura como eje, pero a partir de pinceladas informalistas, el chorreo, y una dosis de expresionismo. Y en esta serie, en estas crónicas, la abstracción está allí, casi como una base de donde surgen las formas por momento caóticas, por momentos equilibradas, pero siempre balancéandose en los contrastes.

Macció no imaginó escenarios, ni dejó a su inconsciente el fluir de lo representado o desarrolló un plenairismo citadino. Todo surgió a partir de su fotografías. “La tofos era puntos de partida, a partir de ahí jugaba con la imágenes. Hay aspectos con lo que se queda y otros que desecha, porque compositivamente elegía lo que deseaba”, explica Battiti. Y estas instantáneas, “que cuando el artista vivía también se vendían como obras aunque él no las consideraba así”, también componen la muestra por lo que se puede hacer ese juego curioso de ver qué sí y qué no y, a partir de allí, generar una propia idea de lo que Macció consideraba esencial y qué descartable.

En esta figuración Macció se conecta con su propio pasado, el de publicista, a partir del cual puede plasmar sensaciones, aún cuando el objeto pintado sea un cartel publicitario. Macció no pinta representaciones de carteles lumínicos, pinta en realidad un detalle de una ciudad viva, vibrante, que chispea. Y hay obras que son carteles per se, pero los anuncios recorren toda la serie, el detalle se ve maximizado y en su hábitat en una competencia de gritos en neón que llaman a completar vidas incompletas, que reflejan que en los instantáneo hay una sustancia de lo perenne.

Sun and cold on Nassau
Sun and cold on Nassau Street

La Nueva York de Macció es, entonces, una ciudad de luces artificiales rodeada de un progreso en conflicto, de colores que refulgen o mueren, de reflejos que deforman, de edificios de piel de vidrio que se superponen acechantes y vuelcan su lienzo de sombra sobre caminantes impertérritos. Como en Sun and cold on Nassau Street (1990), donde se produce un juego de sombras, de edificios que sumergen a los paseantes por esta calle del distrito financiero en las penumbras y la luz ingresa enceguecedora entre los resquicios que las moles de hormigón que de tan oscuras son invisibles. Y allí, entre las grietas que el desarrollo deja libres para circular, dos figuras femeninas se contrastan entre ellas, pero son las únicas que mantienen su identidad en una ciudad de figuras negras que como zombies se dirigen hacia, parafraseando a los neoyorkino Talking Heads, a un Road to Nowhere.

"Bowery", Rómulo Macció
"Bowery", Rómulo Macció

Y ya que de bandas de música se escribe, es inevitable hacer alusión a Bowery (1989), donde se ve la fachada del mítico y extinto CBGB, aquel espacio que nació para difundir el bluegrass y se conviritió en la casa estadounidense de la escena proto-punk, con grupos como Television y The Patti Smith Group; punk, como The Ramones, Johnny Thunders and the Heartbreakers, Richard Hell & The Voidoids, the Cramps, The Damned -la primera banda punk británica en tocar en EEUU-; New Wave, como Blondie, Talking Heads y B52′s, y No Wave, como DNA, James Chance and the Contortions y Teenage Jesus & the Jerks. Tributo musical aparte, el artista se introduce en el mito al colocar su nombre sobre una marquesina de un negocio natural: Romolo Maccio Paint, dice, porque quizá colocar painter no hubiese sido muy contracultural.

"Papá Noel de la Quinta
"Papá Noel de la Quinta Avenida al Bowery", de Rómulo Macció

En Papá Noel de la Quinta Avenida al Bowery (1989) se toma a Bowery desde otro ángulo, aunque esta vez el centro no es un antro mítico de la música, sino una serie de San Nicolases, viejo pascueros o Santa Clauses. Este club de los cinco comparten algún trago o están despatarrados por el alcohol, en una imagen mucho más cercana a la escena de Dan Akroyd al ser rechazado por su ex socios ricachones en Trading Places (De mendigo a millonario) que a la representación bonachona que la gaseosa de Atlanta -que le dio color a su traje a nivel global- supo generar. Este no es un papá noel que disfrute las navidades, más bien las padece.

Pero Macció no se rinde ante la monstruosidad del cemento, no solo los negros, los grises y los marrones abarrotan pinturas, también está allí su gente, sus etnias. Desde descendiente de asiáticos jugando al snooker, a un irish pub de figuras indefinibles, a una vitrina de un negocio de la Little Italy, en el que un San Gennaro está rodeado de elefantes, desarrollando otra vez en el detalle que dentro de la multiculturalidad de la ciudad también se desarrolla una hibridación de lo religioso, con lo místico y la supersticioso.

La Nueva York de Macció es fantasmagórica y visceral. Los edificios, las bocas de subte, regurgitan oleadas de vapor que parecen devorarlo todo, bañando escenas con un blanco percudido que nada tiene que ver con el de las nieves, el de la naturaleza. Hay, en muchas piezas, un amarillo furioso que circunda las calles, ese amarillo taxi, que por momentos se convierte en el aura de algunas personas, que ingresa incluso a las estructuras de los grandes rascacielos, como un río que alimenta todo lo que sucede a su alrededor, en el que la ciudad no está viva por sí misma, sino a través de la energía amarilla de esas gentes. Macció no se olvida de los elementos, ni los invisibiliza, sino que propone un juego en el que esos elementos, sean artificiales o naturales, compiten con fuerza, en la luz, en la oscuridad, en una carrera por subsistir. La Nueva York de Macció.

*Crónicas de New York se podrá visitar hasta el 23 de febrero de 2020, de martes a domingos de 12 a 20 en el museo ubicado en Olga Cossettini 141, Ciudad de Buenos Aires.

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