Enrique Jardiel Poncela, el “Dickens español”: el hilarante escritor que le puso voz a Dios en la Tierra

Dueño de una pluma sardónica y refinada, el autor de “La Tournée de Dios” escribió más de 100 títulos en su carrera mientras habitaba los cafés de la bohemia madrileña. Su muerte temprana y sin una peseta evitó que su leyenda se extendiera en el tiempo

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Enrique Jardiel Poncela, el autor que le dio voz a Dios
Enrique Jardiel Poncela, el autor que le dio voz a Dios

“Presentamos la novela casi divina… La Tournée de Dios. Una superproducción que tira de espaldas. Más de 13.000 líneas impresas. ¡Dios en España 15 días! Argumento, escenarios, dirección y ejecución de Enrique Jardiel Poncela”.

Siguen 393 páginas desopilantes…, pero no idiotizantes. Para reírse…, pensando. Cuarta y última novela del autor, escrita en 1932, esquivó por casi un lustro la brutal censura de Franco.

Advierte E.J.P.: “Este libro no es contra las derechas, las izquierdas, el capitalismo, el comunismo, el anarquismo, los creyentes, los ateos, los abstemios, los borrachos, los letrados, los analfabetos… En todo caso, es un libro contra la Humanidad”. La idea no pudo ser mejor. Digna de un súper best seller del siglo XXI…, pero mejor escrita. Por primera y única vez, ¡Dios baja a la Tierra!

El anuncio suena increíble, pero la fuente no. “Londres, 3 de marzo, Agencia Fabra: El corresponsal de la Agencia Reuter en Roma comunica que según informes de L’Osservatore Romano, la noche pasada, cuando Su Santidad el Papa atravesaba la galería que da al patio de San Dámaso, se le apareció el Supremo Hacedor y le anunció su visita a la Tierra en fecha muy próxima. El Papa, debido a la fuerte impresión, sufrió un intenso ataque de nervios y debió ser internado”.

La Tournée de Dios
La Tournée de Dios

Ahorremos prolegómenos…

Dios llega en una especie de dirigible (barquilla abierta), y en la estación de Atocha –muy cansado– se refugia en un vagón vacío. Viste un sombrero hongo color café y un guardapolvo de guarda de tren. Mira por la ventanilla: afuera, un caos. Todos los enviados de todos los diarios del mundo. Muchedumbre como jamás se ha visto. La pugna por acercarse a la estación es poco menos que una guerra. La represión es feroz. Hay muertos…

Dios murmura: “Siempre que aparezco yo pasan estas cosas”.

Falta poco para que el comité de recepción –periodistas de fuste– le hagan las preguntas que han preparado durante meses. Pero cierto doctor Flagg, el más insólito del comité, se acerca a Dios:

–¿Un vasito de jugo de limón helado?

–Si, hijo. Gracias.

–¿Un cigarrito?

–No fumo.

–Bueno, una vez es una vez. Son Murattis… (famosa marca suiza).

–Ya que insistes…

Y después de beber y fumar, le dice al doctor Flagg:

–Gracias, hijo. Eres el único que me ha comprendido.

Después, las preguntas:

–¿Cuándo hizo la Tierra Vuestra Divina Majestad?

–¿Vuestra Divina Majestad está satisfecha de cómo quedó la Tierra?

Etcétera. Sin omitir, claro, preguntas… ¡¡¡sobre su opinión del Diablo!!!, y sobre el Diluvio Universal: “¿Volverá a repetirlo alguna vez?”.

Me detengo. Spoiler, jamás. Sólo puedo adelantar que la partida no será igual que la llegada.

Enrique Jardiel Poncela
Enrique Jardiel Poncela

Y pido a gritos a quienes no hayan leído la (acaso) novela más original de su tiempo…, y también de otros tiempos: ¡No la dejen pasar!, y menos en tiempos inestables y de ceño fruncido.

Su padre, Enrique Jardiel Poncela, madrileño e hijo de un matemático y periodista y de una pintora, se crió entre bellas artes. Pero se apartó del dibujo, la pintura y la música para lanzarse al peligroso mar de la literatura. Y en esas tormentas fue un infatigable polígrafo…

Entre novelas, ensayos, piezas teatrales, novelas cortas y guiones de cine –algunos en Hollywood–, sin contar los miles de artículos periodísticos… ¡más de un centenar de títulos!, y en una vida corta: murió el 18 de febrero de 1952, en su Madrid y de cáncer (laringe), a los 50 años. Por añadidura, sin una peseta, y olvidado.

Heredó el mejor humor de Quevedo –sección amargo–, de Dickens, de Mark Twain, de Ambrose Bierce, de Oscar Wilde, de su compatriota y suicida Mariano José de Larra, y siguen las firmas…, sin copiar y escribiendo, frenético, día y noche, en los míticos cafés de la bohemia madrileña de los años 20 y 30: Gijón, Universal, Europeo, Granja El Henar, Las Salesas, Castilla, entre las sonoras diatribas políticas y ruido seco de las fichas de dominó…

El Teatro fue su gran amor-odio. Casi cincuenta títulos le depararon éxitos, indiferencia, fracasos rotundos. En todo caso, son ineludibles Eloísa está debajo de un almendro, Usted tiene ojos de mujer fatal, Los ladrones somos gente honrada, Las siete vidas del gato

En cuanto a novelas, más allá de La tournée…, son memorables Amor se escribe sin hache (sátira al género romántico edulcorado), ¡Espérame en Siberia, vida mía! (parodia de los libros de aventuras), y Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, acerca del mito de Don Juan.

Preso en los primeros días de la Guerra Civil por una acusación –dar refugio a un ex ministro republicano–, salvó su vida por eso que llaman “milagro”, y que acaso no fue más que una distracción del Generalísimo Fusilador…

Dos mujeres lo amaron y las amó. En su juventud, Josefina Peñalver, casada y madre de un hijo. Se separaron en 1927, derrotados por la miseria, pero de esa unión nació Evangelina, fiel a su padre hasta el final. Más tarde, en 1934, la actriz Carmen Sánchez Labajos, con quien tuvo su última hija (María Luz). Sólo los separó la muerte de Enrique.

Retorno a La tournée… Sorprenderá al lector formal línea por línea y sin interrupciones de timbre o teléfono, la irreverencia del estilo Jardiel Poncela, salpicadas sus páginas de dibujos, tipografía enorme cada tanto, onomatopeyas, fotos y grabados hurtados a diarios y revistas, gráficos, abundancia de (¡¡¡!!! Y ¿¿¿???), y advertencia estilo “Así termina el Libro Primero. Pasando la hoja siguiente encontrarán ustedes el Libro Segundo. ¡Ahora viene lo bueno!”

Lo menos que puede esperarse de un hombre que redactó su propia lápida: “Si buscáis los máximos elogios, moríos”.

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