—¿Te imaginás tu vida sin literatura?
—No. No me la imagino. Muy pronto decidí que eso es lo que iba a hacer, y ahora no sé hacer nada más. Nunca aprendí ningún oficio...
—Entonces tiene que salir bien sí o sí.
—¡Claro! De hecho, como que dinamité todas mis otras posibilidades. No terminé la licenciatura. Traté de sabotearme todo alrededor para que no me quedara otra que dedicarme a la literatura. Entonces, ahora no tengo nada más que hacer.
En este primer piso de un edificio antiguo en la calle Paraguay de Buenos Aires, donde funciona la Residencia de Escritores del Malba, Daniel Saldaña París habla de la literatura y dice que es un “micromundo”, una “burbuja con poca relación con la vida real y los horrores del fin del mundo que estamos viviendo”. Es mexicano, su acento lo delata. Está aquí porque quedó seleccionado como residente. Son cinco semanas para explorar la ciudad, los circuitos culturales y dedicarse a escribir. Además, algunas actividades que lo tienen como protagonista. Por ejemplo, esta tarde —que no es la tarde en que sucede esta entrevista— estará en la Biblioteca Malba conversando en público con Mauro Libertella. Su tema favorito: la literatura.
Hay un favoritismo pulsional, tal vez, pero que no es plenamente racional. La literatura, para Saldaña París, es un lugar necesario, pero no salvador. No endiosa el universo de los libros. Simplemente está aquí porque, por un lado, los dados del destino así lo determinaron, y por otro, porque él no dispuso resistencia. “No sé si sirve la literatura para algo, quizás sí sirve desde lo íntimo, para grupos de amigos, para nutrir discusiones sobre otras cosas”, dice y agrega: “Me sirve personalmente para reconciliarme un poco con el mundo, para imaginarme maneras de ver desde otros puntos de vista, imaginar cómo se vive desde otra persona, que es básicamente un ejercicio de empatía, y me parece que eso hoy hace falta”.
No es la primera vez que pisa suelo argentino. Ya estuvo en Buenos Aires y también en Tigre. Ahora, antes de que el grabador inicie su abducción, pregunta por las distancias y configura un plan mental del barrio de Palermo, donde ahora estamos. “Buenos Aires es una ciudad muy estimulante, muy vital. Sé que son todos lugares comunes pero es que realmente los cumple. Y además soy muy lector de autores argentinos, entonces siempre es un gusto venir y descubrir nuevos autores. Leí mucho a Saer, Di Benedetto, cosas así. Pizarnik. También mucho Borges y Cortázar, por supuesto. Y luego también muchos autores contemporáneos, que de pronto no recuerdo ninguno”, dice y sonríe. Algo en su cabeza se prende y agrega: “Aira me gusta... Y ahora estoy leyendo Cometierra de Dolores Reyes, que me está pareciendo espectacular”.
En el medio, una enorme mesa ratona de madera con libros, llaves y papeles anotados, está El nervio principal (Sexto Piso, 2018), una novela escrita con mucha sutileza, con mucha precisión, con un lenguaje fluido pero muy trabajado, como si se tratara de un orfebre veraniego. El protagonista es un niño de diez años, aunque hay un truco: en realidad es un hombre de 33 que recuerda un fragmento clave de su infancia: el verano de 1994, cuando su madre se fue. ¿A dónde? Logra leer la carta que Teresa, antes de partir, le deja a su padre, y allí lo dice, se fue a Chiapas. ¿Y qué pasaba en Chiapas, en el extremo sur de México, en 1994? El levantamiento zapatista, una rebelión campesina y aborigen que encabezó el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) instalando los famosos Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas.
El contexto político es clave pero la novela se mueve en un terreno hogareño, con lo cual poco importa estar al tanto de las hazañas del Subcomandante Marcos, de su famosa frase “¿La toma del poder? No, apenas algo más difícil: un mundo nuevo”, de la inspiración que fue para muchos movimientos y organizaciones políticas aquel modelo autónomo de organización popular y que, mientras el levantamiento ocurría, entraba en vigor el NAFTA, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte firmado por Canadá, Estados Unidos y México. Una novela que, desde los ojos ingenuos y a la vez muy creativos de un niño de diez años, el narrador sufre silenciosamente la sorpresiva soledad, mientras se obsesiona con el origami, los libros de Elige tu propia aventura y el estudio del comportamiento errático de los adolescentes que admira y detesta por igual.
—Empecemos por donde empezaste, la poesía.
—Sí. Empecé publicando poesía. No es que haya dejado de escribir poesía, pero sí he dejado de publicar.
—Sé que tenés un libro de poesía, Esa pura materia, que escribiste a los 23.
—Sí, y que no he vuelto a leer desde entonces. Ni siquiera tengo ya ejemplares de ese libro, no sé muy bien qué habrá pasado con él. Era un poco lírico, muy tradicional. Era muy poesía mexicana, porque la poesía mexicana tiene una onda medio preciosista, como de mucho cuidado del lenguaje, pero a veces puede ser demasiado retórica. Yo creo que ese primer libro era un poco de eso. Pero luego publiqué un segundo libro de poesía, La máquina autobiográfica, que ahora se acaba de reeditar en Chile, y con ese estoy contento. Cambié algunas cosas para la segunda edición, pero es básicamente el mismo libro, aunque no es exactamente de poesía. Son como textos híbridos: apuntes, hay algunos que son poemas de viajes que podrían ser como breves relatos.
—¿Cómo fue el pasaje al género de la novela?
—Pues pasé muchos años escribiendo mi primera novela, En medio de extras víctimas. Quizás empecé a tomar los primeros apuntes al mismo tiempo que escribía mi primer libro de poemas y se fue transformando, la novela empezó siendo una cosa muy seria como con pretensiones filosóficas un poco atragantadas y luego la reescribí tantas veces que con cada reescritura se iba haciendo un poco más humorística e iba cambiando como el tono, y eso al cabo de cinco años, en algún momento, me di cuenta que tenía terminada la novela. Tuve una residencia en Montreal con un apoyo de una institución de allá y aproveché ese tiempo para terminarla y darle las últimas correcciones.
—Y esta es la última: El nervio principal.
—Así es, la segunda y más reciente, que me tardé menos. Yo estaba escribiendo otra cosa, una novela que ahora he retomado pero que en algún momento necesité poner en pausa, y como que de esa pausa salió El nervio principal, que la escribí como en un año.
—¿Cómo surge la idea de esta historia: la partida de una madre que se va a Chiapas a luchar junto al Ejército Zapatista, todo narrado desde la mirada de un niño?
—Quería escribir algo que tuviera a un niño como protagonista. No sabía cómo abordarlo. Hice un par de intentos tratando de narrar desde el punto de vista del niño con una voz infantil, pero me parecía muy limitante en términos de sintaxis y léxico, y al final encontré esta voz o esta fórmula, que ya es una fórmula que existe, desde luego, y que pasa desde Proust, que es la voz de alguien que recuerda su infancia. Entonces terminó siendo un libro sobre la memoria, también sobre la infancia, pero más de la memoria como género de la ficción.
Mexicano, claro, y particularmente de la Ciudad de México. Allí nació Daniel Saldaña París en 1984. Tiene dos poemarios y dos novelas. Podría decirse que se encuentra en el preciso momento en que sus libros empiezan a conformar una obra. “No escribo autoficción o autobiografía... o aún no lo he publicado”, se corrige automáticamente porque, ya lo dirá después, escribe sin parar. Como si fuera algo más que una profesión, una debilidad, que necesita volcarla sobre los renglones de un cuaderno o sobre el titilar molesto del cursor en la página de Word. Sobre El nervio principal dice: “No hay tanto autobiográfico en esta novela; sí, quizás, los escenarios, los ambientes, la época: yo era un niño de diez años en el 94, que es la circunstancia del narrador y protagonista”. Aquel 1994, fue “un año crucial en México”: elecciones presidenciales, levantamiento zapatista, crisis económica. Lo que le pasó a ese niño ficcional —que la madre haya decidido ir a combatir con el EZLN en Chiapas— no lo corrió a él, pero sí “es algo que le pasó a algunos amigos míos”, revela.
—Hay una frase de El nervio principal que dice: “Escribir sobre el pasado es escribir hacia adentro”. ¿Cuánto de introspectivo hay en tu escritura?
—Hay mucho de introspección. Creo que también con esa frase me refería un poco al sistema de escribir precisando cada vez una imagen, es decir, en vez de seguir avanzando y contar eventos y narrar más y más acontecimientos que se van encadenando, tratar de detenerme en una imagen o en una escena e ir precisando y explorando sus matices. Eso es algo que me interesa muchísimo hacer: tratar de pensar algunas escenas de manera detenida, como instantáneas en las que te puedes ir sumergiendo como si describieras un cuadro o algo así.
—Se podría leer como una novela política también.
—Me interesa que exista también una lectura política de esta novela en particular.
—Pienso en el movimiento zapatista y quisiera preguntarte cómo ves hoy a la sociedad mexicana ,y su posición frente a ese levantamiento y al tipo de gobierno que han implementado.
—El movimiento zapatista ha cambiado y es algo muy interesante ahora. Y la relación de la izquierda mexicana en general y de la sociedad con el movimiento zapatista, creo yo, está en uno de sus mejores momentos. Pasó de ser un movimiento armado, de ser percibido fundamentalmente como un movimiento armado, a ser una propuesta de modos de organización distintos. Siguen existiendo municipios autónomos gobernados por los zapatistas donde la toma de decisiones está basada en modos de organización indígenas con un alto de protagonismo de las mujeres. Los zapatistas también siguen convocando encuentros con escritores, con artistas, con intelectuales y periodistas, y hacen también una especie de congreso de mujeres en lucha donde convocan a mujeres de diversos feminismos de todo México a contar sus experiencias. Es un movimiento muy vivo en ese sentido y que, creo, se ha convertido en una voz importante de oposición al gobierno actual desde la izquierda, que creo que es algo muy necesario y que no se debe perder de vista.
—Sobre todo cuando en América, pero también en el mundo, hay una derechización creciente. ¿Cómo ves a México en este panorama?
—Pues México está mejor que antes. Está López Obrador que, dentro de lo que cabe, tiene una visión más progresista que los predecesores inmediatamente anteriores. Pero también tiene sus bemoles, es decir, ha tenido como gestos un poco ambiguos de apertura hacia los grupos evangélicos que son preocupantes, me parece, y en ese sentido tiene que haber una observancia muy atenta desde la izquierda, sobre todo para exigir que cumpla con sus promesas de campaña y que sí lleve a cabo una política progresista, porque es un gobierno, no por López Obrador sino por las personas que conforman el partido, que contiene desde empresarios hiper liberales y neoliberales hasta viejos dinosaurios del PRI que se incorporaron a último momento. Entonces sí me parece importante que haya un seguimiento de todas esas políticas por parte de la sociedad civil y de grupos de izquierda organizados como el zapatismo para que no derive hacia un gobierno más reaccionario.
—¿Y sos optimista?
—No soy optimista respecto a nada nunca —dice y se echa a reír—, creo que todo va a salir mal, incluso peor que mal. Pero bueno, espero estar equivocado.
—Volviendo a la literatura... uno suele pensar en corrientes literarias a partir de ciertos momentos políticos. ¿Cómo ves la literatura mexicana contemporánea?
—No soy un gran lector de mis contemporáneos nacionales. O sea, sí los leo, pero soy muy desorganizado en mis lecturas y tengo tan poca distancia respecto a muchos de ellos que me cuesta hacerme de una opinión. Hay cosas muy interesantes, por ejemplo, las mujeres están escribiendo una literatura muy, muy, muy fuerte, muy distinta de lo que se solía escribir en México, alejada de ciertos formalismos, de ciertas tendencias muy retóricas de la literatura mexicana. Hay un puñado de autoras que van de Valeria Luiselli, Verónica Gerber Bicecci, Laia Jufresa, Úrsula Fuentesberain... Hay una nueva generación de escritoras que a mí me interesa muchísimo y que me parece como de los más rescatable del panorama en México ahora mismo.
Parte de la infancia de Saldaña París se vislumbra en El nervio principal y no se trata sólo de simples casualidades. La memoria, el tema que le interesaba trabajar en este libro, es lo que jaló de un tirón a la literatura. En la escuela, cuando tenía diez años —la misma edad del protagonista—, tuvo que memorizarse un poema de Federico García Lorca, “que a la fecha medio me sé, no completo, pero casi”. Se titula “El niño mudo” y, en su palabras, “me sedujo mucho la dimensión fonética y musical de la poesía, y de chiquito empecé a escribir y hacer mis primeros ejercicios de imitación de Lorca y también de Oliverio Girondo, un poeta que me gustaba mucho de chico”.
Un día, su padre encontró un poema que Daniel había escrito y decidió mandarlo a un concurso literario que convocaba una radio universitaria. “Era para niños que escribían poesía, o algo así. Y gané. El premio era un juego de mesa muy raro basado en el surrealismo. Era una especie de Monopoly del subconsciente donde ibas avanzando casillas y conquistando territorios azaroso y todo tenía que ver con juegos surrealistas y tenía citas de André Breton y demás. Y ahí como que me empezó a fascinar el tema. Siento que un poco empecé a escribir amparado por la fascinación de las vanguardias”.
Pasó el tiempo y empezó a leer con más frecuencia, hasta que se volvió una obsesión. Luego estudió cuatro años Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, pero decidió regresar a su país. “En México hay muchas becas. Hay un buen sistema de apoyo a creadores jóvenes que funciona muy bien. Como a los 22 tuve una beca y con eso escribí mi primer libro. Esas becas te obligan, no a un taller literario, pero sí a una serie de encuentros con tus pares y con un par de tutores que te orientan o te dan sus impresiones de lo que escribes. Y luego tuve una segunda beca de una fundación privada, la Fundación para las Letras Mexicanas, y también un taller de poesía semanal durante un año, un año y medio”.
—Dijiste que seguías escribiendo poesía.
—Escribo como notitas en mis cuadernos, que ya no sé yo si son poemas o no. Supongo que algo parecido, sí.
—¿Tuviste o tenés un diario personal?
—Sí, llevo un diario personal. Bastante cotidiano. No diario, pero cada dos o tres días escribo.
—¿Cómo es el proceso para que eso se pudiera transformar en algo publicable?
—No sé, estoy tratando de descubrirlo, porque paso tantísimas horas escribiendo mi diario personal que me encantaría que saliera algo de eso, pero no sé todavía muy bien cómo hacerlo. Me gusta mucho el ejercicio de Piglia, con sus diarios, que se esperó hasta el final de su vida y luego los utilizó como punta de partida. Hay tal cual entradas de sus diarios, pero forman parte de un mecanismo de ficción más general. Me gusta ese tipo de ejercicios, donde el diario termina como integrado a un texto de otra naturaleza.
—Y con la literatura del yo, la autoficción, ¿cómo te llevás?
—Bien... no sé. Creo que hay una especie de fijación con el tema de la autoficción y de las literaturas del yo que es un poco extraliterario. Una especie de moda que responde también a exigencias del mercado que todavía no sé muy bien cómo interpretar, donde hay un montón de cosas que siempre se han escrito y que siempre se han publicado como novelas o como autobiografías o como cualquier otra cosa y que ahora caen adentro de esa categoría un poco híbrida o más difusa. Yo no siento necesidad de llamarle literatura del yo o autoficción, es decir, creo que hay novelas, hay libros. Me parece que la obsesión por etiquetarlo es más del mercado que de los propios autores, aunque haya muchos que se presten al juego.
—¿Y te interesa la verdad, en ese sentido?
—Sí me interesa. Creo que la ficción es también una forma de la verdad. La ficción expresa verdades. No creo que sea tan sencillo como decir "todo lo que escribo es verdad" o "todo lo que escribo sucedió". Desde el momento mismo en que uno escribe hay un proceso subjetivo. Todo lo que pasa por el lenguaje y por la sensibilidad está teñido por esa subjetividad y es difícil decir que algo sucedió tal cual. Es decir, sino estamos haciendo periodismo.
* Daniel Saldaña París: Entrevista pública con Mauro Libertella. Miércoles 9 de octubre a las 19 horas. Biblioteca Malba, Avenida Figueroa Alcorta 3415, Buenos Aires.
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