Me encuentro un sábado a la mañana con Jean-Noël Pancrazi en un hotel impersonal en Palermo. La mañana está nublada y fresca pero aun así el autor elige llevar a cabo la entrevista en el patio del hotel; y es que va a fumar compulsivamente todo el tiempo que dure la entrevista. Tiene una voz ronca y habla un castellano clarísimo excepto por el uso del “ser” o “estar” que confunde en frases como “estuve un niño muy enamorado del cine”. Pancazi tiene ojos profundamente celestes e inquisidores. Llegó a Argentina para participar del FILBA y dice que piensa quedarse en Buenos Aires una semana al menos porque quiere conocer el Río de la Plata “se me hace un río mágico; todos lo nombran pero no lo veo”.
Pancrazi nació en Sétif un pequeño pueblo de Argelia y abandonó el país con su madre en 1962 luego de su independencia para instalarse en Francia. El padre viajaría un poco más tarde, cuando ya no hubo para él lugar que lo aceptara. Pancrazi es novelista, crítico literario y miembro del jurado del Premio Renaudot desde 1999.
La entrevista gira en torno a La montaña, una breve novela autobiográfica publicada en Argentina por Empatía y que cuenta la historia de Pancrazi durante la larga y desmesurada guerra de Argelia. Y en particular se detiene en un evento traumático ocurrido en una montaña de su pueblo. Es una novela acerca del dolor, el destierro y la crudeza de una infancia entre el horror, el miedo, las prohibiciones y la belleza de saberse oriundo de un lugar. La montaña es la infancia, el refugio y también el lugar de la tragedia que Pancrazi arrastra hasta estos días y que hace pocos años decidió convertirla en pequeño libro que se lee con el corazón en la mano.
-¿Qué fue lo que lo llevó a escribir “La montaña”?
-Hace como quince años tenía las primeras páginas, cuatro páginas y las tenía guardadas porque no podía adelantar más y un verano hace unos seis años me dije, es quizás el momento de volver a estas páginas y ver por qué no puedo adelantar más. Y escribí toda la novela de un golpe, bastante rápido. Es breve pero la tenía en mi cabeza y no tenía el coraje de escribirla. Es una novela que esperaba su momento, el momento en el que yo pudiera escribirla y la llevé en mi inconsciente hasta que pude escribirla. Es como una ley interior que me rige. Por eso dejo pasar tiempo entre los libros, quizás sea porque soy perezoso pero cada libro necesita un tiempo.
-En “La montaña” hay innumerables referencias al cine. ¿Qué importancia tiene el cine en su vida?
-Ah, sí. Tienes razón. Desde mi infancia he ido al cine y en Argelia el cine tenía mucha importancia. Era una parte importante de la forma de vida en Argelia, ir al cine el jueves o el domingo era un evento. Había dos horarios, a las 2 de la tarde y a las 5. Para mí era el mejor momento de la semana. La segunda razón es que era durante la guerra y entones no había otro divertimento, el cine era el único divertimento. Y yo vivía en un pequeño pueblo, no en la capital de Argelia y a veces se presentaban las películas cono “estreno absoluto” y eso me ponía muy orgullosos, que en mi pueblo se mostrara la película antes que en las grandes ciudades. ¿Y cómo eso era posible? Yo me sentía tan orgulloso. Y cuando era niño conocía al dueño del cine que estaba conmovido con mi fidelidad al cine, western, italianos, lo que fuera. Entonces me daba los programas y yo los coleccionaba en una carpeta donde registraba qué película era, los nombres de los actores y directores. El cine ha tenido siempre mucha importancia en mi vida, como la literatura. Hay películas que han sido tan influyentes en mi vida como alguno de los libros que he leído.
-Pareciera también que el cine era un momento de escape
-Exactamente. Y al mismo tiempo era una época, la de la guerra, que había atentados en los cines. Era como una excitación extra. Era la amenaza del placer, estaba todo mezclado. Los afiches tenían mucha importancia, era una ilusión. Los afiches eran coloridos. El rojo, el amarillo, todo muy violento.
-También atraviesa la novela la idea de Dios, de la creencia y la no creencia en Dios
-Yo era un niño y tenía la costumbre de ir a misa todos los domingos, iba cada domingo a la iglesia. En la novela hay un personaje que se pregunta a los gritos luego del evento trágico de la muerte de los niños ¿por qué? ¿Dónde estaba dios? Y esa era y sigue siendo mi pregunta. Es un escándalo. La muerte de los niños no se podía justificar, ni ayer ni hoy. Y ese grito del personaje, es mi grito también. Y la creencia o la no creencia son a partir de esa pregunta. No digo que Dios no exista. Ese no es el problema. Es el problema del mal en el mundo. ¿Cómo es posible el mal? ¿Cómo es posible el placer de hacer mal? No es tanto el problema de dios sino porque permite el mal. Y los niños, es un escándalo, porque son completamente inocentes. Hay algo de lo perverso, que viene dado con la guerra. La guerra trae la perversión, los hombres son diferentes y pueden ser más perversos. Quizás perversos no por ellos mismos sino por obedecer a un hombre más perverso que ellos. La guerra es una graduación de la perversión.
-Hay un momento en la novela en la que el personaje habla del momento en que su padre huía de Argelia había un musulmán que lo defendía. Y luego dice que tal vez esa persona podría haber sido el asesino de los niños.
-Porque el problema del mal no es el problema de la gente sino de la historia con hache mayúscula. Pero la gente era solidaria por ejemplo entre los árabes y mi padre que no era dueño del molino pero los dirigía y tenían una confianza, había cariño. Pero es siempre el problema es la guerra. En un momento mis padres estuvieron obligados a partir y no era por los obreros o muchos de los habitantes sino la ley, el movimiento general, la política. Es absolutamente cierto que los pueblos tienen derecho a ser independientes, pero la verdad es que los franceses y los árabes convivían en paz, aunque no todos eso también es cierto. En el caso de mis padres, ellos entendían bien la necesidad de la independencia. La guerra fue a causa de los dueños de las grandes fincas que querían quedarse. Pero nosotros no teníamos nada. La gente no tiene otra posibilidad que inclinar la cabeza.
-La infancia, ¿es la patria?
-Sí, porque todos los sujetos cuando se acercan a terminar su vida, y luego no hay nada pero hay una cosa que queda y es la infancia y siempre se puede volver a los recuerdos de la infancia, es como un tesoro interior. Yo he cambiado muchísimo desde la infancia pero no la mirada sobre el mundo.
-¿Cómo es eso?
-Como escritor tengo una mirada, una distancia, y cuando estuve en el patio de Argelia tuve la mirada de la infancia. Creo que el escritor, según mi entender, debe estar un poco distante y completamente en las dos cosas a la vez. Debo estar entre la mirada directa, sencilla, y luego al escribir volverme distante para ver las cosas con claridad. Y esa es la complicación. Es necesario tener empatía. La patria sí es la infancia porque un niño entiende todo y un niño es naturalmente indulgente con el mundo.
-Otro punto importante en la novela, además de la infancia, es el lugar para morir. Elegir el lugar para morir.
-Esa es la pregunta para mí hoy, es la pregunta más importante. No tengo un lugar para morir, no puedo volver a Argelia y si bien Francia es mi patria no lo es enteramente. Quizá vaya a morir en Buenos Aires, si es que aquí hay un lugar para mí. Eso es posible también. No tengo una tierra para volver y para morir, no tengo eso. He tomado conciencia de eso hace poco tiempo. Es verdad que en la novela lo digo, no lo había pensado así.
-¿Es esa la condición del exiliado?
-Sí, yo estoy muy celoso de la gente que tiene una tierra, una casa, una familia, la navidad juntos, el fin de año. Yo nunca conocí eso porque mi familia era muy particular, porque mis padres se divorciaron cuando ya estaban en Francia. No fue solamente la separación de una tierra sino que también se separaron entre ellos. Y había dos guerras, la de Argelia y la de mi casa también. Nunca conocí la tranquilidad de una familia unida y ahora es demasiado tarde para eso. Y sí, los exiliados tienen una capacidad, una suerte de adaptarse muy fácilmente. No es solamente la superación del dolor, sino también la capacidad de adaptarse.
-Casi al final de la novela se hace mención a la búsqueda de su padre por tener los documentos para poder sentirse, sino querido, al menos aceptado.
-Ese sigue siendo el problema hoy porque la gente que viene de otros países lo que pregunta o pide no es ayuda o dinero sino respeto. Conozco bien las cosas. Cuando un migrante llega al país, no tiene dinero, no habla el idioma. Lo más importante es lograr que lo respeten; ni siquiera que lo quieran sino que lo acepten, lo reconozcan. Para mi es normal aceptar al otro, pero me pasó que cuando llegué a Francia no fuimos aceptados.
-Ustedes huyen de Argelia porque ya no son aceptados, y llegan a Francia y tampoco son aceptados.
-Esa es la razón por la que he escrito una novela hace como cuatro años que se llama Indetectable y es la historia de un hombre joven que viene de África y que por más que tiene los papeles no es aceptado y conozco bien el caso y la necesidad de que los respeten. Hay tanta riqueza, tanto para aprender del que viene de otro lado porque los inmigrantes ven la realidad directamente, como los niños, sin el filtro de la cultura. Y su vida se define en el día hasta la noche y la mañana siguiente es otra historia. Es gente con mucho coraje, llegar a un país sin papeles, sin dinero, sin hogar, se necesita mucho coraje. Y mucha dignidad, los africanos tienen mucha dignidad. Y esa dignidad exige que los respetemos.
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