Donna Haraway es, sin lugar a dudas, una de las filósofas feministas vivas más importantes a nivel global. La singular combinación de su formación —Haraway se doctoró en Biología— es causa y reflejo de su forma única de pensar y destruir la oposición entre lo salvaje y lo tecnológico, que se viene reflejando en su trabajo desde la década del ‘80, con la publicación del ya célebre Manifiesto Cyborg. En su último libro, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chtuluceno (editorial Consonni), Haraway vuelve a aplicar esta perspectiva al tiempo que la renueva para pensar los dilemas a los que nos enfrentan la debacle ecológica, la precarización económica y la crisis de nuestros sistemas políticos y familiares.
A sus 75 años, Haraway es casi una millennial en el uso de las nuevas tecnologías. A lo largo de esta entrevista con Infobae Cultura, que se realizó vía Skype, la filósofa estadounidense chequeaba lo que sucedía en Twitter, por ejemplo, mientras detrás de ella, en su hogar californiano, se oía el sonido de los pajaros y, detrás de un ventanal, se observaba el ir y venir de sus mascotas en un parque frondoso.
-Usted escribió el Manifiesto cyborg hace más de 30 años; hoy, muchos leen ese texto como visionario o premonitorio. ¿Usted lo lee de esa manera? ¿El cambio político, sociológico y tecnológico fue en la dirección que usted imaginaba en ese momento?
-Bueno, sí y no. El Manifiesto cyborg, creo, no quiso predecir el futuro, sino excavar el presente, entender la tecnocultura, los lugares de contacto orgánico-tecnológicos en las profundidades de la historia y el capitalismo, entender la relación entre el feminismo tanto con la tecnología como con el mundo orgánico y bloquear la oposición binaria entre lo vivo y lo tecnológico. El Manifiesto tuvo en algún sentido una cualidad de ciencia ficción, pero ante todo tenía una cualidad futurista: hablaba más de un presente denso. Y algunas tendencias han continuado hacia donde estamos ahora y otras, no. Hay ideas correctas e ideas incorrectas en ese ensayo.
-¿Por ejemplo?
-Bueno, su intención era situar el presente, no predecir el futuro. Así que creo que...creo que había un tono esperanzado en relación con el activismo digital y la democracia digital en ese período, y hoy soy mucho menos optimista sobre eso. Creo que el modo en que las redes sociales se han desarrollado, ofreciendo a sus usuarios como mercancía, por poner un solo ejemplo, o el uso de los datos por parte de los Estados, las corporaciones y las fuerzas armadas, creo que todo esto fue mucho más lejos de lo que cualquiera de nosotros imaginó en ese momento, o al menos de lo que yo imaginé. Así que creo que el tipo de activismo y el tipo de trabajo que debemos hacer ahora es aún más serio.
-Quizás cuando usted empezó a escribir internet se sentía como un espacio de libertad, ¿y hoy no se siente así?
-Bueno, se había vuelto de acceso público hacía muy poco, pero por supuesto, creció a partir de la defensa de DARPA (nota: la agencia que en Estados Unidos responsable del desarrollo de nuevas tecnologías para las fuerzas armadas). Internet descendió directamente del software para las comunicaciones digitales militares. Se volvió accesible a una audiencia mayor, y devino un espacio público y libre, en parte porque los investigadores, incluyendo los investigadores militares, necesitaban eso para sí mismos; pero internet no fue nunca un lugar inocente. Sí era un espacio de posibilidad, un lugar que permitía la apertura de nuevos tipos de públicos, pero no porque fuera “libre” en un sentido inocente, sino porque era un espacio público que nosotros queríamos habitar.
-¿Internet era un espacio seguro, y ahora?
-Estoy de acuerdo en que las redes sociales de todo tipo —por supuesto, esas son plataformas de internet, no es “internet”— , son plataformas que son muy abiertas al bullying sistemático, al trolling sistemático... creo que estoy de acuerdo en que estas plataformas han permitido una profundización de la violencia digital. No diría que estoy sorprendida porque eso ya estaba ahí antes, pero no con esta intensidad. Pero creo que nuestros mundos públicos, no solo internet, sino en un sentido más amplio, están abiertos niveles de venganza, violencia y brutalidad en modos muy nuevos que eran raros hace solo unos años. Estamos viviendo un período de escalada de violencia, incluso en internet.
-¿O sea que usted es menos optimista de lo que era? ¿Respecto de internet y quizás del mundo en general?
-Bueno, estoy un poco en contra de términos como “optimista” y “pesimista”. No creo que una persona seria pueda ser ninguna de las dos cosas. Creo que tratamos de ser gente sería en general (se ríe) y tratamos de ampliar los espacios de florecimiento y contener los espacios de violencia y destrucción, y creo que hay períodos históricos en que eso sea hace sistemática y estructuralmente más difícil. Creo que estamos viviendo una de esas épocas. De modo que no es que no crea que están sucediendo muchas cosas maravillosas, y que se abrieron muchas posibilidades fantásticas que veinte o treinta años atrás no estaban disponibles, pero creo que estamos viviendo tiempos extremadamente peligrosos.
-¿Cómo se siente respecto de ideas más claramente pesimistas, como la de, por ejemplo, Slavoj Žižek?
-Francamente, me aburre el pesimismo (se ríe). Creo que es predecible y no demasiado interesante. Me parece mucho más interesante, por ejemplo, el trabajo de los activistas indígenas en la alianza Just Transition, o la gente que conocí en agosto en Colombia, que están trabajando en alianzas con campesinos, con luchas por la tierra y el agua, trabajando con artistas y performers políticos, académicos, creando mundos con otras personas con mucha energía y generatividad. Y creo que deberíamos estar citándonos los unos a los otros. No creo que tengamos que seguir citando a los mismos varones aburridos.
-¿O sea que quizás gran parte del pensamiento más interesante hoy sobre el futuro está sucediendo en las periferias, no solo en términos de identidades sino en términos geográficos, fuera de Estados Unidos y Europa?
-Absolutamente. Estuve dos semanas en Colombia en agosto, y algo sabía, trato de mantenerme al día, pero realmente me sentí muy impresionada, muy entusiasmada, por el nivel de la escritura, el arte, la organización, el compromiso, el cuidado, y por la ignorancia mía propia y de mis colegas sobre lo que se está publicando en Latinoamérica. Creo que no es simétrica: nuestro trabajo es mucho más conocido en varias partes de Latinoamérica que la inversa. Y me parece muy importante tratar de trabajar para cambiar eso. No es que crea que no hay cosas interesantes sucediendo en Europa y Norteamérica, que de hecho son lugares más diversos, son mucho más que varones blancos. Hay trabajos muy ricos y muy diversos, y creo que deberíamos estar citándolo.
-Para muchos, usted es una de las teóricas más importantes trabajando en el movimiento posthumanista; sin embargo, en Seguir con el problema, usted rechaza la etiqueta varias veces.
-¡Sigo tratando de despegarme, una y otra vez! (Se ríe)
-¡Y se nota! Pero me interesaba entender más claramente por qué.
-Se escriben muchísimas cosas muy interesantes bajo el signo del posthumanismo. Y mucha gente que quiero y admiro, por ejemplo Rosi Braidotti, muchos más, usan el términos de formas creativa, política y filosóficamente interesantes. Estoy con ellos. Suelo decir que no soy posthumanista, soy compost: lo digo un poco en chiste pero un poco en serio. En parte es un chiste entonces, pero pone el acento en el carácter multiespecie y multisituado del movimiento más claramente. Creo que la palabra “posthumanista” nos mete en problemas. Por un lado, suena demasiado como “posthumano”, como lo usa a veces cierto tipo de pensamiento tecnofílico optimista, sosteniendo que podemos ser “post humanos”, “más que humanos”, y yo no creo eso. Pero creo que la palabra... suena un poco como eso. Y no me gusta. Es como en la palabra “postmodernidad”: se le pide al prefijo “post” que signifique demasiadas cosas, y la categoría problemática (“humanismo”, “modernidad”) queda como intacta, incluso si los escritores que están usando estos términos están haciendo algo muy distinto. Creo que eso les resta. Mis amigos no están de acuerdo (se ríe), pero yo lo siento así.
A lo largo de su obra, Haraway fue desarrollando, de algún modo, la idea de que el feminismo no es solamente “el problema de las mujeres”, sino que se trata, en algún sentido, de un abanico de posibilidades para destruir el binomio naturaleza/cultura y pensar esas relaciones de un modo más fluido e inteligente. Haraway discute constantemente la idea de que la tecnología es “mala” y que “la naturaleza” es el terreno de la inocencia y la pureza, pero se niega a armar muñecos de paja que sostengan estas posiciones. Cuando se le pregunta por su relación con el ecofeminismo o si tiene diferencias con algunas posiciones del activismo por los derechos de los animales, por ejemplo, contesta con cuidado: “Es una pregunta complicada porque el ecofeminismo no es una sola cosa; tiene ya una historia profunda, de varias décadas, y yo no soy el tipo de pensadora o de persona que señala a sus enemigos y luego se distingue de ellos afirmando tener una posición mejor. Muchas personas que se identificaron o se identifican como ecofeministas han hecho un trabajo muy importante, incluyendo trabajo poscolonial y decolonial, trabajo multiespecies”, dice Haraway, muy atenta a su propio concepto de “pensar-con” otros. “No me interesa producir una versión simplista de lo que es el ecofeminismo; prefiero preguntarme por las posiciones específicas de cada autor, por las luchas políticas que plantean, y en cuáles podemos enfocarnos, con cuáles debemos formar alianzas y cuáles debemos mantener a cierta distancia. No me interesan las taxonomías, armar tablas de feminismos o de ninguna otra cosa”.
-En Seguir con el problema se refiere a Pigeon Blog, un proyecto artístico político que involucró trabajar con palomas para concientizar e informar sobre la contaminación, y que fue criticado por activistas de los derechos de los animales.
-Fue criticado por algunos activistas de los derechos de los animales en California ese año, no por “activistas de los derechos de los animales” en general. Es importante aclarar eso, muy importante. Hay fuertes tendencias puritanas en algunos aspectos de la abogacía por los derechos de los animales, pero hay fuertes tendencias puritanas en cualquier movimiento. Conozco muchísimas personas que trabajan en los derechos de los animales que no hubieran protestado contra el proyecto. Así que sí, hay puritanos, y en este caso trataron de acabar con el proyecto y no lo lograron. Pero de ninguna manera eso dice algo sobre el activismo de los derechos de los animales en general.
-No, claro. Pero pensaba que quizás había una discusión posible sobre qué tan esencialista o “purista” es el concepto de naturaleza con el que a veces nos manejamos. Quizás es algo en lo que tendríamos que seguir trabajando.
-Lo que estoy haciendo, ante cada pregunta, es rechazar lo conceptos de esencialismo o antiesencialismo. Es lo que trato de hacer siempre, no hablar en esos términos sino mantenerme más situada, más fluida en mis categorías, más receptiva a lo que las personas están escribiendo y diciendo. Y creo que el problema de pensar con etiquetas incluye a la etiqueta “esencialista”. Sencillamente no quiero ir a esos lugares.
-Está en una búsqueda de una forma de hacer filosofía que no sea necesariamente agresiva.
-Lo que intento es no cerrar discusiones con etiquetas que nos silencian a todos. Aplicamos una etiqueta y damos por hecho que sabemos lo que otra persona es o piensa, y muchas veces no es así. Intento mantenerme abierta a las alianzas. Eso no significa que esté en contra de la crítica, o de argumentar apasionadamente contra una idea. De lo que estoy en contra es de decir, “ok, ahora puse a esta persona en la caja con la etiqueta ‘esencialismo’, así que ya no tengo nada más que conversar con ella”.
-En relación con la actualidad, y con esta idea de la apertura a las alianzas, ¿por qué cree que las generaciones más jóvenes —las que tienen como referente a Greta Thunberg— están más interesadas en la lucha del cambio climático, mientras que sus pares mayores pueden ser menos receptivos?
-¿Consideras que son sus pares, no? (Se ríe) Antes que nada, estoy muy movilizada por los jóvenes que están hablando en la ONU, incluyendo a Greta, pero no solo a ella. Me interesa mucho Autumn Peltier, una joven activista del agua de 13 años, que pertenece a la tribu Anishinaabe de Winnipeg. Son dos de muchas ellas. En otras palabras, se trata realmente de un grupo multiregional y multiétnico de jóvenes. Y soy una gran admiradora de Greta. Por otro lado, el modo en que una niña blanca sueca recibe toda la atención me molesta mucho; pero eso no es su culpa, es culpa de la prensa. Así que me interesa enfatizar las alianzas amplísimas de la gente joven que participa de este movimiento. Y me interesa mucho también notar a qué adultos están pidiéndoles una rendición de cuentas. ¿A los adultos en general? Bueno, a veces la retórica funciona así. Pero no son los adultos “en general” los que están ignorando sus demandas. Son adultos situados, en determinadas posiciones en relación con el capital, en la industria de los combustibles fósiles, en la minería, en finanzas, en el poder del Estado, en situaciones de privilegio institucional. No creo que se trate de los adultos en general: esos son los adultos que se niegan a actuar. Muchos adultos, como usted y como yo, que apoyan a esos jóvenes y han defendido posiciones como las suyas por décadas. Así que estoy interesada en la continuidad de las generaciones así y en las posibilidades de que lo que estos jóvenes están diciendo llegue con cada vez más fuerza a públicos cada vez más amplios, por lo que tienen para decir, porque están defendiendo sus propios futuros. Me niego a pensar que el problema son los “adultos” en general.
-En Latinoamérica, o al menos en Argentina, la idea de que no debemos ocuparnos del medioambiente porque “tenemos problemas más graves” sigue siendo muy generalizada. ¿Qué le diría usted a quiénes piensan eso?
-Creo que ya están pensando en estas cosas, con sus alianzas correspondientes, y no necesitan que yo les diga nada (se ríe). Habiendo dicho eso, creo que las categoría como “cambio climático” y “calentamiento global” pueden ser un poco difíciles, y a veces se trata de que hagan demasiado trabajo estas categorías. Por insistir en usar ciertos vocabularios podemos clausurar alianzas que son necesarias. De modo que en realidad creo que vale la pena preguntar, a quien dice que hay cosas más importantes, bueno, ¿cuáles son esas cosas? ¿La economía, la pobreza? Bueno, todo eso está muy conectado con el proceso que está llevando a la extinción de especies, la extracción de agua, el agotamiento de los suelos y el desplazamiento de poblaciones de sus tierras. Quizás estas cosas están relacionadas, pero las relaciones no se ven tan fácilmente si la única categoría de la que estamos dispuestos a hablar es “cambio climático”. Así que, ¿cómo pensamos de forma más interseccional, cómo pensamos con más de un término a la vez? Creo que cómo lidiar con lo que sucede en el contexto argentino, con el extractivismo, la industria ganadera, el modelo del feedlot, la extensión de los campos de soja y etcétera… todo eso está profundamente relacionado con la extinción masiva y el cambio climático. Hablar más de relaciones entre problemas, en lugar de dejar que cualquiera diga “tal cosa es más importante”: hablar de relaciones entre problemas, no necesariamente empezar siempre desde el mismo lugar a conversar. Y creo que los jóvenes pueden necesitar ayuda con esto, porque creo que todos tendemos a pensar en categorías que se vuelven estáticas muy rápido. De hecho no estoy pensando tanto en los jóvenes de ahora como en mí misma, cuando era joven. ¡Yo estaba completamente segura de que tenía razón en todo! Y esa ferocidad era refrescante pero también era pesada. Creo que es muy fácil en esa época de la vida quedarse un poco fijado en determinadas categorías, porque sos muy joven, no tenés mucha experiencia ni mucha paciencia.
-¿Quizás necesitamos más espacios intergeneracionales?
-Sí, absolutamente. Y permitir que los jóvenes nos llamen “vendidos” o “traidores” (se ríe); no hay que ser tan hipersensibles. Activar las alianzas, ponerlas a trabajar. Incluyendo gente de mi edad, tengo tres cuartos de siglo ya, debería usar mis privilegios como persona mayor, en lugar de negarlos. ¿Y qué sería usar nuestros privilegios como personas mayores? Bueno, por ejemplo, implica hacer uso del poder acumulado, por ejemplo, en todos los sentidos en que podamos.
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