La mañana del 26 de septiembre de 1979 fue para el escritor, creador y director Andrew Lloyd Webber una de las peores de su vida.
La noche anterior había sido el estreno de Evita en Broadway. El musical que había escrito junto a Tim Rice fue devastado por la crítica. Los diarios se apilaban sobre su cama. Una reseña peor que la otra. Tan contundentes y tan unánimes que la primera que había leído, la de The New York Times (tal vez la más influyente), le pareció benévola pese a que decía:
“Las escenas vitales están ausentes, no hay conclusiones o juicios a los que podamos llegar por nosotros mismos. Sólo recibimos postales. Esa es una pésima manera de escribir un musical. Casi nada sucede dramáticamente, casi nada sucede en el escenario. Todo está narrado por un personaje pero nada de eso se ve”.
Los otros críticos utilizaron términos como vacía, aburrida y hasta fétida.
Una ley no escrita, pero que se cumple casi sin excepciones, sostiene que ningún espectáculo de Broadway logra sobrevivir a las malas críticas iniciales. Evita, 40 años después lo sabemos sin que exista lugar para la duda, consiguió sortear ese obstáculo.
La historia había empezado varios años antes. Los musicales de esa magnitud llevan mucho tiempo de elaboración y producción. Si la crítica los condena, si el público les da la espalda, en pocas representaciones se acaba todo y se pierden millones de dólares. Por el contrario, si triunfan, cuatro décadas después de su estreno se sigue hablando (y escribiendo) sobre ellos.
Tim Rice y Andrew Lloyd Webber venían de un suceso colosal. Jesucristo Superstar había superado todas las expectativas. Un tema clásico con un enfoque absolutamente novedoso, que encajó perfectamente con su tiempo. Representaciones en todo el mundo, varios años en cartel, disco y adaptación cinematográfica. las relaciones entre la dupla creativa no eran las mejores. El éxito exacerba egos y agiganta la susceptibilidad. Jeeves el siguiente proyecto que encaró Lloyd Webber no fue acompañado por Rice. Fue un fracaso absoluto.
Mientras tanto Tim Rice se topó con un libro que le llamó la atención. La mujer del látigo de Mary Main, una biografía de Eva Perón muy crítica y repleta de inexactitudes históricas.
Ya cuando el éxito de Evita era una realidad, Rice sostuvo que la idea se le impuso cuando escuchó en su auto un programa radial sobre Eva y que, mientras manejaba y seguía la emisión, de inmediato asoció esa información con la imagen de Eva Perón que había visto en estampillas, ya que la filatelia había sido su hobbie durante esos años.
Los autores siempre pretendieron alejarse del libro de Chain por dos motivos. Por un lado, no lo reconocen como fuente en los créditos y de ese modo se eximen de pagar los derechos; por el otro, el libro cayó en el descrédito por sus imprecisiones históricas y metodológicas. Sin embargo, la visión del personaje del musical se asemeja bastante a la de Mary Chain y los hechos principales que se destacan en ambas miradas son muy similares.
Rice y Webber procuraron buscar financiación con el mismo método que tan bien les había resultado en Jesucristo Superstar. Contra todo pronóstico, en ese momento, siendo casi desconocidos, decidieron grabar primero un álbum con las canciones para después intentar que la obra llegara a los escenarios. Muchos creyeron que se había tratado de una genial maniobra de marketing pero, en realidad, fue el único camino que encontraron para poder plasmar sus deseos. Con Jesucristo Superstar ya contaban con un gran suceso para blandir pero el fantasma de que se tratara de otro One hit wonder los asolaba. Habían pasado casi seis años desde su anterior trabajo en musicales.
Los dos compositores se instalaron unos meses en un exclusivo hotel en Biarritz. Una gran suite con vista al mar, el murmullo de la Costa Vasca entrando por las ventanas y un piano alquilado. Trabajaron con denuedo. Así consiguieron una primera versión que los dejó más que conformes. Tim Rice, el letrista, había conseguido encontrar quién narrara la historia, quien la llevara adelante y diera cohesión a las escenas. Andrew Lloyd Webber sabía que esa melodía que había compuesto al piano era buena y que la canción que la llevara sería la pieza central de la obra.
Que Rice pensara en el Che Guevara para oficiar de narrador surgió cuando descubrió con verdadero asombro que Guevara también era argentino y contemporáneo con Eva Perón.
Ese dato que desconocía se asemejó a una revelación para el letrista. Aunque al resto de los mortales nos parezca un enorme dislate. Maradona se salvó de participar en la obra porque apenas tenía diez años en el momento en que empezaron a pensar en ella. El personaje fue mutando con el tiempo y las distintas versiones.
Nació sólo asociándolo con la figura de Guevara, luego Harold Prince director de la puesta original, le dio la vestimenta del revolucionario, la barba y la gorra, para que no quedaron dudas de que la identificación debía ser total. Con los años el personaje fue despersonalizándose, siendo Che a secas, y desde la versión fílmica de Alan Parker en donde es interpretado por Antonio Banderas, el personaje en las siguientes puestas fue alejándose cada vez más de Guevara.
Don’t cry for me Argentina no siempre se llamó así. Nació con otro nombre: It’s only your lover returning (Es solo el regreso de tu amante). Después cambió a All through my crazy and wild days (A lo largo de mis días locos y salvajes). Hasta llegar al título por el que se la conoce, una opción muy superior a las anteriores aunque Tim Rice se opuso durante semanas porque, no sin razón, sostenía que esa frase no tenía relación con el resto de la letra de la canción.
Webber cuenta en su libro de memorias, todavía no traducido, titulado Unmasked: “En 1969 vi a Judy Garland en Londres. Fue una actuación penosa. Cuando llegó el momento de Over the Rainbow, SU canción, todo empeoró. Apenas podía cantar. El público empezó a silbar y a abuchear. Después me quedé pensando que la obra tendría éxito si yo lograba que Evita tuviera SU tema”. Con Don´t cry for me Argentina lo consiguió.
Andrew Lloyd Webber no creyó que para componer una obra sobre Argentina debiera estudiar su música ni sus costumbres. De ese modo, los temas conforman un pastiche de prejuicios y concepciones erradas. Harpas paraguayas, ritmos centroamericanos, percusión latina, salsas y algún rock conviven en algo que se supone tiene “aire argentino”.
La grabación del disco se encontró con un problema. La obra era demasiado larga y no entraba en un doble disco. Hubo que cortar, achicar y a su vez comprimir el sonido. Los vinilos no permitían más de 28 minutos por lado. Pero para llegar a esa duración se sacrificaba calidad de sonido.
Cuando Webber escuchó la primera versión casi se desmaya. Toda la brillantez de sus arreglos orquestales, la contundencia de esa pared de sonido se había mitigado. Hubo que rehacer la mezcla. El disco si bien pasó desapercibido en los Estados Unidos fue un éxito en Inglaterra. Don’t cry for me Argentina fue un hit absoluto.
Al disco hay que sumarle el apoyo de Harold Prince, el director más importante del momento (y uno de los grandes de la historia del musical). En 1978 consiguieron teatro en el West End londinense y un productor que venía de un fracaso fenomenal con la película del Sargento Pepper que no solo casi hace quebrar a todos los financistas involucrados -lo consiguió con la mayoría- sino que sepultó (o al menos enfrió) por años la carrera de dos de los artistas más exitosos del momento: Peter Frampton y los Bee Gees.
En Londres, Evita se convirtió en una sensación. Críticas dispares, entradas agotadas, notas periodísticas y varios premios. Para Ellen Paige, la actriz principal, se trató de un papel consagratorio.
La historia que cuenta Evita es básica, imprecisa históricamente y sin matiz alguno. Personajes fuertes, algo caricaturescos, sin profundidad. Aparece Agustín Magaldi como vehículo para llegar a la Capital, el terremoto de San Juan, los Descamisados, el Renunciamiento, las damas de la Sociedad de Beneficencia, la enfermedad y la muerte temprana.
El musical, por definición, no es un género que guste de lo incierto, de lo complejo. Y esta obra no es la excepción. Tiene momentos que buscan la risa, como la sucesión de amantes de Eva, que entran y salen como si tratara de una puerta giratoria, o el encuentro con la joven amante de Perón al llegar a su departamento y la valija en el pasillo para echarla. También están las grandes imágenes, esas postales fuertes, momentos visuales impactantes como las manifestaciones, la escena del balcón de la Casa Rosada o la muerte de Eva. Pero sus falencias estructurales son evidentes. El personaje del Che cuenta lo que los diferentes cuadros no muestran. Los autores olvidaron el sagrado principio de la narrativa norteamericana: “Show, not tell”. Mostrar, no contar (o explicar).
El otro grave inconveniente es que no hay ningún personaje con el que los espectadores puedan empatizar, deseen ponerse de su lado. Los autores describían a la pareja protagonista como “dos personajes cínicos”. La protagonista es una arribista que se casa con un general fascista y muere joven: no hay mucha más en el musical. Más allá de la verdad histórica, ese parece un grave escollo estructural.
La versión de Broadway estrenada hace 40 años, el 25 de septiembre de 1979 y encabezada por Patti Lupone, fue un suceso imprevisto.
El boca a boca se fue imponiendo pese a las malas críticas, a la distancia que provocaban los personajes o la frialdad de Lupone. Ese año recibió 11 nominaciones a los Premios Tony y se quedó con 7 estatuillas, varias de ellas en los rubros principales. Permaneció en los teatros neoyorkinos por varios años.
El disco con la versión del cast norteamericano trepó en los rankings. Luego la obra se montó en las ciudades más importantes del mundo. Aunque en Argentina fue siempre un tabú por la forma en que son retratados Juan y Eva Perón.
Evita obtuvo una nueva vida a mediados de los 90. Luego de casi dos décadas de postergaciones y proyectos frustrados se concretó la versión cinematográfica.
Ken Russell y Oliver Stone fueron algunos de los directores que no llegaron a filmarla. Finalmente el director fue Alan Parker que ya había incursionado en los musicales con Fama.
La gran protagonista e impulsora del proyecto fue Madonna quien persiguió el papel durante años. Varios críticos creen que se trata de su mejor versión como actriz.
El rodaje tuvo lugar en Buenos Aires, Londres y Budapest. En la capital argentina se produjo un gran revuelo. A Madonna los manifestantes la perseguían con pancartas que denostaban la versión que se daba de Eva en el film. Otros simplemente la echaban: ¡Fuera Madonna!
El encuentro con el entonces presidente Carlos Menem fue muy comentado. El film costó casi 60 millones de dólares. Recuperó largamente su costo una vez estrenada. Recibió buenas críticas y nominaciones a premios. Ganó dos Globos de Oro (mejor comedia o musical y Madonna por mejor actriz) y un Oscar a mejor canción por You must love me.
El estreno de la película le trajo varios beneficios a la obra teatral. Se repuso en varios lugares del mundo, se incorporó la nueva canción a su estructura y el personaje del Che se alejó, sensatamente, de Guevara.
Hace unos años una nueva versión de Evita en Broadway tuvo un gran éxito con Elena Roger (ya la había encarnado en Londres) y Ricky Martin en los papeles principales.
Evita, el musical, cumple 40 años. La historia, no quedan dudas, continuará.
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