Ad Astra es una película atípica para James Gray, un director neoyorkino de ascendencia judío-rusa que empezó su carrera haciendo dramas criminales de pequeña escala y con actores de mucho renombre pero no necesariamente grandes estrellas. Su última película, en cambio, es un grandioso thriller espacial protagonizado por Brad Pitt -en una de sus mejores actuaciones-, acompañado por grandes figuras como Tommy Lee Jones y Donald Sutherland, y otros actores como John Ortiz y Ruth Negga. La película costó más que toda su filmografía anterior combinada pero aún así, se podría considerar una película de presupuesto relativamente pequeño.
Ad Astra costó entre 80 y 100 millones de dólares, un número que es objetivamente alto, sí, pero que palidece si lo comparamos con los megatanques que la industria americana impulsa casi exclusivamente desde hace varios años, y que llegan a costar hasta casi 400 millones de dólares más costos de marketing. Las películas de James Gray están lejos de ser ese tipo de blockbusters, pero tampoco son películas independientes de bajo presupuesto al estilo de los hits indies de las productoras A24 o Annapurna Pictures. El director trabaja en películas que hoy en día ya no se ven en salas: dramas de presupuesto medio para adultos, realizados a partir de guiones originales.
James Gray usa elementos de cine de género (thriller, gángsters, romance, exploración) pero en vez de jugar con los arquetipos y la comodidad de los tropos de esos géneros, los usa para construir dramas inteligentes y sofisticados, más cercanos a la introspección y la tragedia. Plataformas como Netflix hoy apuntan a impulsar -entre muchísimas otras cosas- ese rango de películas, pero sería injusto relegar a James Gray al on demand televisivo, cuando sus películas piden ser vistas en la pantalla grande, ya sea por su trabajo sutil pero notable a la hora de encuadrar y mover la cámara, por sus melodramáticos primeros planos, o por sus operísticas secuencias de acción, que son pocas pero que se destacan entre la profunda humanidad con la que suele trabajar sus personajes. Quizás es por eso que desde temprano en su carrera pudo trabajar con actores como Tim Roth y Vanessa Redgrave (en Cuestión de Sangre), Joaquin Phoenix (un colaborador habitual) o con emblemas generacionales como James Caan o Robert Duvall.
¿Que motivó entonces a James Gray, un director de dramas low-key, a realizar una película que se propusiera llevar a la pantalla ‘la representación más realista del viaje espacial jamás realizada’ según el anuncio que hizo en 2016?. Quizás la respuesta está en sus últimas dos películas, El Sueño de Ellis, y en particular, La Ciudad Perdida de Z. En ambas, Gray cambió su registro luego de realizar tres dramas criminales y de gángsters y una película romántica, y expandió su paleta visual de forma exponencial, realizando primero un drama en los comienzos del siglo XX con Marion Cotillard, y luego una película de exploración del Amazonas, ambas con una fotografía y dirección de arte extraordinaria y lujosa (aún a pesar del presupuesto reducido).
Si sus primeras películas trataban sobre padres e hijos, sobre regresos y reencuentros y sobre generaciones de familiares que deben confrontar su pasado para poder encontrar un futuro posible, en sus últimas dos películas estos temas se combinan con personajes que se obsesionan con aventurarse a un mundo mítico y desconocido, acaso para encontrar aquello que no pueden confrontar en sus lugares de origen. En Ad Astra, James Gray expande el horizonte de ese mundo mítico hacia la frontera definitiva del espacio exterior, a la vez que profundiza la intimidad de la relación padre-hijo que funcionó siempre como centro de su cine.
Por tratarse de un thriller espacial que apunta al realismo, podríamos situar a Ad Astra en la tradición de películas recientes como El Primer Hombre en la Luna, de Damien Chazelle, Interestelar de Christopher Nolan, Misión Rescate de Ridley Scott, Gravedad de Alfonso Cuarón, y por supuesto, es inevitable una comparación con el que quizás sea el estándar de excelencia de las épicas espaciales, 2001: Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Sin embargo, en sus últimas entrevistas James Gray viene mencionando influencias como El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad, o el monomito del héroe según fue desarrollado por Joseph Campbell en su texto El Héroe de las Mil Caras, un texto muy reconocido entre los cinéfilos por ser parte esencial de la construcción del mito de Luke Skywalker en la trilogía original de Star Wars.
Y si bien es cierto que el particular interés de Gray era contar la historia de un héroe imperfecto y conflictuado, y de revisar cuestiones acerca de la masculinidad y el mito del héroe americano (tan fundamental en la era espacial), Ad Astra es también una película técnicamente minuciosa, que logra contar tanto la relación del protagonista Roy McBride con su padre Clifford (Tommy Lee Jones) y también sorprende con imágenes de profunda belleza en diversos entornos espaciales.
El personaje de Pitt empieza la película en una secuencia de alta tensión realizando tareas de mantenimiento en una antena, para luego pasar por la luna (donde sufre un ataque de piratas espaciales), por una base en Marte, y finalmente, en una estación espacial en la órbita de Neptuno. Su misión es encontrar el ‘Proyecto Lima’, una misión secreta en la que su padre era el comandante, y que puede ser la clave para detener unas misteriosas olas de energía cósmica que amenazan la vida en la tierra.
A pesar de que la humanidad está lejos de enviar misiones tripuladas a esos planetas, o incluso de tener viajes turísticos a una luna con servicios como Subway y DHL y azafatas ofreciendo almohadas y sábanas de más de 100 dólares en gravedad cero, la película logra sostener un profundo sentido del realismo. Quizás también por la forma en que aborda la personalidad de los astronautas a través de una constante burocracia de las emociones. Las placas de texto que contextualizan la película al comienzo de la misma mencionan simplemente un futuro cercano marcado por el conflicto pero también por la esperanza, y al parecer, para sobresalir en ese mundo y ser un astronauta de élite lo único que hace falta es un pulso (muy) estable. Tomar decisiones pragmáticas y excluir todo lo que no es esencial, es el mantra que repite Brad Pitt a lo largo de las constantes evaluaciones psicológicas que le realiza SpaceCom, una organización/empresa que gobierna en los aspectos científico-técnicos pero también turísticos, militares y burocráticos de la exploración espacial.
El casting de Brad Pitt resulta especialmente interesante, al poner un ícono tan plenamente heteronormativo y que proyecta habitualmente un sentido convencional de la masculinidad, en un rol que finalmente lo muestra vulnerable, con una enorme tristeza subyacente, ya sea durante su viaje en el espacio o en los flashbacks con su esposa (Liv Tyler). El contraste con su papel en Había Una Vez en Hollywood de Quentin Tarantino resulta especialmente notable, ya que Roy McBride es un personaje diametralmente opuesto a ese doble de acción cool que resuelve las cosas a las piñas y exhibe su cuerpo como un trofeo.
En Ad Astra, el personal jerárquico de SpaceCom felicita a Brad Pitt por mantener un pulso estable y muy bajo en situaciones de extremo peligro y tensión, y esa facilidad para no mostrar emociones lo lleva a ser un astronauta ejemplar. Parte de la inspiración para el film surgió de un artículo que Gray leyó acerca de cómo la Nasa buscaba candidatos con trastornos esquizoides, que les permitieran sostenerse mentalmente en contextos de aislamiento prolongado sin interacción social alguna. A Gray le resultó interesante esta cuestión de cómo las instituciones entienden por dignidad o heroísmo lo que no es más que un profundo desapego emocional que eventualmente se cobrará un costo de forma inevitable. Muchas películas de ciencia ficción tratan sobre los efectos en la sanidad mental que la exploración del espacio trae sobre los astronautas, pero en Ad Astra hay además todo un costado que busca relacionar la exploración espacial con las formas y ritos de la masculinidad, algo que le interesa a James Gray desde su primera película, en la que un sicario regresa a su pueblo natal a confrontar a su padre y su hermano menor, hasta la última, en la que un padre arrastra a su hijo adolescente a una empresa épica que finalmente les cuesta la vida. Hay también algo de deconstrucción del mito americano del astronauta (a su vez, una suerte de reversión del mito del western solo que atravesado por la técnica), no sólo en la fachada de masculinidad de Brad Pitt sino en el personaje legendario que encarna Tommy Lee Jones, una suerte de Coronel Kurtz espacial que podría o no haber sucumbido a la locura en los límites del espacio. Un hombre considerado un héroe por muchos, que quizás no es más que una persona consumida por la obsesión que abandonó su familia y que condenó a su hijo a seguir su mismo camino.
El futurista Arthur C. Clarke, autor de El Fin de la Infancia y co-escritor de 2001: Odisea en el Espacio, dijo una vez: “Existen dos posibilidades. O estamos solos en el universo o no lo estamos. Y las dos son aterradoras por igual”. Desde el comienzo, Gray supo que le interesaba más la primera alternativa. No estaba interesado en contar una historia con, en sus propias palabras, ‘pequeños hombrecitos verdes'. En vez de eso, Ad Astra lleva a un hombre a los límites del sistema solar para confrontarlo no sólo con la propia soledad del planeta Tierra en el universo conocible, sino -y esto quizás sea lo verdaderamente trágico para Gray-, con la propia soledad de cualquier hombre en su propia vida.
Si bien la película hace una breve mención al pasar sobre la Paradoja de Fermi, que nota la contradicción entre la estimación de la existencia de la vida alienígena con la ausencia de pruebas que lo demuestren, a Gray le interesa definitivamente mucho más el costado humano antes que el científico-técnico. Esto no implica, por supuesto, que la película no tenga una riqueza visual y sonora enorme, y algunos detalles que funcionan muy bien en la construcción del mundo de la película, como esa burócrata de migraciones en Marte interpretada por Natasha Lyonne. Si bien a Gray le interesa el género como una herramienta para reflexionar sobre la condición humana, Ad Astra fue una película de una escala técnicamente muy demandante para el director, que debió completar la película superando demoras en el estreno, retrasos en la supervisión de efectos visuales, cambios en el final, y en el medio de la adquisición de Fox por parte de Disney.
El responsable del aspecto visual de la película fue Hoyte van Hoytema, que fue director de fotografía de Dunkerque e Interestelar. Si bien la película de Christopher Nolan fue una referencia importante en términos de know-how técnico, Gray y su DF decidieron buscar una paleta lumínica con colores y texturas más vanguardistas, pero manteniendo siempre un sentido de lo plausible en términos de fuentes de luz y el diseño general de las puestas. Para esto, Hoyte Van Hoytema tuvo que construir lentes personalizados que permitieran lograr un efecto de suavidad en la imagen. Sin embargo, quizás uno de los mayores desafíos de la película fue la secuencia de acción a bordo de los vehículos lunares, que requirió una mezcla de material filmado con dobles de acción en rovers, cadencias de cuadros diversas y cámara lenta, y rigs con cámaras 3D. Por supuesto hubo una importante participación de imágenes generadas digitalmente, pero fue realmente importante conservar las texturas adecuadas, tratando de empatar lo más posible esta escena con el resto de la película, que fue filmada en 35 mm.
Esta mezcla de innovación técnica y técnicas variadas fue clave también a la hora de promocionar la película. Fox sabía que no estaba ante un blockbuster convencional y para eso generó materiales que jugaban con la naturaleza más bien vanguardista del material, como un spot que más que un avance parecía un video musical avant-garde. El clip utiliza un caleidoscopio de imágenes de la película en combinación con fragmentos musicales generados por Devonte Hynes (productor musical de Solange, Carly Rae Jepsen, FKA Twigs, entre otros), a partir de samples y sonidos del espacio reales, tanto de emisiones planetarias, samples de voces de misiones espaciales y otros archivos históricos.
Finalmente, y al margen del marketing ingenioso que pueda proveer Fox, el tiempo dirá si el público y la taquilla acompañarán los elogios que Ad Astra viene recibiendo de la crítica, pero el propio James Gray sabe que el éxito de sus películas suele medirse a largo plazo y que no suelen ser grandes hits. Aunque por otro lado, se perfila una posible nominación al Oscar por el protagónico de Brad Pitt. De cualquier manera, luego de esta tangente hacia el espacio exterior, James Gray ya se encuentra planificando su próxima película, que lo llevaría de nuevo a sus raíces neoyorkinas para contar una historia en los ‘80, un film autobiográfico que contaría con Donald y Fred Trump como personajes.
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