Contrario a la imagen de los cuentos que las mujeres han escuchado durante siglos, Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) madre de dos hijos, tenía claro que la maternidad estaba llena de vacíos, de dudas, de pequeñas (o grandes) tragedias, de momentos de soledad y de crisis. Fue así como la historia llena de dolor y amor de una madre que debe enfrentarse al reto de cuidar a su hija con un grave problema neurológico se convirtió en una reflexión sobre el ser madre, pero también sobre la diferencia, la fuerza, el amor y los prejuicios.
La escritora participa por estos días en el Hay Festival 2021, que debería haberse desarrollado en Cartagena de Indias, Colombia, pero que, motivado por la pandemia se realiza de forma virtual, y, desde su casa en Ciudad de México, habló con Infobae de esos y otros temas.
- La hija única nace de un relato que le hizo una amiga, pero normalmente ¿de dónde salen sus historias?
- Si yo supiera, iría ahí todo el tiempo; en realidad aparecen, como que surgen de la nada, de algo que escuché, de alguien a quien conocí, de muchos lugares, de la observación de la naturaleza, han surgido varios, o combinar alguna observación de animales con algo que me contaron. Hay un cuento que se llama “Ptosis”, con el que abre que abre Pétalos y otras historias incómodas, que nace cuando vivía en París. Estaba pasando por un barrio bastante feo, nada interesante, normal, con muchas fábricas, y de repente vi un estudio de fotografía que solo se dedicaba a fotografiar párpados, para operaciones y ese tipo de cosas, y me llamó tanto la atención que me asomé y ahí se me ocurrió toda la historia de ese cuento.
- ¿Por qué cree que se ha idealizado tanto la maternidad?
- Creo que viene de muchos lados distintos, y no creo que responda a una voluntad malévola o maquiavélica, ni nada por el estilo; por un lado, la maternidad sí es cierto que es una experiencia muy hermosa. Yo soy madre, lo puedo atestiguar, y es cierto que nos abre a descubrir cierto tipo de amor, cierto tipo de alegría; esa parte es real, pero esa base real tiene el problema de que, a lo largo de muchos siglos, se nos ha endilgado la función de cuidadora de hijos, encargada de nutrir y de apoyar, la crianza, solo a las mujeres cuando no hay ninguna razón para ello. Hay episodios de la historia que muestran claramente cómo ese tipo de consignas le ha imposibilitado a las mujeres tener otro tipo de vida y otro tipo de desarrollo. Durante la Primera Guerra Mundial, como los hombres estaban en el frente, muchas mujeres tomaron funciones directivas en empresas, fábricas y talleres, y se habían ocupado de la producción y de muchas cosas que antes solo hacían los hombres, ganándose ese espacio, pero cuando los hombres regresaron de la guerra, el Estado les dice claramente “gracias por su participación, ahora se me regresan a sus casas y se ponen a hacer hijos”. Ese tipo de episodios nos muestra cómo han utilizado la maternidad para tener a las mujeres encerradas en sus casas, sin permitir que se desarrollen; entonces, parte de esa idealización tiene que ver con la idea de convencernos de que tener hijos es lo mejor que nos ha podido suceder en la vida y que, si no somos madres, no estamos cumpliendo con la función principal de las hembras de nuestra especie. Y luego te vas a ver cómo funciona en la naturaleza la crianza, como ejercen la maternidad otros mamíferos, te das cuenta de que muchas hembras dan a luz pero no se tienen que ocupar de la crianza de los hijos ellas solas, hay un grupo, una manada, muchas hembras ocupándose de una sola cría, entonces el sistema que tenemos no es el único, ni siquiera el más ventajoso para las mujeres, y probablemente tampoco para los hombres, porque, durante mucho tiempo, esa consigna ha hecho que no puedan participar, que no se sientan legítimos cuidadores, que se sientan inhabilitados, a veces demasiado ineptos para disfrutar de sus hijos.
- Cuando comenzó con este texto, usted no quería escribir un libro sobre la maternidad ¿Qué era lo que quería contar?
- Yo lo que quería contar era la historia de Alina, Aurelio e Inés, esa pareja, que después fue familia, que esperan con mucha ilusión la llegada de su hija y, en el octavo mes de embarazo les dicen que su hija no va a vivir, que científicamente no hay manera posible, que está negada la posibilidad de que sobreviva, nada más. Contar cómo esa familia se enfrenta al luto anticipado de su hija, la cual, por su edad y por sus circunstancias, lo más probable es que fuera su última oportunidad de ser padres, y cómo después la historia da una vuelta de tuerca tan grande que la niña sobrevive, pero con una discapacidad gigantesca, una condición neurológica tremenda, y cómo se enfrenta esa familia a esta situación, esto era lo que más me interesaba contar, porque habiendo sido observadora cercana, testigo de esa historia, tenía muchísimas facetas que contar, muy inspiradoras y que valía la pena compartir con los lectores.
- ¿Cómo ha sido su experiencia con la maternidad?
- Yo he tenido suerte porque he podido contar con las circunstancias más favorables para tener hijos: ya había terminado mis estudios, tenía ingresos estables, una pareja, mis dos hijos están sanos, gracias al cielo, y espero que sigan así; entonces no fue tan difícil como puede ser en otras circunstancias. Aún así, fue un cambio muy grande, de repente prácticamente ya no tenía tiempo para mí, para mis proyectos personales, vivía con un miedo constante de que les pasara algo, esa angustia compartida de que les pase cualquier cosa, desde que un niño los muerda en el patio de recreo o se abran la cabeza con la esquina de una mesa, lo que sea; es como entrar en otra dimensión, pero tiene muchísimas gratificaciones de tipo afectivo y muchas alegrías.
- ¿Sintió la presión de ser madre?
-Creo que la presión está desde que una es niña y te regalan muñecas, en lugar de aviones; cochecitos para llevar al bebé, Barbies; es una presión tal vez no muy ruda, pero sí muy tenaz, muy sutil, constante, y está en todas partes, entonces puedo decir que sí la sentí; además, a partir de que cumplí los 30 años, sutilmente, mis padres comenzaron a preguntar si iban a ser abuelos y a qué hora y ese tipo de cosas.
- ¿Por qué hay tanto cuestionamiento actualmente sobre la maternidad en la literatura?
- Es muy extraño, porque hay temas que durante muchísimo tiempo están ahí, debajo del agua, pero que la gente no quiere abordar. Hablé con una escritora francesa que a mí me encanta, Annie Ernaux, que tiene como 80 años, y en los 60 publicó una novela que se llama La mujer helada; ella me contó que cuando publicó esa novela, que habla de la maternidad y de cómo cambia la vida de una mujer a partir de que se casa y tiene una familia, la crítica dijo que a quién le iban a interesar esos temas de señora aburrida, y ahora el suyo es un libro de referencia. Es como que, de repente, la sociedad está lista y empiezan a destaparse problemas sociales que estaban ahí escondidos, latentes, pero que, por alguna razón todavía no se abordaban. No solo es el tema de la maternidad, también el racismo, la desigualdad y otros. Además, el tema de la maternidad es fundamental dentro de las demandas feministas, está como en el cruce de caminos de todos los temas que aborda el feminismo: desigualdad de género, reivindicación por libertad, por acceso al trabajo, etc., y estos últimos años ha habido un enorme avance en la lucha feminista, particularmente en América Latina; entonces, es normal que el tema de la maternidad sea abordado.
- Hablando de feminismo, hay un activismo feminista en sus textos, especialmente en éste, ¿es algo intencional?
- Viéndolo en retrospectiva creo que cuentos como “El matrimonio de los peces rojos”, “Hongos” o “Felina”, que forman parte del libro El matrimonio de los peces rojos, ya hablaban bastante de esta sensación de desigualdad de género y de temas feministas, incluso en el libro El cuerpo en que nací, donde cuento mi vida, están planteados esos temas porque eran preguntas que mi madre se hacía a sí misma, ella militó a su manera; pero de forma consciente, con toda la intención, éste es el primer libro que hago de esa manera. No es que quisiera que fuera un libro feminista, militante, pero sí estuvo cruzado por toda esta reflexión de los últimos años, por las demandas, las marchas multitudinarias que hubo en México para pedir que cesaran los feminicidios, para que la sociedad mexicana se hiciera consciente de que esto es una aberración y que no podía seguir ocurriendo, ante la indiferencia de los mexicanos. Antes de la pandemia morían por cuestiones de género, asesinadas por sus parejas, por sus maridos, por sus novios, por sus ex amantes, nueve mujeres al día; ahora, con la pandemia, son 11; es una situación insostenible, absolutamente indignante, de la cual nos volvimos muy conscientes durante estos dos últimos años. En esas marchas, las mujeres salimos a romper todo, esa era realmente la consigna, porque había una rabia incontenible, indignación y miedo también, porque si esto no cambia, un día acabará tocándonos a cualquiera de nosotras; esas marchas a las que yo acudí, esas asambleas, obviamente, dejaron una huella muy fuerte en mi estado de ánimo, que no podía más que aparecer o transparentarse en la novela que estaba escribiendo.
- Además de los personajes femeninos, hay en su libro un padre poco tradicional, ¿cree que hay futuro con eso que llamamos las nuevas masculinidades?
- Estoy completamente segura de que hay futuro. Este padre está, obviamente, muy inspirado en el padre de la historia real, pero, además, está complementado por muchos otros padres que conozco, entregados, amorosos, presentes, dedicados, comprometidos. Creo que hubo un salto de conciencia enorme en esta generación a la que yo pertenezco, y lo veo a la entrada de la escuela de mis hijos, están ahí formados los padres felices de ir a recoger a sus hijos, quería hablar de eso también, porque no me gustan los clichés, ni de un lado ni del otro. Creo que hay que destrozarlos y hay que enseñar cómo es posible encontrar unas nuevas configuraciones, cómo se están dando ya.
- Usted habla también de otras formas de maternidad.
- Es que la naturaleza nos enseña que la maternidad no es solamente la idea de yo me embarazo, yo doy a luz, yo cuido al niño, sino que puede ser algo permeable. A veces fungimos de madres postizas, muchas veces las madres también son las tías, las abuelas, las amigas, las madrinas, las nodrizas, hay miles de figuras maternales en la sociedad y son como vestigios de lo que teníamos antes, una crianza colectiva, más parecida a las formas naturales de los mamíferos.
- Al principio de la novela usted enfrenta al lector con una realidad dura y es que todo el tiempo están muriendo niños, y también con la reflexión de esta mujer que piensa que tal vez no quiere ser madre; es algo muy retador.
- Creo que el libro en general es retador, habla de temas en los que quisiéramos no pensar: la fragilidad de la vida, lo poco seguro que es todo, sobre todo esas cosas a las que tendemos a aferrarnos. Al mismo tiempo, que haya salido durante el 2020, este año cuya lección principal fue la incertidumbre, la impermanencia, la fragilidad, me parece muy adecuado. Creo que los temas ya estaban ahí, y no es que yo soy la aguafiestas que viene a contarles esto.
- El otro gran tema de su novela es la discapacidad. ¿Qué le interesa decir?
- El tema de la discapacidad y de la “anomalía” (como dice Caetano Veloso, de cerca nadie es normal) lo he tratado a lo largo de todos mis libros, ha sido una reflexión importante que parte de una circunstancia personal, el hecho de haber nacido con un ojo prácticamente ciego y haber tenido que adaptarme al mundo con esta pequeña discapacidad, que ha implicado un reto y también la sensación de que soy un ser aparte, físicamente hablando, haberme enfrentado a la lástima, a la condescendencia, al rechazo, a prejuicios innumerables, pero, independiente de eso, creo que es un tema importante, que ya se ha tratado desde el punto de vista estético. En el 2008, cuando publiqué Pétalos y otras historias incómodas, era un tema rompedor y ahora es casi costumbrista, pero el tema de la discapacidad funcional, neurológica, el síndrome de Down, la parálisis cerebral, son temas que todavía causan horror, la gente no sabe cómo abordarlos, tienen miedo de resultar ofensivos, es algo en lo que no quieren pensar y se ha convertido en un tabú durante muchísimas décadas, sino es que siglos. Entonces, como ha sido tabú durante tantísimo tiempo, lo mismo que pasó con la maternidad, hace falta mucha tenacidad para romperlo. Yo empecé a escribir este libro a partir de entrevistas que le hice a mi amiga, y el motivo que hizo que esta amiga se decidiera a contarme su historia con tanto detalle, que aceptara que la convirtiera en una novela, fue justamente que quería darle visibilidad a este tipo de asuntos, normalmente silenciados, artificialmente silenciados y violentamente silenciados, me pareció muy conmovedor aportar un poquito a esta discusión. Además, gracias a ella tomé conciencia, durante la escritura de la novela, de que hay muchísima gente en esta situación, que realmente no es tan extraño, tan poco frecuente como nos imaginamos. Lo que pasa es que no se habla.
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