“Yo no me quedé, me fui”. En 1975 Isabel Allende (Lima, 1942) salió de Chile en compañía de su esposo, Miguel Frías, y sus dos hijos, Paula y Nicolás. “No lo pude aguantar, no podía vivir con miedo, sintiéndome amenazada, odié todo lo que estaba pasando en el país y me fui”.
La exitosa escritora, que participa en el Hay Festival que se realiza esta semana en Colombia, responde preguntas desde su casa en California, Estados Unidos, que la llevan de nuevo a esos primeros años de la dictadura, la violencia, la muerte y el exilio. “Yo no sé si por llamarme Allende fue más difícil (su padre, Tomás Allende, era primo hermano del presidente derrocado en 1973, Salvador Allende), mucha gente murió y fue exiliada y no se llamaba Allende, yo creo que llamarme Allende solo me hizo un poco más visible”.
Le cuesta hablar de esa época, reconoce, porque no estaba allí. “Mis amigas, que se quedaron y que lucharon desde adentro, ellas son las heroínas, las que celebro y admiro”. Por eso, asegura que esas mujeres poderosas que pueblan sus escritos no son inventadas, salen de la vida real. “Estoy rodeada de mujeres heroicas, que han pasado por, traumas increíbles, han sobrevivido a todo, han perdido todo, incluso algunas han perdido a sus hijos, y se vuelven a poner en pie y siguen luchando y lo hacen con generosidad y alegría, esas son las mujeres que habitan mis libros, pero no las tengo que inventar porque son las mujeres que habitan mi vida”. Allende misma conoce el dolor de la pérdida: en 1993 murió su hija Paula, de porfiria, una enfermedad hereditaria.
Su último libro, Mujeres del alma mía, es un ejercicio de memoria y ensayo personal sobre la relación de Allende con el feminismo y el hecho de ser mujer, en el que surgen nombres como los de Virginia Woolf o Margaret Atwood, así como personas cercanas como su “añorada” madre Panchita.
Sostiene que es “feminista desde los 5 años”, y, aunque afirma que no le interesa “dar cátedra”, echa mano de su experiencia para conceptuar que hay que incluir a todos en lo que llama una revolución por los derechos de las mujeres. “Estamos en una carrera de postas, todos vamos en la misma dirección, vamos pasándonos la antorcha, o encendiendo la antorcha de los otros con la nuestra; por eso, mientras más gente se una a este inmenso movimiento revolucionario, mejor”.
Piensa que el movimiento feminista se ha “energizado” con el aporte de las nuevas generaciones, el “Me Too”, las protestas en las calles y los nuevos feminismos; sin embargo, opina, no tiene que pasar con enfrentarse a los hombres. “Podemos traer a nuestros hijos, que fueron educados por nosotras y tienen los conceptos feministas que nosotros les enseñamos, ¿Por qué no los podemos aceptar?, ¿por qué van a estar excluidos?
Asegura que no cree que las feministas deban dejar a nadie afuera.
“Sí, esto es una guerra contra el patriarcado, pero es una guerra alegre y la vamos a hacer con alegría, con danza, con risas, además de toda la furia que tenemos dentro”.
El exilio y la migración
Lo dice alguien que sintió la guerra y la furia. “Todo lo que está pasando con el feminismo en Chile ya tenía sus semillas en la dictadura, a pesar de que no hay nada más machista que una dictadura militar. Ser mujer y feminista en una dictadura es muy difícil”.
Se fue con su familia a Venezuela que, asegura, en aquella época era un país “rico, alegre y generoso”. “Fue un país que acogió a masas de migrantes que veníamos, especialmente del cono sur de América Latina, a millones de nosotros que llegamos. Me da mucho pesar que ahora, que ellos están en esa situación, no tengan la misma acogida que ellos le dieron a otros, me parece muy injusto y me da mucha pena”.
Fue desde siempre una migrante: nació en Perú, vivió algunos años en Chile, en diferentes épocas, también en Bolivia y en el Líbano, antes de que el golpe de estado la llevara a Venezuela y, desde 1988, reside en Estados Unidos.
“Conozco a los inmigrantes, trabajo con ellos y lo he sido también. Es una experiencia muy dolorosa. La gente no se va de su país porque tiene ganas de irse, sale porque está desesperada y busca otros lugares para tener una vida, por lo menos, segura, por lo menos que su vida no esté en riesgo, pero los otros no lo entienden así”.
Asegura que desde que Trump llegó al poder la situación de los inmigrantes en Estados Unidos ha sido tremendamente mala; incluso antes de que el republicano fuera elegido presidente, recuerda, ya había comenzado un proceso de odio, división, xenofobia y supremacía blanca, en ese país que le abrió los brazos hace 30 años. “Además, casi 80 millones de personas votaron por Trump y esa gente no se ha ido a ninguna parte, están ahí. Hay que ver cómo se canaliza toda esa frustración que tienen de una manera más positiva”.
Con Biden presidente, cree, puede llegar el momento de curar las heridas. “Ofrece la oportunidad de ir sanando esa atmósfera oscura, tóxica, en que hemos vivido durante tanto tiempo”.
Escribir para sanar
Así como ella ha logrado sanar sus propias heridas, principalmente a través de la literatura. “Yo escribo sobre lo que me importa mucho: las obsesiones, los demonios, las experiencias, los recuerdos, las cosas que necesito exorcizar”.
Su primera novela, La casa de los espíritus, una de las piezas más importantes de la literatura latinoamericana, fue, asegura, un ejercicio de nostalgia, “por todo lo que había perdido: mi país, mi familia, mis amigos, todo lo que perdí cuando me fui al exilio”.
Era el 8 de enero de 1981. Allende estaba en Venezuela cuando la llamaron para contarle que su abuelo estaba muriendo en Chile. Ese día comenzó una larga carta para él que se convirtió en La casa de los espíritus; desde entonces, comienza todos sus libros en la misma fecha, 8 de enero, al principio por cábala, porque le traía suerte, ahora, sostiene, también por organización.
“Tengo una vida súper complicada, cuando me levanto todas las mañanas ya tengo cientos de mensajes, siempre estoy haciendo cosas, por eso tengo que establecer un tiempo sagrado, que es el tiempo de la escritura. Antes, cuando tenía que viajar por todas partes separaba la primera parte del año, desde el 8 de enero, para escribir, y todos los viajes y la promoción de los libros lo dejaba para el final de año; ahora estoy encerrada en la casa y no voy a ninguna parte, entonces el tiempo me rinda más”.
Es tanta la organización de sus tiempos, que semanas antes del 8 de enero, esta escritora latina que vive en inglés, se dedica a leer en voz alta poesía en español para recuperar la riqueza de la lengua, “de lo contrario estaría pensando en inglés y traduciendo y eso sería una mazamorra, entonces tengo que ponerme al día con la poesía”.
Eso sí, no habla con nadie de lo que escribe mientras no esté terminado. “Ni a mi marido, ni a mi agente, a nadie, porque es un proceso que cambia mucho y porque me parece que, cuando me pongo a hablar de eso, se me va la energía, y toda esa fuerza y concentración que necesito para escribir mi historia se diluye, entonces nunca hablo de eso”.
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