En la estación ferroviaria de Astápovo del óblast de Lípetsk, a causa de la neumonía que había contraído tras huir de su casa, del estilo de vida aristocrático, de renunciar a sus propiedades para dárselas a los más necesitados, León Tolstói murió. Fue un día como hoy, 20 de noviembre, pero de 1910, que pronunció sus últimas palabras: “Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?”, y se desvaneció para siempre. Tenía 82 años.
Pero la historia de cualquier persona empieza al revés, por el otro extremo de la vida, por el nacimiento. En el medio del campo, en una finca de Tula, en la Rusia europea, nació el cuarto de los cinco hijos que tuvieron el conde Nikolái Ilich Tolstói y la condesa Mariya Tolstaya y le pusieron Lev Nikoláievich Tolstói. Luego, al castellanizarlo, quedó León. Corría el año 1828.
Su primera relación con la escritura, lo que podría definirse como impulso inaugural, apareció en la Guerra de Crimea. Estaba encerrado en una habitación por un doloroso reuma que le impedía momentáneamente participar del ejército, y se puso a escribir. Como ocurren las mejores cosas, fue gracias al aburrimiento. Allí terminó de concebir la idea y gran parte de la escritura de su trilogía autobiográfica: Infancia, Adolescencia y Juventud.
Luego de la guerra, vuelve a San Petesburgo y no logra insertarse en la vida cotidiana sin reflexionar sobre la inmoralidad del mundo. Desde entonces, sólo con la literatura podrá afrontar esa espina existencial. “He adquirido la convicción de que casi todos eran hombres inmorales, malvados, sin carácter, muy inferiores al tipo de personas que yo había conocido en mi vida de bohemia militar. Y estaban felices y contentos, tal y como puede estarlo la gente cuya conciencia no los acusa de nada”, escribió en aquella época. Tolstói encuentra en las palabras una singular apuesta moral y estética. Y se lanza a crear historias.
Tal vez sea Anna Karénina su mayor novela. Es de 1877, se publicó como folletín en la revista El mensajero ruso. Es una de las obras cumbres del realismo. En el momento, muchos la menospreciaron al encasillarla en el “romance aristocrático”, pero fue Fiódor Dostoyevski el que dijo que se trataba de una verdadera y original obra de arte. El tiempo le dio la razón: ha sido adaptada al cine más de trece veces.
Otros dirán que su mejor obra es Guerra y paz, una novela bélica, romántica, histórica, filosófica. Es la historia de cuatro familias durante la invasión napoleónica de Rusia. La empezó a escribir en el aburrimiento. Se había fracturado el brazo al caerse de un caballo. Es anterior a Anna Karénina, se publicó en 1869. No era simplemente ficción, había una dedicación moral y política en sus escritos. De alguna forma, influenció en el anarquismo.
Tolstói era un gran lector y entre sus admirados estaba el estadounidense Henry David Thoreau, que combinaba estética, política y filosofía, como él. A raíz de un texto publicado en un periódico hindú, comenzó un intercambio epistolar con Mahatma Gandhi. El activista indio se interesó muchísimo en el concepto de resistencia no violenta.
Tolstói tenía la convicción de que la violencia no era el camino, así fue que comenzó a tejer y ramificar ideas en torno al anarquismo católico y al pacifismo. Se escribió cartas con George Bernard Shaw, Rainer Maria Rilke y el zar Nicolás II de Rusia, e influenció en una gran cantidad de artistas y activistas que le precedieron, como Martin Luther King.
A medida que pasaron los años, su literatura se fue ensanchando y su posturas se fueron radicalizando. En Resurrección, por ejemplo, criticó a las instituciones eclesiásticas, lo que provocó su excomunión. También cultivó el naturismo y el vegetarianismo: “Un hombre puede vivir y estar sano sin matar animales para comer; por ello, si come carne, toma parte en quitarle la vida a un animal sólo para satisfacer su apetito. Y actuar así es inmoral”.
Hasta que un día decidió alejarse de la vida que llevaba... y renacer. Abandonó los lujos y volvió a la finca donde nació y se crió. Su esposa, Sofía Behrs, madre de sus trece hijos, comprendía la decisión del escritor pero no quiso seguirlo. No esta vez.
Allí, en el campo, Tolstói fundó una escuela para los hijos de los campesinos y se convirtió en un maestro rural que escribía los textos que los niños estudiaban. Así fue que creó una pedagogía basada en el respeto, no sólo entre las personas, también a la naturaleza. A los pocos años murió. Fue el 20 de noviembre de 1910, un día como hoy.
Nunca ganó el Nobel. Fue nominado para el de Literatura desde 1902 hasta 1906. También para el de la Paz en 1901, 1902 y 1910. Jamás lo recibió. ¿Hacía falta? Por supuesto que no. León Tolstói no creía en esas cosas. Sí sabía algo: la literatura, la que tiene un compromiso verdadero siempre es inmortal.
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