En una ciudad fantasmal y decadente que parece sacada de un cómic, un laboratorio farmacéutico produce una droga recreativa que es accesible a todas las clases sociales pero que solo tiene efecto en las mujeres. El científico que lidera el proyecto —el narrador principal de la historia— estudia los efectos de la droga en cuatro mujeres. Una de ellas, la paciente número cuatro, lo sorprende por su elocuencia y belleza. Las cosas que dice cuando transita en esos estados de éxtasis y felicidad que le produce la droga quedan resonando en la mente del investigador, que se enamora de ella.
Número cuatro, el científico y su esposa, una reconocida artista plástica que atraviesa una crisis creativa, conforman un singular triángulo amoroso. La droga ayuda a que la relación entre los tres sea más armoniosa. Pero todo se va apagando cuando, con sus palabras, número cuatro empuja a la artista ante un espejo en el que la mujer rehusaba verse.
En Ornamento los discursos sobre el arte, la ciencia o la filosofía marcan jerarquías. Y la mirada del científico sobre las cosas —por ejemplo, cómo ve a las pacientes uno, dos y tres— muestran de manera elocuente las brechas entre las clases sociales colombianas, donde las élites viven en torres altas y frías alejadas de las realidades del entorno.
Publicada en 2016 y reeditada este año en Argentina por Sigilo, Ornamento es la tercera de cinco novelas que hasta el momento ha publicado el escritor Juan Cárdenas (1978). El colombiano es también autor de Zumbido (2010), Los Estratos (2013), El diablo de las provincias (2017) y Elástico de sombra (2019). En 2017, Cárdenas fue incluido en la lista Bogotá 39 del Hay Festival, que destaca a los mejores narradores latinoamericanos menores de 39 años. Cárdenas trabaja como profesor en la maestría de Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo en Bogotá.
El escritor y traductor colombiano, oriundo de la ciudad de Popayán, respondió a unas preguntas por correo electrónico a Infobae.
-¿Cómo un libro del arquitecto Adolf Loos te sirvió de inspiración para crear ese mundo onírico, ese trópico fantasmal, donde transcurre la historia de Ornamento?
-Siempre me ha fascinado Adolf Loos, un arquitecto que se opuso radicalmente al Art Nouveau, que era la tendencia dominante del diseño de su tiempo. Loos estaba harto de todo ese exceso de florituras, ramificaciones y espacios alveolados y entonces escribió a comienzos de siglo XX su manifiesto Ornamento y delito, que vendría a ser algo así como la primera gran doctrina del diseño moderno -”menos es más”, ergonomía y funcionalidad, eliminando cualquier elemento superfluo-. Pero lo que no se suele decir sobre ese texto, tan apreciado hasta hoy por las escuelas de diseño, es que Loos estaba sentando allí las bases de una asociación perversa entre pulcritud formal y civilización, entre lo ornamental y la barbarie, entre un cierto higienismo social y unos valores estéticos. Loos pone el ejemplo de los tatuajes. ¿Quiénes se tatúan? Los criminales en las cárceles y los pueblos primitivos, dice, lo que demuestra que el “ornamento” solo puede ser una señal de una enfermedad que debe ser eliminada para garantizar la salud del cuerpo social. Sobra decir que allí está resumido todo el fascismo, todas sus falsas parejas de opuestos, podríamos decir, pero no solo el fascismo histórico europeo, sino los fascismos contemporáneos y en particular el fascismo tropical latinoamericano. Mi novela se puede leer como una especie de falso tratadito filosófico sobre el fascismo tropical y sus oposiciones: barroco vs clasicismo, barbarie vs civilización, lo popular vs el buen gusto, el habla torcida de la calle vs la corrección gramatical, la negrada vs los blancoides, el cuerpo vs el intelecto, la tropicalidad primitiva vs las regiones templadas propicias al pensamiento.
-Por momentos en la novela uno se encuentra con noticias de un mundo cruel, violento y corrupto. Hay grafitis que denuncian muertes y desaparecidos: a la esposa del científico le parecen asquerosas esas paredes rayadas, le incomodan. La pareja vive en una especie cápsula donde parecen estar ajenos a ese afuera. ¿Esto podría ser un retrato de cierta élite culta colombiana que es indiferente a la realidad política y social del país?
-No sé si esa actitud es exclusiva de la élite culta colombiana. Esto sucede en todo el mundo. Las élites económicas o culturales viven en cápsulas de realidad y para que la cápsula sea efectiva a la hora de aislar a sus castas privilegiadas es necesario que las ciudades estén segregadas, que el diseño separe a la gente por raza, nivel adquisitivo o cualquier otro criterio dictado por la ingeniería social. En eso consiste el concepto de gentrificación y es una de las ramas más importantes del diseño que se originó con el manifiesto de Loos. Vivimos en un mundo donde el diseño ha ayudado a naturalizar el fascismo y si te parece que exagero basta mirar cualquier entrevista con Patrick Schumacher, uno de los arquitectos más importantes del mundo, heredero del estudio de Zaha Hadid. Ese es el nuevo fascismo naturalizado: el de la arquitectura corporativa y “ecológica” que defiende la administración privada de los espacios públicos y promueve una especie de autovigilancia de los sujetos basada en el consumo. Hay una línea muy clara que va de Loos a los Schumacher de hoy.
-Has dicho en otra entrevista que en Colombia se libra una guerra de sustancias. El científico en Ornamento parece haber entrado fuerte a esa guerra con la droga que creó. ¿Nos puedes ampliar esa idea de guerra de sustancias y de la exploración de estos temas en tu obra?
-Sí, dije Colombia pero en realidad es algo que sucede en todo el planeta. Basta pensar en lo que desató en todo el mundo la demanda del consumo de especias hace quinientos años. Lo que desató la demanda del consumo de azúcar, el café, el chocolate, el plátano. Es en esa trama de sentido donde hay que insertar el tema de las drogas, en la trama de la circulación histórica de las sustancias, en su comercio y la relación libidinal que se produce en la economía. La coca, el caucho, la caña de azúcar o la soja han alterado nuestras vidas para siempre. Lo interesante de las drogas es que el campo de batalla son los cuerpos. No es una experiencia agradable estar tomando MDMA con unos amigos y que de repente aparezca un cocainómano, pasado de merca hasta las cejas. Los usuarios de drogas sabemos que cada sustancia tiene su propia música.
-¿Como escritor te sientes parte de alguna tradición literaria? ¿Te ves como un escritor colombiano o latinoamericano?
-Soy un escritor latinoamericano. Y dentro de la literatura latinoamericana, mi tradición son las vanguardias, los repliegues extraños. La tradición de las lecturas desviadas.
-¿Cómo ves el género de la novela en Colombia y Latinoamérica? ¿Qué autores te gustan?
-La novela sigue siendo el gran laboratorio, junto con la poesía. Son espacios propicios a la deformidad, a lo monstruoso, donde cabe cualquier cosa. El cuento, en cambio, me produce cierta impaciencia. Se ha convertido en un género que privilegia un virtuosismo vacío, una artesanía de lo extremadamente legible, todo muy anglosajón, muy de diseño. Los cuentos que me interesan son aquellos que se dejan recoger del suelo como detritos, como fragmentos de meteoritos, piedras raras pulidas por el paso del tiempo. En general, la literatura que me interesa es la literatura del escombro, la del objeto literario encontrado. En ese sentido, me siento muy cerca de gente como Sergio Chejfec, Margo Glantz o Igor Barreto.
-Has hablado también de César Aira como una gran influencia y lo describes como un escritor americanista. ¿Por qué lo consideras un escritor americanista?
-Aira escribió un diccionario de autores latinoamericanos, que, por cierto, se acaba de reeditar hace poco. Ese es el verdadero tablero de controles de Aira, allí uno entiende su proyecto, sus genealogías, que van mucho más allá del colectivo que cubre la vieja ruta Sarmiento-Borges. Aira toma muchos colectivos simultáneos y acaba intersectando la ruta Sarmiento-Borges, pero en el camino también altera todas las otras tradiciones nacionales. La colombiana, por ejemplo. Para Aira los grandes escritores colombianos son José Félix Fuenmayor y Tomás Carrasquilla. Y no le falta razón. Hay otro texto de Aira que me parece clave para entender su proyecto y es “Exotismo”, que habla de Mario de Andrade y las tradiciones nacionales en América Latina, pero es también una contestación muy peculiar de “El escritor argentino y la tradición” (De Borges).
-También has dicho que te gustan los escritores marginales o raros de Colombia y Latinoamérica, un poco como alejándote de lo canónico. ¿A qué autores te refieres?
-Además de los que acabo de mencionar, me refiero a gente como Luis Tejada, uno de nuestros raros más queridos y desconocidos. El tipo se murió a los 26 años, pero alcanzó a producir una gran cantidad de textos hermosos que publicó en diarios como si fueran columnas de prensa, pero en realidad eran unas fabulitas mágicas medio kafkianas sobre el mundo moderno, sobre la historia, sobre la vida cotidiana. Creo que con la mención de Tejada basta y sobra para contestarte. Prefiero no aburrir al lector aquí con una lista de nombres.
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