Los días de la fiebre es un libro que narra en primera persona la llegada del coronavirus a Corea del Sur, un país que fue el segundo más afectado en el mundo por la pandemia y que en la actualidad es un ejemplo por su manejo y contención del virus. Hoy la nación asiática de más de 51 millones de habitantes no llega a las 300 muertes y sus contagios apenas sobrepasan los 12 mil, un resultado que contrasta con las trágicas cifras en este lado del mundo.
Con la mirada puesta en lo cotidiano, el escritor colombiano Andrés Felipe Solano cuenta cómo a medida que el virus avanza la sociedad surcoreana se va adaptando a una nueva forma de vida, a un nuevo mundo. El distanciamiento social se impone como regla. Y también se despiertan miedos primitivos: al otro, al contagio.
El bogotano es autor de las novelas Sálvame, Joe Louis, Los hermanos Cuervo y Cementerios de neón. En 2015 ganó el Premio Biblioteca Narrativa Colombiana con Corea: apuntes desde la cuerda floja (publicado en 2014 y reeditado recientemente por Barrett en España), un libro en el que, a modo de diario personal, cuenta su experiencia como extranjero en Seúl, ciudad en la que vive desde el 2013.
A diferencia de esa capital surcoreana vibrante y frenética que Solano narró seis años atrás, en Los días de la fiebre el lector se encuentra con postales de una Seúl (con un área metropolitana de más 25 millones habitantes) fantasmal en medio de la pandemia: calles desiertas, centros comerciales que están abiertos al público pero casi vacíos, restaurantes con muchas mesas disponibles pero con pocos comensales.
En gran parte de la sociedad surcoreana prevalece el autocontrol, pese a que no hay tantas medidas restrictivas como en otros lugares del mundo ni cuarentenas obligatorias. Parte del éxito sanitario se basa en la transparencia y la divulgación oportuna de la información, en las pruebas masivas y en el rastreo y aislamiento de posibles infectados.
En el libro también se destaca cómo el uso de las tecnologías permite seguir el avance del virus y así saber por dónde moverse y qué lugares evitar. Por supuesto, quien acceda a esta información puede sorprenderse con lo cerca que estuvo del virus, con el roce al contagio.
“Hay un link que conecta con un blog del distrito donde vivimos. Lo consultamos de inmediato. Un polaco, 34 años, regresó hace dos días al país y fue diagnosticado con el virus. Revisamos el itinerario de sus últimos días y reconocemos varios restaurantes. Uno, de empanadillas chinas, queda a cinco minutos de nuestra casa. A veces voy solo entre semana. En el otro comimos pizza hace un mes. El polaco también sacó dinero en la sucursal bancaria que está justo detrás de nuestro edificio. Siento como si nos hubieran marcado con un círculo de tiza”, escribe Solano en el libro.
Desde el estudio de su departamento en Seúl, donde por una ventana se llega a colar la imagen de un rosal recién florecido, el escritor colombiano respondió por correo electrónico a unas preguntas de Infobae.
-Pese a que a mediados de mayo el gobierno surcoreano parecía tener controlado el virus y había reiniciado la apertura del país, un rebrote hizo que se diera marcha atrás y volvieron a cerrar bares, clubs nocturnos, restaurantes, museos. ¿Cómo vive esta situación?
-Con frustración. Y me produce mucha tristeza ver el debilitamiento de la vida pública, de la vida en las calles —y todo lo que eso significa— por el miedo al contagio. Mi percepción es que con la llegada de la democracia en 1988 los coreanos conquistaron plenamente un espacio público que se les negó por muchos años, incluso desde los tiempos de la colonización japonesa, a principios del siglo XX. Por eso es muy triste casos como el de mi barrio, Itaewon, donde empezó uno de esos rebrotes importantes hace unas semanas. A pesar de estar controlado, las calles han vuelto a estar desoladas. Es un barrio con una vida muy intensa, duele verlo vacío.
-¿Pudo llegar a disfrutar algo del desconfinamiento antes de estos nuevos cierres?
-Alcancé a ir a un museo antes de que se volvieran a cerrar. No los abrieron del todo o no como antes. Había que registrarse con anterioridad y al entrar te medían la temperatura y en las salas debías estar con la mascarilla puesta. Engorroso, pero a fin de cuentas necesario.
-Algo sorprendente es que, a diferencia de las imágenes que nos llegaban desde China, el confinamiento en Corea del Sur según lo refleja en el libro fue extremadamente relajado, lejos de las postales distópicas de otras naciones.
-Definitivamente. Aquí no hubo drones patrullando las calles en las noches, ni se toma fotos del iris en las entradas a los edificios, y menos policías infiltrados en el metro esperando a pescar a alguien sin mascarilla. En esa medida, creo que la epidemia ha dado rienda suelta a todas las fantasías occidentales sobre el futuro distópico que, al menos en esta esquina de Asia, aún no ha llegado.
-Un tema que resalta en el libro es el del fanatismo religioso, en el que cuenta que el mayor brote de contagios en el país ocurrió dentro una secta cristiana apocalíptica. ¿Qué nos puede decir sobre esa particularidad de la sociedad coreana?
-Una de las cosas más interesantes de vivir aquí es ver el punto en que se cruzan las supersticiones antiguas, las creencias heredadas y el sincretismo religioso (budistas, cristianos evangélicos, católicos, seguidores de corrientes chamánicas ancestrales, cultos apocalípticos) con una sociedad que se ha empezado a reconocer desde hace unos años alrededor de la tecnología. Ese punto de intersección conecta el pasado rural de un reino pobre, que además pasó por una guerra a mediados del siglo XX que lo dejó aún más pobre, con un presente donde los ritos hace rato han sido monetizados a través de aplicaciones digitales, y un futuro cercano donde quizás los espíritus no se diferenciarán de los hologramas.
-Parte del éxito de Corea del Sur en la contención del virus tiene que ver con rastrear a los posibles contagios y vigilar a quienes están infectados. Muchos creen que en Occidente ese sistema sería imposible de implementar porque viola el derecho a la intimidad. ¿Qué opinión tiene acerca de esto? ¿A usted le genera algún conflicto?
-Cada vez que leo algo sobre esto me hago la misma pregunta: ¿acaso no dejamos rastros todo el tiempo de lo que hacemos y dónde lo hacemos, de nuestras posiciones políticas, de nuestros intereses sexuales, religiosos, culinarios, de lo que sea, en las redes sociales? Esa información está diseminada y seguramente alguien la está recolectando todo el tiempo y nada de eso nos preocupa. Hace mucho rato vivimos en un mundo sin privacidad y de alguna manera así lo escogimos. No hay día en que no alimentemos a la máquina.
Ahora, sí creo que hay una diferencia grande entre vigilancia y rastreo. Eso es lo que busca el equipo epidemiológico en Corea. Una vez que alguien se ha contagiado, se recompone su itinerario de los últimos días para ubicar a sus contactos y alertar de un posible contagio. La promesa es que los datos recolectados se destruirán en cuestión de semanas y que, aparte del Centro de Enfermedades Infecciosas de Corea, nadie más tiene acceso a ellos. Los ciudadanos confían en el cumplimiento de esa promesa.
Por otro lado, la libertad no consiste en hacer lo que nos da la gana, la libertad pasa por el bien común. Esa ha sido la lección de estos meses aquí, por lo menos para mí. Justo ayer hablaba con un profesor coreano mucho mayor que yo y me decía que la epidemia lo ha hecho pensar en el valor real de la democracia, entendida como la construcción de un lugar donde todos puedan convivir, no como el simple acto de votar y renegar. Y si convivir significa ceder en la privacidad en este punto específico, pues los coreanos están dispuestos a ello.
-¿Qué es lo que más le aterra de esto que llaman la nueva normalidad?
-Que la gente decida quedarse en casa por puro pánico y no por una decisión que responda a ajustes reales en sus vidas.
-Igual por lo que cuenta en este libro, pero sobre todo en Corea: apuntes desde la cuerda floja, trabaja casi siempre desde tu casa. En ese sentido, la pandemia no alteró tanto su vida.
-Sí, es verdad, trabajo siempre desde casa, aparte de ir una o dos tardes a la semana a dar clases a un instituto del gobierno que se especializa en traducción literaria. Pero sí alteró otras cosas de mi rutina: ahora le doy una mirada a los periódicos coreanos en la mañana y otra en la tarde. Antes no lo hacía.
-Se cree que después de esta pandemia muchas personas van huir de los grandes centros urbanos. ¿Fantasea con dejar una ciudad como Seúl para ir a vivir a un lugar más tranquilo?
-Hace poco fui a Yang Yang, en la costa Este, a una playa a donde van muchos surfers en temporada alta. Estaba más bien vacía. No se sentía la pesadez de la epidemia en la ciudad. Sobre un acantilado de Naksan, así se llama la playa, hay un templo budista muy importante y muy antiguo. Estando allá pensé que si por algún motivo todo se descompone y el apocalipsis tan nombrado toma forma, iría de vuelta hasta ese templo y pediría refugio. Me ofrecería a limpiar el estanque de las tortugas por comida, algo así.
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