Para sus lectores, lo único verdaderamente extraño tal vez hubiera sido que Slavoj Žižek no sacara un nuevo libro en medio de la alarma sanitaria global por el coronavirus y el huracán de ideas sobre los posibles cambios económicos, sociales y políticos que dejará su paso una vez que termine. Lo cierto es que a la extraordinaria velocidad crucero con la que Žižek escribe, opina y debate en casi todos los medios dispuestos a darle la oportunidad, estos cuatro meses desde que la pandemia por el Covid-19 empezó en la provincia china de Wuhan y se expandió por el resto del planeta son un tiempo más que suficiente para imaginar un libro suyo al respecto. Lo seguro es que ¡Pandemia!, el ensayo con el que hace unos días sorprendió a un mundo que todavía no sabe cuándo podrá volver a pisar una librería, puede haber sido el primero y el más rápido, pero sin duda no va a ser el último.
Pero para entender mejor qué significa que este filósofo sea capaz de ensamblar sus ideas alrededor de un asunto tan inmediato, también puede resultar útil distinguir entre algunas tareas de la “coyuntura intelectual”, como escribir, opinar y debatir, y otras aún más propias de la verdadera filosofía, como pensar. En este sentido, no es ningún secreto que si Slavoj Žižek suele ofrecer con mucho éxito una lectura entretenida e interesante sobre casi cualquier tema a su alcance, no es porque domine el arte de improvisar argumentos como un malabarista sobre la marcha (aunque se trate del coronavirus, el final de Game of Thrones o la nominación frustrada de Bernie Sanders), sino porque sus ideas son, básicamente, las mismas desde que publicó El sublime objeto de la ideología, el clásico libro donde hace más de veinte años presentó su novedosa alquimia filosófica entre el psicoanálisis de Jacques Lacan, el idealismo de Georg W. F. Hegel y el materialismo de Karl Marx.
Ahora bien, si en El sublime objeto de la ideología está el núcleo fundamental de sus ideas, también es cierto que a través de una cantidad cada vez más exorbitante de libros publicados con particular intensidad durante los últimos años (y entre los cuales ahora se suma el flamante ¡Pandemia!), el trabajo intelectual de Žižek se ha concentrado en cómo utilizar esas ideas para redefinir lo que hoy significa el comunismo. La apuesta política y filosófica es simple: al refundar el sentido de lo que el comunismo puede significar y hacer hoy, entonces será más simple entender lo que un nuevo comunismo deberá significar y hacer mañana. Y es precisamente este utópico “mañana” lo que, tras cuatro meses de pandemia, de repente, podría estar más cerca que antes.
En consecuencia, aunque Žižek no es el único pensador que aún en plena pandemia está dispuesto a repetir que “el mundo ya nunca más será como lo conocíamos”, sí es uno de los pocos capaces de afirmar que el horizonte para ese nuevo mundo por venir será el comunismo (“el comunismo es la solución al coronavirus”, dijo en una entrevista reciente). A pesar de las apariencias, esto no es ni improvisación ni provocación. Al contrario, es la última actualización, y probablemente la más urgente y oportuna, de una idea consecuente con un hilo filosófico moldeado con cuidado durante años. Lo que resta, entonces, es una pregunta clave: ¿a qué se refiere Slavoj Žižek cuando habla de comunismo?
Desarrollada en, al menos, una docena de libros previos a ¡Pandemia!, la nueva idea de comunismo que propone Žižek se basa en una propuesta alternativa para resolver los peores antagonismos del sistema capitalista actual. En especial cuando la desigualdad económica alcanza niveles mundiales inéditos, como demuestra la obra reciente del francés Thomas Piketty. En su dimensión más brutal, lo que la pandemia desatada por el coronavirus demuestra es qué significa esa desigualdad en términos de vida o muerte: ante el virus, los ricos tienen mejores oportunidades para cumplir la cuarentena en sus casas y, llegado el caso, recuperarse en clínicas privadas, mientras que los pobres no pueden dejar de trabajar (y por lo tanto, de correr el riesgo de infectarse) ni cuentan con otro socorro que un desfinanciado y ahora abarrotado sistema público de salud (al menos en los países donde todavía sigue siendo público).
En este contexto, cualquier acto solidario diseñado y ejecutado por los más encumbrados en el sistema capitalista se encierra, inevitablemente, entre los acotados márgenes de la ideología de la filantropía tal como hoy la conocemos. En otras palabras, son los mismos capitalistas que generan las desigualdades económicas y vuelven inevitables las alertas sanitarias quienes de manera repentina donan algunas migajas de sus ganancias para ayudar a esas mismas personas a las que explotan y perjudican bajo el impulso cada vez más voraz y ajustado de la productividad (Žižek suele usar el ejemplo de Bill Gates, uno de los hombres más ricos del mundo y, al mismo tiempo, uno de los más preocupados por mostrar una imagen benévola, pero la lista es larga y podría seguir).
La pregunta ante este escenario es: ¿esta solidaridad a gran escala, sobre todo en momentos de catástrofes ecológicas, sanitarias o humanitarias como las que se han repetido durante las últimas décadas por incendios, pestes y guerras, solo debe estar controlada por los grandes filántropos internacionales y sus Organizaciones No Gubernamentales? ¿Y si el problema del bien común, en cambio, sirve para pensar la existencia de un nuevo comunismo? Por supuesto, en este punto la filosofía y la historia tienen su primer roce. Porque al leer “comunismo”, también Žižek sabe que las primeras imágenes en la mente colectiva relacionan esa palabra con los terribles gulags de Stalin, el culto a la personalidad de Mao y las masacres de Pol Pot, por nombrar apenas tres hitos entre las galerías de terror habituales.
Sin embargo, más dañino que todo eso, sostiene Žižek, es que las últimas versiones del comunismo aún en marcha se presenten ante nosotros como “socialismo democrático”, es decir, como una idea vaga de solidaridad social. Es por eso que en El coraje de la desesperanza, por ejemplo, escribe que “la tarea a la que nos enfrentamos en la actualidad es precisamente la reinvención del comunismo, un cambio radical que va más allá y apuesta a reinventar un nombre para lo que surge como meta después del fracaso del socialismo”.
Al ideario de este nuevo comunismo se lo ha criticado por su eurocentrismo (tal como hizo en las últimas semanas el filósofo coreano Byung-Chul Han), por su rechazo a caminos políticos más radicales (en la línea de los propuestos por el ruso Aleksandr Dugin) y por sus posiciones críticas ante la insistencia en los problemas de identidad cultural como el único horizonte para discusiones condenadas a caer en las trampas de la corrección política. Incluso, se lo ha criticado por el supuesto “apoyo” del filósofo a Donald Trump, al que al comienzo de su presidencia juzgó con ironía como la mejor opción para destruir al Partido Republicano y renovar al Partido Demócrata, que había optado por enfrentarlo con una aliada del establishment como Hillary Clinton.
Aún así, las prioridades del comunismo en el que piensa Žižek no apuntan a otra cosa que a una redefinición de lo que se entiende por “común”, en especial en medio de los peligros que acechan “en el lado oscuro del progreso”, como escribe en Problemas en el paraíso. Los ecosistemas bajo amenaza de catástrofe ecológica, la distribución y la producción de bienes manipuladas por los intereses egoístas de monopolios cada vez más agresivos, una ciencia que concentra sin consideraciones éticas sus recursos en el delicado campo de la biogenética y también la nebulosa propiedad intelectual sobre los medios digitales que hoy definen nuestra cultura y educación, afirma Žižek, son parte de esta realidad histórica que debería convertir a la idea de regulación del bien común en una urgencia práctica.
En este sentido, dice también Žižek, si algo demuestra el éxito del capitalismo dirigido por los comunistas chinos, ahora también entre los primeros en recibir fuertes elogios mundiales por su gestión social de la pandemia, es que el matrimonio entre capitalismo y democracia está cerca del divorcio. “Tal vez deberíamos decir que aquellos que aún hoy se reconocen como comunistas son liberales con diploma, liberales que realmente estudiaron por qué nuestros valores liberales están bajo amenaza y se dieron cuenta que sólo el cambio radical los puede salvar”.
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